Así mis versos por tu sabio amparo
La envidia vencen, y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
En el glorioso templo de la fama.

María Rosa Gálvez de Cabrera


Fuente de la espina

"Donde oprimido el Tajo por el arte
en hondo cauce el curso facilita,
mudando en mansedumbre la soberbia,
con que arrastraba su corriente altiva:

yace un frondoso bosque, cuyo centro
la majestad, y la hermosura habitan;
asilo celebrado de las gracias,
morada deliciosa de las ninfas.

Anchurosos canales y cascadas
aumentan de este sitio las delicias,
siendo su estruendo y vagaroso giro
encanto del oído y de la vista.

En sendas mil los chopos siempre verdes
cruzan sus ramos, y su pompa aspira
a eclipsar de la bóveda del aire
la luz que de los astros participa.

Varias fuentes adornan las ochavas
de este ameno pensil, y fertilizan
con desperdicios de cristal el suelo,
donde renace la estación florida:

Pero entre todas la escultura eleva
el nombre de la fuente de la Espina,
obra que diera honor a la memoria
de Praxitéles, de Lisipo y Phidias:

de cuatro cenadores rodeada,
que en medios puntos cubren sus cornisas,
muestra la arquitectura las bellezas
más sublimes del arte y más sencillas.

En el centro frondoso de este cuadro
la fuente muestra su anchurosa pila,
presentando la estatua, en que compiten
la materia y artífice a porfía.

De un joven es, que de su pie doliente
la punta de un abrojo solicita
arrancar cuidadoso, demostrando
con su actitud el daño de la herida:

desmiente lo insensible de la estatua
la aflicción, que en su rostro se nos pinta;
y a no ser su color dorado bronce,
la humana compasión excitaría.

Los ángulos hermosos de esta fuente
en columnas se apoyan; sus cornisas
sostienen al remate por adorno
el rostro engañador de las harpías,

por cuya boca y pecho se desatan
los raudales del agua cristalina,
que tejiendo cruceros agradables
quedan al fin en nieve derretida.

En torno de este sitio deleitoso
asientos hay con varia simetría,
que brindan el descanso a los mortales,
el tiempo que disfrutan sus delicias.

Robustos troncos, que la antigua yedra
cubre para aumentar su lozanía,
los ardores de Febo disminuyen,
y hacen templado y apacible el día:

en sus ramos los dulces pajarillos
con alegres gorjeos solicitan
se olvide para oírlos el encanto,
que arrebata el sentido de la vista.

En fin, naturaleza creadora,
como en su trono, en este sitio unida
del arte a los esfuerzos, sus tesoros
y sus deleites sin cesar prodiga.

Yo admiré su esplendor: una y mil veces
sentí de gratitud el alma mía
llenarse en este plácido recinto,
gozosa de observar sus maravillas;

y en tanto que engreídos los mortales
en loca vanidad su centro pisan,
Apolo me inspiraba dulce metro,
para cantar la fuente de la Espina. 

María Rosa Gálvez de Cabrera



La noche

Canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio

Tinieblas gratas de la obscura noche,
a un corazón sensible, que desea
vivir para pensar, vuestro silencio
la calma anuncia; las veloces sombras,
cayendo de los montes a los valles,
cubren la tierra; el pardo jilguerillo
los últimos cantares repitiendo,
al nido vuela, y el pastor conduce
al redil su rebaño numeroso.

Yo en tanto en esta margen solitaria,
por donde el Tajo sus raudales lleva,
la bóveda contemplo, en que los astros
con invariable giro, de los tiempos
miden las estaciones y las horas.

El sueño huye de mí, y el genio vela;
natura me convida, y elevada
a la vista de tantas maravillas,
mi acento vuela a par de mi deseo.

No cantaré de amor el poderío,
sus penas, su despecho, ni su engaño;
ni tampoco poéticas ficciones:
no el húmedo Orión, ni de las Ursas
ni de Ariadna la corona hermosa;
sino del Ser supremo la grandeza,
del orbe origen: cuanto me circunda,
de su potente diestra son milagros.

Por entre nubes la triforme diosa
en su brillante carro se presenta;
su incierta luz las sombras de los bosques
en las ondas del Tajo me retrata;
y del lago las aguas cristalinas,
semejantes a un fiel y claro espejo,
reflejan de los cielos la hermosura: 
esa esfera celeste innumerables
antorchas iluminan; pero el astro,
que preside a la noche, los eclipsa;
ameniza la tierra, y de las nieblas
su esplendor libra la región del aire.

¡Oh noche!, reinas ya en el hemisferio;
reinas: tiendes tu velo silencioso,
y nuevo encanto mis sentidos gozan
al contemplar tu pompa: tú me inspiras
dulce melancolía. ¡Cuánto admiro
esta tranquilidad del universo;
este vasto reposo, que las aves
nocturnas interrumpen! Oh natura,
patrimonio del hombre, ¡qué orgulloso
vive él sin conocerte! Yo no intento
penetrar tus arcanos. ¿Quién sería
tan atrevido, que elevar su mente
osara a tus secretos, siempre en vano?

Humillada a la vista del prodigio
de tu existencia exclamo: Eterna gloria
al soberano Ser, que de la nada
te produjo a su voz, la tierra llena
está de su poder; el océano
besa humilde los límites, que el dedo
de Dios le señaló: los huracanes,
la tempestad horrible, el rayo ardiente
sus leyes obedecen, y en el cielo
el sol brillante por su augusta mano 
clavado alumbra al mundo: en tanto giran
en torno de él los orbes refulgentes;
con su calor benéfico la tierra
prodiga al hombre sus preciosos dones.

Eternos no serán: pues sumergido
el ingrato, mortal en sus placeres,
con delitos termina la carrera
de su vida fugaz. ¡Ay!, todo, todo
nace para morir: llegará el día,
en que, hundido en la nada el universo
la justicia de Dios tiemble el malvado:
el caos volverá; la infausta, trompa
sonará en los sepulcros, y a sus ecos
alzará el criminal del frío polvo
la frente descarnada; en ella impresa
de su condenación la seña horrible
por el santo decreto irá grabada.

No así el mortal, que la virtud siguiendo
vivió en el mundo para dar alivio
a la doliente humanidad; él llega
sin temblar ante el trono de un Dios justo,
y allí recibe la inmortal corona
que eternamente lo hace venturoso.

Y tú, alma bella de mi dulce amiga,
tú, que existías para ser amparo
de la infelicidad, ¡con cuánta gloria
habrá premiado tu piedad el cielo!
De alegría mi mente arrebatada 
tu benéfica imagen me presenta
en esta soledad: te ven mis ojos,
cual otro tiempo en tu mansión solías,
cercada de infinitos miserables
su indigencia aliviar con larga mano.
¡Ah! Perdieron en ti todo su auxilio;
y la ilusión de tu adorada sombra
huye de mí, cual vagarosa nube,
al eco de sus gritos lamentables.

En tu sepulcro sus gemidos oigo,
mezclados con inmensas bendiciones,
que a tu memoria sin cesar tributan.
Y yo ¿qué diré en tanto? Yo que tuve
en ti una amiga fiel, una defensa
contra mi adversidad. ¿Pintaré acaso
tu admirable talento, el noble fuego
de tu imaginación, las gracias todas,
que en tus acciones sin cesar brillaban,
aquel carácter franco y generoso,
que arrastraba hacia ti los corazones;
o tu genio inmortal, que de las artes
protegió noblemente las tareas?

No: que en vano será. Tú, en la memoria
de cuantos disfrutaron las delicias
de tu dulce amistad, vivirás siempre.
Mi voz en vano cantará tu elogio,
cuando la gratitud de los mortales
publica tu virtud; y por modelo 
te presenta a la vista de los hombres,
que a la indigencia niegan el socorro.

Así, mi acento solamente puede
a sus ecos unirse, y de la parca
lamentar el rigor: su rabia impía
nos privó con un golpe anticipado
de todas tus virtudes: ya en la tumba
en paz descansas, y mi llanto inútil
no puedes ver, ni escuchas mis sollozos.

¡Ay! Ya no existes; pero el premio gozas
de tu beneficencia. Si las almas
en la inmortalidad a unirse vuelven,
¡Oh dulce, amiga!, cesan mis lamentos,
y el canto dejo; pues la noche fría
también expira al despuntar el día.

María Rosa de Gálvez, también conocida como María Rosa Gálvez de Cabrera



La vanidad de los placeres

Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?

Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.

Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.

Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.

El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.

Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.

Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.

Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.

Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.

En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
y deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.

Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.

¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.

María Rosa Gálvez de Cabrera



"Las Poesías líricas impresas en este tomo son por la mayor parte hijas de las circunstancias, y sólo las presento como una prueba de lo que he podido adelantar en este género. [...] confieso ingenuamente que no es mi ánimo entrar en competencias literarias con los que corren como poetas entre nosotros. Conozco la diferencia que hay entre unos talentos mejorados por el estudio, y una imaginación guiada sólo por la naturaleza."

María Rosa Gálvez de Cabrera


Oda a un amante de las artes de imitación

Oh tú, que protector del genio hispano
elevas la abatida lira mía,
desde el obscuro seno,
do el velo del olvido la cubría,
hasta el supremo asiento, que previene
la fama a la divina poesía;
ti consagraré tan dulce empleo;
a ti que amas el arte imitadora,
de la música hermana,
y del alma sensible encantadora.

Seguid mi canto, de placer henchidas,
cítaras de la Iberia;
Amira, alzando el humillado acento,
preconiza la ciencia de Helicona;
y esparce por el viento
los resonantes metros de la Hesperia.
Si de la antigüedad el heroísmo
de los tiempo alcanza el raudo vuelo, 
y las puras virtudes celestiales
fueron a par del mundo eternizadas,
por vosotros, Poetas inmortales,
nuestra edad llegaron; de los siglos
las inmensas tinieblas arrostrando,
de anonadar al hombre con su fama
a la huesa arrancáis el triste fuero.

Tal es el arte del divino Homero.
De Homero, que en el templo venturoso
de las musas sentado,
su nombre llevará de gente en gente,
ornada de laurel la heroica frente.
Él enseñó la senda de la gloria
al sublime Virgilio,
y en pos de ellos el Taso
se coronó en la cumbre del Parnaso.

¡Oh! felices vosotros,
genios de imitación, que de su ejemplo
osáis seguir la huella, vencedora;
vuestra lira sonora
ensalza, la virtud, destruye el vicio;
y si cantáis los males, que a la tierra
trajo la horrible guerra,
que adula el corazón del hombre fiero;
detestando las iras del combate,
su mano arroja el homicida acero,
odiando la victoria,
que de sangre manchara su memoria. 

De Melpomene augusta los furores
la Grecia nos presenta, embellecidos
por sus sabios autores;
ellos de pompa y majestad vestidos
los héroes de su edad eternizaron;
del ciego fatalismo el duro imperio
a los futuros tiempos demostraron,
y abominando el crimen,
dieron la compasión a la inocencia,
y el sangriento terror a la violencia.

Émulas de su triunfo las naciones
sus felices talentos dedicaron
a mover los sensibles corazones.
En vano tantos siglos de ignorancia
opusieron su espacio tenebroso
a tan noble anhelar; al fin hollaron
los genios de la Italia su barbarie,
y los hijos del Támesis undoso,
rivales de la España,
emprendieron también igual hazaña;
Corneille la atrevida mente alzando
al trágico coturno,
de tantos los desvelos superando,
al gran Racine demostró la senda
del trono de la regia Melpomene,
el que Voltaire y Crebillon ornaron,
y en la margen del Sena lo fijaron.
La lírica corona Euterpe ofrece 
sin competencia al tierno Metastasio;
a Horacio dio Polimnia las sentencias
de la pura moral filosofía;
y tú, Erato, tus versos amorosos
a Ovidio y a Catulo.
A Propercio y Tibulo,
hasta que Gésner con suave canto
en metros armoniosos,
retrata de natura el rico manto,
y su numen sencillo
presta a los prados nuevo ser y brillo.

El Siglo de Oro de la España llega,
y las sagradas musas a porfía
a los hijos del Tajo concedieron
su inspiración feliz; ellos volaron
al teatro español, que embellecieron
con sus divinas gracias florecientes,
abriendo la carrera,
que después imitó la Europa entera.

También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar; celebra Atenas
a la dulce Corina;
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado;
que el mérito fue siempre desgraciado.

Tú, tierna musa, de la Galia encanto,
sensible Deshoulieres, guiando el coro 
de festivas zagalas y pastores,
a Gésner imitando,
de la inocencia cantas los amores;
Apolo el don de ciencia, tan divina;
a ti concede, a Safo y a Corina.

Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará; y arrebatada
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
¡Oh feliz elección, grato consuelo
de mis inmensos males!
¡Oh lira bien hadada!
De tu armonía el atrevido vuelo
resuena en la morada,
donde tu protector la mente inclina
a elevar de tu numen las tareas;
y como de la fuente cristalina
los humildes raudales
aspiran a llegar al Océano,
cayendo de los montes despeñada,
girando por el llano,
corriendo entre colinas desiguales,
las rocas evitando apresurada,
hasta que en la cascada
del soberbio torrente impetuoso
sus aguas junta, el curso facilita,
y al ancho mar con él se precipita:
así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen, y el temor desprecian.

Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama;
tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce,
que le sirva de basa, el justo elogio
que te consagro, se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.

María Rosa Gálvez de Cabrera



Safo

Noche desoladora, fiel imagen
de mis continuos bárbaros tormentos,
no cese tu rigor, no tus furores;
el hórrido silbido de los vientos,
el rayo desprendido de la esfera,
el ronco son del pavoroso trueno
halaga un corazón desesperado.
¡Ah! perezca en tu horror el universo,
perezca la morada que mantiene
al hombre entre los hombres más perverso;
anégale en tus aguas, mar undoso,
y entre tus ondas su cadaver yerto
suba al Olimpo y del Olimpo baje
a sepultarse en el profundo averno;
mas tú te calmas; ¿eres insensible
a mi fatal plegaria, a mis lamentos?
¿Eres como Faon? ¡ay! ni su nombre
piadoso vuelve a repetir el eco.
¡Espantosa quietud! Todo enmudece,
y al tormentoso horror sigue el silencio.
Las negras furias que mi amor persiguen
me privan hasta el bárbaro consuelo
de ver el orbe vacilar al choque
de los embravecidos elementos.
Vecina el alba, volverá a la tierra
el marchito verdor; placido el cielo
ofrece al fin serenidad y vida.
Hoy, por la última vez, el firmamento
verán mis ojos de llorar cansados.
Sol, apresura tu brillante vuelo;
verás a Safo en su postrera angustia
perecer, u olvidar su ingrato dueño.

María Rosa Gálvez de Cabrera






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