«¿Cuándo volverán?»
Me han hecho esta pregunta innumerables veces, y me la han
hecho las personas que han leído mis libros, entendiendo por «ellos» a los
anunnaki, los extraterrestres que llegaron a la Tierra desde su planeta,
Nibiru, y que fueron reverenciados como dioses en la antigüedad. ¿Será cuando
Nibiru, en su alargada órbita, vuelva a las inmediaciones de la Tierra? ¿Y qué
ocurrirá entonces? ¿Habrá oscuridad en mitad del día y la Tierra saltará en
pedazos? ¿Habrá paz en la Tierra, o tendrá lugar el Harmaguedón? ¿Habrá un
milenio de trastornos y tribulaciones, o acaecerá la Segunda Venida mesiánica?
¿Ocurrirá en 2012, después de 2012, o no ocurrirá?
Se trata de preguntas profundas en las que se combinan las
esperanzas y las ansiedades más arraigadas de las personas con las expectativas
y las creencias religiosas; preguntas que adquieren realce con los
acontecimientos actuales: guerras en las tierras en las que se entrelazaron las
vidas de dioses y hombres, amenazas de holocaustos nucleares y la alarmante
ferocidad de los desastres naturales. Son preguntas que no me atreví a
responder en todos estos años, pero cuya respuesta, ahora, no se puede (no se
debe) diferir más.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos, Prefacio
En estas tres situaciones apocalípticas (las dos que ya han
tenido lugar y la que está a punto de tener lugar), la relación física y
espiritual entre el cielo y la Tierra fue y sigue siendo un punto clave de los
acontecimientos. Los aspectos físicos se manifestaron mediante la existencia en
la Tierra de emplazamientos reales que enlazaban la Tierra con los cielos;
lugares que se tuvo por cruciales, que fueron focos de los acontecimientos;
mientras que los aspectos espirituales se manifestaron en lo que llamamos
religiones. En los tres casos, ocupó un punto central el cambio de relación
entre el Hombre y Dios, salvo cuando, en tomo a 2100 a. C., la humanidad se
enfrentó al primero de estos trastornos, en el cual la relación era entre los
hombres y los dioses, en plural.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Según los textos sumerios, los anunnaki establecieron la
realeza (la civilización y sus instituciones, como bien se pudo ver en
Mesopotamia) como un nuevo orden en sus relaciones con la humanidad, en el que
los reyes/sacerdotes servían tanto de enlace como de separación entre dioses y
hombres. Pero, si uno echa la vista atrás en esta aparente «edad dorada» de los
asuntos entre dioses y hombres, se le hace patente que los asuntos de los
dioses dominaron y determinaron constantemente los asuntos de los hombres, así
como el destino de la humanidad. Ensombreciéndolo todo estuvo la determinación
de Marduk/Ra de reparar la injusticia cometida con su padre Ea/Enki cuando,
siguiendo las normas de sucesión de los anunnaki, se declaró a Enlil, y no a
Enki, heredero legal de su padre Anu, soberano de su planeta natal, Nibiru.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En tiempos antediluvianos, se encontraba en Nippur el centro
de control de misiones, el puesto de mando de Enlil, donde éste había ubicado
el DUR.AN.KI, el enlace Cielo-Tierra, para las comunicaciones con el planeta
madre, Nibiru, y con las naves espaciales que les conectaban. (Después del
Diluvio, estas funciones se reubicaron en un lugar que posteriormente sería conocido
como Jerusalén). Su posición central, equidistante del resto de centros del
E.DIN, se consideraba también equidistante de las «cuatro esquinas de la
Tierra», y le otorgaba su apodo de «Ombligo de la Tierra». En un himno dedicado
a Enlil, se referían a Nippur y a sus funciones de este modo: Enlil, cuando tú
designaste los asentamientos divinos en la Tierra, levantaste Nippur como tu
propia ciudad… Tú fundaste el Dur-An-Ki en el centro de las cuatro esquinas de
la Tierra. El término «las cuatro esquinas de la Tierra» se encuentra también
en la Biblia; y cuando Jerusalén sustituyó a Nippur como centro de control de
misiones después del Diluvio, también recibió el apodo de Ombligo de la Tierra.
En sumerio, el término que se traduce por las cuatro regiones de la Tierra es
UB, aunque también se le encuentra como AN.UB, las cuatro «esquinas» celestes;
siendo en este caso un término astronómico relacionado con el calendario. Se
utilizaba para referirse a los cuatro puntos del ciclo anual Tierra-Sol, que denominamos
actualmente como solsticio de verano, solsticio de invierno y los dos puntos de
cruce del ecuador: el equinoccio de primavera y el equinoccio de otoño.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Fue Enki el primero en agrupar las estrellas que se podían
observar desde la Tierra en «constelaciones», y fue él quien dividió los cielos
en los cuales la Tierra circunda al Sol en doce partes, que es lo que desde
entonces llamamos círculo zodiacal de las constelaciones…
Este fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, o
simplemente precesión, se deriva del hecho de que, cuando la Tierra completa
una órbita anual alrededor del Sol, no vuelve al mismo punto exacto del cielo.
Hay un ligero retraso, un retraso ligerísimo, de un grado (de los 360 grados que
tiene el círculo) cada 72 años. Fue Enki el primero en agrupar las estrellas
que se podían observar desde la Tierra en «constelaciones», y fue él quien
dividió los cielos en los cuales la Tierra circunda al Sol en doce partes, que
es lo que desde entonces llamamos círculo zodiacal de las constelaciones. Dado
que cada duodécima parte del círculo ocupa 30 grados del arco celeste, el
retraso o cambio precesional de una casa zodiacal a otra ocurre
(matemáticamente) cada 2160 años (72 x 30), lo que da lugar así pues a un ciclo
zodiacal completo de 25 920 años (2160 x 12). Para guía del lector, se han
añadido aquí las fechas aproximadas de las eras zodiacales (siguiendo la
división igualitaria en doce partes y no las observaciones astronómicas
reales). El que éste fuera un logro realizado en una época previa a las
civilizaciones de la humanidad queda atestiguado por el hecho de que se
aplicara un calendario zodiacal a las primeras estancias de Enki en la Tierra
(cuando a las dos primeras casas zodiacales se les dio nombre en su honor); no
fue el logro de un astrónomo griego (Hiparco) del siglo III a. C., como muchos
libros de texto sugieren todavía; y esto lo demuestra el hecho de que las doce
casas zodiacales ya fueran conocidas para los sumerios milenios antes por los
mismos nombres y las mismas representaciones con que se conocen hoy en día.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los textos disponibles no ofrecen razón alguna sobre por qué
Marduk eligió aquel lugar en concreto, a orillas del Éufrates, para establecer
su nuevo cuartel general, pero su ubicación nos ofrece una pista: estaba
situado entre la reconstruida Nippur (el centro de control de misiones
antediluviano) y la reconstruida Sippar (el espaciopuerto antediluviano de los
anunnaki), de modo que lo que Marduk quizás tuvo en mente era construir unas
instalaciones que pudieran cumplir ambas funciones. Un mapa posterior de
Babilonia, dibujado sobre una tablilla de arcilla, lo representa como un
«ombligo de la Tierra», semejante al título-función original de Nippur. El
nombre que Marduk le dio al lugar, Bab-Ili en acadio, significaba «pórtico de
los dioses», un lugar desde el cual los dioses podían ascender y descender, y donde
la principal instalación iba a ser «una torre cuya cúspide llegue a los cielos»
… ¡una torre de lanzamiento!
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Después de llegar al bosque, presenciaron durante la noche
el lanzamiento de un cohete. Así es como lo describió Gilgamesh: ¡La visión que
tuve fue completamente aterradora! Los cielos gritaron, la tierra tronó; se fue
la luz del día, llegó la oscuridad. Un relámpago brilló, una llama se encendió.
Las nubes se hincharon, ¡llovió muerte! Después, el fulgor se desvaneció; el
fuego se apagó. Y todo lo que había caído se había convertido en cenizas.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En los anales del Hombre en la Tierra, el siglo XXI a. C.
vio en el Oriente Próximo de la antigüedad uno de los capítulos más gloriosos
de la civilización, conocido como el período de Ur III. Pero fue, al mismo
tiempo, un período de lo más difícil y demoledor, pues presenció el fin de
Sumer bajo una fatídica nube nuclear. Y, después de eso, ya nada volvió a ser
igual.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El texto pretende que estas profecías se las hizo al rey
Sneferu un «gran sacerdote-vidente» llamado Nefer-rohu, «un hombre de clase, un
escriba competente con sus dedos». Convocado por el rey para que le predijera el
futuro, Nefer-rohu «extendió la mano para tomar la caja de los utensilios de
escritura, sacó un rollo de papiro» y, luego, se puso a escribir lo que había
visto de un modo muy similar al de Nostradamus:
Mirad, hay algo acerca de lo cual hablan los hombres;
es aterrador…
Lo que se hará nunca se hizo antes.
La Tierra está completamente destruida.
Las tierras arruinadas, no quedan restos.
La gente no puede ver la luz del sol,
nadie puede vivir con esas nubes que les cubren,
el viento del sur se opone al viento del norte.
Los ríos de Egipto están vacíos…
Ra debe establecer de nuevo los cimientos de la Tierra.
Antes de que Ra pueda restablecer «los cimientos de la
Tierra», habrá invasiones, guerras, derramamientos de sangre. Luego, una nueva
era de paz, de tranquilidad y de justicia seguirá. La traerá lo que hemos dado
en llamar un salvador, un mesías:
Luego, he aquí que vendrá un soberano,
Ameni («El Desconocido»),
El Triunfante, se le llamará.
El Hijo-Hombre será su nombre por siempre jamás…
La fechoría será erradicada;
en su lugar vendrá la justicia;
la gente de su época se regocijará.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el momento en que, en el cielo,
los destinos en la Tierra se determinen,
«Lagash levantará su cabeza hacia los cielos
de acuerdo con la Gran Tablilla de los Destinos»,
decidió Enlil en favor de Ninurta.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
De las sorprendentes circunstancias que rodearon el anuncio,
la planificación, la construcción y la consagración del E.NINNU («Casa/ Templo
de los Cincuenta») se da cuenta con todo lujo de detalles en las inscripciones
de Gudea, que se descubrieron en las ruinas de Lagash (un lugar llamado ahora
Tello) y que se citan ampliamente en los libros de Las crónicas de la Tierra.
Lo que emerge de estos detallados registros (inscritos en dos cilindros de
arcilla con una clara escritura cuneiforme sumeria) es el hecho de que, desde
el anuncio hasta la consagración, cada paso y cada detalle del nuevo templo
vino dictado por aspectos celestes.
Estos aspectos celestes tan especiales tenían que ver con
los detalles temporales de la construcción del templo: era el momento, como las
líneas iniciales de las inscripciones declaran, en que «los destinos de la
Tierra se determinan en los cielos»:
En el momento en que, en el cielo,
los destinos en la Tierra se determinen,
«Lagash levantará su cabeza hacia los cielos
de acuerdo con la Gran Tablilla de los Destinos»,
decidió Enlil en favor de Ninurta.
Ese momento especial en que los destinos de la Tierra se
determinaban en los cielos era lo que hemos llamado el tiempo celeste, el reloj
zodiacal. Y se hace evidente que tal estimación estaba relacionada con el día
del equinoccio, si nos atenemos al resto del relato de Gudea, así como al
nombre egipcio de Thot, Tehuti, El Equilibrador (del día y la noche), el
que «Tira del Cordón» para orientar un nuevo templo. Tales consideraciones
celestes dominaron el proyecto del Eninnu desde el principio hasta el final.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El nuevo templo, le dijo a Gudea, «se verá desde muy lejos;
su aterradora visión llegará hasta los cielos; la adoración de mi templo se
extenderá a todas las tierras, su nombre celestial se proclamará en todos los
países, hasta los confines de la Tierra…
En Magan y Meluhla hará que la gente [diga]:
Ningirsu [el “Señor del Girsu”],
el Gran Héroe de las Tierras de Enlil,
es un dios sin igual;
él es el señor de toda la Tierra».
Magan y Meluhla eran los nombres sumerios de Egipto y de
Nubia, las Dos Tierras de los dioses de Egipto, El Eninnu tenía por propósito
establecer, incluso allí, en las tierras de Marduk, la superioridad del señorío
de Ninurta: «un dios sin igual, el señor de toda la Tierra».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Al igual que Stonehenge, en las islas británicas, lo
construido en Lagash ofrecía señales de piedra para las observaciones solares
de los solsticios y los equinoccios, pero el principal rasgo externo era la
creación de una línea de visión a partir de una piedra central, que pasaba
después entre dos pilares de piedra, para bajar luego por la avenida hasta otra
piedra. Esta línea de visión, exactamente orientada cuando se planificó,
permitía determinar, en el momento de la salida helíaca, en qué constelación zodiacal
aparecía el Sol. Y ése era el principal objetivo de todo el complejo:
determinar la era zodiacal a través de una observación precisa.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el siglo XXI a. C., el tiempo celeste y el tiempo
mesiánico no coincidieron.
Ve en paz y vuelve cuando los cielos declaren tu Era, le
dijo Nergal a Marduk. Claudicando ante su destino, Marduk se fue, pero no se
fue demasiado lejos.
Y con él, como emisario, portavoz y heraldo, iba su hijo,
cuya madre era una mujer terrestre.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
A diferencia de los enfrentados Ninurta y Marduk, que no
dejaban de ser «inmigrantes» en la Tierra desde su Nibiru natal, Nannar/Sin
había nacido en la Tierra. No sólo era el primogénito de Enlil en la Tierra,
sino que era el primero de la primera generación de dioses nacidos en la
Tierra. Sus hijos, los gemelos Utu/Shamash e Inanna/Ishtar, y su hermana
Ereshkigal, que pertenecían a la tercera generación de dioses, habían nacido
todos en la Tierra. Eran dioses, pero también eran nativos de la Tierra. Sin
duda, todo esto se tomaría en consideración a la hora de forcejear por las
lealtades del pueblo.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El que los jóvenes anunnaki tomaran a mujeres terrestres
como esposas no debería de sorprender, pues aparece registrado en la Biblia, de
modo que cualquiera lo puede leer. Lo que no se conoce mucho, ni siquiera entre
los expertos, porque la información se halla en textos ignorados y ha de
verificarse a partir de la compleja lista de dioses, es el hecho de que fue
Marduk el que sentó el precedente que, más tarde, seguirían «los hijos de los
dioses»:
Y sucedió,
cuando los terrestres comenzaron a aumentar en número
sobre la Tierra
y les nacieron hijas,
que los hijos de los Elohim
vieron que las hijas de El Adán
les eran compatibles;
y tomaron para sí esposas
de entre las que elegían.
Génesis 6,1-2.
La explicación bíblica de las razones del Diluvio, que
aparecen en los ocho primeros versículos, versículos enigmáticos, del capítulo
6 del Génesis apuntan claramente a los matrimonios mixtos y su consiguiente
descendencia como causa de la cólera divina:
Los Nefilim existían en la Tierra
en aquellos días, y también después,
cuando los hijos de los Elohim
se unían a las hijas de El Adán
y tenían hijos con ellas.
(Mis lectores quizás recuerden que eso era lo que yo me
preguntaba cuando iba a la escuela, siendo niño: ¿por qué nefilim, que
significa literalmente «Aquellos que han bajado», que descendieron [del cielo a
la Tierra], se traducía normalmente por «gigantes»? Fue mucho después cuando me
di cuenta [y aventuré] de que la palabra hebrea que significa «gigantes», anakim,
era en realidad una interpretación distorsionada de la palabra sumeria anunnaki).
La Biblia deja suficientemente claro que estos matrimonios
mixtos (el «tomar esposas») entre los jóvenes «hijos de los dioses» (hijos de
los Elohim, los Nefilim) y las hembras terrestres («hijas de El
Adán») fue la razón que tuvo Dios para buscar el fin de la humanidad a
través del Diluvio: «Mi espíritu ya no morará más en el Hombre, pues en su
carne han errado… Y Dios se arrepintió de haber forjado a El Adán en la Tierra,
y se sintió turbado, y dijo: “Borraré a El Adán que he creado de la faz de la
Tierra”».
Los textos sumerios y acadios que cuentan la historia del
Diluvio dicen que fueron dos los dioses implicados en este drama: fue Enlil
quien buscaba la destrucción de la humanidad con el Diluvio, mientras que Enki
se confabuló para impedirlo, dándole instrucciones a «Noé» para que construyera
el arca salvadora. Si profundizamos en los detalles, nos daremos cuenta de que
la cólera de Enlil de «¡Hasta aquí hemos llegado!», por una parte, y las
contramedidas de Enki, por la otra, no era simplemente una cuestión de
principios. Pues fue el mismo Enki el que comenzó a copular con hembras
terrestres y a tener hijos con ellas, y fue Marduk, el hijo de Enki, quien
abrió el camino y sentó el precedente para el matrimonio con ellas…
Para cuando la Misión Tierra era ya plenamente operativa,
los anunnaki apostados en la Tierra ascendían a seiscientos; por otra parte,
otros trescientos, conocidos como los IGI.GI («Aquellos que observan y ven»)
tripulaban una estación de paso planetaria (¡en Marte!) y el puente espacial de
naves que circulaban entre los dos planetas.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Y sucedió que, un día, Marduk se lamentaba ante su madre de
que, mientras a sus compañeros se les habían asignado esposas, a él no se le
había asignado una: «No tengo esposa, no tengo hijos»; y luego le dijo que se
había encariñado de la hija de un «sumo sacerdote, un músico consumado»
(existen razones para creer que era un hombre elegido, llamado Enmeduranki en
los textos sumerios, el equivalente del bíblico Henoc). Tras confirmar que la
mujer terrestre (que se llamaba Tsarpanit) estaba de acuerdo con la unión, los
padres de Marduk accedieron a la boda.
El matrimonio tuvo sus frutos en un hijo. Le llamaron
EN.SAG, «Señor Elevado». Pero, a diferencia de Adapa, que era un semidiós
terrestre, el hijo de Marduk fue incluido en las listas de los dioses sumerios,
donde se le llamaba también «el divino MESH», término que, al igual que en
GilgaMESH, se utilizaba para designar a un semidiós. Fue, por tanto, el
primer semidiós reconocido como dios. Más tarde, cuando dirigiera a las
masas de humanos en nombre de su padre, se le daría el nombre-epíteto de Nabu,
el Portavoz, el Profeta, pues ése es el significado literal de la
palabra, al igual que ocurre con la palabra hebrea bíblica Nabih, que se
traduce como «profeta».
Nabu era, así pues, el dios-hijo y el Adán-hijo de las
escrituras de la antigüedad, aquél cuyo propio nombre significaba profeta. Como
en las profecías egipcias citadas anteriormente, su nombre y su papel se
llegarían a vincular con las expectativas mesiánicas.
Y así fue que, en los días previos al Diluvio, Marduk sentó
un precedente para el resto de jóvenes dioses que no estaban casados: buscar
una mujer terrestre y casarse con ella… La ruptura del tabú resultó ser
especialmente atractiva para los dioses igigi, que se pasaban la mayor parte
del tiempo en Marte, con su principal estación en la Tierra en el Lugar de
Aterrizaje, en las Montañas de los Cedros. Buscando una oportunidad (quizás
cuando se les invitó a ir a la Tierra para celebrar la boda de Marduk), se
hicieron con un buen número de mujeres terrestres y se las llevaron como
esposas.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los compiladores de la Biblia hebrea, a pesar de sus
esfuerzos por encajar las fuentes sumerias (que hablaban de la rivalidad y los
enfrentamientos entre Enlil y Enki) en un marco monoteísta (la creencia en un
único Dios todopoderoso), terminaron aquella sección en el capítulo 6 del
Génesis con el reconocimiento de lo que ocurrió en realidad. Al hablar de los
descendientes de aquellos matrimonios, la Biblia admite dos cosas: una, que los
matrimonios mixtos tuvieron lugar en los días anteriores al Diluvio, «y
también después»; y dos, que aquellos descendientes fueron «los héroes
de la antigüedad, hombres famosos». Los textos sumerios indican que los
heroicos reyes posdiluvianos eran, en realidad, tales semidioses.
Pero no sólo hubo descendientes de Enki y de su clan; en
ocasiones, los reyes de la región enlilita eran hijos de dioses enlilitas. Por
ejemplo, en La lista de los reyes sumerios se dice con toda claridad
que, cuando comenzó la realeza en Uruk (un dominio enlilita), el elegido para
la realeza fue un MESH, un semidiós:
Meskiaggasher, hijo de Utu,
se convirtió en sumo sacerdote y rey.
Utu era, cómo no, el dios Utu/Shamash, nieto de Enlil.
Descendiendo por la línea dinástica, nos encontramos con el famoso Gilgamesh,
«dos terceras parte de él divino», hijo de la diosa enlilita Ninsun y del sumo
sacerdote de Uruk, un terrestre. Y, si seguimos la línea dinástica, veremos que
hubo varios reyes más, tanto en Uruk como en Ur, que llevaron el título de
«Mesh» o «Mes».
También en Egipto hubo faraones que reivindicaron su
parentesco divino. Muchos de los faraones de las Dinastías XVIII y XIX
adoptaron nombres teofóricos, con el prefijo o sufijo MSS (abreviatura de Mes,
Mose, Meses), que significaba «progenie de» éste o de aquel dios, como por
ejemplo en los nombres Ah-mes o Ra-mses (RA-MeSeS, «progenie de»,
descendiente de, el dios Ra). La famosa reina Hatshepsut, que, aun siendo
mujer, adoptó el título y los privilegios de un faraón, reivindicó ese derecho
en virtud de ser una semidiosa. En las inscripciones y en las representaciones
de su inmenso templo de Deir el Bahri, se afirmaba que el gran dios Amón «tomó
la forma de su majestad el rey», el marido de su madre, la reina, «y mantuvo
relaciones sexuales con ella», engendrando así a Hatshepsut. Los textos
cananeos hablan también de Keret, un rey que era hijo del dios El.
Una variante curiosa de estas costumbres de reyes-semidioses
fue la de Eannatum, un rey sumerio que gobernó en Lagash durante los primitivos
tiempos «heroicos». En una inscripción de este rey, que se encontró en un
monumento suyo bien conocido (la Estela de los Buitres), se atribuye su estatus
de semidiós a la inseminación artificial de Ninurta (el Señor del Girsu,
el recinto sagrado), y a la ayuda de Inanna/Ishtar y de Ninmah (que aparece
aquí con su epíteto de Ninharsag):
El Señor Ningirsu, guerrero de Enlil,
implantó el semen de Enlil para Eannatum
en el útero de […].
Inanna acompañó su [nacimiento],
le llamó «Digno del templo de Eanna»,
lo puso en el sagrado regazo de Ninharsag.
Ninharsag le ofreció su pecho sagrado.
Ningirsu se regocijó con Eannatum,
Ningirsu implantó el semen en el útero.
Aunque la referencia al «semen de Enlil» no deja claro si el
propio semen de Ninurta/Ningirsu se considera aquí «semen de Enlil» por ser el
primogénito de Enlil, o si se utilizó realmente el semen de Enlil para la
inseminación (lo cual resulta dudoso), lo que sí deja patente la inscripción es
que la madre de Eannatum (cuyo nombre en la estela es ilegible) fue fecundada
artificialmente, de tal modo que el semidiós se concibió sin una verdadera
relación sexual; ¡un caso de inmaculada concepción en Sumer, en el tercer
milenio a.C.!
El hecho de que los dioses estaban familiarizados con la
inseminación artificial viene corroborado en los textos egipcios, según los
cuales, tras el asesinato y la desmembración de Osiris a manos de Set, el dios
Thot extrajo semen del falo de Osiris y fecundó con él a la esposa de éste,
Isis, que engendró así al dios Horus. Hay una representación de la hazaña que
muestra a Thot y a las diosas del nacimiento sosteniendo las dos hebras de ADN
que se utilizaron, y a Isis con el recién nacido Horus en brazos.
Por tanto, es evidente que, después del Diluvio, los
enlilitas aceptaron también los emparejamientos con mujeres terrestres, y
consideraron adecuados para la realeza a sus descendientes, «los héroes,
hombres famosos».
Así comenzaron los «linajes de sangre real» de los
semidioses.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Cuando llegaron a Ur las noticias de la derrota y de la
trágica muerte de Ur-Nammu, se levantó un gran lamento en la ciudad. El pueblo
no podía comprender cómo un rey tan devoto y religioso, un pastor justo que
sólo seguía las directrices de los dioses, con las armas que ellos habían
puesto en sus manos, podía perecer de forma tan ignominiosa. «¿Por qué no lo
tomó de su mano el Señor Nannar?», preguntaban. «¿Por qué Inanna, Dama del
Cielo, no puso su noble brazo en torno a su cabeza? ¿Por qué el valiente Utu no
le ayudó?».
Los sumerios, que creían que todo lo que sucede estaba
predestinado, se preguntaban, «¿Por qué estos dioses se hicieron a un lado
cuando se decidió el amargo destino de Ur-Nammu?». Sin duda, aquellos dioses,
Nannar y sus hijos gemelos, sabían lo que Anu y Enlil habían determinado; sin
embargo, no dijeron nada para proteger a Ur-Nammu. Sólo había una explicación
posible, concluyó el pueblo de Ur y de Sumer, mientras lloraban y se
lamentaban: los grandes dioses deben de haber regresado a su mundo…
¡Cómo ha cambiado el destino del héroe!
Anu mudó su sagrada palabra.
¡Enlil cambió falsamente su decreto!
¡Son palabras duras, que acusan a los grandes dioses
enlilitas de engaño y traición! Esas antiquísimas palabras transmiten hasta
dónde llegó la decepción del pueblo.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En la pugna por el corazón y la mente de la humanidad, los
enlilitas estaban vacilando. Nabu, el «portavoz», intensificó la campaña en
nombre de su padre Marduk. Su propio prestigio había aumentado y se había
transformado; ahora glorificaban su divinidad con una gran variedad de epítetos
de veneración. Inspirándose en Nabu (el Nabih, el Profeta), las profecías
sobre el futuro, sobre lo que iba a ocurrir, comenzaron a difundirse por los
países en contienda.
Sabemos lo que decían porque se han encontrado varias
tablillas de arcilla en las cuales se inscribieron estas profecías. Escritas en
babilonio antiguo cuneiforme, los expertos las han agrupado en Profecías
acadias y Apocalipsis acadios. En todas ellas se percibe la idea de
que el pasado, el presente y el futuro forman parte de un flujo continuo de
acontecimientos; de que, dentro de un destino preordenado, existe aun así
espacio para el libre albedrío y, por tanto, para una variación en el destino;
de que, para la humanidad, eran los dioses del cielo y de la Tierra los que lo
decretaban o determinaban; y que, por tanto, los acontecimientos en la
Tierra son un reflejo de acontecimientos en los cielos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Al igual que en el caso de las profecías egipcias, la
mayoría de los expertos califican también a las «profecías acadias» como de
«seudo-profecías» o textos post adventum , es decir, creen que se escribieron
mucho después de los acontecimientos «predichos»; pero, como ya hemos indicado
en lo referente a los textos egipcios, decir que los acontecimientos no fueron
profetizados porque ya habían ocurrido no es más que reafirmar que los
acontecimientos, per se, ocurrieron (tanto si se predijeron como si no), y eso
es precisamente lo que más nos importa a nosotros. Significa que las profecías
se hicieron realidad. Y, si es así, lo más escalofriante es la predicción (en
un texto conocido como Profecía «B»): El Arma Aterradora de Erra a las tierras
y al pueblo vendrá a juzgar. Una profecía ciertamente escalofriante pues, antes
de que terminara el siglo XXI a. C., tuvo lugar «el juicio sobre las tierras y
los pueblos», cuando el dios Erra («el Aniquilador», un epíteto de Nergal)
desencadenó un holocausto nuclear que hizo realidad las profecías.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Las fuentes antiguas indican que, desde la seguridad de la
región sagrada, Nabu se aventuró a adentrarse en las tierras y en las ciudades
que había a lo largo de la costa mediterránea, incluso en algunas islas del
Mediterráneo, difundiendo por todas partes el mensaje de la inminente
supremacía de Marduk. Era él, por tanto, el enigmático «Hijo-Hombre» de las
profecías egipcias y acadias, el hijo divino que era también un Hijo-Hombre, el
hijo de un dios y de una mujer terrestre.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La razón por la cual lo Divino en el cielo, que hace el
cielo, es amor, es que el amor es una conjunción espiritual; une los ángeles al
Señor y los une entre sí mutuamente, los entreúne de manera que todos forman
una sola entidad ante la vista del Señor. Además, el amor es el Ser mismo de la
vida de cada uno; de él viene por lo tanto la vida del ángel y también la vida
del hombre. Que lo más íntimo de la vida del hombre viene del amor puede
saberlo todo él que reflexiona; porque por la presencia del mismo siente calor,
por su ausencia frío, y por su privación se muere. Pero hay que saber que tal
como es la vida de cada uno, tal es su amor.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Si sincronizamos la cronología bíblica, la sumeria y la
egipcia (tal como hicimos en La guerra de los dioses y los hombres), llegaremos
al año 2123 a. C. como fecha de nacimiento de Abraham. La decisión de los
dioses de hacer del centro de culto de Nannar/Sin, Ur, la capital de Sumer y la
entronización de Ur-Nammu tuvieron lugar en el año 2113 a. C. Poco después, los
sacerdocios de Nippur y de Ur se combinaron por vez primera, y es muy probable
que fuera entonces cuando el sacerdote nipuriano Tirhu se trasladó con su
familia, en la que estaba su hijo Abram, de diez años, para servir en el templo
de Nannar en Ur.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El asiriólogo Theophilus Pinches fue el primero en llamar la
atención de los expertos sobre el grupo de tablillas denominadas Los textos
de Kedorlaomer, en una conferencia pronunciada en el Victoria Institute de
Londres, en 1897. En estas tablillas se describen claramente los mismos
acontecimientos que constituyen la gran guerra internacional del capítulo 14
del Génesis, aunque con mucho más detalle; es bastante posible, de hecho, que
estas tablillas constituyeran la fuente de los autores bíblicos. En ellas, se
identifica a «Kedorlaomer, rey de Elam» como el rey elamita Kudur-Laghamar, del
que tenemos constancia por registros históricos. «Aryok» ha sido identificado
como ERI.AKU («Sirviente del dios Luna»), que reinó en la ciudad de Larsa (la
bíblica Ellasar); y Tidal se ha identificado como Tud-Ghula, un vasallo del rey
de Elam.
A lo largo de los años, se ha debatido mucho sobre la
identidad de «Amrafel, rey de Senaar», y se han hecho multitud de sugerencias,
incluso la de identificarle con Hammurabi, un rey babilonio que vivió varios
siglos después. Senaar era el nombre bíblico de Sumer, no de Babilonia, de modo
que, ¿quién era el rey de Sumer en tiempos de Abraham? En La guerra de los
dioses y los hombres, he sugerido convincentemente que la palabra hebrea no
debería haberse leído como Amra-Phel, sino como Amar-Phel, del sumerio
AMAR. PAL (una variante de AMAR.SIN), cuyas fórmulas de fechas atestiguan que,
ciertamente, en 2041 a. C., puso en marcha la Guerra de los Reyes.
Esta coalición de la que habla la Biblia, plenamente
identificada ya, estuvo dirigida por los elamitas, detalle corroborado por los
datos mesopotámicos, que destacan la reemergencia del liderazgo de Ninurta en
la contienda. La Biblia también fecha esta invasión de Kedorlaomer, indicando
que tuvo lugar catorce años después de la anterior incursión elamita en Canaán,
otro detalle que se adecúa a los datos de tiempos de Shulgi.
Sin embargo, la ruta de la invasión fue diferente en esta
ocasión: atajando distancias en Mesopotamia mediante el arriesgado paso de una
franja del desierto, los invasores evitaron las zonas costeras del
Mediterráneo, densamente pobladas, al descender por la ribera oriental del río
Jordán. La Biblia hace una relación de los lugares donde se dirimieron las
batallas y quiénes, entre las fuerzas enlilitas, combatieron allí; la
información indica que se intentaron saldar cuentas con antiguos adversarios
(los descendientes de los matrimonios mixtos de los igigi, e incluso los
descendientes de Zu, el Usurpador), que evidentemente dieron su apoyo a los
levantamientos contra los enlilitas. Pero no se perdió de vista el objetivo
principal: el espaciopuerto. Las fuerzas invasoras siguieron lo que
desde tiempos bíblicos se conoce como la Calzada del Rey, que discurre de norte
a sur por la ribera oriental del Jordán. Pero cuando viraron hacia el oeste, en
dirección a la entrada de la península del Sinaí, se encontraron con unas
fuerzas que les bloquearon el paso: Abraham y sus caballeros.
Los textos de Kedorlaomer dicen que el camino estaba
bloqueado en la ciudad que se halla a las puertas de la península, la ciudad de
Dur-Mah-Ilani («el gran lugar fortificado de los dioses»), que la Biblia
denomina Cadés Barnea:
El hijo del sacerdote,
a quien los dioses habían ungido en verdadero consejo,
el saqueo ha impedido.
Sugiero que «el hijo del sacerdote», ungido por los dioses,
era Abram, el hijo del sacerdote Téraj.
En una tablilla de fórmulas de fechas perteneciente a
Amar-Sin, inscrita en ambos lados, se alardea de la destrucción de NEIB. RU.UM,
«el lugar de pastoreo de Ibru’um». De hecho, no hubo batalla a las
puertas del espaciopuerto; la mera presencia de las fuerzas de choque de Abram
persuadió a los invasores para que dieran la vuelta, en busca de objetivos más
ricos y lucrativos. Pero si la referencia que se hace es ciertamente a
Abram, con su nombre, nos ofrece una vez más una extraordinaria corroboración
extrabíblica del registro patriarcal, a despecho de quién se atribuyera la
victoria.
Frustrados en su intento de penetrar en la península del
Sinaí, el Ejército del Este enfiló hacia el norte. El mar Muerto era entonces
más pequeño; el actual apéndice sur aún no estaba sumergido, y era entonces una
rica y fértil llanura, con granjas, campos de labranza y centros de comercio.
Entre las poblaciones de la región había cinco ciudades,
entre las que estaban las infames Sodoma y Gomorra. Dirigiéndose hacia el
norte, los invasores se enfrentaron entonces a las fuerzas combinadas de lo que
la Biblia llama «las cinco ciudades pecadoras». Y, según dice la Biblia, fue
allí donde los cuatro reyes lucharon y derrotaron a los cinco reyes. Después de
saquear las ciudades y tomar cautivos, los invasores emprendieron el regreso,
esta vez por la ribera oeste del Jordán.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La utilización de «armas de destrucción masiva» en Oriente
Próximo es una de las causas del miedo a que se hagan realidad las profecías
del Harmaguedón. Pero lo triste del hecho es que la escalada del conflicto
(entre dioses, no entre hombres) llevó a la utilización de armas nucleares,
precisamente allí, hace cuatro mil años. Si alguna vez hubo un acto del todo
lamentable, y con las consecuencias más inesperadas, ese acto se produjo allí.
Es un hecho, y no una ficción, que la primera vez que se utilizaron en la
Tierra armas nucleares no fue en 1945 d. C., sino en 2024 a. C. El fatídico
acontecimiento se describe en diversos textos de la antigüedad, a partir de los
cuales se puede reconstruir y poner en contexto el qué y el cómo, el por qué y
el quién.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Desde Jarán, Marduk gritó a los grandes dioses: «¿Hasta
cuándo?». ¿Aún no ha llegado mi tiempo?, preguntaba en su autobiografía
profética:
Oh, grandes dioses, aprended mis secretos
mientras me ciño el cinturón, a la memoria me vienen los
recuerdos.
Yo soy el divino Marduk, un gran dios.
Fui desterrado por mis pecados,
a las montañas he ido.
En muchas tierras he errado, vagabundo.
Fui desde donde el sol se eleva hasta donde se pone.
A las tierras altas de Hatti llegué.
En el País de Hatti pedí un oráculo;
en él pregunté: «¿Hasta cuándo?».
«En medio de Jarán, veinticuatro años anidé —continuaba
Marduk—. ¡Mis días se han completado!». Había llegado el momento, dijo, de
emprender el camino hasta su ciudad (Babilonia), «para reconstruir mi templo y
establecer mi morada imperecedera». Visionario impenitente, Marduk anhelaba ver
su templo, el E.SAG.ILA («templo cuya cabeza es elevada») irguiéndose como una
montaña sobre una plataforma en Babilonia, denominándolo «la casa de mi
alianza». Anticipaba que Babilonia perduraría para siempre, con un rey de su
agrado allí instalado, en una ciudad llena de alegría, una ciudad que Anu
bendeciría. Marduk profetizaba que los tiempos mesiánicos «ahuyentarán el mal y
la mala suerte, trayendo el amor materno a la humanidad».
El año en que se cumplieron sus veinticuatro años de
estancia en Jarán, en 2024 a. C., hacía setenta y dos años que Marduk
había accedido a abandonar Babilonia y esperar el oracular tiempo celeste.
El «¿hasta cuándo?» de Marduk a los grandes dioses no era
infundado, pues los líderes de los anunnaki se reunían en consejo para
consultar de modo constante, tanto formal como informalmente. Alarmado por el
empeoramiento de la situación, Enlil regresó apresuradamente a Sumer, y se
quedó horrorizado al enterarse de que las cosas habían ido a peor incluso en la
misma Nippur. Se convocó a Ninurta para que explicara el porqué de la mala
conducta de los elamitas, pero Ninurta le echó toda la culpa a Marduk y a Nabu.
Se convocó a Nabu y «Ante los dioses, el hijo de su padre llegó». Su principal
acusador era Utu/Shamash, quien, describiendo la grave situación, dijo, «Nabu
ha sido el causante de todo esto». Hablando en nombre de su padre, Nabu culpó a
Ninurta, y resucitó las antiguas acusaciones contra Nergal en lo referente a la
desaparición de los instrumentos de monitorización antediluvianos y el fracaso
a la hora de impedir los sacrilegios en Babilonia; se enzarzó en una discusión
a voz en grito con Nergal y, «mostrando falta de respeto… a Enlil mal le habló:
No hay justicia, se concibió la destrucción, Enlil hizo que se planeara el mal
contra Babilonia». Era una acusación sin precedentes contra el Señor del Mando.
Enki intervino, pero lo hizo para defender a su hijo, no para
defender a Enlil. ¿De qué se acusaba en realidad a Marduk y a Nabu?, preguntó.
Su cólera iba dirigida especialmente contra su hijo Nergal: «¿Por qué sigues
oponiéndote?», le preguntó. Ambos discutieron acaloradamente, hasta que Enki le
gritó a Nergal que se apartara de su presencia. El consejo de los dioses se
disolvió en el desconcierto.
Pero todos aquellos debates, acusaciones y contraacusaciones
estaban teniendo lugar frente a un hecho del que todos eran cada vez más
conscientes, un hecho al que Marduk se refería como el Oráculo Celeste: con el
transcurso del tiempo, con el crucial cambio de un grado en el reloj de las
precesiones, la era del Toro, la era zodiacal de Enlil, estaba tocando a su
fin, y la era del Carnero, la era de Marduk, se cernía en los cielos. Ninurta
pudo verla llegar en su templo del Eninnu, en Lagash (el que Gudea había
construido); Ningishzidda/ Thot pudo confirmarlo desde todos los círculos de
piedras que había levantado por todas partes en la Tierra; y el pueblo también
lo sabía.
Fue entonces cuando Nergal, infamado por Marduk y por Nabu,
y rechazado por su padre, Enki, «consultó consigo mismo» y concibió la idea de
recurrir a las «terroríficas armas». No sabía dónde estaban escondidas, pero
sabía que estaban en la Tierra, guardadas en un lugar subterráneo secreto
(según un texto catalogado como CT-xvi, líneas 44-46, en algún lugar de África,
en los dominios de su hermano Gibil):
Aquellas siete, en las montañas seguían;
en una cavidad dentro de la tierra moraban.
Basándonos en nuestro actual nivel de tecnología, podría
tratarse de siete ingenios nucleares: «Vestidas con el terror, se precipitaron
con un resplandor». Se trajeron involuntariamente a la Tierra desde Nibiru, y
se ocultaron mucho tiempo atrás en un lugar seguro y secreto; Enki sabía dónde
estaban, pero también lo sabía Enlil.
En un consejo de guerra de los dioses, del cual no avisaron
a Enki, se votó seguir la sugerencia de Nergal para darle a Marduk un golpe de
castigo. Estaban en comunicación constante con Anu: «Anu a la Tierra las
palabras habló, la Tierra a Anu las palabras pronunció». Anu dejó claro que su
autorización para llevar a cabo aquel acto sin precedentes se limitaba a privar
a Marduk del espaciopuerto del Sinaí, pero que no debían resultar dañados ni los
dioses ni el pueblo: «Anu, señor de los dioses, de la Tierra tuvo piedad»,
afirman los registros antiguos. Los dioses eligieron a Nergal y a Ninurta para
llevar a cabo la misión, dejándoles absolutamente claro su alcance limitado y
sus condiciones.
Pero no fue eso lo que ocurrió: La «ley de las consecuencias
involuntarias» volvió a demostrarse, pero a una escala catastrófica.
Con posterioridad a la catástrofe, que trajo la muerte de
multitud de personas y la desolación de Sumer, Nergal le dictó a un escriba de
su confianza su propia versión de los hechos, en un intento por exonerarse de
la tragedia. Este extenso texto se conoce como La epopeya de Erra, pues
cita a Nergal con el epíteto de Erra («el Aniquilador») y a Ninurta como
Ishum («el Abrasador»). Y podemos ensamblar la verdadera historia de lo
sucedido añadiéndole a este texto información procedente de otras fuentes
sumerias, acadias y bíblicas.
Así, nos encontramos con que, en cuanto la decisión estuvo
tomada, Nergal se trasladó apresuradamente a los dominios africanos de Gibil
para encontrar y recuperar las armas. Ni siquiera esperó a Ninurta que, para su
consternación, se enteró de que Nergal estaba haciendo caso omiso de los
límites marcados, y que iba a utilizar las armas indiscriminadamente para saldar
algunas cuentas personales: «Aniquilaré al hijo, y que el padre lo entierre;
luego, mataré al padre, y que nadie lo entierre», fanfarroneaba Nergal.
Mientras discutían, se enteraron de que Nabu no se había
quedado sentado: «Desde su templo, dio el paso para dirigir todas sus ciudades,
hacia el Gran Mar se encaminó; al Gran Mar entró, se sentó sobre un trono que
no era suyo». Nabu no sólo estaba convirtiendo a los habitantes de las ciudades
occidentales, ¡estaba apoderándose de las islas del Mediterráneo e
instaurándose como soberano! Eso llevó a Nergal/Erra a argüir que la
destrucción del espaciopuerto no iba a ser suficiente: Nabu, y las ciudades que
se habían puesto de su lado, tenían que recibir el castigo también, ¡tenían que
ser destruidos!
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Ahora, con dos objetivos, el equipo Nergal-Ninurta tomó
conciencia de que había otro problema: ¿acaso la destrucción del espaciopuerto
no haría sonar la alarma, advirtiendo a Nabu y a sus pecadores seguidores para
que escaparan? Revisaron sus objetivos y dieron con la solución repartiéndose
el trabajo: Ninurta atacaría el espaciopuerto, mientras que Nergal atacaría las
«ciudades pecadoras» cercanas. Pero, mientras acordaban todo esto, Ninurta
comenzó a dudar de nuevo; insistió en que no sólo habría que advertir
previamente a los anunnaki que atendían las instalaciones espaciales, sino que
habría que advertir también a algunas personas: «Valeroso Erra —le dijo a
Nergal—, ¿acaso vas a destruir a los justos junto con los injustos?
¿Destruirás a aquellos que no han pecado contra ti junto con aquellos otros que
sí que han pecado contra ti?».
Los textos antiguos dicen que Ninurta terminó persuadiendo a
Nergal/Erra: «Las palabras de Ishum aplacaron a Erra como un aceite fino». Y
así, una mañana, Ninurta y Nergal, repartiéndose entre ellos los siete
explosivos nucleares, partieron hacia tan trágica misión:
El héroe Erra se puso en marcha,
recordando las palabras de Ishum.
Ishum también partió,
de acuerdo con la palabra dada, con el corazón encogido.
Los textos de los que podemos disponer llegan incluso a
decimos quién fue a cada objetivo: «Ishum al Monte Más Supremo puso su rumbo»
(sabemos, por La epopeya de Gilgamesh, que el espaciopuerto estaba junto
a este monte). «Ishum levantó la mano: el monte se hizo pedazos… Lo que una vez
se elevó hacia Anu para lanzar hizo que se marchitara, su rostro hizo
desaparecer, su lugar asoló». Con una sola explosión nuclear, Ninurta arrasó el
espaciopuerto y sus instalaciones.
El texto antiguo cuenta después lo que hizo Nergal: «Emulando
a Ishum, Erra siguió la Calzada del Rey, acabó con las ciudades, en desolación
las convirtió»; su objetivo estaba al sur del mar Muerto; eran las «ciudades
pecadoras», cuyos reyes habían formado la alianza contra los reyes del Este.
Y así, en el año 2024 a. C., se arrojaron armas nucleares en
la península del Sinaí y en la cercana llanura del mar Muerto; y el
espaciopuerto y las cinco ciudades dejaron de existir.
Sorprendentemente, aunque no tanto si se comprende la
historia de Abraham y su misión de la forma en que la hemos explicado, es en
este acontecimiento apocalíptico donde convergen el relato bíblico y los textos
mesopotámicos.
Sabemos por los textos mesopotámicos que guardan relación
con este evento que, tal como se había establecido, los anunnaki que
custodiaban el espaciopuerto fueron advertidos: «Los dos [Nergal y Ninurta],
incitados para perpetrar su maldad, hicieron que los guardianes se apartaran;
los dioses de aquel lugar lo abandonaron; sus protectores subieron a las
alturas del cielo». Pero, mientras los textos mesopotámicos reiteran que «los
dos hicieron huir a los dioses, les hicieron huir para no abrasarse», son sin
embargo ambiguos en lo referente a si también se avisó con tiempo a las gentes
de las ciudades condenadas. Es aquí donde la Biblia proporciona los detalles
perdidos. En el Génesis, leemos que tanto Abraham como su sobrino Lot sí que
fueron advertidos, pero no el resto de los habitantes de las «ciudades
pecadoras».
El relato bíblico, además de arrojar luz sobre los aspectos
«catastróficos» del acontecimiento, ofrece detalles que clarifican
sorprendentemente muchos aspectos de los dioses en general y de su relación con
Abraham en particular. La historia comienza en el capítulo 18 del Génesis,
cuando Abraham, por entonces con noventa y nueve años de edad, está descansando
en la entrada de su tienda, bajo el cálido sol del mediodía. Abraham «levantó
los ojos» y, de repente, vio «a tres individuos parados delante de él». Si bien
se les denomina Artashim, «hombres», había algo diferente, algo inusual
en ellos, pues Abraham salió rápidamente de la tienda y se postró ante ellos;
y, refiriéndose a sí mismo como su siervo, les lavó los pies y les ofreció
comida. Finalmente, se nos dice que eran tres seres divinos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El punto de encuentro entre los textos mesopotámicos y el
relato bíblico del Génesis en lo referente a la destrucción de Sodoma y Gomorra
es, al mismo tiempo, una de las confirmaciones más significativas de la
veracidad de la Biblia en general y de la condición y el papel de Abraham en
particular; y, sin embargo, es uno de los pasajes que más rehúyen los teólogos
y otros expertos, por cuanto el relato de lo acontecido el día anterior, el día
en que tres seres divinos («ángeles» que parecían hombres) fueron a visitar a
Abraham, encaja demasiado bien con la hipótesis de los «astronautas de la
antigüedad». Aquellos que cuestionan la Biblia o que tratan los textos
mesopotámicos como simples mitos han intentado explicar la destrucción de Sodoma
y Gomorra como una catástrofe natural, cuando la versión bíblica confirma en
dos ocasiones que la «destrucción» por «fuego y azufre» no fue una catástrofe
natural, sino un evento premeditado, posponible e incluso cancelable : la
primera vez, cuando Abraham regateó con el Señor para que perdonara las
ciudades, para que no destruyera al justo con el injusto; y la segunda vez
cuando su sobrino Lot logró que se pospusiera la destrucción.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Las fotografías de la península del Sinaí realizadas desde
el espacio siguen mostrando una gigantesca cavidad y una visible fractura de la
superficie de la Tierra allí donde tuvieron lugar las explosiones nucleares.
Por toda la zona hay esparcidas hasta el día de hoy restos triturados de rocas
quemadas y ennegrecidas, que tienen una proporción extremadamente inusual de
isótopos de uranio-235, lo cual indica, según los expertos, la exposición de
estas rocas a un inmenso calor repentino de origen nuclear. La destrucción de
las ciudades en la llanura del mar Muerto provocó que la costa sur del mar se
desmoronara, inundando así la otrora fértil región y llevando a la aparición de
un añadido que, hasta el día de hoy, queda separado del resto del mar Muerto
por una barrera denominada la Lengua. Las exploraciones de los arqueólogos
israelíes en el lecho del mar han revelado la existencia de enigmáticas ruinas
sumergidas, pero el reino hachemita de Jordania, en cuya mitad del mar Muerto
se hallan las ruinas, no ha permitido posteriores exploraciones. Curiosamente,
los textos mesopotámicos confirman el cambio topográfico, e incluso sugieren
que el mar se convirtió en mar Muerto como consecuencia de la explosión
nuclear. Dicen que Erra, «Socavó el mar, su totalidad dividió; lo que vive en él,
hasta los cocodrilos, hizo marchitar». Pero resultó que los dos dioses
destruyeron mucho más que el espaciopuerto y las ciudades pecadoras. Como
consecuencia de las explosiones nucleares. Una tormenta, el Viento Maligno,
recorrió los cielos. Y comenzó una reacción en cadena de consecuencias
imprevistas.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Las ciudades sumerias, una tras otra, se relacionan en los
textos como «abandonadas», sin dioses, sin gente, sin animales. Los expertos,
desconcertados, se preguntaban si habría acaecido alguna «grave catástrofe»,
una misteriosa calamidad que había afectado a la totalidad de Sumer. ¿Qué
podría ser? La respuesta al enigma estaba justo ahí, en los mismos textos: Se
lo llevó el viento
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Que el hecho de que el Viento Maligno tuviera su origen en
una explosión nuclear en la península del Sinaí y en sus cercanías queda claro
cuando los textos afirman que los dioses sabían su origen y su causa: una
deflagración, una explosión:
Una explosión maligna anunció la siniestra tormenta,
una explosión maligna fue su precursora.
Poderosos descendientes, hijos valerosos,
fueron los heraldos de la peste.
Los autores de los textos de lamentaciones, los mismos
dioses, nos dejaron un registro vivo de lo sucedido. Tan pronto como Ninurta y
Nergal lanzaron las terroríficas armas desde el cielo, «esparcieron rayos
aterradores, abrasándolo todo como el fuego». La tormenta resultante «se creó
en un destello relampagueante». Después, se elevó en el cielo una «densa nube
fatal» (el “hongo” atómico), seguido de «fuertes ráfagas de viento… una
tempestad que abrasa los cielos». Fue un día difícil de olvidar:
Aquel día,
cuando el cielo crujió
y la Tierra fue herida,
arrasada su faz por el remolino,
cuando los cielos se oscurecieron
y cubrieron como con una sombra.
Aquel día nació el Viento Maligno.
Los distintos textos atribuyen el venenoso remolino a la
explosión habida en «el lugar donde los dioses ascienden y descienden», a la
destrucción del espaciopuerto, más que a la destrucción de las «ciudades
pecadoras». Fue allí, «en medio de las montañas», donde el hongo nuclear se
elevó con un destello brillante; y fue de allí desde donde los vientos
predominantes, procedentes del Mediterráneo, transportaron la venenosa nube
nuclear hacia el este, hacia Sumer, donde no hubo destrucción, pero sí una
silenciosa aniquilación, que llevó la muerte a todos los seres vivos a través
del aire envenenado.
Es evidente en todos los textos relevantes que, con la
posible excepción de Enki, que protestó y advirtió de los peligros de la
utilización de las armas terroríficas, ninguno de los dioses implicados
esperaba que fuera a suceder lo que sucedió finalmente. La mayoría de ellos
había nacido en la Tierra; y, para ellos, los relatos de guerras nucleares en
Nibiru eran cuentos de ancianos. ¿Acaso Anu, que lo debía de saber mejor, pensó
que quizás las armas, ocultas durante tanto tiempo, no funcionarían? ¿Acaso
Enlil y Ninurta, que habían venido de Nibiru, dieron por supuesto que los
vientos, si es que los había, llevarían la nube atómica hacia los desiertos
desolados que forman actualmente Arabia? No hay una respuesta satisfactoria
para esto; los textos solo dicen que «los grandes dioses palidecieron ante la
inmensidad de la tormenta». Pero está claro que, en cuanto se dieron cuenta de
la dirección de los vientos y de la intensidad del veneno atómico, hicieron
sonar la alarma en todos aquellos lugares que se encontraban en el camino de la
nube, y advirtieron a dioses y hombres que huyeran para salvar la vida.
El pánico, el miedo y la confusión que se apoderaron de
Sumer y de sus ciudades cuando sonó la alarma se describen vivamente en una
serie de textos de lamentaciones, como La lamentación de Ur, La lamentación
por la desolación de Ur y de Sumer, La lamentación de Nippur; La lamentación de
Uruk y otros. Por lo que respecta a los dioses, parece que en general hubo
un «cada uno que se las apañe»; haciendo uso de sus diversas naves, partieron
por aire o por agua para apartarse del camino del viento. En cuanto al pueblo,
los dioses hicieron sonar la alarma antes de huir. Como se describe en La
lamentación de Uruk, «¡Levantaos! ¡Huid! ¡Ocultaos en la estepa!», les
dijeron en mitad de la noche. «Presos del terror, los ciudadanos leales de
Uruk» huyeron para salvar la vida, pero el Viento Maligno los alcanzó de todos
modos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
«¡Oh, templo de Nannar en Ur, cuán amarga es tu
desolación!», lloraban los poemas de lamentación; «¡Oh, Ningal, cuya tierra ha
perecido, haz tu corazón como agua!».
La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña,
¿cómo se puede vivir ahora?
La casa se ha convertido en una casa de lágrimas,
y hace mi corazón como agua.
Ur y sus templos han sido
entregados al Viento.
Después de dos mil años de esplendor, la gran civilización
sumeria se fue con el viento.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En los últimos años, a los arqueólogos se les han unido los
geólogos, los climatólogos y demás expertos en ciencias terrestres con el fin
de emprender un esfuerzo multidisciplinario que permita resolver el enigma del
abrupto colapso de Sumer y Acad a finales del tercer milenio a. C. Un estudio
que marcó tendencias fue el de un grupo internacional de siete científicos de
diferentes disciplinas titulado «El cambio climático y el derrumbamiento del
imperio acadio: evidencias desde el mar Profundo», publicado en la revista
científica Geology , en su edición de abril de 2000. En esta investigación se
hicieron análisis radiológicos y químicos de antiguas capas de polvo de aquel
período, obtenidas en diversos emplazamientos de Oriente Próximo, pero
principalmente del fondo del golfo de Omán; la conclusión a la que llegaron fue
que un inusual cambio climático en las regiones adyacentes al mar Muerto
levantó grandes tormentas de polvo, y que este polvo (un inusual «polvo mineral
atmosférico») fue transportado por los vientos predominantes hacia el sur de
Mesopotamia, y más allá, hasta el golfo Pérsico. ¡El mismo desarrollo del
Viento Maligno de Sumer! La datación por radiocarbono de la inusual
«precipitación de polvo» llevó a la conclusión de que se debió a «un extraño y
dramático evento que tuvo lugar en torno a 4025 años antes del presente». Eso,
en otras palabras, significa «en torno a 2025 a. C.», ¡el mismo 2024 a. C. que
hemos indicado! Curiosamente, los científicos involucrados en este estudio
observaron en su informe que «el nivel del mar Muerto cayó abruptamente unos
cien metros en aquella época». Dejan sin explicar el asunto; pero, obviamente,
la ruptura de la barrera meridional del mar Muerto y la inundación de la
llanura, tal como las hemos descrito, explicarían lo que sucedió. La revista
científica Science dedicó su edición del 27 de abril de 2001 al paleoclima
mundial. En una sección que trata de los acontecimientos de Mesopotamia, dice
que existen evidencias en Iraq, Kuwait y Siria de que «el abandono generalizado
de la llanura aluvial» entre los ríos Tigris y Éufrates se debió a unas
tormentas de polvo que «comenzaron hace 4025 años». El estudio deja sin
explicar la causa del abrupto «cambio climático», pero adopta la misma fecha
para él: 4025 años antes de 2001 d. C. El fatídico año, según confirma la
ciencia moderna, fue 2024 a. C.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El apocalipsis nuclear y sus no pretendidas consecuencias
trajeron un abrupto fin al debate sobre la era zodiacal en la que se
encontraban; el tiempo celeste era ahora el tiempo de Marduk. Pero el planeta
de los dioses, Nibiru, seguía orbitando y marcando el tiempo divino, y la
atención de Marduk se puso entonces en esto. Como queda claro en su texto
profético, Marduk imaginaba ahora a unos sacerdotes-astrónomos que exploraban
los cielos desde las distintas alturas de su zigurat buscando «el planeta
legítimo del Esagil». Los entendidos en augurios, llamados al servicio, se
levantarán en su mitad. A derecha e izquierda, en lados opuestos, formarán por
separado. El rey se les acercará entonces; el legítimo Kakkabu del Esagil sobre
el país [el rey observará]. Había nacido una religión estelar: El dios, Marduk,
se había convertido en una estrella; una estrella (nosotros lo llamamos
planeta), Nibiru, se había convertido en «Marduk». La religión se convertiría
en astronomía, y la astronomía se convertiría en astrología.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La festividad de Año Nuevo, el acontecimiento religioso más
importante del año, comenzaba el primer día del mes de Nissan, coincidiendo con
el equinoccio de primavera. Con el nombre de fiesta de Akiti, evolucionó en
Babilonia en una celebración de doce días de duración a partir de la festividad
sumeria de A.KI.TI («Sobre la Tierra se trae la Vida»), que duraba diez días.
Se llevaba a cabo según unas elaboradas y definidas ceremonias y sobre unos
rituales prescritos que representaban (en Sumer) el relato de Nibiru y la
llegada de los anunnaki a la Tierra, así como (en Babilonia) el relato de la
vida de Marduk. En ella se incluían episodios de las Guerras de la Pirámide,
cuando Marduk fue sentenciado a morir en una tumba sellada, y su
«resurrección», cuando fue devuelto a la vida; su exilio para convertirse en el
Invisible, y su victorioso retomo final. Las procesiones, las idas y venidas,
las apariciones y desapariciones, e incluso las representaciones de su pasión
por parte de actores, presentaban a Marduk ante el pueblo, de una forma visual
y vivida, como a un dios sufriente (sufriendo en la Tierra para, finalmente,
lograr la victoria al conseguir la supremacía mediante un homólogo celeste).
(La historia de Jesús del Nuevo Testamento era tan parecida a la de Marduk que
los expertos y los teólogos europeos estuvieron debatiendo hace un siglo si
Marduk habría sido el «prototipo de Jesús»).
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Las evidencias de una enorme diáspora sumeria, con su
lengua, su escritura, sus símbolos, sus costumbres, sus conocimientos celestes,
sus creencias y sus dioses, nos llegan de múltiples formas. Además de las
generalidades (una religión basada en un panteón de dioses que habían llegado
de los cielos, una jerarquía divina, epítetos-nombres de dioses que significan
lo mismo en diferentes lenguas, conocimientos astronómicos que incluyen un
planeta natal de los dioses, un zodíaco con sus doce casas, casi idénticos
relatos de la creación y recuerdos de dioses y de semidioses que los expertos
tratan de «mitos»), existen multitud de similitudes concretas sorprendentes que
no se pueden explicar de otro modo que mediante la presencia real de los
sumerios. Un ejemplo de ello lo tenemos en la difusión en Europa del símbolo de
Ninurta, el Águila Doble; el hecho de que tres idiomas europeos (el húngaro, el
finlandés y el vasco) sólo tengan similitudes con el sumerio; y la
representación, extendida por todo el mundo (incluso en Sudamérica) de
Gilgamesh luchando con las manos desnudas con dos feroces leones
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En las antiguas Cuatro Regiones, las oleadas migratorias que
el desastre nuclear y la nueva era de Marduk desencadenaron, igual que ríos y
arroyos se desbordan tras una lluvia torrencial, llenaron las páginas de la
historia de los siglos posteriores con el auge y la caída de naciones, Estados
y ciudades-estado, mientras el vacío Sumer se llenaba de recién llegados de
cerca y lejos, quedando el foco de atención, el escenario central, en lo que
podemos denominar las Tierras de la Biblia. De hecho, hasta el advenimiento de
la arqueología moderna, poco o nada se sabía acerca de la mayor parte de ellas
salvo por las menciones de la Biblia hebrea, que no sólo ofrecía un registro
histórico de todos aquellos pueblos, sino también de sus «dioses nacionales» y
de las guerras libradas en nombre de aquellos dioses. Pero, entonces, la
arqueología sacó a la luz naciones como la de los hititas, Estados como el de
Mitanni o capitales reales como Mari, Karkemish o Susa, que hasta entonces eran
un misterio en un mar de dudas; en sus ruinas no sólo se encontraron
reveladores artilugios, sino también miles de tablillas de arcilla inscritas,
que arrojaron luz sobre su existencia y sobre la medida en que el legado
sumerio se había transmitido al resto de culturas. En casi todos los aspectos,
los «hallazgos» sumerios en ciencia y tecnología, en literatura y arte, realeza
y sacerdocio, constituyeron los cimientos en los que se desarrollaron las
posteriores culturas. En astronomía, se conservaron los términos sumerios, las
fórmulas orbitales, las listas planetarias y los conceptos zodiacales. La
escritura cuneiforme sumeria se siguió utilizando durante otros mil años. Se
estudiaba la lengua sumeria, se compilaban léxicos sumerios, y se copiaban y
traducían los relatos épicos de dioses y héroes. Y cuando se descifraron las
distintas lenguas de aquellas naciones, resultó que sus dioses eran, después de
todo, los miembros del antiguo panteón anunnaki. ¿Acaso los dioses enlilitas
acompañaron a sus seguidores cuando injertaron los conocimientos y las
creencias sumerios en tierras lejanas? Los datos no son concluyentes, pero lo
que sí se sabe históricamente es que, al cabo de dos o tres siglos del inicio
de aquella nueva era, en las tierras fronterizas de Babilonia, aquellos que se
suponía que debían de haber sido los invitados jubilados de Marduk en su
recinto sagrado se embarcaron en una nueva clase de afiliaciones religiosas:
las religiones nacionales de Estado. Quizás Marduk lograra hacer acopio de los
cincuenta nombres divinos, pero lo que no pudo impedir fue que, a partir de
entonces, las naciones lucharan entre sí, que los hombres se mataran entre sí
«en nombre de Dios» … de su dios.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Si las profecías y las expectativas mesiánicas relacionadas
con la nueva era del siglo XXI a. C. nos resultan familiares hoy en día, los
gritos de guerra de los siglos posteriores tampoco nos resultarán extraños. Si
en el tercer milenio a. C., los dioses lucharon entre sí utilizando ejércitos
de hombres, en el segundo milenio a. C. los hombres lucharon entre sí «en
nombre de dios».
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El final de los tiempos
Tal como había soñado Marduk, y una vez su zigurat-templo
Esagil se elevó hacia el cielo, su principal función la constituyó la continua
observación de los cielos; y, ciertamente, el sector más importante de
sacerdotes del templo era el que estaba compuesto por aquéllos cuya tarea era
observar los cielos, seguir los movimientos de estrellas y planetas, tomar nota
de los fenómenos inusuales (como una conjunción planetaria o un eclipse) y
tomar en consideración si los cielos anunciaban augurios; y, en caso de ser
así, interpretar lo que presagiaban. Entre los sacerdotes-astrónomos, llamados
en general Mashmasahu , había diversas especialidades. Había, por ejemplo, un
sacerdote Kalu, que estaba especializado en la observación de la constelación
del Toro. El deber del Lagaru era mantener un registro diario detallado de las
observaciones celestes, y transmitir la información a un cuadro superior de
sacerdotes-intérpretes. Entre éstos, que constituían la cúspide de la jerarquía
sacerdotal, estaban los Ashippu, especialistas en augurios, los Mahhu, «que
pueden leer los signos», y los Baru («decidores de verdad»), que «comprendían
los misterios y los signos divinos». Un sacerdote especial, el Zaqiqu , se
encargaba de transmitirle al rey las palabras divinas. Después, a la cabeza de
aquellos sacerdotes-astrónomos-astrólogos, estaba el Urigallu, el sumo
sacerdote, que era un hombre santo, mago y médico, cuyas blancas vestiduras
iban orladas con elaborados adornos coloreados.
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El final de los tiempos
Es evidente, a partir de todos los textos astronómicos (y
astrológicos) de Babilonia, que sus sacerdotes-astrónomos conservaron la
división sumeria de los cielos en tres caminos o senderos, cada uno de los
cuales ocupaba sesenta grados del arco celeste: el Camino de Enlil en los
cielos septentrionales, el Camino de Ea en los cielos meridionales y el Camino
de Anu en la banda central. En este último se ubicaban las constelaciones
zodiacales, y era ahí donde «la Tierra se encuentra con el Cielo», en el
horizonte. Quizás debido a que Marduk había alcanzado la supremacía de acuerdo
con el tiempo celeste, con el reloj zodiacal, sus sacerdotes-astrónomos exploraban
constantemente los cielos en el horizonte, en el sumerio AN.UR, la «Base del
Cielo». No había razón para observar el sumerio AN.PA, la «Cima del Cielo», el
zenit, pues Marduk, como «estrella», es decir, Nibiru, estaba lejos y era
invisible. Pero, siendo un planeta en órbita, aunque fuera invisible ahora,
necesariamente tenía que volver. En una expresión equivalente del tema de
Marduk-es-Nibiru, la versión egipcia de la religión estelar de Marduk prometía
abiertamente a sus fieles que vendría un tiempo en que esta estrella-dios o
dios-estrella reaparecería como el ATON. Y fue este aspecto de la religión
estelar de Marduk (su eventual retorno) el que desafió directamente a los
adversarios enlilitas de Babilonia, y el que desvió el enfoque del conflicto hacia
unas renovadas expectativas mesiánicas.
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El final de los tiempos
Las guerras, y los dioses nacionales en cuyo nombre
peleaban, no tienen sentido salvo si uno se da cuenta de que, en el núcleo de
los conflictos, se hallaba lo que los sumerios habían llamado DUR.AN.KI, el
«enlace Cielo-Tierra». Una y otra vez, los textos antiguos nos hablan de la
catástrofe que tuvo lugar «cuando la Tierra fue separada del cielo», cuando el
espaciopuerto que los conectaba fue destruido. La abrumadora pregunta que se
planteó con posterioridad al desastre nuclear fue ésta: ¿Quién (qué dios y su
nación) puede reivindicar ser el único en la Tierra que posee el enlace con los
cielos? Para los dioses, la destrucción del espaciopuerto de la península del
Sinaí fue la pérdida material de unas instalaciones que había que reemplazar.
Pero ¿puede imaginarse usted el impacto (el impacto espiritual y religioso)
sobre la humanidad? De repente, los adorados dioses del cielo y de la Tierra
habían perdido la comunicación con el Cielo… Con el espaciopuerto del Sinaí
arrasado, sólo quedaban tres emplazamientos espaciales en el Viejo Mundo: el
Lugar de Aterrizaje en las Montañas de los Cedros; el Centro de Control de
Misiones posdiluviano que había reemplazado al de Nippur; y las grandes
pirámides de Egipto, que anclaban el Corredor de Aterrizaje. Con la destrucción
del espaciopuerto, ¿tendrían todavía alguna función celeste útil esos otros
emplazamientos? (Y, por tanto, ¿tendrían alguna importancia religiosa?).
Nosotros sabemos la respuesta, hasta cierto punto, debido a que estos tres
emplazamientos siguen estando en pie en la Tierra, desafiando a la humanidad
con sus misterios y a los dioses con su irreverente faz hacia los cielos.
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El final de los tiempos
Una vez despojadas de sus equipos de dirección por
irradiaciones durante las guerras de los dioses, la Gran Pirámide y sus
compañeras siguieron cumpliendo la función de balizas físicas del Corredor de
Aterrizaje. Desaparecido el espaciopuerto, quedaron como testigos silenciosos
de un pasado que se desvaneció; y ni siquiera existen indicios que apunten a la
posibilidad de que llegaran a convertirse en objetos religiosos sagrados.
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El final de los tiempos
Ese lugar, Ba’albek («el valle-grieta de Ba’al»), en Líbano,
constaba en la antigüedad de una inmensa plataforma (de más de 460 000 metros
cuadrados) de piedra pavimentada, en cuya esquina noroccidental se elevaba una
enorme estructura de piedra. Construida con gigantescos bloques de piedra
perfectamente tallados que pesan entre 600 y 900 toneladas cada uno, el muro
occidental estaba especialmente fortificado con los bloques de piedra más
pesados que existen en la Tierra, entre los que hay tres que tienen el
increíble peso estimado de 1100 toneladas cada uno, y que se conocen como el
Trilitón. Pero lo más sorprendente de estos colosales bloques de piedra es que
se extrajeron de una cantera que se encuentra a unos tres kilómetros de
distancia en el valle, donde uno de tales bloques, que no se acabó de extraer,
todavía sobresale del suelo
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El final de los tiempos
Los documentos históricos de la época indican que fueron los
asirlos, desde el norte, los primeros en desafiar militarmente a la Babilonia
de Marduk.
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El final de los tiempos
Asiria se llamaba a sí misma la «Tierra del dios Asur», o
simplemente ASUR, por el nombre de su dios nacional, pues sus reyes y su pueblo
consideraban que lo único que importaba era el aspecto religioso. Su primera
capital se llamó también «Ciudad de Asur», o simplemente Asur Este nombre
significaba «El que ve» o «El que es visto». Sin embargo, a pesar de los
innumerables himnos, oraciones y demás referencias al dios Asur, sigue sin
estar claro quién era exactamente en el panteón sumerio-acadio. En las listas
de dioses, era el equivalente de Enlil; otras referencias sugieren a veces que
era Ninurta, hijo y heredero de Enlil; pero, dado que siempre que se
relacionaba o se mencionaba a su esposa se le daba el nombre de Ninlil, la
conclusión suele ser que el asirio Asur no era otro que Enlil.
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El final de los tiempos
La captura y el alejamiento de Marduk de Babilonia tuvieron
unas claras repercusiones geopolíticas, que cambiaron durante varios siglos el
centro de gravedad de Mesopotamia hacia el oeste, hasta las tierras que se
extienden a lo largo del mar Mediterráneo. En términos religiosos, fue el
equivalente a un fuerte terremoto: de golpe, las grandes expectativas de Marduk
de que todos los dioses se unieran bajo su égida, y todas las expectativas
mesiánicas de sus seguidores, se desvanecieron como una bocanada de humo. Pero,
tanto en lo geopolítico como en lo religioso, su mayor impacto se puede resumir
en la historia de tres montañas, los tres emplazamientos espaciales que
pusieron a la Tierra Prometida en medio de todo: el monte Sinaí, el monte Moria
y el monte del Líbano. De todos los acontecimientos que siguieron al inesperado
suceso de Babilonia, el más importante y de mayor trascendencia fue el Éxodo de
los israelitas desde Egipto, cuando, por vez primera, se confiaron a los
terrestres lugares que hasta entonces habían sido sólo de los dioses. Cuando
los hititas apresaron a Marduk y se fueron de Babilonia, dejaron tras ellos una
situación política caótica y un enigma religioso: ¿Cómo podía haber ocurrido
esto? ¿Por qué había sucedido? Si a las personas les ocurría algo malo, siempre
podían decir que los dioses se habían encolerizado con ellas; pero ¿qué pasaba
si a quien le ocurría algo malo era a un dios, concretamente, a Marduk? ¿Acaso
había un Dios supremo por encima del dios supremo? En la misma Babilonia, la
eventual liberación y regreso de Marduk no trajo la respuesta; de hecho,
incrementó el misterio, pues los casitas, que le dieron la bienvenida al dios
prisionero a su regreso a la ciudad, no eran babilonios, sino extranjeros.
Ellos llamaban a Babilonia «Karduniash», y se llamaban por nombres como
Barnaburiash y Karaindash, pero poco más se sabe de ellos o de su lengua
original. A día de hoy, sigue sin estar claro de dónde vinieron y por qué se
permitió a sus reyes reemplazar a la dinastía de Hammurabi (en tomo a 1660 a.
C.) y dominar Babilonia desde 1560 a. C. hasta 1160 a. C. Los expertos modernos
hablan del período que siguió a la humillación de Marduk como de una «edad
oscura» de la historia babilónica, no sólo por el caos en el que se vio
inmersa, sino principalmente por la escasez de registros escritos de aquella
época de Babilonia. Los casitas se integraron rápidamente en la cultura
sumerio-acadia, adoptando su lengua y su escritura cuneiforme; pero no eran tan
meticulosos archivando registros como lo habían sido los sumerios, ni como los
escribas de los anales reales babilónicos anteriores. De hecho, la mayor parte
de los escasos registros reales de los reyes casitas no se han encontrado en
Babilonia, sino en Egipto (unas tablillas de arcilla halladas en el archivo de
la correspondencia real de el-Amarna). Y es digno de notar que, en esas
tablillas, los reyes casitas llamaban a los faraones egipcios «hermano mío». La
expresión, aunque figurativa, no era injustificada, pues Egipto compartía con
Babilonia su veneración por Ra-Marduk y, al igual que Babilonia, había pasado
también por una «edad oscura», un período que los expertos denominan Segundo
Período Intermedio. Comenzó con el hundimiento del Imperio Medio, hacia 1780 a.
C., y se prolongó hasta los alrededores de 1560 a. C. Como en Babilonia, se
caracterizó por el reinado de unos reyes extranjeros, conocidos como «hicsos».
Tampoco aquí se sabe muy bien quiénes eran, de dónde procedían o cómo fue que
sus dinastías pudieron gobernar Egipto durante más de dos siglos. No es
probable que el paralelismo entre las fechas de este Segundo Período Intermedio
(con sus múltiples aspectos oscuros) y las del declive de Babilonia, desde la
cúspide de las victorias de Hammurabi (1760 a. C. ) hasta la captura y la reanudación
del culto de Marduk en Babilonia (en torno a 1560 a. C. ), sean casuales o pura
coincidencia: unos acontecimientos similares en épocas paralelas, y en los
principales dominios de Marduk, tuvieron lugar debido a que a Marduk «le salió
el tiro por la culata», porque las mismas justificaciones por las que había
reivindicado su supremacía eran las que ahora le llevaban a la perdición. El
problema era el propio argumento inicial de Marduk, que sostenía que había
llegado el tiempo de su supremacía en la Tierra porque, en los cielos, la era
del Carnero, su era, había llegado. Pero, a medida que el reloj zodiacal seguía
avanzando, la era del Carnero se iba desvaneciendo poco a poco. Las evidencias
físicas de aquellos desconcertantes tiempos aún existen, y se pueden ver en
Tebas, la antigua capital del Alto Egipto. Dejando a un lado las grandes
pirámides de Giza, los monumentos más impresionantes y majestuosos del antiguo
Egipto son los colosales templos de Kamak y Luxor, en el sur de Egipto (el Alto
Egipto). Los griegos llamaban a aquella ciudad Thebai, que es de donde deriva
el nombre castellano de Tebas; pero los antiguos egipcios la llamaban Ciudad de
Amón, pues era a este dios invisible a quien estaban consagrados los templos.
La escritura jeroglífica y las representaciones pictóricas de sus paredes,
obeliscos, pilares y columnas glorificaban al dios y ensalzaban a los faraones
que construyeron, engrandecieron y ampliaron (y no dejaron de cambiar) los
templos. Fue allí donde se anunció la llegada de la era del Carnero con sus
largas hileras de esfinges con cabeza de carnero, y es allí, en la misma
disposición de sus templos, donde se nos revela el secreto dilema de los
seguidores egipcios de Ra-Amón/Marduk.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En cierta ocasión, visitando estos lugares con un grupo de
lectores y seguidores míos, me puse a mover las manos como un policía de
tráfico en medio de un templo; los turistas casuales que pasaban por allí
debieron de preguntarse «¿Quién es este loco?», pero yo estaba intentando
indicarle a mi grupo el hecho de que los templos de Tebas, construidos por una
sucesión de faraones, no habían dejado de cambiar su orientación. Fue Sir
Norman Lockyer quien, en los años noventa del siglo XIX, llegó a percatarse de
la importancia de este aspecto arquitectónico, lo que dio origen a una
disciplina llamada arqueoastronomía.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
«Si, en lo celeste, Marduk es el invisible Nibiru, ¿cuándo
se revelará, cuándo reaparecerá, cuándo retornará?»
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La promesa hecha a Abraham se les renovó a los israelitas en
su primera parada, en Har Ha-Elohim , el «monte de los Elohim/dioses». Y la
misión consistía en tomar, poseer, los otros dos emplazamientos espaciales, que
la Biblia vincula una y otra vez (como en Salmos 48,3): el monte Sión, en
Jerusalén, Har Kodshi , «Mi monte Sagrado», y el de la cima del Líbano, Har
Zaphon , «El monte Secreto del Norte». La Tierra Prometida abarcaba claramente
ambos emplazamientos espaciales; su división entra las doce tribus le concedía
la región de Jerusalén a las tribus de Benjamín y de Judá, y el territorio que
en la actualidad ocupa Líbano a la tribu de Aser. Moisés, en sus últimas
palabras a las tribus antes de morir, recordaba a la tribu de Aser que el
emplazamiento espacial del norte estaba en sus tierras; y que ninguna otra
tribu, les dijo, vería al que «cabalga las nubes elevándose hacia el cielo»
(Deuteronomio 33, 26). Aparte de la asignación territorial, las palabras de Moisés
dan a entender que el lugar debería estar operativo para ser utilizado, con el
fin de elevarse hacia el cielo en el futuro. Hablando claro, los Hijos de
Israel tenían que ser los custodios de los dos emplazamientos espaciales de los
anunnaki que aún quedaban. Se renovó la Alianza con el pueblo elegido para esta
tarea, y se hizo con la mayor teofanía de la que se tenga constancia, en el
monte Sinaí. Ciertamente, no fue por casualidad que la teofanía tuviera lugar
allí. Desde el mismo principio del relato del Éxodo (cuando Dios llama a Moisés
y le encarga la misión del Éxodo), ese lugar de la península del Sinaí ocupa un
lugar central. En Éxodo 3,1, leemos que sucedió en el «monte de los Elohim», la
montaña vinculada con los anunnaki. La ruta del Éxodo la determinó la
divinidad. Dios le mostraba el camino a la multitud de los Hijos de Israel con
«un pilar de nube durante el día y un pilar de fuego durante la noche». Los
israelitas «viajaron por el desierto del Sinaí de acuerdo con las instrucciones
de Yahveh», dice claramente la Biblia; durante el tercer mes de viaje, «al
llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Allí acampó Israel,
frente al monte»; y tres días después, «Yahveh bajó al monte Sinaí a la vista
de todo el pueblo», en su Kabod. Era el mismo monte al que Gilgamesh, al llegar
al lugar donde los cohetes ascendían y descendían, había llamado «monte Mashu».
Era el mismo monte con «las puertas dobles hacia el cielo» al cual iban los
faraones egipcios en su viaje a la otra vida, para reunirse con los dioses en
el «planeta de los millones de años». Era el monte que dominaba el antiguo
espaciopuerto. Y fue allí donde se renovó la Alianza con el pueblo elegido para
que fueran los guardianes de los dos emplazamientos espaciales que aún quedaban.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los reyes fenicios del primer milenio a. C. eran
perfectamente conscientes de la importancia y del propósito del lugar; de ello
da fe la representación impresa en una moneda fenicia de Biblos. El profeta
Ezequiel (28, 2, 14) amonestaba al rey de Tiro por creer altivamente que, por
haber estado en aquel lugar sagrado de los Elohim, se había convertido él mismo
en un dios: Tú has estado en un monte santo, como un dios eras, caminando entre
piedras de fuego… Y te hiciste altivo, diciendo: «Soy un dios, en el lugar de
los Elohim estuve»; pero eres sólo un hombre, no un dios.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los cinco primeros libros de la Biblia hebrea, conocidos
como la Torah («Las Enseñanzas»), cubren la historia desde la Creación, Adán y
Noé hasta los patriarcas y José, en el Génesis. Los otros cuatro libros (Éxodo,
Levítico, Números y Deuteronomio) cuentan la historia del Éxodo, por una parte,
y por otra enumeran las normas y regulaciones establecidas en la nueva religión
de Yahveh. Esta nueva religión incorporaba de forma patente una nueva forma de
vida, una forma de vida «sacerdotal»: «No hagáis como se hace en la tierra de
Egipto, donde habéis habitado, ni hagáis como se hace en la tierra de Canaán,
adonde os llevo; no debéis comportaros como ellos ni seguir sus estatutos»
(Levítico 18, 2-3).
Después de establecer los fundamentos de la fe («No tendrás
otro Dios delante de mí»), de su moral y de su código ético en sólo Diez
Mandamientos, se desgranan página a página, con todo lujo de detalles,
requisitos dietéticos, normas para los ritos y las vestimentas sacerdotales,
enseñanzas médicas, directrices agrícolas, instrucciones arquitectónicas,
reglamentos de comportamiento familiar y sexual, leyes de la propiedad y leyes
criminales, etcétera. Se nos revela aquí un extraordinario conocimiento en casi
la totalidad de disciplinas científicas, competencia en metales y tejidos,
conocimientos en sistemas legales y temas sociales, familiaridad con las
tierras, la historia, las costumbres y los dioses de otras naciones… y
determinadas preferencias numerológicas.
El tema del doce (como en las doce tribus de Israel o
en el año de doce meses) es obvio. Obvia también es la predilección por el siete,
que destaca en la esfera de las festividades y los rituales, en el
establecimiento de una semana de siete días y en la consagración del séptimo
día como el Sabbath. Cuarenta es un número especial, como en los
cuarenta días y cuarenta noches que Moisés pasó en el monte Sinaí, o los
cuarenta años decretados para que los israelitas erraran por el desierto del
Sinaí. Y estos números nos resultan familiares por los relatos sumerios: los
doce miembros del sistema solar y los doce meses del calendario de Nippur; el
siete como número planetario de la Tierra (dado que los anunnaki contaban desde
el exterior del sistema solar hacia dentro) y de Enlil como comandante de la
Tierra; o el cuarenta como rango numérico de Ea/Enki.
El número cincuenta también está presente. Como sabrá
ya el lector, el cincuenta era un número con aspectos «sensibles»: era el rango
numérico original de Enlil y el de su heredero, Ninurta; y aún más importante,
en los días del Éxodo connotaba el simbolismo de Marduk y de sus cincuenta
nombres. Pero atención especial merece el hecho de que se le diera al cincuenta
una extraordinaria importancia, pues se utilizó para crear una nueva unidad
de tiempo, el jubileo, de cincuenta años.
En tanto que el calendario de Nippur se adoptó de forma
clara para la observancia de las festividades y demás ritos religiosos
israelitas, también se dictaron regulaciones especiales para el quincuagésimo
año; se le dio un nombre especial, el de año jubileo: «Es el jubileo,
que será sagrado para vosotros» (Levítico, capítulo 25). En ese año, debían
darse libertades y liberaciones sin precedentes. El cálculo se hacía contando
el día de la Expiación del Año Nuevo durante siete años siete veces, es decir,
cuarenta y nueve veces; luego, el día de la Expiación del siguiente año, el
quincuagésimo, el toque de un cuerno de carnero debía sonar por todo el
país, y se debía proclamar la libertad para la tierra y para todos los que
moraran en ella: la gente retornaría con sus familias, las propiedades deberían
devolverse a sus dueños originales, toda venta de tierra o de casa quedaría
condonada y anulada; los esclavos (¡que habían de ser tratados en todo momento
como ayudantes contratados!) serían libres, y se le daría libertad también a la
tierra, dejándola en barbecho durante aquel año.
En tanto que el concepto de un «Año de Libertad» es original
y único, la elección del cincuenta como unidad en el calendario se nos puede
antojar extraña (nosotros hemos adoptado el cien, un siglo, como unidad de
tiempo más adecuada). Por otra parte, el nombre asignado a este año de cada
cincuenta resulta incluso más sospechoso. La palabra que traducimos como
«jubileo» es Yovel en la Biblia hebrea, y significa «un carnero». Así,
podría decirse que lo que se decretaba era un «Año del Carnero», que debía
repetirse cada cincuenta años y que debía anunciarse mediante el toque de un cuerno
de carnero. Pero, tanto la elección del cincuenta como nueva unidad de
tiempo como su nombre plantean una inevitable pregunta: ¿habría aquí algo
oculto, algo relacionado con Marduk y con su era del Cordero?
¿Se les estaría diciendo a los israelitas que contaran de
cincuenta en cincuenta años, hasta que tuviera lugar un acontecimiento divino
significativo relacionado con la era del Carnero o con el poseedor del Rango
del Cincuenta, cuando todo volvería a un nuevo comienzo?
Aunque no se nos da una respuesta obvia en estos capítulos
bíblicos, uno no puede evitar buscar pistas en una unidad de tiempo, muy
significativa y similar, que podemos encontrar en el otro extremo del mundo: no
de cincuenta, sino de cincuenta y dos. Éste era el número secreto del dios
centroamericano Quetzalcóatl, que, según las leyendas aztecas y mayas, fue
quien les trajo la civilización, e inclusive sus tres calendarios. En Los
reinos perdidos, identificamos a Quetzalcóatl con el dios egipcio Thot,
cuyo número secreto era el cincuenta y dos, un número basado en el calendario,
pues representaba las cincuenta y dos semanas de siete días del año solar.
El más antiguo de los tres calendarios centroamericanos se
conoce como la Cuenta Larga: contaba el número de días desde un «Día Uno» que
los expertos han identificado como el 13 de agosto de 3113 a. C. Junto a este
calendario continuo pero lineal, había otros dos calendarios cíclicos. Uno, el Haab,
era un calendario anual solar de 365 días, dividido en 18 meses de 20 días cada
uno, más 5 días adicionales a final de año. El otro era el Tzolkin, un
calendario sagrado de sólo 260 días, compuesto de una unidad de 20 días que
rotaba 13 veces, Los dos calendarios cíclicos se encajaban entre sí, como dos
ruedas dentadas, para crear la Ronda Sagrada de cincuenta y dos años, que era
cuando estos dos calendarios volvían a su punto de inicio común y comenzaban la
cuenta de nuevo.
Este «manojo» de cincuenta y dos años era la unidad de
tiempo más importante, porque estaba vinculada a la promesa de Quetzalcóatl de
que volvería a América Central en su año Sagrado. Los pueblos de la zona solían
congregarse en las montañas cada cincuenta y dos años para esperar el prometido
retorno de Quetzalcóatl. (En uno de aquellos años sagrados, en 1519 d. C.,
un español de piel blanca y con barba, Hernando Cortés, desembarcó en la costa
de Yucatán, en México, y fue recibido por el rey azteca Moctezuma como si fuera
el Dios que regresaba; craso error, como sabemos ahora).
En América Central, ese «manojo de años» se utilizaba para
la cuenta atrás hasta el prometido «año del retomo», y la pregunta que nos
planteamos es: ¿Estaría pensado el «año jubileo» para servir a un propósito
similar?
Buscando una respuesta, nos encontramos con que, cuando el
tiempo lineal de cincuenta años se combina con la unidad cíclica zodiacal de
setenta y dos años (el tiempo que precisa el cambio de un grado), nos
encontramos con 3600 (50 x 72 = 3600), que era el período orbital (matemático)
de Nibiru.
Vinculando el calendario jubilar y el calendario zodiacal
con la órbita de Nibiru, ¿no estaría diciendo el Dios bíblico, «Cuando entréis
en la Tierra Prometida, comenzad la cuenta atrás hasta el retomo»?
Hace unos dos mil años, durante una época de gran fervor
mesiánico, se reconoció que el jubileo era una unidad de tiempo inspirada por
la divinidad para predecir el futuro: para calcular el retomo mediante la
combinación de las ruedas dentadas del tiempo. Y ese reconocimiento se
encuentra en la base de uno de los más importantes libros posbíblicos, conocido
como El libro de los Jubileos.
Aunque ahora sólo está disponible en su traducción griega y
en traducciones posteriores, se escribió originariamente en hebreo, como
confirman los fragmentos encontrados entre los manuscritos del mar Muerto.
Basado en tratados y tradiciones sagradas extrabíblicas, rescribía el Libro del
Génesis y parte del Éxodo según un calendario basado en la unidad de tiempo
jubilar. Y todos los expertos coinciden en afirmar que era un producto de las
expectativas mesiánicas de la época en que Roma ocupaba Jerusalén, y que su
propósito era ofrecer una forma mediante la cual predecir el momento de la
llegada del Mesías, cuando tendría lugar el final de los tiempos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La idea de que el culto de Atón era una forma de monoteísmo
(el culto de un único creador del universo) surge principalmente de alguno de
los himnos a Atón que se han encontrado; en ellos hay versos como «Oh, dios
único, de quien no hay otro… El mundo vino a ser por tu mano». El hecho de
que, en un claro abandono de las costumbres egipcias, estuviera estrictamente
prohibida la representación antropomórfica de este dios resulta sospechosamente
similar a la prohibición de Yahveh de hacer «imagen esculpida» alguna para el
culto. Además, algunos fragmentos de los himnos a Atón parecen ser clones de
los salmos bíblicos:
¡Oh, Atón vivo,
cuán numerosas son tus obras!
Están ocultas a la vista de los hombres.
¡Oh dios único, junto al cual no hay otro!
Tú creaste la tierra según tu deseo
cuando estabas solo.
El reconocido egiptólogo James H. Breasted (The Dawn of
Conscience) comparó los versos de arriba con el Salmo 104, comenzando por
el versículo 24:
¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras!
En sabiduría las has hecho todas;
de tus riquezas está llena la Tierra.
Sin embargo, la similitud no se debe a que ambos, himno
egipcio y salmo bíblico, se copiaran uno a otro, sino a que los dos hablan del
mismo dios celeste de la epopeya de la Creación sumeria; ambos hablan de
Nibiru, que conformó los cielos y creó la Tierra, infundiendo en ella la
«semilla de la vida».
Casi todos los libros que tratan del antiguo Egipto le dirán
que el disco de Atón, que Akenatón convirtió en objeto central de culto,
representaba al benévolo Sol. Si fuera así, sería extraño que, en una marcada
desviación de la arquitectura de los templos egipcios, que se orientaban a los
solsticios sobre un eje sudeste-noroeste, Akenatón orientara su templo de Atón
sobre un eje este-oeste, pero además poniendo su entrada al oeste, en el lado opuesto
a la salida del Sol. Si Akenatón hubiera estado esperando una reaparición
celeste desde la dirección opuesta a aquélla en la que el Sol se eleva,
no podría tratarse del Sol.
Una lectura minuciosa de los himnos revela que Atón, el
«dios estrella», no era Ra en su aspecto de Amón, «el Invisible», sino un Ra
diferente: era el dios celeste que había «existido desde tiempos primitivos… El
que se renueva a sí mismo», dado que reaparece con toda su gloria,
un dios celeste que se «va a la lejanía y regresa». Sobre un criterio
diario, estas palabras podrían aplicarse ciertamente al Sol; pero, sobre un
criterio a largo plazo, la descripción encajaba con Ra en su aspecto de Nibiru:
se hacía invisible, decían los himnos, porque estaba «muy lejos en el cielo»,
porque se iba «detrás del horizonte, hasta las alturas del cielo». Y ahora,
anunciaba Akenatón, volvía con toda su gloria. Los himnos de Atón profetizaban
su reaparición, su retomo, «hermoso en el horizonte del cielo… brillante,
hermoso, fuerte», trayendo una época de paz y de benevolencia para todos.
Estas palabras manifiestan unas claras expectativas mesiánicas que no tienen
nada que ver con el Sol.
En apoyo de la explicación de que el «Atón es el Sol», se
ofrecen diversas representaciones de Akenatón. En ellas, se le muestra a él y a
su esposa recibiendo las bendiciones de una estrella radiante, o bien orando
ante ella; y la mayoría de los egiptólogos dicen que esa estrella es el Sol. Es
cierto que los himnos se refieren a Atón como una manifestación de Ra; de ahí
que los egiptólogos que creen que Ra era el Sol lleguen la conclusión de que
Atón también debía de representar al Sol; pero si Ra era Marduk, y el Marduk
celeste era Nibiru, entonces Atón representaría también a Nibiru, y no al Sol.
Evidencias adicionales podemos obtener de los mapas del cielo, algunos de los cuales
se han hallado en las pinturas que decoraban las tapas de los ataúdes, donde se
ven claramente las doce constelaciones del zodíaco, el Sol, con sus rayos, y
demás miembros del sistema solar; pero el planeta de Ra, el «Planeta de los
Millones de Años», se muestra como un planeta extra en su propia gran barca
celeste más allá del Sol, con el jeroglífico de «dios» en él: el «Atón» de
Akenatón.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El tono de aprobación ante un vidente profesional que se
advierte en la Biblia, que prohibía la adivinación, los conjuros y demás, nos
lleva a pensar que esta historia era, en sus orígenes, un relato no israelita
que, sin embargo, los autores bíblicos incorporaron dedicándole un espacio
sustancial por lo que el incidente y su mensaje debieron de considerarse un
preludio importante de la conquista israelita de la Tierra Prometida. El texto
sugiere que Balaam era arameo, y que vivía en algún lugar del curso alto del
río Éufrates; sus oráculos proféticos trataron temas que iban desde el destino
de los hijos de Jacob y el lugar de Israel entre las naciones hasta oráculos
referentes al futuro de esas otras naciones, incluida la distante Asiría que,
por entonces, aún no se había convertido en un imperio. Los oráculos eran, por
tanto, una expresión de las expectativas de la época, difundidas incluso entre
los no «israelitas». Insertando este relato, los autores de la Biblia
combinaron el destino de Israel con las expectativas universales de la
humanidad. El relato de Balaam indica que esas expectativas se habían
canalizado a lo largo de dos senderos: el ciclo zodiacal, por una parte, y el
curso de la Estrella Que Volvía, por la otra. Las referencias zodiacales son
ciertamente potentes en lo relativo a la era del Carnero (¡y a su dios!) en la
época del Éxodo, y se convierten en oraculares y proféticas cuando el vidente
Balaam visualiza el futuro, cuando invoca (en Números, capítulo 23) los
símbolos de las constelaciones zodiacales del Toro y del Carnero («siete
novillos y siete carneros para el sacrificio») y el León («cuando la Trompeta
Real se escuche en Israel»). Y es cuando visualiza ese distante futuro cuando
el texto de Balaam emplea la significativa expresión al final de los tiempos
como momento en el cual se aplicarán los oráculos proféticos (Números 24,14).
La expresión vincula directamente estas profecías no israelitas con el destino
de los descendientes de Jacob, por cuanto el mismo Jacob, en su lecho de
muerte, reunió a sus hijos para anunciarles los oráculos referentes a su futuro
(Génesis, capítulo 49), «Juntaos —dijo—, y os anunciaré lo que os ha de
acontecer al final de los tiempos». Hay quienes creen que los oráculos, que
iban dirigidos a cada una de las futuras doce tribus de Israel, guardaban
relación con las doce constelaciones zodiacales. ¿Y qué es eso de la Estrella
de Jacob, una visión de la que sólo nos habla Balaam? En las discusiones de los
expertos bíblicos, se le suele dar, en el mejor de los casos, un contexto
astrológico más que astronómico, si bien con mucha frecuencia se considera que
la referencia a la Estrella de Jacob es puramente figurativa. Pero ¿qué pasaría
si la referencia fuera en realidad a una estrella, a un planeta visto
proféticamente, aunque aún invisible? ¿Qué pasaría si Balaam, al igual que Akenatón,
estuviera hablando del retorno, de la reaparición de Nibiru? Convendría
percatarse de que este retorno sería un evento extraordinario que tendría lugar
una vez cada varios milenios; un acontecimiento que, en ocasiones anteriores,
había dado lugar a momentos decisivos y profundos en los asuntos de dioses y
hombres. No es ésta una pregunta retórica. De hecho, los acontecimientos venían
indicando que algo abrumadoramente importante estaba al caer. Después de un
siglo más o menos de preocupaciones y predicciones referentes al planeta que
retomaba (preocupaciones y predicciones que nos encontramos en los relatos del
de Balaam y en el Egipto de Akenatón), Babilonia empezó a ofrecer evidencias de
la existencia de unas expectativas ampliamente difundidas, y la pista más
destacada fue el signo de la cruz.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el año 1260 a. C., ascendió al trono de Babilonia un
nuevo rey que adoptó el nombre de Kadashman-Enlil, sorprendente nombre
teofórico de veneración a Enlil. Pero no fue éste un gesto aislado, pues
durante el siglo posterior le siguieron otros reyes casitas que llevaban
también nombres teofóricos en los que no sólo veneraban a Enlil, sino también a
Adad; un gesto sorprendente que sugiere un deseo de reconciliación con los
dioses enlilitas. Y el hecho de que se estaba esperando algo inusual se
evidencia también en unos monumentos conmemorativos denominados kudurru
(«piedras redondeadas»), que se levantaban como señalizadores de límites y
fronteras. Los kudurru llevaban inscripciones en las que se establecían los
términos del tratado fronterizo (o de la concesión de tierras), así como los
juramentos pronunciados para apoyarlo, y se santificaban con símbolos de los
dioses celestes. Los símbolos zodiacales divinos, los doce, se representaban
frecuentemente; pero, orbitando por encima de ellos, estaban los símbolos del
Sol, la Luna y Nibiru. En otra representación, se puede ver a Nibiru en
compañía de la Tierra (el séptimo planeta) y la Luna (además del símbolo de
Ninmah, el instrumento con que se cortaba el cordón umbilical del recién
nacido). Curiosamente, a Nibiru ya no se le representaba con el símbolo del
disco alado, sino de un modo completamente distinto, como el planeta de la cruz
radiante, en correspondencia con la descripción sumeria de los «días antiguos»,
la de un planeta radiante a punto de convertirse en el «planeta del cruce».
Esta manera de representar a Nibiru (un planeta que hacía milenios que no se
observaba) mediante el símbolo de una cruz radiante comenzó a hacerse más y más
habitual, y los reyes casitas de Babilonia no tardaron en simplificar el
símbolo hasta dejarlo, simplemente, en el signo de la cruz, sustituyendo el
disco alado por este signo en sus sellos reales. Esta cruz, que se parece mucho
a la posterior cruz de Malta cristiana, se conoce en los estudios de glíptica
antigua como cruz casita. Y, como se indica en otra representación, el símbolo
de la cruz se le aplicaba a un planeta, a diferencia del Sol, que se mostraba
por separado junto con la Luna creciente y el símbolo de Marte, la estrella de
seis puntas. Con el comienzo del primer milenio a. C., el signo de la cruz de
Nibiru se difundió desde Babilonia hasta aparecer en los diseños de los sellos
de los países cercanos. En ausencia de textos religiosos o literarios casitas,
sólo podemos conjeturar qué expectativas mesiánicas podrían haber acompañado a
estos cambios en las representaciones. Fueran cuales fuesen, intensificaron la
ferocidad de los ataques de los estados enlilitas (Asiria y Elam) contra
Babilonia, y su oposición a la hegemonía de Marduk. Esos ataques retrasaron,
pero no impidieron, la eventual adopción del signo de la cruz en la misma
Asiria. Como revelan los monumentos reales, los reyes asirios lo llevaban,
haciendo ostentación de él, en el pecho, cerca del corazón, del mismo modo que
los católicos devotos llevan la cruz en nuestros días. Religiosa y
astronómicamente, era un gesto de lo más significativo. Y debía de ser una
manifestación ciertamente difundida, pues, también en Egipto, se han
descubierto representaciones de un dios-rey que, al igual que sus homólogos
asirios, lleva el signo de la cruz en el pecho. La adopción del signo de la
cruz como emblema de Nibiru en Babilonia, en Asiria y en otros lugares no fue
una gran innovación. Este signo se había usado con anterioridad en Sumer y
Acad. «¡Nibiru, que “Cruzar” sea su nombre!», dice la epopeya de la Creación;
y, en consecuencia, su símbolo, la cruz, se empleó en la glíptica sumeria para
representar a Nibiru; pero, por entonces, significaba siempre su regreso a la
invisibilidad
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El Enuma elish, la epopeya de la Creación, afirma
claramente que, después de la Batalla Celeste con Tiamat, el Invasor hizo una
gran órbita en torno al Sol y volvió al escenario de la batalla. Dado que
Tiamat orbitaba al Sol en un plano denominado la eclíptica (al igual que lo
hacen otros miembros de la familia planetaria del Sol), el Invasor tenía que
volver a ese mismo lugar en los cielos; y, cada vez que vuelve, órbita tras
órbita, es ahí donde cruza el plano de la eclíptica. Una manera sencilla
de ilustrar esto sería poniendo como ejemplo el recorrido orbital del conocido
cometa Halley, que emula a escala bastante más reducida la órbita de Nibiru: su
órbita inclinada lo lleva, cuando está cerca del Sol, desde el sur, por debajo
de la eclíptica, cerca de Urano. Hace un arco por encima de la eclíptica y le
da la vuelta al Sol, diciéndole «Hola» a Saturno, Júpiter y Marte; luego, baja
y cruza la eclíptica cerca del punto donde tuvo lugar la Batalla Celeste de
Nibiru con Tiamat (el Cruce, marcado con una «X»), y se va, para volver cuando
su «destino» orbital lo prescribe.
Ese punto en los cielos, y en su momento, es el Cruce;
y el Enuma elish afirma que es entonces cuando el planeta de los
anunnaki se convierte en el
Planeta de la Cruz:
Planeta NIBIRU:
la Encrucijada del Cielo y la Tierra ocupará…
Planeta NIBIRU: la posición central posee…
Planeta NIBIRU:
es él el que, sin cansarse,
sigue cruzando en mitad de Tiamat;
¡Que «Cruzar» sea su nombre!
Los textos sumerios que tratan de acontecimientos decisivos
en la saga de la humanidad proporcionan indicaciones concretas en lo referente
a las apariciones periódicas del planeta de los anunnaki (aproximadamente, cada
tres mil seiscientos años), y siempre en encuentros cruciales en la historia de
la Tierra y de la humanidad. Era en estas ocasiones cuando el planeta recibía
el nombre de Nibiru, y su representación glíptica, incluso en tiempos sumerios,
era la cruz.
Y esto comenzó ya con el Diluvio. En varios textos que
tratan del Diluvio, se asoció la catástrofe con la aparición del dios celeste,
Nibiru, en la era del León (hacia 10 900 a. C.); según un texto, fue «la
constelación del León la que midió las aguas de lo profundo». Otros textos
describen la aparición de Nibiru en la época del Diluvio como una estrella
radiante, y la representaron acordemente
Cuando griten «¡Inundación!», es el dios Nibiru…
Señor cuya corona brillante está cargada de terror;
día a día, dentro del León, prende en llamas.
El planeta volvió, reapareció y de nuevo se convirtió en
«Nibiru» cuando se le concedió a la humanidad la agricultura y la ganadería, a
mediados del octavo milenio a. C.; en las representaciones grabadas sobre
sellos cilíndricos que ilustran los inicios de la agricultura se utilizó el
signo de la cruz para mostrar a Nibiru, visible en los cielos de la Tierra.
La última ocasión (y la más memorable para los sumerios) en
que el planeta fue visible de nuevo fue cuando Anu y Antu vinieron a la Tierra
en visita de Estado, en torno a 4000 a. C., en la era del Toro (Tauro).
La ciudad que posteriormente, y durante milenios, se
conocería como Uruk se fundó en su honor. Se erigió un zigurat, y desde sus
alturas se observó la aparición de los planetas en el horizonte, conforme la
noche iba oscureciendo el cielo. Cuando Nibiru apareció en el horizonte,
estalló el griterío: «¡La imagen del Creador ha surgido!», y todos los
presentes rompieron a cantar himnos de alabanza para «el planeta del Señor
Anu».
La aparición de Nibiru al comienzo de la Era de Tauro
significa que para el tiempo del amanecer solar —cuando el amanecer comienza,
pero aún se pueden ver las estrellas— la constelación del fondo era Tauro.
Pero el movedizo Nibiru, hacía un arco en los cielos
mientras rodea al Sol, y pronto descendía de vuelta para cruzar el plano
planetario (eclíptica) en el punto del Cruce.
Ahí el cruce era observado contra el fondo de la
constelación de Leo. Algunas representaciones, en sellos de cilindro y en
tablillas astronómicas, emplearon el símbolo de cruz para señalar la llegada de
Nibiru cuando la Tierra estaba en la Era del Toro y su cruce fue observado en
la constelación del León.
De este modo el cambio desde el símbolo Disco Alado al Signo
de la Cruz no fue una innovación; estaba revirtiendo a la forma en la cual el
Señor Celestial fue representado en tiempos anteriores, pero sólo cuando en su
gran órbita cruza la eclíptica y se convierte en «Nibiru».
Como en el pasado, la renovada manifestación del Signo de la
Cruz significa reaparición, de vuelta a la vista, RETORNO.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La Biblia afirma que el Templo de Jerusalén era único; y
ciertamente lo era, pues estaba concebido para preservar el enlace
Cielo-Tierra, lo que una vez fue el DUR.AN.KI de Nippur, en Sumer. Y sucedió en
el año cuatrocientos ochenta de la salida de los Hijos de Israel de la tierra
de Egipto, el año cuarto del reinado de Salomón, en el segundo mes, que él
emprendió la construcción de la Casa del Señor.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La dramática historia del Templo de Jerusalén no comienza
con Salomón, sino con el rey David, el padre de Salomón; y el modo en que David
llegó a convertirse en rey de Israel es un relato en el que se trasluce un plan
divino: preparar el futuro resucitando el pasado. Después de un reinado de
cuarenta años, David dejó como legado un reino en proceso de expansión, que
llegaba por el norte hasta Damasco (¡incluido el Lugar de Aterrizaje!). También
dejó como legado multitud de salmos grandiosos, así como los trabajos
preliminares del Templo de Yahveh. Tres emisarios divinos jugaron un papel
crucial en la forja de este rey y de su lugar en la historia; la Biblia los
enumera como «Samuel el Vidente, Natán el Profeta y Gad el Visionario». Dios
dio instrucciones a Samuel, que era sacerdote-custodio del Arca de la Alianza,
para que sacara «al joven David, hijo de Jesé, de apacentar ovejas para ser
pastor de Israel», y Samuel «tomó el cuerno de aceite y lo ungió para que
reinara sobre Israel».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Cuando se aproximaba el fin de sus días, el rey David
convocó en Jerusalén a todos los jefes de Israel, incluidos los jefes tribales
y los mandos militares, los sacerdotes y los cargos reales, y les habló de la
promesa de Yahveh; a la vista de todos los reunidos, le entregó a su hijo
Salomón «el Tavnit del Templo y todas sus partes y cámaras… el Tavnit que había
recibido del Espíritu». Pero había más, pues David también le pasó a Salomón
«lo que Yahveh había escrito de su mano para hacer comprender todos los
detalles del Tavnit»: un libro de instrucciones, escrito por mano divina (I
Crónicas, capítulo 28). El término hebreo Tavnit se tradujo al inglés en la
Biblia del Rey Jacobo como pattern («diseño»), pero en traducciones más
recientes se ha traducido por plan («plano»), lo que sugiere que a David se le
dio algún tipo de dibujo arquitectónico. Pero la palabra hebrea que significa
«plano» es Tokhnit. Tavnit, por otra parte, se deriva del verbo raíz que
significa «construir, erigir», de manera que lo que se le dio a David, y lo que
él le entregó a su hijo Salomón, fue un «modelo construido»; en el habla común
de hoy en día, un modelo a escala. (Entre los hallazgos arqueológicos
realizados por todo el Oriente Próximo de la antigüedad se han encontrado
modelos a escala de carros, carretas, barcos, talleres e incluso santuarios de
varios niveles).
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los libros bíblicos de Reyes y Crónicas ofrecen medidas
precisas y claros detalles estructurales del Templo y de sus diseños
arquitectónicos. Su eje discurre de este a oeste, lo que lo convierte en un
«templo eterno», alineado con los equinoccios. El Templo constaba de tres
partes: una parte delantera similar a la de los templos sumerios (Ulam , en
hebreo), una gran sala central (Hekal en hebreo, que procede de la palabra
sumeria E.GAL, «Morada Grande») y un Santo de los Santos para el Arca de la
Alianza. La sección más interior se llamaba el Dvir (el «Orador»), pues Dios le
hablaba a Moisés a través del Arca de la Alianza. Al igual que en los zigurats
sumerios, que habitualmente se construían según el concepto sexagesimal («de
base sesenta»), el Templo de Salomón adoptó también el sesenta en su
construcción: la sección principal (la sala) tenía 60 codos (algo más de 30
metros) de largo, 20 codos (60:3) de ancho y 120 (60 x 2) codos de alto. El
Santo de los Santos tenía 20 por 20 codos (lo justo) para albergar el Arca de
la Alianza con los dos querubines de oro encima («sus alas se tocaban»). La
tradición, las evidencias textuales y las investigaciones arqueológicas indican
que el Arca se colocó exactamente sobre la enorme roca en la cual Abraham
estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac; su designación en hebreo, Even
Shatiyah, significa «piedra fundacional», y las leyendas judías sostienen que a
partir de esa roca se volverá a crear el mundo. En la actualidad está cubierta
y rodeada por la Cúpula de la Roca
Aunque estas medidas no eran monumentales, si se las compara
con las de los elevadísimos zigurats, el Templo de Jerusalén tenía un aspecto
ciertamente grandioso cuando se terminó; y, por otra parte, no se parecía en
nada a cualquier otro templo de aquella parte del mundo. Ni hierro ni
herramientas de hierro se utilizaron para su construcción sobre la plataforma
(y absolutamente ningún utensilio de hierro en su funcionamiento; todos los
utensilios eran de cobre o bronce); y, de hecho, todo el edificio estaba
recubierto de oro en su interior; hasta los clavos que sujetaban las láminas
doradas al muro estaban hechos de oro. La cantidad de oro que se utilizó fue
enorme (sólo «para el Santo de los Santos, seiscientos talentos; para los
clavos, cincuenta shekels»). Se utilizó tanto oro que Salomón tuvo que enviar
barcos especiales a Ofir (que se cree que estaba en el sudeste de África) para
traer oro. La Biblia no da explicación alguna sobre la prohibición del uso de
cualquier objeto de hierro en el lugar, pero tampoco sobre el recubrimiento de
oro de todo lo que había en el interior del Templo. Sólo podemos especular con
la posibilidad de que se rehuyera el hierro debido a sus propiedades
magnéticas, y se utilizara el oro por ser el mejor conductor de la
electricidad. Resulta significativo que los otros dos casos conocidos de
santuarios recubiertos de oro en su interior estén en el otro extremo del
mundo. Uno es el gran templo de Cuzco, la capital inca, en Perú, donde recibió
culto el gran dios de Sudamérica, Viracocha. Se llamaba el Coricancha («Recinto
Dorado»), pues su Santo de los Santos estaba completamente recubierto de oro.
El otro está en Puma-Punku, a orillas del lago Titicaca, en Bolivia, cerca de
las famosas ruinas de Tiahuanaco. Estas ruinas es lo que queda de cuatro
edificios de piedra parecidos a cámaras cuyas paredes, pisos y techos se
tallaron a partir de un único y colosal bloque de piedra. Los cuatro recintos
estaban completamente recubiertos en su interior con láminas de oro, sujetas a
las paredes con clavos de oro. Al hablar de estos lugares (y de cómo los
saquearon los españoles) en Los reinos perdido , sugerí que Puma-Punku quizás
se erigiera para la estancia de Anu y Antu cuando visitaron la Tierra en tomo a
4000 a. C.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Cuando todo estuvo dispuesto, los sacerdotes llevaron el
Arca de la Alianza con mucha pompa y circunstancia y la pusieron en el Santo de
los Santos. Y en cuanto el Arca estuvo en su sitio y se cerraron las cortinas
que separaban el Santo de los Santos de la gran sala, «la Casa del Señor se
llenó con una nube y los sacerdotes no podían mantenerse en pie». Entonces,
Salomón pronunció una oración de agradecimiento, diciendo:
Señor, Tú que has elegido morar en la nube:
he construido para Ti una majestuosa Casa,
un lugar donde puedas morar para siempre…
Si los cielos de los cielos no pueden contenerte,
escucha nuestras súplicas desde Tu asiento en el cielo.
«Y Yahveh se le apareció a Salomón aquella noche, y le dijo:
He escuchado tu oración; he elegido este lugar para mi casa de culto… Desde el
cielo escucharé las plegarias de mi pueblo y perdonaré sus transgresiones… He
elegido y he consagrado esta casa para que mi Shem permanezca ahí para
siempre» (2 Crónicas, capítulos 6-7).
La palabra Shem, aquí y anteriormente, como en los
versículos de inicio del capítulo 6 del Génesis, se traduce normalmente como
«Nombre». Ya en mi primer libro, El 12.º planeta, sugerí que este
término se refería, en sus orígenes y en el contexto relevante, a lo que los egipcios
llamaban la «Barca Celeste» y los sumerios llamaban MU («barco del cielo») de
los dioses. Por lo tanto, el Templo de Jerusalén, construido sobre la
plataforma de piedra, con el Arca de la Alianza situada sobre la roca sagrada,
iba a servir como enlace terrestre con la deidad celeste, ¡tanto para
comunicarse como para el aterrizaje de su barco celeste!
En ninguna parte del Templo había estatua alguna, ni ídolo,
ni imagen grabada. El único objeto que había en su interior era la sagrada Arca
de la Alianza, y «no había nada en el Arca, salvo las dos tablillas que se le
dieron a Moisés en el Sinaí».
A diferencia de los templos zigurats de Mesopotamia, desde
el de Enlil en Nippur hasta el de Marduk en Babilonia, este templo no era un
lugar de residencia para la deidad; no era donde el dios vivía, comía, dormía o
se bañaba. Era una casa de culto, un lugar de contacto divino; era un templo
para la presencia divina del Morador de las nubes.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Aunque profetizar (predecir lo que va a ocurrir) es
inherentemente lo que se espera de un profeta, los profetas de la Biblia hebrea
eran más que todo eso. Desde el mismo principio, como queda claro en el
Levítico, un profeta no podía ser «un mago, un hechicero, un encantador o un vidente
de espíritus, un adivino o alguien que conjure a los muertos» (una lista
suficientemente exhaustiva de los diversos adivinos de las naciones
circundantes). Su misión como Nabih («portavoz») era transmitir a los reyes y a
las gentes las propias palabras de Yahveh.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los profetas bíblicos hicieron el papel de custodios de la
fe, y constituyeron la brújula moral y ética de sus reyes y de su pueblo; eran
también agudos observadores y predictores en el escenario del mundo, por poseer
un extraño y preciso conocimiento de los tejemanejes que se daban en países
distantes, de intrigas cortesanas en capitales extranjeras, o de qué dioses
recibían culto en qué sitios, además de poseer sorprendentes conocimientos de
historia, geografía, rutas comerciales y campañas militares. Los profetas de
aquella época combinaban la conciencia del presente con los conocimientos del
pasado para predecir el futuro
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Desde que se introdujera en el capítulo de inicio del
Génesis una versión abreviada de la epopeya de la Creación sumeria, la Biblia
reconoció la existencia de Nibiru y de su periódico retorno a las vecindades de
la Tierra, y la trató como otra manifestación (en este caso, celeste) de Yahveh
como Dios universal.
Los Salmos y el Libro de Job hablan de un Señor Celeste
invisible que «en las alturas del cielo marcó una órbita».
Recuerdan la primera aparición de este Señor Celeste, cuando
colisionó con Tiamat (llamada en la Biblia Tehom, y apodada Ráhab
o Rabah, la Altiva), la hirió, creó los cielos y «el Brazalete Repujado»
(el cinturón de asteroides) y «suspendió la Tierra en el vacío»; también
recuerdan el momento en que el Señor celestial provocó el Diluvio.
La llegada de Nibiru y la colisión celeste, que trajo
consigo el gran círculo orbital de Nibiru, se celebraron en el majestuoso Salmo
19:
Los cielos hablan de la gloria del Señor; el Brazalete
Repujado proclama la obra de sus manos… y él, como un
esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta,
corriendo su carrera.
Desde el extremo de los cielos emana, y
su órbita llega a su final.
La cercanía del Señor Celeste en el momento del Diluvio se
tendría como el indicio precursor de lo que ocurrirá la próxima vez que vuelva
el Señor Celeste (Salmo 77,12-18):
Recordaré las gestas de Yahveh, sí,
recuerdo tus antiguas maravillas…
Viéronte, oh Dios, las aguas, las aguas te vieron y
temblaron, tus
chispas desgarradoras cruzaban, tus relámpagos alumbraban el
orbe.
¡Voz de tu trueno en torbellino!, la Tierra se estremecía y
retemblaba.
Los profetas consideraban aquellos primitivos fenómenos como
una guía de lo que cabría esperar. Esperaban que el día del Señor (por citar al
profeta Joel) sería un día en que «la Tierra temblará, el sol y la luna se
oscurecerán, y las estrellas retraerán su fulgor… un día grande y terrible».
Los profetas trajeron la palabra de Yahveh a Israel y a
todas las naciones durante un período de tres siglos. El más antiguo de los
quince profetas literarios fue Amós, que se convirtió en el portavoz (Nabih)
de Dios en tomo a 760 a. C. Sus profecías cubren tres períodos o fases: predijo
las acometidas de Asiria para un futuro cercano, la llegada del día del Juicio
y un fin de los tiempos de paz y abundancia. Hablando en nombre de «el Señor
Yahveh, que revela sus secretos a los profetas», describió el Día del Señor
como un día en que «el sol se pondrá a mediodía, y en plena luz del día se
cubrirá la Tierra de tinieblas». Dirigiéndose a aquellos que dan culto a «los
planetas y la estrella de sus dioses», comparó el inminente día con los
acontecimientos del Diluvio, cuando «el día se hizo oscuro como la noche, y las
aguas de los mares se derramaron sobre la Tierra»; y advirtió a aquellos
adoradores con una pregunta retórica (Amos 5,18):
¡Ay de los que ansían el Día del Señor!
¿Qué creéis que es ese día?
¡Es tinieblas, que no luz!
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Mientras los profetas hebreos predecían la oscuridad a
mediodía, ¿qué pasaba en las «otras naciones» que esperaban el retorno de
Nibiru? A juzgar por sus registros escritos y por sus imágenes talladas,
estaban esperando la resolución de los conflictos de los dioses, momentos más
benévolos para la humanidad y una gran teofanía. Como veremos, estaban metidos
de lleno en ello. Anticipando el gran acontecimiento, se movilizó a sacerdotes
para que observaran los cielos en Nínive y Babilonia, tomaran nota de los fenómenos
celestes e interpretaran sus augurios. Se registraron meticulosamente todos los
fenómenos, y se dio cuenta de ellos a los reyes. En las ruinas de las
bibliotecas reales y de los templos, los arqueólogos han encontrado tablillas
en las que figuran estos registros e informes que, en muchos casos, se
disponían según el tema o el planeta que estaban observando. Una colección bien
conocida, en la cual se combinaban (por antigüedad) unas setenta tablillas, es
la de una serie titulada Enuma Anu Enlil ; en ella, se daba cuenta de
informaciones de planetas, estrellas y constelaciones, clasificados en función
de su localización, en el Camino de Anu y en el Camino de Enlil, y que
abarcaban el arco celeste desde los 30 grados sur hasta el cénit, en el norte.
Al principio, las observaciones se interpretaban comparando los fenómenos con
registros astronómicos de tiempos sumerios. Aunque escritos en acadio (la
lengua de Asiria y de Babilonia), los informes de las observaciones utilizaban
en gran medida terminología y matemáticas sumerias, y en ocasiones llevaban
también una nota del escriba en la que se informaba de que aquel escrito era
una traducción de tablillas sumerias más antiguas. Estas tablillas hicieron el
papel de «manuales astronómicos», en los que se sugería, a partir de la
experiencia pasada, qué significado oracular tenía un fenómeno: Cuando la Luna
no se vea en su tiempo calculado: una poderosa ciudad será invadida. Cuando un
cometa alcance el sendero del Sol: el flujo de los campos disminuirá, una revuelta
acaecerá dos veces. Cuando Júpiter vaya con Venus: las oraciones del país
llegarán a los dioses. Con el transcurso del tiempo, los informes de las
observaciones iban cada vez más acompañados con las propias interpretaciones de
los sacerdotes de augurios: «En la noche, Saturno se acercó a la Luna. Saturno
es un planeta del Sol. Éste es el significado: es favorable para el rey». Este
notable cambio supuso también que se les prestara una atención particular a los
eclipses. Existe una tablilla (ahora en el Museo Británico) en la que se
relacionan varias columnas de números que servían para predecir los eclipses de
Luna hasta con cincuenta años de antelación. Las investigaciones modernas han
llegado a la conclusión de que el cambio al nuevo estilo de astronomía tópica
tuvo lugar en el siglo VIII a. C., cuando, tras un período de trastornos y
agitaciones reales en Babilonia y Asiria, los destinos de los dos países se
pusieron en las fuertes manos de Tiglath-Pileser III (745-727 a. C.), en
Asiria, y de Nabonasar (747-734 a. C.), en Babilonia.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Cuando Nibiru culmine…
los países vivirán seguros,
los reyes hostiles harán la paz;
los dioses recibirán oraciones
y escucharán las súplicas.
Cuando el Planeta del Trono del Cielo
se vuelva brillante,
habrá inundaciones y lluvias.
Cuando Nibiru alcance su perigeo,
los dioses darán la paz.
Los conflictos se resolverán,
las complicaciones se esclarecerán.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los historiadores consideran a Asurbanipal como el más
erudito de los reyes asirios, pues conocía otras lenguas, además del acadio,
incluido el sumerio, y afirmaba que hasta podía leer «escritos de antes de la
Inundación». También se jactaba de «conocer los signos secretos del cielo y la
Tierra… y de haber estudiado los cielos con los maestros de la adivinación».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Tomados en su conjunto, los textos astronómicos de la época
de Asurbanipal hablaban de la aparición de un planeta desde los confines del
sistema solar, que se elevaba y se hacía visible cuando alcanzaba Júpiter (o
incluso Saturno antes de eso), y que luego se curvaba hacia abajo, hacia la
eclíptica. En su perigeo, cuando se encontrará más cerca del Sol (y, por tanto,
de la Tierra), el planeta, en el Cruce, se convertía en Nibiru «en el zodíaco
de Cáncer».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los eclipses solares, aunque mucho más raros que los
eclipses lunares, no son extraños; tienen lugar cuando la Luna, al pasar entre
la Tierra y el Sol, oscurece temporalmente a este último. Sólo una pequeña
proporción de eclipses solares son eclipses totales. La extensión, la duración
y la franja de oscuridad total varían de una vez a otra debido a la siempre
cambiante danza orbital entre el Sol, la Tierra y la Luna, junto a la
revolución diaria de la Tierra y su cambiante inclinación del eje.
Pero, por raros que sean los eclipses solares, en el legado
astronómico de Mesopotamia nos encontramos con importantes conocimientos sobre
este fenómeno, al que denominaban atalu shamshi. Las referencias en los
textos sugieren que entre estos antiguos conocimientos acumulados no sólo
aparece el fenómeno, sino también la implicación de la Luna en el proceso. De
hecho, en el año 762 a. C., hubo un eclipse solar cuya franja de eclipse
total pasó sobre Asiria, y vino seguido por otro en el año 584 a. C. que
se vio en todo el arco Mediterráneo, y se contempló como eclipse total en
Grecia. Pero, entonces, en el año 556 a. C., hubo un extraordinario
eclipse solar «no en un momento esperado». Si no se debía a los movimientos
predecibles de la Luna, ¿pudo estar causado por un tránsito de Nibiru
inusualmente cercano?
Entre las tablillas astronómicas pertenecientes a una serie
denominada «Cuando Anu Es Planeta del Señor», hay una (catalogada como
VACh.Shamash/RM.2,38) que habla de un eclipse solar. El fenómeno observado
quedó registrado así (líneas 19-20):
Al principio, el disco solar, no en un momento esperado,
se oscureció,
y permaneció en el resplandor del Gran Planeta.
El día 30 [del mes] fue el eclipse del Sol.
¿Qué significa exactamente que el Sol, oscurecido,
«permaneció en el resplandor del Gran Planeta»? Aunque la tablilla en sí no
proporciona información alguna sobre la fecha de ese eclipse, creemos que la
frase que hemos destacado arriba, indica claramente que aquel extraordinario
e inesperado eclipse solar fue provocado por el retomo de Nibiru, el «gran
planeta resplandeciente»; pero los textos no explican si la causa directa fue
el planeta en sí o los efectos de su «resplandor» (¿atracción gravitatoria o
magnética?) sobre la Luna.
Aún con todo, es un hecho histórico astronómico que, el
día 19 de mayo de 556 a. C., hubo un eclipse total de Sol… el eclipse fue
grande e importante, pues se vio en amplias áreas, y su aspecto fue muy
singular: ¡la banda de oscuridad total pasó exactamente sobre la región de
Jarán!
Y este último detalle es de la máxima importancia para
nuestras conclusiones (y aún debió de serlo más en aquellos fatídicos años del
mundo antiguo) pues, justo después de esto, en 555 a. C., Nabonides
fue proclamado rey de Babilonia… ¡pero no en Babilonia, sino en Jarán! Fue el
último rey de Babilonia; después de él, como había profetizado Jeremías,
Babilonia seguiría el destino de Asiria.
Fue en el año 556 a. C. cuando tuvo lugar la
profetizada oscuridad a Mediodía. Fue justo entonces cuando Nibiru regresó;
fue el Día del Señor que se había profetizado.
Y cuando acaeció el Retomo del planeta, ni Anu ni ningún
otro de los dioses esperados apareció. De hecho, ocurrió todo lo contrario: los
dioses, los dioses anunnaki, despegaron y abandonaron la Tierra.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La partida de los dioses anunnaki de la Tierra fue un
acontecimiento dramático, repleto de teofanías, fenómenos extraños, dudas
divinas y dilemas humanos. Por increíble que parezca, la partida de los dioses
no es una conjetura ni una especulación; es un hecho ampliamente documentado.
Las evidencias nos llegan tanto desde Oriente Próximo como desde América; y
algunos de los registros más directos, y ciertamente los más dramáticos, del
abandono de la Tierra por parte de los dioses nos llegan desde Jarán
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Fue en el decimosexto año de Nabopolasar, rey de Babilonia,
cuando Sin, señor de los dioses se enfureció con su ciudad y
su templo,
y subió al cielo;
y la ciudad y la gente que había en ella se fueron a la
ruina.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El milagroso retorno de Sin «desde los cielos» plantea
muchas preguntas, de las cuales la primera es dónde, «en los cielos», había
estado durante cinco o seis décadas. Las respuestas a estas preguntas se pueden
encontrar combinando las antiguas evidencias con los logros de la ciencia
moderna y la tecnología. Pero, antes de que volvamos a esto, es importante
examinar todos los aspectos de la partida de los dioses, pues no fue sólo Sin
el que «se enfureció» y, partiendo de la Tierra, «subió al cielo».
Las extraordinarias idas y venidas celestiales de las que
hablan Adda-Guppi y Nabonides tuvieron lugar mientras ellos estaban en Jarán;
detalle significativo, por cuanto otro testigo presencial se hallaba en aquella
región en aquellos mismos momentos: el profeta Ezequiel. Y él también tuvo
mucho que decir sobre este tema.
Ezequiel, un sacerdote de Yahveh de Jerusalén, estaba entre
los aristócratas y los artesanos que fueron deportados, junto con el rey
Yoyaquim, tras el primer ataque de Nabucodonosor a Jerusalén en el año 598 a. C.
Fueron llevados a la fuerza hasta el norte de Mesopotamia, y se quedaron
asentados en la región del río Jabur, a escasa distancia de su hogar ancestral
de Jarán. Y fue allí donde tuvo lugar la famosa visión de Ezequiel del carro
celeste. Como sacerdote experimentado, él también tomó nota del lugar y de la
fecha: fue el quinto día del cuarto mes del quinto año del exilio, es decir en
594/593 a. C., cuando «encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río
Kebar, se abrió el cielo y contemplé visiones de los Elohim», decía
Ezequiel en el mismo inicio de sus profecías; y lo que vio, apareciendo en un
torbellino, con luces relampagueantes y envuelto en un gran resplandor, fue un
carro divino que podía subir y bajar e ir de lado a lado, y dentro de él,
«sobre lo que parecía un trono, el semblante de un hombre»; y escuchó una voz
que se dirigía a él como «Hijo de Hombre» y le anunciaba su misión profética.
La declaración inicial del profeta se suele traducir como
«visiones divinas» o «visiones de Dios». El término Elohim, que
es plural, se ha traducido tradicionalmente como «Dios», en singular, aun
cuando la misma Biblia lo trata claramente en plural, como en «Y los Elohim
dijeron, hagamos al Adán a nuestra imagen y como semejanza nuestra»
(Génesis 1,26). Como saben los lectores de mis libros, el relato bíblico de
Adán es una transcripción de los textos sumerios de la creación, mucho más
detallados, en los que fue un equipo de anunnaki, liderado por Enki, el que,
haciendo uso de la ingeniería genética, «forjó» al Adán. El término Elohim,
como hemos dicho una y otra vez, se refería a los anunnaki; y de lo que
Ezequiel dio cuenta fue de haber tenido un encuentro con una nave celeste
anunnaki cerca de Jarán.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Ezequiel describió la nave celeste que vio en el primer
capítulo y en capítulos posteriores diciendo que era la Kavod («Lo que es
pesado») de Dios, el mismo término que se utilizó en el Éxodo para describir el
vehículo divino que aterrizó sobre el monte Sinaí. La descripción de la nave
que hiciera Ezequiel ha inspirado a generaciones y generaciones de eruditos y
de artistas; las representaciones resultantes han ido cambiando con el tiempo,
de forma paralela a cómo iba avanzando nuestra tecnología hasta llegar a los
vehículos capaces de volar. Los textos antiguos hacen referencias tanto a naves
espaciales como a naves aéreas, y hablan de Enlil, Enki, Ninurta, Marduk, Thot,
Sin, Shamash e Ishtar, por nombrar a los más prominentes, como de dioses que
poseían naves aéreas y que podían recorrer los cielos terrestres (o, incluso,
enzarzarse en combates aéreos, como se cuenta de Horus y Set, o de Ninurta y
Anzu, por no hacer mención de los dioses indoeuropeos). De todas estas
descripciones escritas o pictóricas de las «barcas celestes» de los dioses, la que
más se asemeja al torbellino de Ezequiel parece ser el «carro torbellino»
representado en un emplazamiento arqueológico junto al río Jordán, que se
encuentra en el mismo lugar en el que el profeta Elías fue arrebatado a los
cielos. Con una forma similar a la de un helicóptero, es de suponer que se
trataría de una lanzadera que pondría en comunicación la nave espacial
propiamente dicha con la Tierra.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Marduk, el Enlil de los dioses, se enfureció. Su mente se enfureció.
Trazó un malévolo plan para disgregar el país y dispersar a
sus gentes.
Su colérico corazón decidió arrasar el país y destruir a su
pueblo.
Una grave maldición se formó en su boca.
Portentos malignos que indicaban la ruptura de la armonía
celestial comenzaron a aparecer abundantemente en cielo y Tierra.
Los planetas en los Caminos de Enlil, Anu y Ea alteraron sus
posiciones y desvelaron una y otra vez extraños augurios.
Arahtu, el río de la abundancia, se convirtió en una
corriente colérica.
Una feroz avalancha de agua, una violenta inundación, como
el Diluvio, barrió la ciudad, sus casas y santuarios, convirtiéndola en ruinas.
Los dioses y las diosas se atemorizaron, abandonaron sus
santuarios, huyeron como pájaros y ascendieron al cielo.
Todos estos textos tienen en común que (a) los dioses se
enfurecieron con el pueblo, (b) los dioses «huyeron como pájaros» y (c)
ascendieron al «cielo».
Posteriormente, se nos dice que la partida vino acompañada
por inusuales fenómenos celestes y algunos trastornos terrestres. Se trata de
aspectos del Día del Señor que anticiparan los profetas bíblicos: la partida
estaba relacionada con el Retorno de Nibiru; los dioses abandonaron la Tierra
cuando llegó Nibiru.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Tiahuanaco, actualmente en Bolivia. Uno de los primeros
exploradores europeos que vio el lugar en tiempos modernos, George Squier, lo
describió en su libro Peru Illustrated como «La Baalbek del nuevo mundo»,
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Y yo sugiero que ésta es la solución al enigma de las Líneas
de Nazca: que Nazca fue el último espaciopuerto de los anunnaki . Fue el
espaciopuerto que utilizaron después de la destrucción del que tuvieron en el
Sinaí, y fue el espaciopuerto que utilizaron para su partida final.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
¿Quiénes partieron, cómo lo hicieron y adónde fueron para
que Sin pudiera regresar pocas décadas después? Para dar respuesta a esto,
demos marcha atrás a los acontecimientos y situémonos en el principio. Cuando
los anunnaki, liderados por Ea/Enki, llegaron a la Tierra para obtener el oro
con el cual proteger la atmósfera de su planeta, que estaba en peligro, tenían
planeado extraer el oro de las aguas del golfo Pérsico. Pero llegó un momento
en que se percataron de que aquello no funcionaba, de modo que cambiaron los
planes y comenzaron con la extracción minera de oro en el sudeste de África,
que fundieron y refinaron en el E.DIN, el futuro Sumer. El número de los
anunnaki se incrementó hasta seiscientos en la Tierra, más otros trescientos
igigi que operaban las naves celestes y la estación de Marte, desde donde
podría lanzarse con más facilidad la nave espacial de larga distancia hasta
Nibiru. Enlil, el hermanastro de Enki y rival suyo en la sucesión, llegó a la
Tierra y fue puesto al mando de la expedición. Pero los anunnaki que trabajaban
en las minas se amotinaron, por lo que Enki sugirió la creación de un
«trabajador primitivo»; lo hicieron implementando mejoras genéticas a un
homínido ya existente. Y, luego, los anunnaki comenzaron a «tomar a las hijas del
Adán por esposas y a tener hijos con ellas» (Génesis 6), después de que Enki y
Marduk rompieran el tabú. Cuando llegó el Diluvio, Enlil, indignado, dijo
«dejemos que perezca la humanidad», pues «la maldad del hombre era grande en la
Tierra». Pero Enki, por medio de Noé, frustró sus planes. La humanidad
sobrevivió, se multiplicó y, con el tiempo, recibió la civilización de manos de
los dioses. El Diluvio, que había barrido la Tierra, inundó también las minas
de África, pero dejó al descubierto una veta madre de oro en las montañas de
los Andes, en Sudamérica, lo que permitió a los anunnaki obtener más oro, con
mayor facilidad y rapidez, y sin la necesidad de fundirlo ni retinarlo, pues
las pepitas de oro puro aparecían lavadas por los ríos que bajaban de las
montañas, y sólo había que cernerlas y recolectarlas. Esto también permitió una
reducción en el número de anunnaki necesarios en la Tierra. En su visita de
Estado en los alrededores del año 4000 a. C., Anu y Antu visitaron las tierras
auríferas posdiluvianas de las costas del lago Titicaca. Esta visita sirvió
para comenzar a reducir el número de nibiruanos en la Tierra, y también
permitió alcanzar acuerdos de paz entre los hermanastros rivales y sus
belicosos clanes. Pero, mientras Enki y Enlil aceptaban las divisiones
territoriales, el hijo de Enki, Marduk, no cejó en su pugna por la supremacía,
que incluía el control de los antiguos emplazamientos espaciales. Sería
entonces cuando los enlilitas comenzaron a preparar unos emplazamientos
espaciales alternativos en Sudamérica. Cuando el espaciopuerto posdiluviano del
Sinaí fue arrasado con armas nucleares en 2024 a. C., las instalaciones de
Sudamérica, las únicas operativas, habían quedado en manos enlilitas. Y así,
cuando los frustrados y disgustados líderes anunnaki decidieron que había
llegado la hora de partir, unos utilizaron el Lugar de Aterrizaje, mientras que
otros, quizás con un último gran cargamento de oro, utilizaron las
instalaciones de Sudamérica, cerca del lugar donde Anu y Antu habían estado en
su visita a la región. Como ya hemos mencionado, el lugar, llamado ahora Puma
Punku, está a escasa distancia del lago Titicaca, que comparten Perú y Bolivia.
Con los siglos, las orillas del lago han ido retrocediendo, pero Puma Punku
estaba entonces a orillas del lago, en la costa meridional, con unas bien
definidas instalaciones portuarias. Los principales restos del lugar lo
constituyen cuatro construcciones derruidas, cada una de las cuales estaba
hecha con una gigantesca roca vaciada. Cada una de las cámaras excavadas en la
roca estaba recubierta por dentro con láminas de oro, sujetas a las paredes con
clavos de oro, un tesoro increíble que los españoles saquearon cuando llegaron
allí en el siglo XVI. Y sigue siendo un misterio el modo en que se excavaron
tales cámaras con tanta precisión, y también cómo pudieron llevarse unas rocas
tan enormes hasta su emplazamiento definitivo. Pero aún existe otro misterio en
el lugar. Entre los hallazgos arqueológicos realizados allí hay un gran número
de extraños bloques de piedra tallados, surcados, angulados y conformados con
una asombrosa precisión. No hace falta ser ingeniero para darse cuenta de que
estas piedras fueron talladas, perforadas y conformadas por alguien con una
increíble capacidad tecnológica y un sofisticado equipamiento; de hecho,
cualquiera dudaría de que en la actualidad se pudiera dar forma de tal modo a
las piedras. Pero el desconcierto llega al paroxismo cuando uno se pregunta qué
función cumplían estos milagros tecnológicos; obviamente, su objetivo, aunque
nos es desconocido, debía de ser enormemente sofisticado. Si servían para
fundir matrices de complejos instrumentos, ¿qué instrumentos podrían ser ésos y
quiénes los utilizaban? Claro está que sólo los anunnaki podían poseer una
tecnología suficiente como para hacer esas «matrices» y como para utilizarlas,
o bien para utilizar los productos acabados. El principal destacamento de los
anunnaki estaba situado a unos cuantos kilómetros tierra adentro, en un lugar
conocido como Tiwanacu (transcrito como Tiahuanaco), actualmente en Bolivia.
Uno de los primeros exploradores europeos que vio el lugar en tiempos modernos,
George Squier, lo describió en su libro Peru Illustrated como «La Baalbek del
nuevo mundo», una comparación más válida de lo que él hubiera podido llegar a
sospechar. Otro importante explorador moderno de Tiahuanaco, Arthur Posnansky
(Tihuanacu: The Cradle of American Man), llegó a unas asombrosas conclusiones
al contemplar las ruinas. Entre las principales construcciones de Tiahuanaco en
la superficie (hay muchas construcciones subterráneas) se encuentra la Akapana,
una colina artificial atravesada por canales, conductos y desagües cuya función
se discute en Los reinos perdidos. Uno de los principales atractivos turísticos
lo constituye un pórtico de piedra conocido como la Puerta del Sol, una
imponente estructura que también se talló a partir de una única piedra, con la
misma precisión exhibida en Puma-Punku. Probablemente tenía una función
astronómica, e indudablemente calendárica, como indican las imágenes talladas
en el arco; estas talladuras están dominados por una imagen mayor del dios
Viracocha, que tiene en las manos unas armas de rayos que emulan claramente al
Adad/Teshub de Oriente Próximo. De hecho, en Los reinos perdidos llegué a
sugerir que se trataba de Adad/Teshub. La Puerta del Sol está situada de tal
manera que conforma una unidad de observación astronómica con la tercera
construcción prominente de Tiahuanaco, denominada Kalasasaya. Se trata de una
gran estructura rectangular con un patio central hundido y rodeado de pilares
de piedra. La propuesta de Posnansky de que Kalasasaya pudiera haber servido
como observatorio ha sido confirmada por posteriores exploradores; su
conclusión, basada en las directrices arqueoastronómicas de Sir Norman Lockyer,
de que los alineamientos astronómicos del Kalasasaya indican que se construyó
miles de años antes de los incas resulta tan increíble que las instituciones
astronómicas alemanas llegaron a enviar a sus equipos de científicos para comprobarlo.
En su informe, y en las posteriores verificaciones adicionales realizadas
(véase la revista científica Baesseler Archiv; volumen 14), se afirmaba que la
orientación del Kalasasaya se ajustaba incuestionablemente con la oblicuidad de
la Tierra hacia 10 000 a. C., o bien hacia 4000 a. C. Como ya dije en Los
reinos perdidos, las dos fechas encajarían con mis conclusiones, siendo la
primera poco antes del Diluvio, cuando comenzaron aquí las operaciones para la
obtención de oro, o siendo la última fecha coincidente con la visita de Anu;
ambas dataciones coincidirían también con las actividades de los anunnaki en la
zona, y las evidencias de la presencia de los dioses enlilitas se pueden
encontrar por todas partes en la región. Las investigaciones arqueológicas,
geológicas y mineralógicas realizadas en el lugar han confirmado que Tiahuanaco
fue también un centro metalúrgico. Basándome en los distintos hallazgos y en
las imágenes de la Puerta del Sol, y en su similitud con las representaciones
halladas en los antiguos emplazamientos hititas de Turquía, he llegado a la
conclusión de que las operaciones para la obtención de oro (¡y de estaño!)
realizadas aquí fueron supervisadas por Ishkur/Adad, el hijo menor de Enlil.
Sus dominios en el Viejo Mundo estuvieron en Anatolia, donde los hititas le
dieron culto como Teshub, el «dios del clima», cuyo símbolo era la vara del
rayo; este símbolo, de unas dimensiones gigantescas y grabado en la ladera de
una montaña, se puede ver desde el aire o desde el océano en la bahía de
Paracas, Perú, un refugio natural que se encuentra a los pies de las montañas
donde se encuentra Tiahuanaco. Este símbolo, al que apodan el Candelabro, tiene
128 metros de largo por 73 de ancho, y sus líneas, que tienen entre 1,5 y 4,5
metros de anchura, están grabadas en la dura roca hasta una profundidad de
alrededor de 60 centímetros, y nadie sabe quién lo hizo, ni cuándo ni cómo se
hizo, a menos que fuera el mismo Adad quien quisiera dejar clara su presencia
allí. Al norte de la bahía, tierra adentro, en el desierto que se extiende
entre los ríos Ingenio y Nazca, los exploradores han encontrado uno de los
enigmas más desconcertantes de la antigüedad, las llamadas Líneas de Nazca.
Consideradas por muchos como «las obras de arte más grandes del mundo», estas
líneas se extienden por una inmensa área (¡de más de quinientos kilómetros
cuadrados!) que va desde la pampa (desierto llano) hasta las montañas, una
gigantesca extensión que «alguien» utilizó como lienzo para dibujar sobre él
multitud de imágenes; los dibujos son tan enormes que carecen de sentido desde
el suelo; pero si se observan desde el aire, ofrecen la clara imagen de
animales y pájaros conocidos e imaginarios. Los dibujos se trazaron quitando la
capa superficial del suelo hasta una profundidad de varios centímetros, y se
llevaron a cabo con una línea continua que hace curvas y giros sin cruzarse
nunca consigo misma. Cualquiera que sobrevuela la región (hay un servicio de
avionetas para turistas en la zona) llega invariablemente a la conclusión de
que «alguien» con capacidades aéreas utilizó algún dispositivo de perforación
para hacer garabatos en el suelo del desierto. Sin embargo, con una relevancia
directa en el tema de la partida de los dioses, hay otro misterio aún más
desconcertante en las Líneas de Nazca: la existencia de «líneas» que parecen
pistas. Estas pistas, perfectamente rectas y lisas (a veces estrechas, a veces
amplias, a veces cortas, a veces largas), discurren en línea recta sobre
colinas y valles, a despecho de la forma del terreno. Hay alrededor de 740
«líneas» rectas, en ocasiones combinadas con «trapezoides» triangulares. Con
frecuencia se cruzan entre sí sin orden ni concierto, discurriendo a veces
sobre los dibujos de los animales, dando a entender que las líneas se hicieron
en épocas diferentes. Se han hecho varias tentativas para resolver el misterio
de las líneas, entre las cuales se encuentra la de María Reiche, para quien la
resolución del enigma se convirtió en el proyecto de su vida; pero todos los
intentos realizados para explicarlo en términos de «lo hicieron los nativos del
antiguo Perú» (las gentes de una «cultura de Nazca» o una «civilización de
Paracas») han fracasado estrepitosamente. Las investigaciones encaminadas a
descubrir orientaciones astronómicas en las líneas (como algunas de National
Geographic Society) no llevaron a ninguna parte; y para aquellos que descartan
una solución basada en «antiguos astronautas» el enigma sigue sin resolver.
Aunque las líneas más anchas parecen las pistas de aterrizaje de un aeropuerto,
no parece que fuera ésta su función, dado que las líneas no están niveladas
horizontalmente; discurren en línea recta sobre terreno desigual, ignorando
colinas, barrancos y despeñaderos. De hecho, más que estar hechas para permitir
el despegue, parecen ser el resultado de los despegues; es decir, parecen los
rastros dejados en el suelo por las toberas de propulsión de alguna nave. El
hecho de que las «cámaras celestiales» de los anunnaki disponían de tales
toberas de propulsión viene indicado por los pictogramas sumerios (léase
DIN.GIR) utilizados para identificar a los dioses del espacio. Y yo sugiero que
ésta es la solución al enigma de las Líneas de Nazca: que Nazca fue el último
espaciopuerto de los anunnaki . Fue el espaciopuerto que utilizaron después de
la destrucción del que tuvieron en el Sinaí, y fue el espaciopuerto que
utilizaron para su partida final. No existen textos sobre informes de testigos
presenciales referentes a naves aéreas y vuelos en Nazca; sí que hay, como ya
hemos expuesto, textos de Jarán y de Babilonia referentes a vuelos que
indudablemente hacían uso del Lugar de Aterrizaje del Líbano. Entre los
informes de testigos presenciales sobre estos vuelos y sobre las naves de los
anunnaki se encuentran los testimonios del profeta Ezequiel y las inscripciones
de Adda-Guppi y de Nebonido. Necesariamente, la conclusión debe ser que, desde
al menos el año 610 a. C. hasta probablemente el 560 a. C., los dioses anunnaki
estuvieron abandonando progresivamente el planeta Tierra. ¿Adónde fueron cuando
abandonaron la Tierra? Tuvieron que ir, evidentemente, a algún lugar desde el
cual Sin, tras cambiar de opinión, pudo regresar a la Tierra en un tiempo
relativamente corto, y ese lugar debió de ser la vieja estación de paso de
Marte, desde la cual las naves espaciales de larga distancia podían acelerar
para interceptar la órbita de Nibiru y aterrizar en él.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Tal como detallé en El 12.º planeta, entre los conocimientos
sumerios sobre nuestro sistema solar existen referencias sobre la utilización
de Marte por parte de los anunnaki como estación de paso. Este hecho quedó
evidenciado en una destacable representación hallada en un sello cilíndrico de
4500 años de antigüedad que se encuentra actualmente en el Museo del Hermitage,
en San Petersburgo, Rusia, en el que se ve a un astronauta en Marte (el sexto
planeta) comunicándose con otro en la Tierra (el séptimo planeta, contando
desde el exterior del sistema solar), con una nave espacial en los cielos entre
los dos planetas. Beneficiándose de la gravedad de Marte, menor que la de la
Tierra, los anunnaki habrían encontrado una base más fácil y lógica para el
transporte de personal y de cargas en lanzaderas entre la Tierra y Marte, así
como los intercambios con su planeta madre, Nibiru.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el año 2005, los Mars Rovers de la NASA enviaron
evidencias químicas y fotográficas que venían a respaldar estas conclusiones,
que junto con algunas de las sorprendentes fotografías de los Rovers, en las
que se aprecian ruinas de construcciones (como un muro medio cubierto de arena
que muestra unas evidentes esquinas en ángulo recto), deberían bastar para
afirmar que Marte pudo cumplir la función, y de hecho cumplió la función, de
estación de paso de los anunnaki . Marte fue el primer destino de aquellos
dioses que se fueron, como lo confirma el retomo relativamente rápido de Sin.
¿Quién más se fue? ¿Quién se quedó aquí? ¿Quién pudo volver? Sorprendentemente,
algunas de las respuestas a estas preguntas nos llegan también de Marte.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Entre los recuerdos de la humanidad de hitos decisivos del
pasado («leyendas» o «mitos» para la mayoría de los historiadores) existen
relatos que se tienen por universales, en el sentido que forman parte del
legado cultural o religioso de pueblos de toda la Tierra. Los relatos de una
primera pareja humana, de un Diluvio o de unos dioses que vinieron de los
cielos pertenecen a esta categoría. Y también pertenecen a esta categoría los
relatos de los dioses que se fueron y regresaron a los cielos. Para nosotros
tienen un interés muy particular los recuerdos colectivos de los pueblos y de
los lugares donde tuvieron lugar los despegues de partida. Hasta ahora, hemos
dado cuenta de las evidencias del Oriente Próximo de la antigüedad; pero
también nos han llegado evidencias de América, y tienen que ver tanto con
dioses enlilitas como enkiitas. En Sudamérica, a la principal deidad se la
llamaba Viracocha («Creador de Todo»), Los nativos aimara de los Andes dicen
que su morada estaba en Tiahuanaco, y que este dios le dio a las dos primeras
parejas de hermano y hermana una varita de oro con la cual pudieran encontrar
el lugar exacto para la construcción de Cuzco (la posterior capital inca), el
emplazamiento para el observatorio de Machu Picchu y otros lugares sagrados. Y
dicen que, después de instruirlos debidamente, partió. El grandioso trazado,
que simulaba un zigurat cuadrado con las esquinas orientadas a los puntos
cardinales, marcaría posteriormente la dirección de su partida. Ya hemos
identificado al dios de Tiahuanaco con el Teshub/Adad del panteón
hitita/sumerio, el hijo pequeño de Enlil. En América Central fue Quetzalcóatl,
«la Serpiente Alada», quien trajo la civilización. También lo hemos
identificado, en este caso como al dios del panteón egipcio Thot (Ningishzidda
para los sumerios), hijo de Enki, aquel que, en 3113 a. C., llevó consigo a sus
seguidores africanos para fundar la civilización en América Central. Aunque no
se especificó el momento de su partida, tuvo que coincidir con el hundimiento
de la cultura de sus protegidos africanos, los olmecas, y con el simultáneo
auge de los nativos mayas, en torno a 600/500 a. C. En América Central existe la
leyenda de que, al partir, prometió volver (en el aniversario de su número
sagrado, el 52). Y así fue cómo, a mediados del primer milenio a. C., una
cultura tras otra se fue viendo desamparada con la partida de sus dioses largo
tiempo adorados; y no pasaría mucho tiempo hasta que la humanidad comenzara a
plantearse una nueva pregunta (pregunta que también me han formulado mis
lectores): «¿Volverán?». Como una familia abandonada por el padre, la humanidad
se aferró a la esperanza de un Retorno; y luego, como un huérfano desvalido, la
humanidad buscó un salvador. Y los profetas anunciaron que esto sucedería sin
duda… al Final de los Tiempos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Cuando los anunnaki partieron, ¿quiénes de los grandes
dioses permanecieron en la Tierra? A juzgar por los nombres que se mencionan en
los textos y en las inscripciones del período inmediatamente posterior, podemos
tener la certeza de que sólo quedaron Marduk y Nabu de entre los enkiitas; y de
los enlilitas, Nannar/Sin, su esposa Ningal/Nikkal y su ayudante Nusku, y
probablemente también Ishtar. A cada lado de la gran división religiosa ahora
sólo había un Gran Dios del Cielo y la Tierra: Marduk por parte de los enkiitas
y Nannar/Sin por parte de los enlilitas.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La «región distante» a la cual fue Nabonides en su exilio
libremente aceptado estaba en Arabia. Como atestiguan diversas inscripciones,
en su séquito figuraban judíos exiliados de la región de Jarán. Su población
principal se ubicó en un lugar llamado Temá (Tayma), un centro de caravanas que
se encuentra en lo que actualmente es la región noroccidental de Arabia Saudí,
y que se menciona varias veces en la Biblia. (Excavaciones recientes han sacado
a la luz tablillas con escritura cuneiforme que atestiguan la estancia de
Nabonides). Nabonides construyó otros seis asentamientos para sus seguidores;
mil años después, cinco de ellos se relacionarían en algunos textos árabes como
ciudades judías. Una de ellas fue Medina, la ciudad donde Mahoma fundó el
islam.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La «región distante» a la cual fue Nabonides en su exilio
libremente aceptado estaba en Arabia. Como atestiguan diversas inscripciones,
en su séquito figuraban judíos exiliados de la región de Jarán. Su población
principal se ubicó en un lugar llamado Temá (Tayma), un centro de caravanas que
se encuentra en lo que actualmente es la región noroccidental de Arabia Saudí,
y que se menciona varias veces en la Biblia. (Excavaciones recientes han sacado
a la luz tablillas con escritura cuneiforme que atestiguan la estancia de
Nabonides). Nabonides construyó otros seis asentamientos para sus seguidores;
mil años después, cinco de ellos se relacionarían en algunos textos árabes como
ciudades judías. Una de ellas fue Medina, la ciudad donde Mahoma fundó el
islam. El «tema judío» del relato de Nabonides se ha visto reforzado por el
hecho de que, en un fragmento de los Manuscritos del mar Muerto, encontrados en
Qumrán, a orillas del mar Muerto, se menciona a Nabonides y se afirma que en
Temá padeció una «desagradable enfermedad de la piel», que sólo pudo sanar
cuando «un judío le dijo que rindiera honores al Dios Altísimo». Todo esto ha
llevado a especular con la posibilidad de que Nabonides terminara contemplando
el monoteísmo; pero para Nabonides el Dios Altísimo no era el Yahveh de los
judíos, sino su benefactor Nannar/Sin, el dios Luna, cuyo símbolo de la luna
creciente terminaría siendo adoptado por el islam; y existen pocas dudas respecto
a que las raíces de esta religión podrían remontarse a la estancia de Nabonides
en Arabia.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Los textos de Ugarit le llaman al dios Luna El (simplemente,
«Dios»), En Arabia, se convertiría en el Allah del islam, y su símbolo de la
luna creciente terminaría coronando todas las mezquitas musulmanas. Y como
manda la tradición, las mezquitas siguen flanqueadas hasta el día de hoy por
minaretes que simulan cohetes espaciales de varias fases listos para su
despegue.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el siglo I a. C., el historiador y geógrafo Estrabón, que
había nacido en una ciudad griega de Asia Menor, describió Babilonia en su
afamada Geografía, en la que dio cuenta de su inmenso tamaño, de su
«jardín colgante», que era una de las siete maravillas del mundo, de sus altos
edificios construidos con ladrillos cocidos, etcétera, y añadió, en la sección
16.I.5, lo que viene a continuación:
Aquí también está la tumba de Belus, ahora en ruinas,
después de ser demolida por Jerjes, como se cuenta.
Era una pirámide cuadrangular de ladrillo cocido,
que no sólo tenía un estadio de altura,
sino que sus lados también tenían un estadio de longitud.
Alejandro intentó restaurar esta pirámide;
pero habría sido una ardua empresa
y habría requerido de largo tiempo,
de modo que no pudo finalizar lo que pretendía.
Según esta fuente, la tumba de Bel-Marduk fue
destruida por Jerjes, que fue rey de los persas (y rey de Babilonia) desde 486
hasta 465 a. C. Estrabón, en el Libro 5, había afirmado con anterioridad que Belus
yacía en un ataúd cuando Jerjes decidió destruir el templo, en el año 482 a. C.
Así pues, Marduk habría muerto no mucho antes (los más importantes asiriólogos
alemanes, reunidos en la Universidad de Jena en 1922, llegaron a la conclusión
de que Marduk se encontraba ya en la tumba en 484 a. C.). El hijo de Marduk,
Nabu, también se desvaneció de las páginas de la historia más o menos en la
misma época. Y así tocó a su fin, un fin casi humano, la saga de los dioses
que conformaron la historia del planeta Tierra.
Y probablemente no fuera coincidencia que ese fin llegara a
medida que la era del Carnero tocaba también a su fin.
Con la muerte de Marduk y el desvanecimiento de Nabu, todos
los grandes dioses anunnaki que una vez dominaron la Tierra desaparecieron
definitivamente; y con la muerte de Alejandro, los semidioses, verdaderos o
supuestos, que otrora vincularon a la humanidad con los dioses, también se desvanecieron.
Por vez primera desde que fuera forjado Adán, el Hombre poblaba la Tierra sin
sus creadores.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El término hebreo Acharit Hayamim (traducido a veces como
«últimos días», «días postreros», pero que se traduciría más exactamente como
«final de los tiempos») ya aparece en el Génesis (capítulo 49), cuando Jacob,
moribundo, convoca a sus hijos y dice: «Juntaos, y os contaré lo que ha de
aconteceros al final de los tiempos». Es una afirmación (seguida por predicciones
detalladas que muchos vinculan con las doce casas zodiacales) que presupone una
profecía, al basarse en un conocimiento anticipado del futuro. Y también, en el
Deuteronomio (capítulo 4), cuando Moisés, antes de morir, al revisar el legado
divino de Israel y su futuro, amonesta de este modo al pueblo: «Cuando estéis
angustiados y todo esto caiga sobre vosotros, al final de los tiempos, os
volveréis a Yahveh vuestro Dios y escucharéis Su voz».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El profeta Sofonías, cuyo mismo nombre significaba
«codificado por Yahveh», transmitió un mensaje de Dios que afirmaba que será en
el momento en que las naciones se reúnan cuando El «hablará en un lenguaje
claro». Pero esto es lo mismo que decir: «Lo sabrás cuando llegue el momento de
que lo sepas».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La profecía de Isaías acerca del tiempo «en que una gran
trompeta se hará sonar» y las naciones se congregarán y «se postrarán ante
Yahveh en el monte Santo de Jerusalén» iba acompañada del reconocimiento de
que, sin conocer con exactitud los detalles y el momento, el pueblo no iba a
poder comprender la profecía. «Precepto sobre precepto, precepto dentro de
precepto, línea sobre línea, línea con línea, un poco aquí, algo allí», fue el
modo en que Isaías (28,10) se quejaba a Dios. Fuera cual fuera la respuesta que
se le diera, se le ordenó que sellara y escondiera el documento; en no menos de
tres ocasiones, Isaías cambió la palabra por las «letras» de una clave —Otioth—
a Ototh, que significaba «signos oraculares», insinuando la existencia de una
especie de «código bíblico» secreto, gracias al cual los planes divinos no se
podrían comprender hasta el momento oportuno. Ese código secreto podría
atisbarse cuando el profeta le pide a Dios (identificado como «Creador de las
letras»): «dinos las letras hacia atrás» (41, 23). El profeta Sofonías, cuyo
mismo nombre significaba «codificado por Yahveh», transmitió un mensaje de Dios
que afirmaba que será en el momento en que las naciones se reúnan cuando El
«hablará en un lenguaje claro». Pero esto es lo mismo que decir: «Lo sabrás
cuando llegue el momento de que lo sepas». No es de extrañar, por tanto, que en
su último libro profético, la Biblia se ocupe casi exclusivamente de la
pregunta de cuándo :¿cuándo llegará el final de los tiempos? Es en el Libro de
Daniel, el mismo Daniel que le descifró correctamente a Baltasar lo que aquella
misteriosa mano escribió en la pared. Después de aquel suceso, Daniel comenzó a
tener sueños-augurio y visiones apocalípticas de un futuro en el cual el
«Anciano de los Días» y sus arcángeles representarían papeles clave. Confuso,
Daniel pidió explicaciones a los ángeles, y las respuestas consistieron en
predicciones de acontecimientos futuros, que tendrían lugar o llevarían al
final de los tiempos. «¿Y cuándo será eso?», preguntó Daniel; y las respuestas,
que a primera vista parecían precisas, no hicieron más que acumular enigmas
sobre enigmas. En una ocasión, un ángel respondió que una fase de los
acontecimientos futuros, una época en la que «un rey impío intentará cambiar
los tiempos y la ley», durará «un tiempo y tiempos y medio tiempo»; y después
de eso será «cuando el reino del cielo será dado al pueblo por los santos del
Altísimo» y llegará la prometida era mesiánica. En otra ocasión, el ángel le
dijo: «Setenta sietes y setenta sesentas de años se han decretado para tu
pueblo y tu ciudad hasta que la medida de la transgresión se satisfaga y la
visión profética se ratifique»; y aún se dice de otro momento en que «después
de los setentas y sesentas y dos años, el Mesías será suprimido, y vendrá un
príncipe que destruirá la ciudad, y llegará el fin con una inundación».
Buscando una respuesta más clara, Daniel le pidió a un mensajero divino que
hablara de forma más sencilla: «¿Cuánto tiempo pasará hasta el fin de estas
cosas terribles?». Como respuesta, el mensajero le dijo enigmáticamente que el
final llegará después de «un tiempo y tiempos y medio tiempo». Pero ¿qué
significaba eso de «un tiempo y tiempos y medio tiempo»? ¿Qué significaba
«setenta semanas de años»? «Yo oí, pero no comprendí», dice Daniel en su libro.
«De modo que dije: Señor mío, ¿cuál será el resultado de todas estas cosas?».
Y, una vez más con un lenguaje codificado, el ángel respondió: «Contando desde
el momento en que sea abolido el sacrificio perpetuo y se instale la
abominación de la desolación, serán mil doscientos noventa días; dichoso aquel
que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco días». Y tras darle
esta información a Daniel, el ángel (que antes le había llamado «Hijo de
Hombre») le dijo: «Ahora, vete a tu fin, y levántate para tu destino al final
de los tiempos». Al igual que Daniel, generaciones y generaciones de exégetas
bíblicos, de sabios y teólogos, de astrólogos e incluso de astrónomos (el
famoso Sir Isaac Newton estaría entre estos últimos) dijeron también «oímos,
pero no comprendemos». El enigma no se halla solo en el significado de «un
tiempo y tiempos y medio tiempo» y todo lo demás, sino en ¿a partir de cuándo hay
(o había) que comenzar a contar? La incertidumbre procede del hecho de que las
visiones simbólicas de Daniel (como aquélla en la que un macho cabrío ataca a
un carnero, o aquella otra en la que dos cuernos se multiplican y se dividen)
le fueron explicadas por los ángeles como acontecimientos que iban a tener
lugar mucho más allá de la Babilonia de los tiempos de Daniel, más allá de su
profetizada caída, incluso más allá de la profetizada reconstrucción del Templo
de Jerusalén, después de setenta años. El auge y la caída del imperio persa, la
llegada de los griegos bajo el mando de Alejandro, incluso la división de su
conquistado imperio entre sus sucesores, todo ello se anticipó con tan gran
precisión que muchos expertos creen que las profecías de Daniel son del género
de «post -acontecimientos»; es decir, que la parte profética del libro se
escribió en realidad en tomo a 250 a. C., pero simulando haber sido escrito
tres siglos antes. Sin embargo, el argumento clave está en la referencia, en
uno de aquellos encuentros con los ángeles, al inicio de la cuenta, a partir
del «momento en que sea abolido el sacrificio perpetuo y se instale la
abominación de la desolación». Esto sólo podía hacer referencia a los
acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén en el día veinticinco del mes
hebreo de Kisléu del año 167 a. C. La fecha está registrada con toda precisión,
dado que fue entonces cuando «la abominación de la desolación» se instaló en el
Templo, marcando (muchos así lo creían) el inicio del final de los tiempos.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el siglo XXI a. C., cuando se utilizaron por primera vez
armas nucleares en la Tierra, Abraham fue bendecido con vino y con pan en
Ur-Shalem en nombre del Dios Altísimo, anunciando así la primera religión
monoteísta de la humanidad. Veintiún siglos después, un devoto descendiente de
Abraham, tras la celebración de una cena en Jerusalén, llevó a su espalda una
cruz (símbolo de cierto planeta) hasta el lugar de la ejecución, y dio origen a
otra religión monoteísta. Y las preguntas siguen acumulándose en tomo a él:
¿Quién era realmente? ¿Qué estaba haciendo en Jerusalén? ¿Había una
conspiración contra él, o fue él mismo quien urdió la conspiración? ¿Y qué era
ese cáliz que tantas leyendas alimentó y tantas búsquedas inspiró? ¿Qué era el
Santo Grial?
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
En el año 200 a. C., los seléucidas atravesaron las
fronteras ptolemaicas y conquistaron Judea. Al igual que en otras ocasiones,
los historiadores han estado investigando sobre las razones geopolíticas y
económicas de esta guerra, ignorando los aspectos religiosos y mesiánicos. Pero
la información clave nos la da Beroso en su relato acerca del Diluvio al
hacernos saber que Ea/Enki dio instrucciones a Ziusudra (el «Noé» sumerio) para
que «escondiera todos los escritos que pudiera de Sippar, la ciudad de
Shamash», con el fin de recuperarlos después del Diluvio, porque esos escritos
«trataban de comienzos, mitades y finales». Según Beroso, el mundo atraviesa
por cataclismos periódicos, cataclismos que él relacionaba con las eras
zodiacales, habiendo comenzado la era en la que él vivió 1920 años antes de la
época seléucida (312 a. C.). Esto situaría el inicio de la era del Carnero en
el año 2232 a. C., una era que, en la época de Beroso, tenía los días contados,
aun en el caso de que se le concediera su plena extensión matemática (2232-2160
= 122 a. C.). Los registros a los que podemos acceder sugieren que los reyes
seléucidas, al relacionar estos cálculos con el retomo perdido, se vieron en la
necesidad apremiante de prepararse para tal evento. Dieron inicio a una
frenética reconstrucción de los templos en minas de Sumer y Acad, poniendo el
énfasis en el E.ANNA (la «Casa de Anu»), en Uruk. El Lugar de Aterrizaje del
Líbano, al que llamaban Heliópolis (Ciudad del dios Sol), se consagró de nuevo,
y se erigió un templo en honor a Zeus. De ahí que lleguemos a la conclusión de
que el motivo principal para la guerra por el control de Judea fuera también la
urgencia por preparar el emplazamiento espacial de Jerusalén para el retorno.
Que, nos atrevemos a sugerir, la manera griega-seléucida de prepararse para el
retorno de los dioses
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El inevitable levantamiento judío, iniciado y liderado por
un sacerdote llamado Matityahu (el Matatías bíblico) y sus cinco hijos, se
conoce como la revuelta asmonea o macabea. La revuelta se inició en el campo,
superando rápidamente a las guarniciones locales griegas. Mientras los griegos
se apresuraban a enviar refuerzos, la revuelta se extendió por todo el país; lo
que los macabeos no tenían en número de efectivos y en armas lo compensaban con
ferocidad y con celo religioso. Los hechos, relatados en el Libro de los
Macabeos (y por los historiadores posteriores), no dejan lugar a dudas de que
la lucha de estos pocos hombres contra un poderoso ejército estuvo marcada por
un programa temporal claro: era necesario reconquistar Jerusalén, purificar el
Templo y volver a consagrarlo a Yahveh en un plazo de tiempo fijado. En el año
164 a. C., los macabeos se las ingeniaron para apoderarse del Monte del Templo,
que purificaron y en el que encendieron la llama sagrada una vez más aquel año;
la victoria final, que llevaría al pleno control de Jerusalén y a la
restauración de la independencia judía, tuvo lugar en el año 160 a. C. Los
judíos celebran aún aquella victoria y la reconsagración del Templo en la
fiesta de Hanukkah («reconsagración»), en el vigésimo quinto día de Kisléu. La
secuencia de aquellos acontecimientos, así como su ubicación temporal, se diría
que estaban estrechamente relacionados con las profecías acerca del final de
los tiempos. De aquellas profecías, como hemos visto, las que ofrecían pistas
numéricas concretas con respecto al futuro extremo, el final de los tiempos,
las había recibido Daniel de boca de los ángeles. Pero carecían de claridad,
dado que los cálculos se habían expresado de forma enigmática, bien en una
unidad llamada «tiempo» o bien en «semanas de años», o incluso en números de
días; y quizás sólo en estos últimos se hubiera podido determinar cuándo debía
comenzar la cuenta, con el fin de averiguar cuándo terminaría. En tal caso en
concreto, la cuenta debía comenzar a partir del día en que «sea abolido el
sacrificio perpetuo e instalada la abominación de la desolación» en el Templo
de Jerusalén; y ya hemos dejado sentado que este abominable acto tuvo lugar de
hecho un día del año 167 a. C. Con la secuencia de estos acontecimientos en
mente, la cuenta de días que se le dio a Daniel debió de aplicarse a los hechos
concretos acaecidos en el Templo: su profanación en el año 167 a. C. («cuando
sea abolido el sacrificio perpetuo e instalada la abominación de la
desolación»), la purificación del Templo en el año 164 a. C. (después de «mil
doscientos noventa días») y la completa liberación de Jerusalén en 160 a. C.
(«dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco
días»). Los números de días, 1290 y 1335, encajan básicamente con la secuencia
de los acontecimientos del Templo. Según las profecías del Libro de Daniel,
sería entonces cuando el reloj del final de los tiempos comenzaría a su cuenta
atrás. Pero la imperiosa necesidad de reconquistar toda la ciudad y de echar a
los incircuncisos soldados extranjeros del Monte del Templo en el año 160 a. C.
nos ofrece aún otra pista. Aunque nosotros hemos estado utilizando la cuenta
aceptada de a. C. y d. C. para fechar los acontecimientos, la gente de aquellos
tiempos no utilizaba un sistema temporal basado en el calendario cristiano, un
calendario que llegaría en el futuro. El calendario hebreo, como ya hemos
mencionado, era el calendario que comenzó en Nippur en el año 3760 a. C.; y,
según este calendario, ¡lo que nosotros llamamos 160 a. C. era precisamente el
año 3600! Ese número de años, como el lector ya debe de saber, se corresponde
con un SAR, el original (y matemático) período orbital de Nibiru. Y aunque
Nibiru había reaparecido cuatrocientos años atrás, la culminación del SAR, la
finalización de un año divino, debía de tener una importancia innegable. Para
aquéllos para quienes las profecías bíblicas del regreso del Kavod de Yahveh a
su Monte del Templo constituían pronunciamientos divinos incuestionables, el
año que nosotros llamamos 160 a. C. era un momento ciertamente crucial: no importa
dónde pudiera estar el planeta, Dios había prometido regresar a su templo, y el
templo tenía que estar purificado y listo para su regreso.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Este calendario no sólo se utilizó en todo el Oriente
Próximo de la antigüedad, sino que incluso determinó el momento en que ciertos
acontecimientos debían tener lugar. Y eso se puede vislumbrar revisando
simplemente algunas fechas significativas (algunas de ellas resaltadas en
negrita) de las que hemos ofrecido en anteriores capítulos. Sólo con que
elijamos unos cuantos, de aquellos hechos históricos determinantes, esto será
lo que nos encontremos cuando el «a. C.» se convierta en «c. n.» (calendario
nipuriano):
a.
C. c.
n. ACONTECIMIENTO
3760 0 Comienza la civilización sumeria
3460 300 Incidente de la Torre de Babel
2860 900 Gilgamesh mata al Toro del Cielo
2360 1400 Sargón: comienza la era de Acad
2160 1600 Primer Período Intermedio en Egipto; era de
Ninurta (Gudea construye el Templo-de-Cincuenta)
2060 1700 Nabu organiza a los seguidores de Marduk;
Abraham se traslada a Canaán; guerra de los reyes
1960 1800 Templo Esagil de Marduk en Babilonia
1760 2000 Hammurabi consolida la supremacía de Marduk
1560 2200 Nueva dinastía (Imperio Medio) en Egipto;
inicio de una nueva dinastía real (casitas) en Babilonia
1460 2300 Anshan, Elam, Mitanni se levantan contra
Babilonia; Moisés en el Sinaí, la «zarza ardiente»
960 2800 Comienza el imperio neoasirio; se renueva la festividad
de Akitu en Babilonia
860 2900 Asurbanipal porta el símbolo de la cruz
760 3000 Comienza la era de los profetas en Jerusalén,
con Amós
560 3200 Los anunnaki finalizan su partida de la Tierra;
los persas desafían a Babilonia; Ciro
460 3100 Edad de oro de Grecia; Herodoto en Egipto
160 3600 Los macabeos liberan Jerusalén, se consagra
nuevamente el Templo
El lector impaciente difícilmente esperará a rellenar las
siguientes anotaciones:
60 3700 Los romanos construyen el templo de Júpiter en
Baalbek y ocupan Jerusalén
3760 Jesús en
Jerusalén; comienza la cuenta de «d. C.»
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El alboroto nacional y religioso que debió de haber en
aquellos días se nos hace patente en la proliferación de escritos histórico-proféticos,
como el Libro de los Jubileos, el Libro de Henoc, Los testamentos de los doce
patriarcas y La asunción de Moisés (y algunos otros más, todos ellos conocidos
en su conjunto como apócrifos y pseudoepígrafos). El tema común en todos ellos
era la creencia de que la historia es cíclica, que todo ha sido predicho, que
el final de los tiempos (una época de caos y agitaciones) no sólo marcaría el
fin de un ciclo histórico, sino también el principio de uno nuevo, y que «se le
daría la vuelta a la tortilla» (por utilizar una expresión popular) con la
llegada del «Ungido», Mashi’ach en hebreo (traducido como Chrystos en griego, y
de ahí Mesías o Cristo en castellano).
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
A orillas del Jordán, Elías enrolló su milagroso manto y
golpeó las aguas, que se dividieron, dejándole así cruzar el río a pie. Los
demás discípulos se quedaron atrás, pero incluso entonces Eliseo insistió en
seguir junto a Elías, cruzando el río con él.
Iban caminando mientras hablaban,
cuando un carro de fuego
con caballos de fuego se interpuso entre ellos;
y Elías subió al cielo en el torbellino.
Eliseo le veía y clamaba:
«¡Padre mío, padre mío!
¡El carro de Israel y su auriga!»
Y no le vio más,
2 Reyes 2,11-12.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
La tradición judía sostiene que el transfigurado Elías
volverá algún día como precursor de la redención final del pueblo de Israel, y
que será un heraldo del Mesías. Esta tradición ya quedó registrada en el siglo
V a. C., en palabras del profeta Malaquías (el último profeta bíblico), en su
profecía final. Dado que la tradición sostiene que la cueva del monte Sinaí
donde el ángel dio refugio a Elías fue la misma cueva en la que Dios se le
reveló a Moisés, se esperaba que Elías reapareciera al inicio de la fiesta de
la Pascua, cuando se conmemora el Éxodo. Hasta el día de hoy, en el Seder, la
cena ceremonial con la que comienzan los siete días de la Pascua, se pone en la
mesa una copa llena de vino para Elías, para que beba de ella cuando llegue; la
puerta se abre para que pueda entrar, y se recita un himno en el que se
manifiesta la esperanza de su pronta venida como heraldo de «el Mesías, hijo de
David». (Al igual que en el caso de los niños cristianos, a los que se les dice
que Santa Claus se deslizará a hurtadillas por la chimenea y les traerá los
regalos que anhelan, a los niños judíos se les dice que, aunque invisible,
Elías se deslizará en la casa y beberá un sorbito de vino). La costumbre ha
hecho que la «copa de Elías» se embellezca con el tiempo y se transforme en un
artístico cáliz, que no se utiliza para ninguna otra cosa salvo para el ritual
de Elías, durante la cena de la Pascua. La Ultima Cena de Jesús fue una de
aquellas cenas de Pascua repleta de tradiciones.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Yo soy Él, yo soy el primero y también el último…
Desde el principio anuncio el final,
y desde los tiempos antiguos lo que aún no ha sucedido.
Isaías 48,12; 46,10.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Uno de los grandes misterios del sistema solar lo constituye
el hecho de que el planeta Urano se halle literalmente tumbado sobre un
costado; su eje norte-sur está orientado al Sol, es decir, se halla en la
horizontal al Sol, en lugar de en vertical. «Algo» debió de darle a Urano un
«tremendo castañazo» en algún momento del pasado, dijeron los científicos de la
NASA, sin aventurarse a conjeturar qué podía haber sido ese «algo». Con
frecuencia me he preguntado si ese «algo» fue también el que causó la enorme y
misteriosa cicatriz, y el inexplicable aspecto como de haber sido «arado» que
el Voyager 2 de la NASA descubrió en una luna de Urano, en Miranda, en 1986;
una luna que es diferente en múltiples y variados aspectos al resto de lunas de
Urano. ¿Pudo ser una colisión celeste, provocada por el tránsito de Nibiru y de
sus lunas, lo que provocara todo esto?
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El retorno de los anunnaki en un momento distinto al del
retorno del planeta puede, por tanto, tener lugar, y de ahí que nos quedemos
con el otro tiempo cíclico, el tiempo zodiacal. En mi libro Al principio de los
tiempos, lo denominé tiempo celeste, a diferencia del tiempo terrestre (el del
ciclo orbital de nuestro planeta) y del tiempo divino (el del ciclo orbital de
Nibiru), si bien sirviendo como vínculo entre ambos. Si el Retomo esperado va a
ser el de los anunnaki y no el de su planeta, entonces nos corresponde a
nosotros buscar la solución a los enigmas de dioses y hombres a través del
reloj que les vincula: el cíclico tiempo celeste del zodíaco. Después de todo,
lo inventaron los anunnaki para reconciliar los dos ciclos; su proporción (3600
para Nibiru, 2160 para una era zodiacal) constituye la sección áurea, la
proporción de 10:6. Y, como ya he sugerido, nos da como resultado el sistema
sexagesimal, en el cual se basaban las matemáticas y la astronomía de los
sumerios (6 x 10 x 6 x 10, etcétera). Beroso, como ya he dicho, consideraba que
las eras zodiacales constituían puntos cruciales en los asuntos de dioses y
hombres, y sostenía que el mundo atraviesa periódicamente por catástrofes
apocalípticas, sean de agua o de fuego, cuya ocurrencia viene determinada por
los fenómenos celestes. Como su homólogo Manetón en Egipto, también dividió la
prehistoria y la historia en fases divina, semidivina y posdivina, afirmando
que «la duración de este mundo» sería de 2.160 000 años. ¡Y esto, maravilla de
maravillas, son exactamente mil (¡un milenio!) eras zodiacales! Los expertos
que han estudiado las antiguas tablillas de arcilla que tratan de matemáticas y
de astronomía se han quedado asombrados al descubrir que las tablillas hacían
uso del fantástico número 12960 000 (sí, 12.960 000) como punto de arranque. Y
llegaron a la conclusión de que esto sólo podía estar relacionado con las eras
zodiacales de 2160 años, cuyos múltiplos dan como resultado 12 960 (si
multiplicamos 2160 x 6), 129,600 (si multiplicamos 2160 x 60) o 1.296 000 (si
lo multiplicamos por 600); ¡y, maravilla de maravillas, el fantástico número
con el que comienzan estas antiguas listas, 12.960 000, es un múltiplo de 2160
por 6000, como en los divinos seis días de la creación! El hecho de que los acometimientos
principales, cuando los asuntos de los dioses afectaban a los asuntos de los
hombres, estuvieran relacionados con las eras zodiacales se ha venido
demostrando a lo largo de toda la obra de Las Crónicas de la Tierra. Con el
comienzo de cada era, acaece algo trascendental: la era de Tauro señaló la
concesión de la civilización a la humanidad; la era de Aries vino acompañada de
una hecatombe nuclear, y terminó con la partida de los dioses. La era de Piscis
comenzó con la destrucción del Templo de Jerusalén y con el nacimiento del
cristianismo. ¿No cabría preguntarse si el profético final de los tiempos no
significará el fin de una era zodiacal?
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
El «incidente de la Phobos» sigue siendo, oficialmente, un
«accidente inexplicable».
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
Para mí, los hechos acaecidos desde 1983, junto a las
evidencias de Marte que se han descrito brevemente en capítulos previos, y
junto al misil que se disparó desde la limeta Fobos, indican que los anunnaki
siguen teniendo algún tipo de presencia (probablemente una presencia robótica)
en Marte, en lo que fue su antigua estación de paso. Y esto estaría indicando
una previsión, un plan que les permitiera disponer de unas instalaciones
perfectamente dispuestas para una futura visita. Lo que nos sugieren estos
hechos en su conjunto es la intención de volver de los anunnaki, la firme
posibilidad de un Retorno.
Zecharia Sitchin
El final de los tiempos
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