DAYA. —¿Vuestra? ¿Reha vuestra?
NATHAN. —¡Si tuviera que desacostumbrarme a llamar mía a esa criatura! DAYA. —¿Llamáis vuestro con el mismo derecho a todo lo que poseéis?
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
… el hombre prefiere siempre un hombre a un ángel
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
NATHAN. —¡Orgullo y nada más que orgullo! A la vasija de
hierro le gusta que la saquen del fuego con tenazas de plata para figurarse que
también ella es de plata. ¡Bah! — Y preguntas qué importa, que qué importa. ¿Y
para qué sirve?, podría contrapreguntarte yo sin más. Porque eso que dices de
«sentirse uno más cerca de Dios», eso es absurdo, o blasfemia. Por supuesto que
importa; ya lo creo que importa. ¡Venid! Escuchadme. ¿Verdad que al ser que te salvó
sea ángel u hombre querrías, tú en particular, servirlo reiteradamente en
muchas y grandes cosas? ¿Verdad que sí? Ea pues; a un ángel ¿qué servicios, qué
grandes servicios podéis prestarle vosotras? Podéis darle gracias; dirigirle
suspiros, y rezarle; podéis derretiros de arrobamiento por él; podéis ayunar el
día de su fiesta, y repartir limosnas. Todo eso es nada. Porque en todos esos
casos me parece que vosotras y vuestros vecinos salís ganando mucho más que él.
No será él quien engorde con vuestros ayunos; no lo enriquecerán vuestras
caridades; no será más glorioso por vuestro fervor; no será más poderoso por
vuestra confianza. ¿Verdad? ¡Sólo un hombre!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
NATHAN. —¡Orgullo y nada más que orgullo! A la vasija de
hierro le gusta que la saquen del fuego con tenazas de plata para figurarse que
también ella es de plata. ¡Bah! — Y preguntas qué importa, que qué importa. ¿Y
para qué sirve?, podría contrapreguntarte yo sin más. Porque eso que dices de
«sentirse uno más cerca de Dios», eso es absurdo, o blasfemia. Por supuesto que
importa; ya lo creo que importa. ¡Venid! Escuchadme. ¿Verdad que al ser que te
salvó sea ángel u hombre querrías, tú en particular, servirlo reiteradamente en
muchas y grandes cosas? ¿Verdad que sí? Ea pues; a un ángel ¿qué servicios, qué
grandes servicios podéis prestarle vosotras? Podéis darle gracias; dirigirle
suspiros, y rezarle; podéis derretiros de arrobamiento por él; podéis ayunar el
día de su fiesta, y repartir limosnas. Todo eso es nada. Porque en todos esos
casos me parece que vosotras y vuestros vecinos salís ganando mucho más que él.
No será él quien engorde con vuestros ayunos; no lo enriquecerán vuestras
caridades; no será más glorioso por vuestro fervor; no será más poderoso por
vuestra confianza. ¿Verdad? ¡Sólo un hombre!
DAYA. —Ah, claro; para hacer algo por él, un hombre se hubiera prestado más. ¡Y bien sabe Dios lo dispuestas que estábamos nosotras! Sólo que él no quería y no necesitaba completamente nada; estaba satisfecho en sí mismo y consigo, tanto como sólo lo están los ángeles, como sólo pueden estarlo los ángeles.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
NATHAN. —¡Obligado! ¡Un derviche! ¿Un derviche obligado a
algo? Ningún hombre tendría que estar obligado a nada, ¿y un DERVICHE tendría
que estar obligado a algo? Y ¿a qué estaría obligado?
DERVICHE. —A cuanto se le pida con razón y considere él bueno; a eso está obligado.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
DERVICHE —Lo cierto es que no sirve de nada que los
príncipes sean buitres entre carroñas. Claro que, si son carroñas entre
buitres, sirve diez veces menos.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Así de delicioso sonaba el reclamo del pajarero hasta que el
frailecillo estuvo en las redes. ¡Pájaro bobo de mí! ¡Pájaro fatuo de un pájaro
fatuo!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
NATHAN —Al-Hafi, procura volverte pronto a tu yermo. Me temo
que, entre los hombres precisamente, llegues a desaprender a ser hombre.
DERVICHE —Justo eso temo yo también. ¡Adiós!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —¿A qué? Hace mucho tiempo que no he comido carne.
Pero, ¿qué más da? Bien maduros están los dátiles.
HERMANO LEGO —Tenga cuidado el señor con esa fruta. Tomada en exceso, no sienta bien; estriñe el bazo; hace melancólica la sangre.
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Nathan El Sabio
Da a los pobres, ciertamente, y les da a pesar de Saladino.
Y si no da tanto, dalo empero tan a gusto, y también al margen de toda
ostentación. Judíos y cristianos y musulmanes y parsis, todo es uno para él.
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Nathan El Sabio
SALADINO —Pero no querrás quitarle lo suyo con violencia, ¿verdad, hermana?
SITA —Bueno, ¿a qué llamas tú violencia? ¿Quitarlo a fuego y espada? No, no; ¿qué más violencia hace falta con los débiles que su propia debilidad?
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
El hombre grande necesita mucho terreno en todas partes; y
plantados varios de ellos demasiado cerca unos de otros, las ramas se destrozan
enseguida. En cambio, medianías como nosotros, se las encuentra en abundancia
por todas partes. Basta con que el uno no le ponga sambenitos al otro. Basta
con que el matojo se lleve amablemente con el arbusto. Basta con que la copa no
se jacte de que sólo ella no brota de la tierra.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
¡Ah, si hubiera encontrado yo en vos a uno de esos a quienes
basta con llamarse hombre!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Yo, que nunca mendigué por mí, tengo que pedir prestado por
otros. Pedir prestado no es mucho mejor que mendigar; igual que prestar,
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Quien no es capaz de decidirse de golpe y porrazo a vivir
para sí mismo, ése vivirá por siempre como esclavo de otros.
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Nathan El Sabio
¿Qué Dios es ése del que se apropia el hombre, y que ha de hacer que combatan por Él?
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
SALADINO —¿Nathan el sabio?
NATHAN —No.
SALADINO —Bueno, no te lo llamas tú, te lo dice el pueblo.
NATHAN —Puede ser. ¡El pueblo!
SALADINO —¡No creerás que tengo una opinión despectiva de la voz del pueblo! Hace mucho tiempo que deseo conocer al hombre que aquél llama el sabio.
NATHAN —¿Y si lo llamara así en son de burla; si, al decir sabio, no quisiera decir más que prudente y no llamara prudente más que a quien sabe bien lo que le conviene?
SALADINO —¿Te refieres a lo que le conviene verdaderamente?
NATHAN —En ese caso, el más interesado sería el más prudente. Así, prudente y sabio sí que sería lo mismo.
SALADINO —Veo que pruebas lo que quieres impugnar. Lo que conviene verdaderamente al hombre, el pueblo no lo conoce, pero tú sí. Al menos, procuraste conocerlo; meditaste sobre ello: sólo esto hace ya al sabio, también.
NATHAN —Al que se imagina ser cada uno.
SALADINO —Bueno, ¡dejémonos de modestia! Porque estarse escuchándola todo el tiempo, cuando lo que uno espera es razón a secas, causa fastidio.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
SALADINO —La contribución que de ti espero, tampoco es
precisamente ésa. De ello ya sé cuánto me hace falta. En una palabra;
NATHAN —Mándame, Sultán.
SALADINO —Solicito tus enseñanzas en otro terreno muy distinto, muy distinto. Puesto que eres tan sabio, a ver si me dices ¿cuál es la fe, cuál es la ley que te ha iluminado más?
NATHAN —Sultán, ¡yo soy judío!
SALADINO —Y yo musulmán. El cristiano está entre nosotros. Sólo una de estas tres religiones puede ser la verdadera. Un hombre como tú no puede quedarse en el sitio donde lo arrojara la casualidad del nacimiento; o, si se queda, lo hace porque ha examinado, razonado y escogido lo mejor. Pues bien, hazme participe de tu entendimiento. Dime las razones a cuya cavilación no tuve yo tiempo de entregarme. Dame a conocer por supuesto en confianza— la elección que determina dichas razones, para poderlas hacer yo mías. ¿Cómo? ¿Te sorprendes? ¿Me sopesas a ojo? Bien pudiera ser yo el primer Sultán que da en tal capricho, que, por lo demás, tampoco me parece tan indigno de un Sultán. ¿No es cierto? ¡Así que habla, pues: di! A no ser que quieras un momento para reflexionar. Bien, te lo doy.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Cada cual recibió del padre su anillo, pues crea cada cual
con seguridad que su anillo es el auténtico.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
NATHAN —Me sorprendéis, joven caballero.
TEMPLARIO —¿Os sorprendo yo? ¿Con vuestros propios pensamientos os sorprendo yo, Nathan? ¿No será que los desconocéis puestos en mi boca? ¿Os sorprendo yo?
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —¡Ya la he visto más que bastante! Muy capaz es el
cerebro del hombre, ¡pero a veces se llena de pronto con tan poca cosa, con una
nonada se llena de pronto! No sirve de nada, no sirve de nada: ya puede estar
lleno de lo que sea. Pero, en fin, ¡paciencia! Bien pronto el alma comprime todo
ese material atiborrante, se hace sitio, y vuelven la luz y el orden. Porque,
¿es la primera vez que amo? ¿O es que no era amor lo que creía yo que lo era?
¿Sólo es amor lo que siento ahora?…
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Quien mucho sabe, muchas preocupaciones tiene, y yo he
preferido ser hombre de un solo cuidado.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —Todo lo que me llega de ti, sea lo que sea, todo
está ya en mi alma en forma de deseo.
SALADINO —Vamos a hacer la prueba enseguida. ¿Te quedarías en mi casa? ¿En mi compañía? Como cristiano, como musulmán; ¡lo mismo da! De capa blanca o chilaba, de turbante o con tu fieltro; ¡como quieras! ¡Lo mismo da! Nunca he exigido que a todos los árboles les salga la misma corteza.
TEMPLARIO —De lo contrario no serías ni mucho menos el que eres: ese héroe que preferiría ser jardinero de Dios.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —¡Pero como en este mundo tiene todo tantos
aspectos! ¡Muchas veces no es posible imaginar cómo cuadrarán!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
SALADINO —¡Tan impasible! ¡No, joven! ¡No hay que ser tan
impasible cuando Dios hace algo bueno por medio nuestro! ¡Incluso por modestia
no hay que adoptar esa apariencia tan impasible!
TEMPLARIO —¡Pero como en este mundo tiene todo tantos aspectos! ¡Muchas veces no es posible imaginar cómo cuadrarán!
SALADINO —¡Atente sólo al mejor aspecto siempre, y alaba a Dios! Él sabe cómo hacerlos cuadrar.
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Nathan El Sabio
TEMPLARIO —La superstición en que nos hemos criado, por más
que la descubramos, no pierde su poder sobre nosotros No son libres todos los
que se ríen de sus cadenas.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
¡Qué alivio, poder ir por el mundo sin nada que ocultar a
nadie!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —Tampoco es manco el ardid: por delante de la
infamia envían el candor, la sencillez.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —Tampoco es manco el ardid: por delante de la
infamia envían el candor, la sencillez.
NATHAN —Sí; la sencillez boba, no la piadosa.
TEMPLARIO —En la piadosa no cree ningún patriarca.
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
REHA —¡Ay, pobre mujer! te lo voy a decir es cristiana;
tiene que atormentar por amor; es una do esas fanáticas que se jactan de conocer
¡el único camino verdadero de que dispone el hombre para encaminarse hacia
Dios!
Gotthold Ephraim Lessing
Nathan El Sabio
Pero, ¿es que el padre lo hace la sangre, sólo la sangre?
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SITA —¡No la hagas sonrojarse!
SALADINO —Eso es evidentemente lo que me he propuesto. El rubor hace guapas a las feas; ¿cómo no va a hacer más guapas a las guapas?
Gotthold Ephraim Lessing
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Si uno no tiene miedo de perder algo, es porque nunca creyó
poseerlo ni lo deseó nunca.
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Lleva su careta, no su corazón.
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Nathan El Sabio
SALADINO —(Al TEMPLARIO) ¿Tramposos? ¿Cómo? ¿Eso crees tú?
¿Eso eres capaz de pensar? ¡Tramposo serás tú! ¡En ti es todo una mentira: el
rostro, la voz, los andares! ¡No es tuyo nada!
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NATHAN. —¡Si tuviera que desacostumbrarme a llamar mía a esa criatura! DAYA. —¿Llamáis vuestro con el mismo derecho a todo lo que poseéis?
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DAYA. —Ah, claro; para hacer algo por él, un hombre se hubiera prestado más. ¡Y bien sabe Dios lo dispuestas que estábamos nosotras! Sólo que él no quería y no necesitaba completamente nada; estaba satisfecho en sí mismo y consigo, tanto como sólo lo están los ángeles, como sólo pueden estarlo los ángeles.
Nathan El Sabio
DERVICHE. —A cuanto se le pida con razón y considere él bueno; a eso está obligado.
Nathan El Sabio
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HERMANO LEGO —Tenga cuidado el señor con esa fruta. Tomada en exceso, no sienta bien; estriñe el bazo; hace melancólica la sangre.
Nathan El Sabio
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SALADINO —Pero no querrás quitarle lo suyo con violencia, ¿verdad, hermana?
SITA —Bueno, ¿a qué llamas tú violencia? ¿Quitarlo a fuego y espada? No, no; ¿qué más violencia hace falta con los débiles que su propia debilidad?
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¿Qué Dios es ése del que se apropia el hombre, y que ha de hacer que combatan por Él?
Nathan El Sabio
NATHAN —No.
SALADINO —Bueno, no te lo llamas tú, te lo dice el pueblo.
NATHAN —Puede ser. ¡El pueblo!
SALADINO —¡No creerás que tengo una opinión despectiva de la voz del pueblo! Hace mucho tiempo que deseo conocer al hombre que aquél llama el sabio.
NATHAN —¿Y si lo llamara así en son de burla; si, al decir sabio, no quisiera decir más que prudente y no llamara prudente más que a quien sabe bien lo que le conviene?
SALADINO —¿Te refieres a lo que le conviene verdaderamente?
NATHAN —En ese caso, el más interesado sería el más prudente. Así, prudente y sabio sí que sería lo mismo.
SALADINO —Veo que pruebas lo que quieres impugnar. Lo que conviene verdaderamente al hombre, el pueblo no lo conoce, pero tú sí. Al menos, procuraste conocerlo; meditaste sobre ello: sólo esto hace ya al sabio, también.
NATHAN —Al que se imagina ser cada uno.
SALADINO —Bueno, ¡dejémonos de modestia! Porque estarse escuchándola todo el tiempo, cuando lo que uno espera es razón a secas, causa fastidio.
Nathan El Sabio
NATHAN —Mándame, Sultán.
SALADINO —Solicito tus enseñanzas en otro terreno muy distinto, muy distinto. Puesto que eres tan sabio, a ver si me dices ¿cuál es la fe, cuál es la ley que te ha iluminado más?
NATHAN —Sultán, ¡yo soy judío!
SALADINO —Y yo musulmán. El cristiano está entre nosotros. Sólo una de estas tres religiones puede ser la verdadera. Un hombre como tú no puede quedarse en el sitio donde lo arrojara la casualidad del nacimiento; o, si se queda, lo hace porque ha examinado, razonado y escogido lo mejor. Pues bien, hazme participe de tu entendimiento. Dime las razones a cuya cavilación no tuve yo tiempo de entregarme. Dame a conocer por supuesto en confianza— la elección que determina dichas razones, para poderlas hacer yo mías. ¿Cómo? ¿Te sorprendes? ¿Me sopesas a ojo? Bien pudiera ser yo el primer Sultán que da en tal capricho, que, por lo demás, tampoco me parece tan indigno de un Sultán. ¿No es cierto? ¡Así que habla, pues: di! A no ser que quieras un momento para reflexionar. Bien, te lo doy.
Nathan El Sabio
Nathan El Sabio
TEMPLARIO —¿Os sorprendo yo? ¿Con vuestros propios pensamientos os sorprendo yo, Nathan? ¿No será que los desconocéis puestos en mi boca? ¿Os sorprendo yo?
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SALADINO —Vamos a hacer la prueba enseguida. ¿Te quedarías en mi casa? ¿En mi compañía? Como cristiano, como musulmán; ¡lo mismo da! De capa blanca o chilaba, de turbante o con tu fieltro; ¡como quieras! ¡Lo mismo da! Nunca he exigido que a todos los árboles les salga la misma corteza.
TEMPLARIO —De lo contrario no serías ni mucho menos el que eres: ese héroe que preferiría ser jardinero de Dios.
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Nathan El Sabio
TEMPLARIO —¡Pero como en este mundo tiene todo tantos aspectos! ¡Muchas veces no es posible imaginar cómo cuadrarán!
SALADINO —¡Atente sólo al mejor aspecto siempre, y alaba a Dios! Él sabe cómo hacerlos cuadrar.
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NATHAN —Sí; la sencillez boba, no la piadosa.
TEMPLARIO —En la piadosa no cree ningún patriarca.
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SALADINO —Eso es evidentemente lo que me he propuesto. El rubor hace guapas a las feas; ¿cómo no va a hacer más guapas a las guapas?
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