"Es como una frecuencia, una emisora de radio. Si me abro, aparece. Me gusta pensar que “viene del cielo”, como decía Mozart.
Nunca se agota. Si acaso, tengo que apagarla."

Tony Cicoria



"Estaba hablando con mi madre por teléfono. Llovía ligeramente y se oían truenos a lo lejos. Mi madre colgó. Cuando me alcanzó, me encontraba a unos treinta centímetros del teléfono. Recuerdo una potente luz que salía del aparato y que me dio en la cara. Lo siguiente que recuerdo es que volaba hacia atrás.
Luego me encontré volando hacia delante. Espantado, miré a mi alrededor. Vi mi propio cuerpo en el suelo. Me dije: “mierda, estoy muerto”. Vi a gente apiñándose junto a mi cuerpo. Vi a una mujer —que hacia cola en el teléfono justo detrás de mí— inclinarse sobre mi cuerpo y tratar de reanimarlo… Subí flotando hacia las estrellas, junto con mi conciencia. Vi a mis hijos, supe que estarían bien. Después me rodeó una luz blancoazulada… Una sensación inmensa de paz y bienestar. Los momentos álgidos y los peores momentos de mi vida pasaban aceleradamente junto a mí. Sin ninguna emoción asociada…, puro pensamiento, puro éxtasis. Tuve la sensación de acelerar, de ser arrastrado… No había sino velocidad y dirección. Y justo cuando me decía: “Ésta es la sensación más fantástica que he tenido nunca”, ¡zas!, estaba de vuelta."

Tony Cicoria



"Cuando me desperté tras el accidente me desperté enfadado, porque era muy doloroso y no quería estar allí. Pude levantarme y caminar, así que mi familia me metió en el coche y me llevó a casa. Eso fue el comienzo de todo. Estaba un poco ofuscado al principio, pero a las semanas se me pasó y empecé a sentir un deseo enorme de escuchar música clásica. Así que compré un CD de Vladimir Ashkenazy, un pianista ruso famoso, en el que interpretaba su pieza favorita de Chopin, y comencé a escucharlo sin parar. Luego hice que todo el mundo lo escuchara. Estoy seguro de que se hartaron. Pero luego me di cuenta de que necesitaba más. Tenía que aprender a tocarlo.
No sabía qué hacer con las manos y me costaba entender los detalles. Fue duro, pero empecé a aprender por mi cuenta. Poco después, tuve un sueño alucinante. Estaba caminando y me veía en un escenario tocando. Y mientras cruzaba el escenario, me daba cuenta de que no estaba interpretando canciones de otros, estaba tocando mis propias composiciones. Y la música terminó con un fuerte impacto que me despertó.
Me levanté y fui al piano del salón. Comencé a tocar algunas de las notas que había escuchado, pero no sabía cómo escribirlas, así que pensé, a la mierda, y me volví a dormir. Pero desde entonces, cada vez que tocaba el piano, tenía la canción en la cabeza y era siempre la misma. Si trataba de ignorarla, sonaba más fuerte. Así que me obsesioné.
Me despertaba a las cuatro en punto y practicaba hasta que tenía que irme a trabajar, a las seis. Pasaba doce horas en el trabajo, volvía, estaba una hora con los niños -que era una especie de ritual- y volvía a practicar hasta medianoche, cuando no podía ver más.
Cuando me sentaba al piano, escuchaba la canción del sueño. Solía escribir medidas o una línea y lo guardaba en un cajón, pensando, bueno, alguna vez volveré a ello. Finalmente, un día, cogí todos los trozos de papel que había acumulado en los cajones, me senté y pasé los siguientes siete meses componiendo la canción de mi sueño de una forma que alguien pudiera leerla."

Tony Cicoria


“Mi madre insistió en que tomara clases de piano cuando tenía siete años. Pero estuve tocando un año y le dije: ‘No voy a hacerlo más’.”

Tony Cicoria


"Un día, Oliver Sacks me llamó y me dijo: "Quiero publicar tu historia en mi libro. Saldrá en the New Yorker el 23 de julio". Y de repente, el teléfono no paraba de sonar. Una de las personas que me llamó fue el jefe del departamento de música de la Universidad Estatal de Nueva York. Me dijo: "¿Te gustaría tocar en el Performing Arts Center?", y me convenció. No tenía ni idea de en lo que me estaba metiendo."

Tony Cicoria

















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