El parto

La casa de los batracios era un remanso, una laguna, y los ojos abultados de los sapos recibían sin parpadeos los rayos de la luna llena.

Afuera, colgada de la rama de una ceiba, una perra rabiosa ahorcada en el crepúsculo era despedazada a garrotazos por las sombras.

Adentro, una mujer gritaba de dolor.

—¡Ay, ay, aaay! Ya no… nooooo.

Los sapos inflaban y desinflaban su abdomen, ampuloso y áspero.

El cuerpo de la parturienta estaba enjuto y pálido. Tenía las manos prendidas al cabello, los ojos desorbitados, los labios entreabiertos, los dientes blancos, las encías grises y secas como la ceniza.

Las ranas abrían y cerraban los ojos y la boca, al ritmo de su coro infernal.

—Listo. Ya, ya, ya. Ya pasó todo.

Una mujer vestida de negro levantó una de sus manos; sostuvo en el aire, sujetándolo de las piernas, una criatura con la cabeza hacia abajo y dijo satisfecha:

—¡Aarón! Antonia se murió, pero tu hijo vive.

El tronar de las teas de pino blanco que medio alumbraban el interior de la choza, se mezcló con el ulular del viento.

Aarón, hombre del campo, se levantó del rincón donde, silencioso, sudando frío, había permanecido en cuclillas, para acercarse al cadáver de su mujer. Al verla, se imaginó que ella soltaba una carcajada; se llevó las manos al rostro y las bajó lentamente para fijar la mirada sobre su hijo que tenía los ojos muy saltones, la boca grande, muy grande, y los dedos de sus manos unidos por una capa delgada.

—¡Mi hijo! —gritó Aarón, enloquecido.

La criatura abrió entonces la boca y dijo:

—Croac… croac…

Leopoldo Borras


Hipótesis

La gripe es una enfermedad peligrosa.
Yo conocí una niña en nochebuena, quien soportó la enfermedad sin quejarse.
Le subió la fiebre hasta más allá de lo inconmensurable.
Ardió su cuerpo, su ropa, la cama, la recámara, la casa, una manzana entera, su barrio, la ciudad...
Las llamas se extendieron a todo el universo que entonces comenzó a formarse como le conocemos hoy.

Leopoldo Borras



La Danta

La Danta es un animal común en las selvas de Chiapas. Muchos cazadores lo han encontrado en su camino. Todos coinciden en lo mismo: es de tamaño descomunal y se asemeja al tapir. Es inofensivo, pero muchos cazadores se han muerto de miedo al verlo solamente.

Y es que se aparece de pronto en la vereda y su cuerpo bloquea el paso al caminante.

Los ojos de La Danta son fosforescentes, tanto que, si se les ve fijamente, causan ceguera en cuestión de segundos. Sus patas tienen una particularidad poco común en los animales de pezuña: no dejan huellas y por eso nadie ha podido cazarle.

Los más viejos indígenas de la región han aconsejado siempre que al encontrar una Danta en el camino no hay que verla a los ojos, ya que entonces desaparece en un instante.

Por eso, quienes le han visto y no han muerto de miedo, prefieren no contarlo.

Los incrédulos dicen que la Danta existe sólo en la imaginación.

Leopoldo Borras











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