Cómo marcar el inicio del bello canto del divino Dioniso
Cómo marcar el inicio del bello canto del divino Dioniso,
el ditirambo, sé yo, cuando el vino fulmina mis entrañas.
Arquíloco de Paros
Corazón
Corazón, corazón de irremediables penas agitado,
¡álzate! Rechaza a los enemigos oponiéndoles
el pecho, y en las emboscadas traidoras sostente
con firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,
ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa.
En las alegrías alégrate y en los pesares gime
sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano.
Arquíloco
De sí mismo
Amor, dentro del pecho
un cruel ardor moviendo,
de nieblas fue envolviendo
mi vista a mi despecho
y, con ánimo avieso,
del débil corazón me robó el seso,
y así, infeliz ahora
por voluntad del cielo,
lleno de desconsuelo
y rendido a deshora
y al tiempo traspasado,
del hueso hasta la médula ha calado.
Arquíloco
Es la misericordia blanda diosa
con los que de la vida al fin llegaron
y con los que la gozan venturosos
es rígida la envidia de igual modo.
Arquíloco
He de decirte, amado compañero,
y bien sé yo que has de gustar de oírlo,
que ames con verdad y sin cansarte,
no obstante sin hablarle, al afligido.
Arquíloco
La estación de la fuga
…si bajo poderosa fuerza de un dios
no hay que llamarlo flojera o vileza,
está bien que nos lanzáramos a huir de males devastadores. Huir tiene su temporada.
También una vez Télefo, el descendiente de Arcas, él solo,
espantó a todo el ejército de los argivos, y no mucho resistieron
esos valientes (tanto los espantaba la suerte de los dioses
a ellos, que iban armados con lanzas). El río Caicos, de buena corriente,
quedó atestado de los que caían muertos, y también
la llanura misia. Sobre la orilla del mar muy estruendoso
eran masacrados por la mano de ese despiadado mortal
los aqueos de buenas grebas, que se dispersaban a la desbandada:
con entusiasmo corrían a embarcarse en las naves que cruzan el mar
estos hijos y hermanos de inmortales, a quienes Agamenón
llevaba a hacer la guerra a Ilión, la sagrada.
Pero en ese momento, desviados de su camino, habían llegado a esta costa
y recalaron en la espléndida ciudad de Teutras;
allí resollaban la furia, lo mismo los hombres que los caballos,
inmensamemente afligidos los ánimos en su desvarío,
pues se figuraban que ya asaltarían la ciudad de los troyanos, de altas puertas,
y en vano pisaban Misia, rica en grano.
Y vino a su encuentro Heracles, clamando por su hijo de corazón bravo, Télefo,
despiadado centinela en la guerra devastadora,
el que excitó en los dánaos la vergonzosa estampida
cuando los enfrentó él solo, complaciendo a su padre…
Arquíloco
Que de nada se debe desesperar
No hay cosa alguna de que el hombre pueda
desesperar ni que sea imposible,
ni nada hay admirable e increíble
desde que Zeus la luz serena y leda
la tornó en noche horrible;
se ocultó el sol a la mitad del día
y en los míseros hombres de repente
se difundió el pavor: la humana gente
de nada, pues, desesperar debía
desde aquel accidente.
Que nadie así se admire de que acaso
trueque con el delfín pastos la fiera,
que esta a la tierra el mar tal vez prefiera
y aquel el alto monte, en igual caso,
más que a las ondas quiera.
Arquíloco
Si bajo poderosa fuerza de un dios…
… si bajo poderosa fuerza de un dios
no hay que llamarlo flojera o vileza,
está bien que nos lanzáramos a huir de males devastadores. Huir tiene su temporada.
También una vez Télefo, el descendiente de Arcas, él solo,
espantó a todo el ejército de los argivos, y no mucho resistieron
esos valientes (tanto los espantaba la suerte de los dioses
a ellos, que iban armados con lanzas). El río Caicos, de buena corriente,
quedó atestado de los que caían muertos, y también
la llanura misia. Sobre la orilla del mar muy estruendoso
eran masacrados por la mano de ese despiadado mortal
los aqueos de buenas grebas, que se dispersaban a la desbandada:
con entusiasmo corrían a embarcarse en las naves que cruzan el mar
estos hijos y hermanos de inmortales, a quienes Agamenón
llevaba a hacer la guerra a Ilión, la sagrada.
Pero en ese momento, desviados de su camino, habían llegado a esta costa
y recalaron en la espléndida ciudad de Teutras;
allí resollaban la furia, lo mismo los hombres que los caballos,
inmensamente afligidos los ánimos en su desvarío,
pues se figuraban que ya asaltarían la ciudad de los troyanos, de altas puertas,
y en vano pisaban Misia, rica en grano.
Y vino a su encuentro Heracles, clamando por su hijo de corazón bravo, Télefo,
despiadado centinela en la guerra devastadora,
el que excitó en los dánaos la vergonzosa estampida
cuando los enfrentó él solo, complaciendo a su padre…
Arquíloco
Soy un servidor del soberano Enialio
conocedor del amable don de las Musas.
De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza
el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo.
Arquíloco
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