Un clérigo que descreía del mormonismo fue a visitar a Joseph Smith, el profeta, y le pidió un milagro. Smith le contestó:
—Muy bien, señor. Lo dejo a su elección. ¿Quiere usted quedar ciego o sordo? ¿Elige la parálisis, o prefiere que le seque una mano? Hable, y en el nombre de Jesucristo yo satisfaré su
deseo. 
El clérigo balbuceó que no era esa la clase de milagro que él había solicitado.
—En tal caso, señor —dijo Smith—, usted se va a quedar sin milagro. Para convencerlo a usted no perjudicaré a otras personas.

M. R. Werner

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