Estos ataques de ansiedad, desequilibrio emocional o como se
los quiera llamar son una auténtica pesadilla que deja a la persona exhausta,
atemorizada, aislada, incapacitada, confundida y débil. Para alguien que nunca
haya padecido este problema, resulta difícil de entender porque no existe una
causa racional. Es como si nos inyectasen una droga que produce alucinaciones
espantosas y no supiéramos cuándo tendrá efecto. ¡Podría ser en cualquier
momento! Y entonces... ¡pam!: las pesadillas nos llevan a ese maldito pozo
oscuro donde sólo pensamos en huir, en que el mal rollo desaparezca porque
notamos que ese estado nos impide hacer cualquier cosa e incluso relacionarnos
adecuadamente con los demás. El ataque de pánico es algo así como un dolor
insoportable e inagotable: quien lo sufre tan sólo desea que llegue rápido la
noche para poder dormir y apagar el cerebro ansioso de una vez. Estos ataques
son más comunes de lo que se cree. Los psicólogos les solemos asignar
diferentes etiquetas, como «trastorno de ataques de ansiedad» o «trastorno
obsesivo compulsivo», «depresión», etc., aunque en realidad se trata de un
mismo fenómeno. Esto es: las emociones negativas son enormes, nos invaden y ya
no podemos detenerlas; dominan nuestra vida y nos la arruinan. En estos ataques
las emociones negativas, que sentimos de un modo exagerado, entran en bucle y
nos poseen, nos arrastran al lodo del sufrimiento emocional hasta que el propio
ataque tiene suficiente y se va por donde ha venido, aunque, eso sí, dejándonos
baldados, desorientados y asustados. Y hasta la próxima, baby.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 5
En este libro veremos dos subtipos de ataques de
desequilibrio emocional:
• Los ataques de ansiedad (o pánico)
• El trastorno obsesivo compulsivo o TOC
Sin embargo, hay muchos más subtipos, como diferentes
variedades de depresión, malestares psicosomáticos, migrañas, dolores en
apariencia inexplicables... Todos forman parte del mismo fenómeno.
Si el lector se nota «débil» a nivel emocional, lo más
probable es que padezca este fenómeno de los ataques de desequilibrio
emocional. Aplíquese, pues, a raja tabla todo lo que aquí se dice. Basta con
intercambiar esas etiquetas diagnósticas por lo que le sucede a cada uno.
En el caso de los ataques de ansiedad, pueden darse uno o
más de los siguientes síntomas:
• Dolor en el pecho
• Dolor de estómago
• Ahogo
• Mareos
• Sensación de peligro (incluso de muerte)
• Y sobre todo ¡mucho miedo!
En el caso del deprimido:
• Desánimo agudo
• Cansancio físico
• Pensamientos oscuros
En el obsesivo:
• Ideas amenazantes que tiene que evitar/resolver/eliminar.
Estos ataques emocionales no son enfermedades fisiológicas u
orgánicas, por mucho que puedan parecerlo. No van asociados a una falta de
serotonina ni a un descenso de riego sanguíneo en el cerebro. Se trata de una
simple trampa mental en la que es fácil caer, como el famoso juego chino de los
dedos.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 6
Es importante tener esto claro: la mayor parte de los
trastornos psicológicos son sólo eso: una ingeniosa trampa lógica. ¡No hay
ninguna enfermedad en las neuronas, ni en la genética ni en ningún lugar físico
del cuerpo! Por lo tanto, no hay necesidad de tomar fármacos.
¿Estás preparado para esta hermosa aventura hacia el
verdadero autoconocimiento, la liberación, la fortaleza y la felicidad?
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 8
Los ataques de ansiedad, las obsesiones, los dolores
psicosomáticos y la mayor parte de las depresiones no son enfermedades del
cuerpo. Son sólo trampas mentales de las que podemos aprender a salir. Si
sufres ataques de ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo, depresión o
hipocondría, alégrate: sólo tienes un problema lógico, no médico. Te puedes
curar completamente, sin fármacos y sin secuelas.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 8
Toda la confusión, el dolor emocional, la debilidad y el
temor desaparecerán como por arte de magia cuando hayas completado tu
autoterapia. Será un trabajo intenso, a veces duro, pero ¡está garantizado!
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 9
TODO MENTAL
La investigación de los trastornos emocionales es
apasionante y está llena de misterio. La razón es que, desde el inicio de los
tiempos, estos trastornos se han confundido con enfermedades orgánicas de
difícil curación y, a veces, también de terrible pronóstico. El error es
comprensible porque da la impresión de que sean problemas orgánicos. Desde
luego, ¡lo parecen! El ejemplo del tabaquismo, que es otro fenómeno mental, es
muy ilustrativo en este sentido. La medicina todavía cree que las adicciones
producen un cambio neuronal que desemboca en el famoso síndrome de retirada o
mono, y que resolverlo es muy difícil y doloroso. Según la tesis oficial, la
droga causa una especie de transformación en las neuronas, por lo que el adicto
lo pasa fatal hasta que éstas se recuperan. Sin embargo, gracias al genio
británico Allen Carr, sabemos que la teoría del daño cerebral en las adicciones
es un mito, al igual que el famoso síndrome de retirada. Gracias a su método,
explicado en su libro Es fácil dejar de fumar si sabes cómo, millones de
personas han descubierto que el 95 % del síndrome de retirada es puramente
mental y que, con la mentalización correcta, no aparece y punto. Yo mismo,
cuando dejé el tabaco, disfruté del proceso y no pasé la más mínima ansiedad.
Y, como yo, millones de lectores de Carr. Así pues, ¡no tiene nada de anecdótico
o inusual! Carr repetía, una y otra vez, que todas las dependencias son
iguales, sean de alcohol, cocaína, heroína y demás. La ansiedad de retirada que
sufren los que intentan dejar estas drogas es creación de su mente. La
drogadicción es un fenómeno mental que, eso sí, produce muchísima ansiedad y
toda clase de síntomas (sudores, fiebre, temblores y delirium tremens), pero, a
fin de cuentas, todo eso es humo y lo produce nuestra imaginación. Por lo
tanto, ¡podemos aprender a no sufrirlo! Quienes trabajan en centros
penitenciarios saben que, si en su prisión no hay forma de encontrar droga, los
adictos la dejarán fácilmente, como por arte de magia, sin que se produzca el
síndrome de retirada. ¿Cómo es posible? ¿Qué tiene la cárcel para producir ese milagro
médico? La respuesta es simple: si la mente sabe que no hay posibilidades de
conseguir droga, no activa el proceso mental de la adicción. La persona
aquejada de ataques de ansiedad u obsesiones también padece un trastorno
puramente mental, por lo que es esencial que deje de buscar la solución en
medicamentos, acupuntura, vitaminas o minerales. ¡Ya basta! Centrémonos en el
único causante del problema: el fenómeno mental del círculo vicioso del temor.
Pensemos que, cuanto más nos concentremos en el verdadero problema, antes
acabaremos con él. Por mucho tiempo que se haya sufrido un trastorno, por muy
grave que sea, por muchos médicos que se hayan visitado, se trata de un
fenómeno mental y la solución definitiva está a la vuelta de la esquina.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 12
Muchos pacientes me hacen con frecuencia la siguiente
pregunta: —¿Por qué tengo pensamientos obsesivos? ¿Qué anda mal en mi mente?
—Lo único que anda mal es que has caído en una trampa mental —les respondo
siempre—. Es posible que tengas una ligera tendencia neuronal a caer en esa
trampa, pero esa vulnerabilidad sólo supone un 3 % del problema. —Ah, entonces
¿sí hay un defecto en las neuronas, aunque sea pequeño? —suelen preguntar. —Sí,
pero funciona de manera idéntica al tabaco. La nicotina provoca que caigamos en
la trampa mental de la adicción a través de una sensación física menor, un
ligero nerviosismo, y eso desata de inmediato la adicción mental. La sensación
física inicial que provoca la nicotina es una tontería, muy fácil de llevar y
superar. El verdadero problema es el miedo que, a partir de ahí, desarrolla el
fumador y que desencadena el síndrome de retirada, es decir, la extraordinaria
ansiedad. —De acuerdo. Entonces, hay algo fisiológico, pero es minúsculo. El
problema central está en la mente y en lo que hago a nivel de pensamiento y
acción, ¿verdad? —Exacto: deja de preguntarte si lo que tienes es físico o
mental porque la buena noticia es que se cura por completo con psicología, y
eso es lo que vas a hacer —concluyo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 13
Todos los miedos infundados son fruto del citado «círculo
vicioso del temor».
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 5
Todos los miedos infundados son fruto del citado «círculo
vicioso del temor». Todo empieza por casualidad, cuando un mal día
experimentamos una emoción inusualmente desagradable, que nos sorprende y nos
asusta. Se puede tratar, por ejemplo, de un dolor muy agudo en el pecho, de un
mareo más fuerte de lo habitual o, simplemente, de una ansiedad desconocida
hasta entonces. Y, ¡atención!, ahí viene el susto: «Dios, ¿qué me está pasando?
¡Esto no es normal!». Ya está: el temor a esas sensaciones aumenta el propio
malestar, y se genera una retroalimentación diabólica que produce cada vez más
miedo y más sensaciones ad infinitum. En el caso de los ataques de ansiedad se
ve muy claro. Un día, por casualidad, la persona experimenta, en primer lugar,
una fuerte aceleración del corazón o una arritmia traicionera y, como está
sensible por cualquier causa o porque la sensación es similar a un ataque al
corazón, se sorprende y asusta. Ahora imaginemos que, semanas antes, un
familiar de esa persona murió precisamente de un infarto. Pues bien, cuando
tenga un episodio de arritmia, casi de forma automática pensará: «¡Oh, no!
Seguro que es un fallo cardíaco». En consecuencia, la preocupación acelerará
instantáneamente el corazón y, ¡maldición!, al notar el latido aún más fuerte,
más se preocupará. ¡Ése es el nefasto círculo vicioso del temor! Esta espiral
emocional es la verdadera fuente de los ataques de ansiedad y el trastorno
obsesivo. Con el tiempo, las sensaciones van creciendo y la persona, por miedo,
empieza a evitar situaciones, lo cual acentúa la sensibilización y, por tanto,
las sensaciones. Al final, se acaba desarrollando un trastorno emocional en
toda regla que abruma y destroza la vida. El mecanismo de la neura es la
espiral: sensación – preocupación – evitación que hemos descrito. Y cualquiera
puede llegar a experimentarlo. De hecho, millones de personas han caído en esta
trampa mental, por el simple hecho de que la mente humana tiene tendencia a
caer en ella. He conocido personas muy fuertes a todos los niveles que han
desarrollado un trastorno de pánico: policías, bomberos, políticos,
empresarios, deportistas de élite... Su fuerza de voluntad, su coraje y el
resto de sus admirables capacidades no impidieron que padecieran este
trastorno. Eso sí, esas mismas cualidades, a muchos, les permitieron superarlo
más rápido.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 14
La solución a todos los trastornos de los que nos ocupamos
se puede resumir en una sola frase: «Dejar de tener miedo a la emoción». En el
momento en que dejemos de temerla, el problema se resolverá de forma
instantánea, aunque ese proceso pueda demorarse meses. ¿Qué significa dejar de
tener miedo al miedo? 1) Estar cómodo con él. 2) No pensar en la ansiedad (o la
depresión) como si fuera una amenaza, sino como una minucia sin importancia.
Incluso como algo familiar que nos puede ser útil. 3) Que nos dé igual si se
produce o no.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 21
Recordemos que el miedo es humo. Todas las emociones
negativas lo son, en realidad. Son creaciones de nuestra mente que
desaparecerán de forma aparentemente milagrosa si dejamos de temerlas. Si nos
ponemos cómodos en su presencia.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 22
… la metodología esencial para dejar de tener miedo al miedo
es la exposición: entrar en contacto con las emociones que tememos, hacernos
amigos de ellas hasta que desaparezcan; el cerebro, simplemente, las
neutraliza, las elimina, y nos libera de ellas para siempre. De forma
matemática. Sin excepción.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 22
No sé en cuántas ocasiones habré explicado a mis pacientes
la metáfora de la cloaca. ¡Cientos! Muchos de ellos llegan a mí en estados muy
precarios: arruinados a nivel emocional, exhaustos por las palizas que les
propina su neura, pensando en el suicidio día sí, día también. Y esta metáfora,
este cuentecito, es la clave de su renacimiento, porque les permite comprender
con claridad cuál va a ser el plan de trabajo. Y, armados con esa hoja de ruta,
empiezan el tratamiento con paso firme. Pues bien, tú estás a punto de dar ese
mismo paso. La metáfora dice así: Imagina que te acaban de emplear para
trabajar en las cloacas de tu ciudad. Hoy es tu primer día. Te acompañan dos
compañeros veteranos. Juntos, levantáis la tapa de una alcantarilla y os
introducís en los túneles con todo vuestro equipo a cuestas: altas botas de
goma, mono protector que se lava cada día, etc. En cuanto pisas el suelo de la
alcantarilla, una intensa peste te golpea las fosas nasales, ¡pese a que llevas
una excelente mascarilla protectora! Visualiza que, al cabo de dos horas de
trabajo, os detenéis para hacer un descanso y tus dos compañeros sacan un
bocadillo. Tú, asombrado, exclamas: —Pero, chicos, ¡no me digáis que vais a
comer aquí ahora! ¡Con esta tremenda peste! Tus compañeros ríen. —Pero ¿de qué
hablas, novato? Si aquí corre el aire puro. Visualiza, a continuación, que han
pasado varios meses. Una tarde regresas a casa del trabajo y, al cruzar la
puerta, tu pareja te grita: —¡Cariño, por Dios, quítate esa ropa ahora mismo y
métete en la ducha! ¿Cuántas veces te he dicho que no entres así en casa?
—Perdona, amor. Es que llego tarde al dentista. Pero... ¿de verdad huelo mal?
—preguntas sinceramente. —¡Dios mío! ¡Apestas! ¡Venga, a la ducha! —concluye
ella. La metáfora de la cloaca describe un fenómeno que todos hemos
experimentado, aunque no le hayas puesto un nombre: «la desensibilización
neuronal de los estímulos negativos». Esto es, después de una exposición masiva
y continua a un estímulo nocivo, el cerebro elimina la percepción negativa. El
tabaco y el alcohol son ejemplos de este fenómeno de desensibilización
neuronal. Cuando uno se inicia en el tabaco, los cigarrillos siempre le saben
fatal, incluso hasta el extremo de hacerle vomitar. Pero, si insistimos, al
cabo de unas semanas dejan de sabernos a rayos. Ya no notamos nada. Más
adelante, llegaremos incluso a pensar que nos gustan. La verdad es que el
tabaco sigue siendo el mismo veneno de siempre, el primer día y el último, y su
sabor real es asqueroso: no es más que sucio alquitrán. Lo que sucede es que el
cerebro nos desensibiliza respecto a ese nauseabundo sabor porque razona de la
siguiente forma: «Este muchacho no deja de fumar, pese a que le envío estímulos
claramente desagradables, casi dolorosos. La única razón posible de su actitud
es que necesita exponerse al veneno para su supervivencia. Será mejor que le
retire esas percepciones desagradables. Le desconectaré las neuronas que captan
el mal olor y sabor. Y que haga lo que tenga que hacer para sobrevivir». Esta
maniobra desensibilizadora del cerebro es muy común. Afecta a todos los adictos
a todas las drogas, a los que trajinan con pescado o a los médicos forenses...,
es decir, a todos aquellos que se exponen de forma continuada a estímulos
desagradables. Los médicos forenses, por ejemplo, ni se inmutan mientras
sierran la cabeza a un muerto, porque se han desensibilizado a la aprensión
natural que sentimos los seres humanos ante la visión de un cadáver abierto.
Para ellos es como colgar un cuadro en la pared. La mente es capaz de
desactivar las neuronas que captan algo nocivo si:
• Nos exponemos todos los días.
• La inmersión en la sensación desagradable es completa.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 28
La terapia de exposición es como educar a un niño
maleducado, sólo que el mocoso está dentro de nuestra mente. De modo que, si lo
hacemos con decisión y coherencia, lo conseguiremos rápido. En cambio, si
caemos en el error de no ser perseverantes y firmes, si nos esforzamos en ser
educativos sólo de vez en cuando, ese niño a lo mejor no aprende jamás. Un
padre que cede cuando está cansado o estresado fracasará, porque las mentes
maleducadas (y así es nuestra mente neurótica) requieren toda la perseverancia
y coherencia del mundo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 36
Como en casi todos los casos, cuando la persona siente
ansiedad, desea quedarse en casa porque cree que ese recogimiento le
proporciona alguna protección, ya que su pareja la atenderá o podrá llamar
rápidamente a una ambulancia. Por el contrario, estar fuera del hogar le supone
un riesgo enorme, casi como estar en peligro de muerte.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 40
Claire Weekes abogaba por un método de cuatro pasos que,
como veremos, contiene todo lo que necesitamos para superar nuestro problema.
Los cuatro pasos son esenciales y es importante entenderlos lo mejor posible.
Estos cuatro mecanismos, que el lector memorizará de tanto emplearlos, son:
afrontar, aceptar, flotar y dejar pasar el tiempo. Veámoslos:
Afrontar
Cuando aparezca el temor (o cualquier emoción desagradable),
una palabra debe venir a la mente: «afrontar». Si es necesario, podemos
llevarla escrita en una tarjetita —Afrontar— y sacarla en cuanto empiece la
neura. Tengamos presente que la verdadera gasolina de la ansiedad es «evitar»,
es decir, salir huyendo. El temor es como un perro que huele que tenemos miedo
y, si echamos a correr, nos persigue cada vez más rápido. Es natural que la
mente piense en escapar del malestar. Pero esa huida se vuelve en nuestra
contra y se transforma en un huracán que lo arrasa todo. Por lo tanto, la huida
es el auténtico problema, lo que nos conduce a una conclusión clara: ¡Hay que
dejar de evitar! Lo antes posible, de forma contundente y continua. En eso
consiste afrontar. Afrontar implica, pues, acudir, una y otra vez, a la fuente
del malestar para, en poco tiempo, desactivar completamente la emoción.
¡Eliminarla para siempre! Extirparla de una vez por todas. Si utilizamos la
metáfora de la cloaca, se trata de bajar allí todos los días y exponerse al mal
olor durante horas. Y, al mismo tiempo, confiar en el hecho indudable de que el
cerebro eliminará el malestar y dará paso a la libertad: fortaleza y calma para
disfrutar a tope de la vida. En el caso de los ataques de pánico, la persona
deberá acudir a los lugares donde es probable que le sobrevenga el malestar y,
una vez allí, abrirse a la vivencia de todos sus síntomas. Al máximo. Por
ejemplo, entrar en unos grandes almacenes. Dejar que el corazón se acelere, la
mente se ponga frenética y lo invada un intenso sentimiento de vulnerabilidad.
Sí, debemos experimentar las palpitaciones, el temor a morir, los temblores,
los mareos, el pánico. Una y otra vez. Sí: ¡una y otra vez! Con la confianza de
que millones de personas han pasado antes por lo mismo y han salido
victoriosas. En cuanto a los que sufren TOC, como la causa de sus temores son
sus pensamientos, deberán exponerse a ellos: recrearse en las ideas que los
atemorizan, experimentarlas a fondo. Por ejemplo, visualizar que se suicidan,
se infectan con gérmenes letales, asesinan, violan, son poseídos por el diablo,
provocan la muerte de seres queridos, atropellan a peatones por error, contraen
el sida, tienen cáncer, etc. Recordemos que las obsesiones son ideas
atemorizantes (irracionales) que se quedan trabadas en bucle en la mente. La
persona intenta atajarlas mediante el razonamiento o la acción, como investigar
sobre la enfermedad o ponerse a limpiar, pero cuanto más trata de convencerse
de que todo está bien, más la acucian la ansiedad, la duda y el dolor mental.
En el caso de la hipocondría, «afrontar» es ir a buscar, todos los días,
noticias truculentas sobre enfermedades; imaginar que se padece tal o cual
cáncer. En fin, experimentar lo que más se teme, una y otra vez. Una vez que
damos por concluido el ejercicio de exposición, debemos seguir con nuestra vida
como si nada. Sí, retomarla en pleno estado de ansiedad, hechos un torbellino
mental. Así, todos los días, dejaremos que el niño monte su pataleta para
demostrarle, de una vez por todas, que su estrategia ya no es efectiva, ya no
tiene poder. En la consulta, los psicólogos diseñamos, junto con el paciente,
la estrategia afrontadora. Lo mejor es exponerse «a lo peor» desde el inicio y
de la forma más intensa posible. Y, a medida que se progresa, tratar todas y
cada una de las ideas y situaciones que pueden causar malestar emocional. Sin
dejarse ninguna. Una vez acabada la terapia, finalizamos el trabajo con el
«compromiso de afrontamiento final», que reza así: Para el resto de mi vida, me
comprometo a atajar cualquier idea o sensación atemorizante ¡desde el inicio! A
cortarla con mi hoz, de raíz. Porque ya he comprobado qué sucede cuando dejamos
que las neuras se apoderen de la mente. Ahora soy una persona nueva y aplicaré
lo aprendido sin dudarlo. ¡Así, seré libre para siempre! El «compromiso de
afrontamiento final» consolida el aprendizaje. Y con él, la vida se convierte
en algo maravilloso, fácil, interesante, lleno de posibilidades. Por fin,
nuestro trabajo conductual nos habrá enseñado a erradicar los miedos de nuestra
vida, sean grandes o pequeños.
Ejemplos de afrontamiento
• Acudir a lugares donde puede darnos un ataque de ansiedad:
grandes almacenes, viajar en metro, en tren, en avión, etc.
• Provocarnos mareos o vómitos (cuando eso es lo que nos da
miedo).
• Pensar durante veinte minutos en ideas que nos atemorizan;
elevar esos pensamientos al máximo nivel de ansiedad posible. Imaginar lo peor.
• Palparse el cuerpo en busca de tumores (en caso de
hipocondría).
• Buscar información alarmante en internet sobre
enfermedades graves (para los hipocondríacos).
• Ponerse rojo a propósito delante de la gente y pasar
vergüenza.
• Hablar con el máximo número de personas a diario (para los
tímidos).
Aceptar
Para muchos, éste es el paso más importante. Lo esencial.
Con «aceptar» queremos decir abrirse íntegramente a todo lo que estamos
sintiendo cuando nos encontramos fatal. Y hacerlo de un modo pasivo, como
corderillos que llevan al matadero.
Hasta que no se produce este tipo de aceptación profunda no
se está en el camino correcto.
La aceptación total implica:
• Dejar de luchar.
• Dejar de huir.
• Abandonarse.
• Vivir con total normalidad.
• No pensar en el asunto.
• Acomodarse a la situación.
• No querer que pase rápido.
Atención: no nos aceleremos. Leamos de nuevo la lista
anterior. Saboreemos cada concepto.
• Dejar de luchar.
• Dejar de huir.
• Abandonarse.
• Vivir con total normalidad.
• No pensar en el asunto.
• Acomodarse a la situación.
• No querer que pase rápido.
«Aceptar» es algo parecido a lo que le ha sucedido a algún
alpinista perdido en la montaña de noche, rodeado de nieve, sin refugio ni
comida. Tras horas de lucha por su supervivencia, simplemente, se acuesta en el
suelo y ya está: acepta la muerte tranquilo. Ahí llega la profunda aceptación.
Recuerdo una conversación que tuve con una paciente sobre
este paso fundamental. Se llamaba Leire, una joven de veinticinco años con
ataques de ansiedad.
—Has de desarrollar una aceptación aún más profunda. Cuando
alcances la aceptación total, te sorprenderás porque empezarás a estar cómoda
ahí, en medio de la ansiedad —le dije.
—Pero, Rafael, ¿cómo voy a estar cómoda con un ataque de
pánico? La cabeza me va a mil, no puedo quedarme quieta y la ansiedad me come
por dentro —replicó Leire.
—Te prometo que es posible. Y lo conseguirás. Pero tienes
que aceptar todo lo que sientes. Deja de luchar, deja de querer apartarlo. Y,
entonces, de manera automática y repentina, te fijarás en el azul del cielo, en
cierta música, en una brisa fresca, y sentirás cierta comodidad —concluí…
«Aceptar totalmente» es la clave para dominar el mundo
emocional. La auténtica fortaleza —la transformación radical— llega cuando
somos capaces de hacer lo contrario a lo de siempre: no salir huyendo del
malestar, sino introducirnos en él como si de una piscina de agua caliente se
tratase. Y aprender a estar allí sin movernos durante mucho tiempo. Tanto que
nuestra mente ya no experimente miedo. En ese preciso instante tiene lugar la
aceptación, y aparece una sensación única de paz y dominio. Buscar la comodidad
en el malestar es antiinstintivo, ya que todo nuestro sistema está diseñado
para que huyamos del dolor, como cuando nos quemamos y el cerebro nos manda
retirar la mano del fuego de forma automática. La mente no quiere oír hablar de
permanecer en el peligro. En la gran mayoría de las situaciones que se
presentan en la vida, la huida es natural y beneficiosa, salvo cuando hemos
caído en un trastorno emocional como los descritos en este libro. En estos
casos, la solución es lo contrario: aceptar completamente. Como miles de
personas han descubierto, ahí está la libertad, el dominio y el goce de la
vida.
Sinónimos de «aceptar»
• Rendirse.
• Abandonarse.
• No pensar; sólo estar.
• Estar dispuesto a morir.
• No hacer nada.
• Abrirse completamente al malestar.
• Tirarse a la piscina del malestar.
• Relajarse dentro del malestar.
• Acomodarse dentro del dolor.
Flotar
Este paso es un poco enigmático para los no avanzados en la
terapia de exposición. No obstante, una vez metidos en faena, con la práctica,
lograremos comprenderlo y se convertirá en un aliado muy útil.
Flotar significa:
• No agitar las aguas.
• Relajarse.
• Ralentizar.
• Ir poco a poco, pero con determinación.
Lo contrario de flotar es luchar, apretar los dientes para
que el malestar pase de inmediato. Estas prisas —digamos que agresivas— no nos
interesan, porque la lucha provoca que el malestar reverbere, que aumenta.
Flotar también significa eso: llevar a cabo algo sin
exigirse mucho. Cuando una emoción negativa invade nuestra mente, no estamos en
la mejor forma mental y, como es obvio, no podemos rendir como de costumbre. No
pasa nada. Lo mejor es no exigirse demasiado, salvo estar presentes, en
contacto con la emoción negativa, mientras hacemos algo útil que nos permita
pasar el tiempo. Otro significado de «flotar» implica aprender que somos
capaces de realizar cualquier tarea, aunque estemos paralizados por el miedo.
Es decir, sin fuerzas. En momentos de máxima tensión, lo normal es pensar: «No
tengo fuerzas; me es imposible salir de casa». Entonces, podemos imaginarnos
flotando como un fantasma y salir así, con delicadeza. Pronto comprobaremos,
invariablemente, que sí podemos hacerlo. Flotar también significa ralentizar.
Cuando sufrimos un ataque de ansiedad, sentimos agitación y tendemos a hacer
las cosas deprisa. Sin embargo, lo mejor es hacer todo lo contrario: ralentizar
cualquier acción. Podemos imaginarnos como practicantes de taichí en todo lo
que hacemos. Ese ralentizar es muy importante por dos razones: porque lanzamos
a nuestra mente el mensaje de que no pasa nada, de que no hay ningún peligro,
ninguna razón para correr; y porque nos relajamos en la medida de lo posible.
Dejar pasar el tiempo
Este último paso es también esencial para realizar una buena
terapia de exposición. Conlleva aceptar que no vamos a curarnos de la noche a
la mañana, que vamos a necesitar toneladas de paciencia y determinación. Dejar
pasar el tiempo también implica ponerse cómodo y aceptar completamente los
síntomas y toda la situación. Cada vez que a nuestra mente le entran las
prisas, se aleja de la aceptación profunda y, desde esa posición, la magia no
tiene lugar. Recuerdo el diálogo que tuve con Pedro, un paciente de treinta y
ocho años, bombero de profesión, que tenía fuertes ataques de pánico. Hablamos
precisamente de este paso: —Te voy a preguntar algo, Pedro, ¿que pensarías si
te dijese que la solución a tus ataques podría requerir un año de terapia?
—¡¿Me dices que tardaré todo un año en quitarme esta ansiedad?! —replicó un
poco alterado. —No lo sabemos. Puede ser menos. Pero, ahora, hazme el favor de
imaginar que tardas un año entero en curarte. Que, hasta este mismo día, del
mismo mes, pero del año que viene, no lograrás disfrutar de la vida porque
estarás experimentando los síntomas a tope todos los días. —Ufff, no sé...
¿Todos los días así durante un año? —respondió azorado. —Visualízalo, por
favor. Sería como pasar un año recluido en la cárcel. Pero, insisto, imagina
también que el año que viene, por las mismas fechas, estás curado. Que has
renacido. Que vuelves a la vida renovado, como una persona nueva. ¿Aceptarías
el reto? Pedro se quedó pensando unos segundos y, de repente, levantó la
mirada, la clavó en mis ojos y dijo: —¡Claro que sí! ¡Adelante! Si al cabo de un
año estaría totalmente curado, firmaría ahora mismo. A este ejercicio lo llamo
«la mentalización del año» y su función es la de situarnos en una posición
tranquila, de largo recorrido, sin prisas, sin lucha, con plena aceptación. En
pocas palabras, de dejar pasar el tiempo. No hay mejor manera de desarrollar la
aceptación total que imaginarse a uno mismo realizando durante todo un año este
esfuerzo terapéutico, exponiéndose constantemente. Es evidente que la
aceptación total implica no tener prisa. Querer acelerar el proceso es no
aceptar, es seguir temiendo al malestar. También es cierto que muchos casos
complicados de ataques de ansiedad y trastorno obsesivo tardan un año en llegar
a la curación total, o más. Así que la expectativa de un año de trabajo personal
es una estrategia realista y empoderadora. Por mi experiencia clínica sé que
los tratamientos muy largos (más de un año) son debidos a que la persona tarda
mucho en afinar su técnica de afrontamiento porque no acaba de exponerse con la
fuerza necesaria hasta pasados unos cuantos meses. Si lo hiciera mejor desde el
inicio, sin duda estaríamos hablando de terapias de poco tiempo de duración. De
todas formas, como he dicho, la estrategia de «la mentalización del año», esto
es, estar dispuesto a sufrir la ansiedad todo este tiempo, nos da la
perspectiva necesaria para aceptar profundamente y, en consecuencia, dejar
pasar el tiempo. Es muy importante no impacientarse porque la aceptación total
requiere justo lo contrario: no necesitar que el problema desaparezca de
inmediato, estar cómodo con él. Y eso requiere tiempo de exposición.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 43-46-48-49-50-51
En este capítulo hemos aprendido que:
• Los cuatro pasos de curación de los trastornos emocionales
son: afrontar, aceptar, flotar y dejar pasar el tiempo.
• Cientos de miles de personas han aprendido a dominar estos
cuatro pasos antes que tú. Confía en ellos.
• Los cuatro pasos nos permiten perder el miedo al miedo.
Ése es el objetivo final. Cuanto antes empecemos, antes los dominaremos y
llegará la liberación.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 51
Los trastornos emocionales pueden ser una tortura, agotarnos
y quitarnos las ganas de vivir, pero la buena noticia es que, como vinieron,
también se irán, si llevamos a cabo una autoterapia completa. Y esta vez ser
irán para siempre. Lo que quedará es un amor inmenso por la vida, una sensación
de seguridad y armonía apabullantes.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 59
En infinidad de ocasiones he oído las siguientes palabras de
boca de un paciente totalmente recuperado: —Rafael, ¡ha sido como un milagro!
—Un milagro que te has ganado a pulso, ¿no? —Sí, desde luego. Apliqué los
cuatro pasos a tope y fue muy duro. Pero con «milagro» me refiero a que, cuando
los síntomas desaparecen, es alucinante porque te quedas como nuevo, como si
nunca los hubieses tenido. Es hasta extraño, como milagroso, vamos. Éste es el
efecto que siente la persona cuando ha completado el trabajo: curación limpia y
total. Es como tener un corte en la mano, aplicarse una pomada milagrosa y que no
quede rastro del tajo. Ni siquiera cicatriz: donde antes había sangre y tejido
dañado, ahora vemos la piel tersa, limpia, perfecta. De ahí la sorpresa de
sentirse tan bien, como renacidos. Por lo tanto, preparémonos para afrontar,
aceptar, flotar y dejar pasar el tiempo con ese objetivo en mente: recuperar
una salud emocional nueva, completa, perfecta. ¿Qué aventura vital hay mejor
que forjarse a uno mismo?
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 59
«Hacer lo opuesto» consiste en sumergirse en la ansiedad
dirigiéndose hacia lo que da miedo o propicia el malestar: la dirección
contraria a donde desearíamos ir.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 63
Es necesario experimentar «la zona» muchas veces antes de
liberarse para siempre de los ataques de pánico y las obsesiones. La clave, en
efecto, es encontrar la comodidad dentro de la incomodidad.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 96
Éste es el relato de superación de la ansiedad de Belén:
En 2020, justo al comienzo de la pandemia, mi marido y yo
nos pusimos enfermos. Y sí: ¡era la covid!, esa enfermedad desconocida que
empezaba a matar a gente en todas partes.
Al principio nos lo tomamos con calma, hasta que los
síntomas de mi marido empeoraron. Le costaba muchísimo respirar y llegamos a
estar muy asustados. Durante las primeras semanas de la pandemia, en marzo,
sólo se hablaba de casos graves, y la verdad es que a veces nos veíamos con un
pie en la tumba.
Mi marido se aisló al cien por cien y yo tuve que hacer
frente a la situación, aunque me encontraba hecha polvo. Imaginaos: enferma,
con fiebre, supercansada, preocupada seriamente por mi marido, con los niños
pequeños en casa, sin poder descansar un segundo, sin poder comprar comida ya
que en nuestra zona los pedidos online tardaban un mes...
Tenía miedo y me sentía impotente porque no nos dejaban
acudir al hospital. Los médicos nos decían que, hasta que mi marido no
estuviese muy muy grave, tenía que pasar la covid en casa. Fue la situación más
estresante de mi vida. Ahora no parece tan fuerte, pero el hecho de enfermar en
aquel momento de incertidumbre nos las hizo pasar canutas.
Afortunadamente, aunque fue muy duro, la cosa fue pasando y
nos recuperamos.
Pero cuando el estrés remitió y estábamos todos tranquilos
en casa, comencé a sentir una inexplicable apatía y, al cabo de unos días, una
tremenda angustia. Me preguntaba: «Señor, ¿y ahora qué es esto, una secuela del
virus?». Y es que era una sensación horrible, realmente dolorosa a nivel
emocional. Llegué a la conclusión de que era consecuencia de estrés bestial que
había soportado. Pero, aun así, me costaba un horror soportarlo. Aquello era
mucho peor que la situación que habíamos pasado antes con la covid.
No sabría cómo definir lo que tenía. Era un malestar
emocional tremendo que me invadía por completo, una mezcla de ansiedad,
depresión, etc. No sé... Yo lo llamaba angustia. Nunca antes había sentido algo
ni remotamente parecido. Siempre he sido una persona superfuerte y feliz. Soy
muy resolutiva y nunca me he achantado frente a los problemas; al revés,
siempre me he enorgullecido de poder con todo. Pero os aseguro que aquello era
diferente. Además, por primera vez en mi vida no podía ni intentar solucionar
el problema porque ¡no tenía ningún problema real concreto! Así que no sabía
qué demonios resolver.
También me afectó al sueño, y eso era lo peor porque, aparte
de estar bestialmente mal, apenas dormía. Llegué a estar veinte días seguidos
sin dormir.
Recuerdo que, desde el principio, me obligué a comportarme
como si nada ocurriese. Por más que me costase, cumplí con mis
responsabilidades en casa y en el trabajo. ¡Y vaya si me costó! Pero lo hice.
Desde hacía un tiempo tenía el libro El arte de no amargarse
la vida de Rafael Santandreu, pero no lo había leído. Lo hice en ese momento y
decidí hacer terapia con su equipo. ¡Y cómo celebro haberlo hecho!
Me asignaron como terapeuta a Silvia Tena. Recuerdo que, el
primer día, le dije: «Confío en vosotros. Conmigo tendréis a una paciente
ejemplar: decidme lo que tengo que hacer y yo lo hago».
Como comentaba antes, soy una persona muy resolutiva y estaba
dispuesta a activar a tope esa capacidad mía. Tenía mucha confianza en la
terapia, así que estaba comprometida a hacer todo lo necesario.
Y, muy pronto, Silvia me explicó los cuatro pasos de la
terapia. Recuerdo especialmente el de la «aceptación». Menudo término. El
significado lo entiendes rápido, aunque aplicarlo ya es otro cantar. Pero os
aseguro que la cosa va madurando en tu interior y, con tiempo y práctica, va
dando sus geniales frutos.
Para mí, todo el trabajo terapéutico se podría resumir en
«aprender a sufrir para dejar de sufrir». Es algo complicado de lograr. Tendrás
que aguantar mucho hasta que te salga. Tendrás que intentar dejar la mente
relajada y no hacer nada. Es decir:
• No defenderte.
• No resolver.
• Detener la inercia de «querer hacer».
Se trata de una práctica muy difícil porque es lo contrario
de lo que la mente suele querer hacer: resolver, actuar... Pero en este trabajo
de crecimiento personal no hay que hacer nada: sólo aceptar, estar ahí,
sosegarse con ello.
El objetivo es aceptar psicológicamente todo lo que te
sucede. Y además debes comprender que tardarás un tiempo en lograrlo. Tienes
que ser paciente.
Pero te aseguro que, de tanto en tanto, conseguirás esa
aceptación total. Y luego tendrás que irla transformando en un hábito.
Sin duda, es lo más difícil que he hecho en mi vida, pero lo
que me ha cambiado más; lo que ha contribuido más a mi fortaleza y felicidad.
¡Y que conste que antes ya era fuerte y feliz! Pero ahora lo soy mucho más. El
trabajo que he hecho ha supuesto un cambio radical en mi interior.
Repito: sé que es algo difícil de conseguir, pero estoy
segura de que todo el mundo puede lograrlo porque es algo matemático. Si
aceptas completamente todas las emociones y los pensamientos, éstos se hacen ligeros
y pasajeros. Les pierdes el miedo y, entonces, desaparecen.
He tenido dos partos y quise que los dos fueran de forma
natural. En el segundo, hubo complicaciones. Querían practicarme una cesárea,
pero me negué. Recuerdo que los médicos que pasaban por allí decían: «¿Pero
quién es esa niña que aguanta tanto?».
Después de dar a luz, estuve en la UCI y fue una experiencia
dura, pero esto que he hecho ahora lo ha sido más. Y lo ha sido porque has de
hacer lo contrario de lo que te dicta tu intuición y te afecta a nivel
psicológico. Pero sigo diciendo que ha sido maravilloso, incluso alucinante.
Recuerda: te has de mantener firme frente a las emociones;
aceptarlas sin huir. Te darás cuenta de lo mucho que eres capaz de soportar.
También es importante que, independientemente de cómo te
sientas, no te pares a dar vueltas a ningún pensamiento que no te interese.
Verás que, si te expones y aceptas sin parar, si dejas pasar las emociones y
los pensamientos negativos (una y otra vez), ¡éstos se van! Y tú cada vez serás
más fuerte.
Lo que más se me resistió fue el no dormir. Aceptar eso fue
lo más difícil. No lo conseguí rápido: tuve que ir madurando esa aceptación. Me
decía: «Si no duermo, no duermo; está todo bien».
Al inicio quieres aceptar, pero tu mente se resiste. Hasta
que lo vas logrando. Recuerdo que, en un momento dado, después de una racha
insomne, me sorprendí a mí misma: «¡Tía, llevas tres días sin dormir y no te
afecta!». ¡Le había perdido el miedo! Es algo que cuento ahora rápido, pero que
me costó lo mío. Como todo lo demás, fue algo progresivo.
¡Estoy tan feliz del resultado...! Habrá gente a la que este
trabajo le venga grande, porque no todo el mundo tiene la capacidad de sufrir y
aguantar, pero, por favor, tienes que hacerlo. Todo el mundo puede. Y piensa
que es la solución definitiva. Hazme caso: te tienes que mantener firme, y
aprender a ser paciente. Yo antes no era muy paciente. Era muy resolutiva, pero
no paciente. Ahora sí lo soy.
Mientras hagas este trabajo, te has de decir todo el tiempo:
«Los días malos son, en realidad, buenos. Son necesarios, porque así mejoro mi
mente». No busques una explicación de por qué estás mal. Ve asumiendo la
experiencia.
Ahora he alcanzado un punto en el que siento que nada me
puede perturbar demasiado. Al menos, no más de lo equilibradamente necesario.
Creo que las emociones negativas son inherentes a la vida, pero puedes aprender
a experimentarlas de forma suave y útil.
Podemos aprender a vivir el momento presente dejando la
realidad tal como es, sin detenernos a pensar mucho en ella. Se trata de dejar
de evaluar y estar ahí. Eso sí: hay que acumular horas de ensayo.
Creo que todo tiene un sentido en la vida y que el estrés
tan fuerte que pasé llegó para hacerme crecer. Un cambio interior profundo sólo
se produce cuando tienes una crisis. Si no, nadie hace el esfuerzo necesario
para tal cambio.
Mi mensaje es que, independientemente del grado de malestar
psicológico que tengas (apatía, ansiedad, angustia...), todo SE QUITA, todo SE
ESFUMA, si trabajas la mente con el método correcto.
Todo el mundo puede lograrlo porque se trata de un proceso
NATURAL.
Para ello hay que aprender a sufrir, a estar ahí, sin más,
pero te prometo que éste es un sufrimiento que dará fruto y te hará más fuerte
y feliz.
Reconozco que, de buenas a primeras, es complicado
comprenderlo y asumirlo, pero te aseguro que se trata de un tesoro sin igual. Y
no sólo desaparecerá el problema, sino que desarrollarás una mente serena para
toda tu vida, que es lo que te permitirá experimentar la verdadera felicidad.
Sentirás que, pase lo que pase, nada te suscitará emociones
más allá de las naturales inherentes a la vida (menores), necesarias también
para alcanzar esa felicidad tan anhelada por todos.
Ahora me siento genial. Siento que puedo con todo y aplico
este trabajo a todo, a cualquier pequeña emoción negativa: me abro, la vivencio
y se esfuma. Agradezco la oportunidad que me ha dado la vida de aprender esto
ahora. He llegado a un punto de decirme: «Sé que voy a ser feliz toda mi vida.
Nada me podrá preocupar mucho nunca más».
En definitiva, no sé si mis ondas cerebrales se acercan a
las del monje budista Matthieu Ricard, jejeje, pero han mejorado notablemente.
Me encuentro superbién y siento que en mi interior está todo lo necesario para
ser feliz.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 100-102
Recordemos que todas las emociones negativas funcionan
igual. Si les perdemos el miedo, vemos que son humo: nada que sea capaz de
hacernos pasarlo mal. No duelen, en realidad. No causan daños. ¡Son inocuas,
neutras, inofensivas hasta lo absurdo! ¡No son nada!
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 107
… lo mejor es afrontar lo peor desde el principio, para que
el período de aprendizaje sea lo más corto posible y podamos volver a la vida
cuanto antes.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 109
Yo recomiendo a todo el mundo que vaya actualizando la lista
de sus neuras porque nos servirá para: a) Programar las exposiciones de forma
diaria. b) Objetivar las neuras: saber que son humo y que su destino es ser
eliminadas mediante la exposición. Objetivar las neuras nos permitirá un mayor
control de lo que nos está sucediendo. Y, efectivamente, tendremos que
exponernos generosamente a cada una de ellas. Es importante no procrastinar, no
dejarlas para mañana, no evitarlas, sino encararlas con decisión. Nuestro
crecimiento personal depende de que seamos capaces de afrontarlas y deshacerlas.
Todas.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 110
Cuanta más intensidad apliquemos al método, mejor.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 122
El método Bergen —que ha sido aplicado a más de dos mil
personas— nos enseña que la terapia conductual, además de ser la más efectiva,
tiene que ser muy intensa para garantizar los mejores resultados.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 123
En muchas ocasiones, tendremos que tirarnos por el
terraplén: lanzarnos a la exposición sin pensar, suceda lo que suceda.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 125
El solo hecho de poner la experiencia de uno a disposición
de muchos es ya una gran contribución.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 125
La ansiedad, una vez descontrolada, puede provocar síntomas
sorprendentes. Pero lo esencial es saber que no importa cuán exageradas sean
las sensaciones que experimentamos, porque todas desaparecerán con el trabajo
conductual adecuado. Son sólo humo. No dejemos que nos asusten. Tampoco importa
cuánto tiempo llevemos soportándolas. Podrían ser cincuenta o sesenta años. He
sido testigo directo de docenas de casos de ansiedad así de antiguos que se han
curado con el trabajo correcto. Con el método adecuado, eliminaremos todas las
neuras para siempre. La liberación, el inicio de una nueva vida, nos está
esperando.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 130
Antonio tenía entonces treinta años y me pareció una gran
persona: amable, sensible e inteligente. Enseguida organizamos una serie de
conversaciones por Instagram, que están colgadas en mi canal de YouTube. A raíz
de estas charlas, hemos entablado una hermosa amistad y, en un momento dado,
Antonio me cedió este relato en el que explica su historia de superación. Si
sólo pudiese decir una cosa en esta carta sería ésta: «Amigos, SÍ pueden
recuperarse. Y no sólo eso: incluso salir mejorados del proceso». Por favor, no
dejen que el TOC les siga arrebatando años preciosos de su vida que no
regresarán. ¡Ánimo y manos a la obra!
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 131
Recordemos en qué consiste tener fe como habilidad
emocional. Se trata de apostar totalmente por algo aunque no lo tengamos claro,
aunque dudemos todo el tiempo. Fe es seguir, día tras día, esfuerzo tras
esfuerzo, y aprender a acallar la mente cuando se queje y nos reclame: «¡Dios,
todo este sufrimiento no está sirviendo para nada!». El tratamiento conductual
requiere más fe que ningún otro esfuerzo que yo conozca. Mucho más que ser
atleta olímpico o estudiante de Medicina. Porque una parte de nuestra mente se
va a poner en nuestra contra. No sólo va a dudar del éxito, sino que además va
a intentar convencernos de que estamos empeorando, que vamos hacia el desastre.
Pero, atención, pese a todo, se trata de un aprendizaje maravilloso porque
empodera como ninguna otra actividad. Después de haberlo realizado, ¿qué nos
podrá detener en la vida? Nada.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 135
Es curioso que muchos pacientes empleen la palabra «milagro»
para describir la experiencia de cambio que viven con este aprendizaje. Pero
¿por qué hablan de «milagro», si el trabajo conductual no tiene nada de
paranormal? La respuesta es que, cuando la ansiedad o las obsesiones
desaparecen, la persona suele vivenciarlo con sorpresa. Porque, de repente,
¡los síntomas se van!, y queda en su lugar una mente clara, hermosa, alegre,
llena de fuerza y energía. Y no sólo la mente se energiza: ¡también el cuerpo!
Es extraño. Es como si estuviese diluviando, cayendo rayos y truenos, y el
cielo se pusiera automáticamente azul, despejado y brillante. ¡En un abrir y
cerrar de ojos! Sin rastro de lluvia. En absoluto. El cambio es tan radical que
se vive como algo extrañamente milagroso. Y una bendición, claro está. Desde un
punto clínico, eso nos demuestra que los trastornos de ansiedad y las
obsesiones son todo sugestiones que produce nuestra mente, al menos en un
porcentaje abrumador del 95 %. Puede que haya algo fisiológico que lo facilite,
pero se trata de una sensación casi imperceptible, que nosotros amplificamos de
manera exagerada, como vimos en el capítulo 2: «El mecanismo de la neura». Por
lo tanto, es esencial que: a) Desarrollemos fe b) y esperemos el milagro. Así
lo han hecho cientos de miles de personas. Y nosotros no nos vamos a quedar
atrás. ¿O pensamos permitirlo?
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 136
Superar un trastorno de ansiedad o un TOC puede ser una de
las tareas más difíciles que existen para un ser humano. Y, por eso mismo, es
la práctica más poderosa en el mundo del crecimiento personal. Después de
recorrer este camino, seremos personas distintas, de una madurez especial,
rebosantes de felicidad y amor.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 137
Cuando uno tiene ataques de ansiedad u obsesiones, los
intenta mantener a raya de forma equivocada: mediante evitaciones, medicación
ansiolítica, compulsiones, razonamientos para calmarse y demás. Y, en cierta
medida, todo eso funciona. En un principio se produce un alivio de la ansiedad;
incluso se pueden tener momentos de plena comodidad. Pero siempre, SIEMPRE, la
ansiedad regresa. Y cada vez con mayor intensidad. Y la necesidad de evitación
va aumentando. ¡Menuda trampa!
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 142
Cuando la gente empieza con los ejercicios de exposición, el
malestar aumenta, aunque no tanto como podría parecer. Generalmente, un 10 o un
20 %, como me comentas tú ahora. Pero ya ves que no es tanto, y vale la pena
porque ahora estamos curándonos. ¿O no? —Sí. Tienes razón. Voy a ser fuerte y
seguir adelante, Rafael —concluyó.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 142
Todo lo que tiene que ver con la ansiedad —y el resto de los
síntomas que tratamos aquí—no es más que humo. Sé que, cuando se padece, se
percibe como extremadamente real e insoportable, pero detrás del miedo no hay
nada. Y lo que buscamos con la exposición es, precisamente, comprobar que nada
de eso es real.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 142
… siempre que nos entré la duda sobre si lo estamos haciendo
bien, respondámonos lo siguiente: «¡Por supuesto que sí! Mientras afronte,
estaré en el camino correcto. No hace falta hacerlo perfecto. Con hacerlo
mínimamente bien es suficiente, porque estaré avanzando y no tardaré en
descubrir por mí mismo la vía rápida de salida».
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 160
Durante el camino que supone la desensibilización de nuestra
mente neurótica, habrá muchos días malos. La recuperación nunca es lineal, sino
que dibuja curvas y dientes de sierra; todo tipo de subidas y bajadas. Es
decir, momentos buenos (incluso geniales) y malos. Debemos estar preparados. Si
dibujásemos la gráfica de la recuperación en un diagrama de dos ejes, veríamos
que, a largo plazo, solemos progresar. Sin embargo, tenemos que estar
prevenidos para que, cuando lleguen las recaídas, no desesperemos. Sin duda, es
esencial tener en cuenta las recaídas. Esperarlas. Prepararse para recibirlas.
Quienes han hecho este trabajo han pasado por ellas, todos. Y nos conviene
recordar que, siempre, lo que nos espera al final del camino es la curación
completa. ¡Cada una de esas recaídas vale la pena! Recordemos que debemos tirar
de inmensas cantidades de fe. Fe en que cada recaída es un paso hacia la
liberación. De hecho, podríamos decir que nos interesan las recaídas, puesto
que nos curamos a través de ellas. ¡Nos convienen! Pero es cierto que los días
malos pueden ser duros. Es normal, entonces, sentirse abatido, destrozado,
completamente desmoralizado. La mente, que todavía no está del todo adiestrada,
clamará: «¡No puedo más!», «¡Esto es insoportable!» y demás ideas exageradas e
irracionales. Muy bien: estaremos preparados para cuando ocurra. Para estos
momentos, es esencial disponer de un plan de acción, saber qué hacer mientras
la ansiedad arrecia: mantenernos ocupados haciendo algo útil o algo que sirva
de refugio. Pero, atención, es muy importante que ese refugio no sea una huida
ni una evitación. Por supuesto que buscaremos un lugar donde estar cómodos,
pero sólo después de exponernos a la ansiedad o al miedo. La idea es acomodarse
en nuestro refugio para llevar a cabo el cuarto paso de Claire Weekes: dejar
pasar el tiempo. Se trata de: a) Exponerse y b) pasar el tiempo con una
ocupación útil o cómoda.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 165
Ayudar es hermoso y cooperar es una de las maravillas de la
vida. Sin embargo, en el caso de los trastornos que estamos tratando, hay que
ir con mucho cuidado porque es muy frecuente encontrarse con «ayuda
inadecuada», la cual, al final, es un impedimento. Ya hemos visto que, con los
ataques de pánico y las obsesiones, todo lo que contribuya a la huida, a la
evitación, es gasolina para el problema. Y cuando alguien con ataques de pánico
pide a su pareja que se quede en casa para protegerle, para atenderle en caso
de ataque, se equivoca: está cayendo más profundamente en las arenas movedizas
de la ansiedad. Proteger a otro frente a la absurda ansiedad es multiplicar el
trastorno. Y ayudar a realizar compulsiones también. De modo que es esencial
evitarlo. En este trabajo «nadie te va a salvar», como decía Silvia, la
paciente con ataques de ansiedad de quien he hablado antes. Nadie puede hacer
el trabajo por nosotros. Sólo uno mismo puede recorrer el camino. La única
ayuda posible es animar al otro a realizar los afrontamientos, estar al lado en
la lucha, pero nunca evitarle el trabajo que tiene que llevar a cabo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 174
Durante todo el tiempo que estuve haciendo el trabajo
conductual, tenía la siguiente rutina al despertar: me levantaba y me vestía de
inmediato para salir a hacer las cosas que me daban miedo. Nada de medicación.
Nada de hierbas ni suplementos. Nada de autocompasión. Nada de cuidarse a uno
mismo. Solamente una determinación total a adentrarme en el pánico todos y cada
uno de los días. Tenía un trabajo: aprender a experimentar ansiedad, pánico y
miedo de la forma apropiada con la intención final de no volver a tener miedo
nunca. Tenía que realizar ese trabajo, aunque fuese el último. Punto.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 176
TRES PASOS PARA
ARRANCAR
Múltiples actividades de la vida necesitan lo que yo llamo
«fuerza de arranque». Por ejemplo, ir al gimnasio después de un largo período
de inactividad. En tales circunstancias, no es raro que dé mucha pereza y que
la cabeza diga cosas como: «Bufff, ¿adónde vas? ¡El gimnasio está demasiado
lejos!» o «Hoy estás muy cansado; mejor te quedas en casa».
Todos hemos comprobado en nuestra propia piel que en esos
momentos hay que reunir fuerzas y decirse: «¡Vamos, no te lo pienses más! Ahora
no te apetece nada, pero dentro de unos días, cuando te hayas habituado, te
encantará».
El trabajo conductual que estamos llevando a cabo necesita
una notable fuerza de arranque. Y, para activarla, podemos plantearnos tres
maniobras:
1) Tirarse por el terraplén.
2) Bloquear la mente.
3) Mañana será otro día.
Tirarse por el
terraplén
La primera maniobra consiste en que nos lancemos, que nos
tiremos a la piscina sin pensarlo dos veces. Como ya he comentado en un
capítulo anterior, a mí me gusta llamarlo «tirarse al terraplén». No sabemos
qué pasará, pero estamos dispuestos a todo, incluso a morir (la mente siempre
plantea posibilidades exageradas y tenemos que aceptarlas).
Efectivamente, este primer paso nos exige que activemos el
desprecio a la muerte del que ya hemos hablado. Podemos decirnos algo así: «Mi
vida actual ya es una basura, así que no tengo nada que perder».
Bloquear la mente
En segundo lugar, se nos exige que bloqueemos la mente. Nos
vamos a meter de lleno en una actividad útil y la mente, por mucho que moleste,
quedará en un segundo plano. No la vamos a escuchar.
Este paso es esencial porque en ese runrún está buena parte
del problema. Si aprendemos a poner a raya ese discurso, tendremos gran parte
del trabajo hecho.
La idea es que la mente diga lo que quiera. No vamos a
prestarle atención. No vamos a contestar. No vamos a intentar resolver sus
problemas ni a atender sus quejas.
Mañana será otro día
Por último, podemos decirnos: «Todo lo que tengo que hacer
es acabar el día, y ¡eso sí puedo hacerlo! Tengo que resistir hasta que llegue
la noche y, entonces, ponerme a dormir. Mañana será otro día y ya veré qué
hago».
Este último paso consiste en pensar en un solo día cada vez,
en no plantearse objetivos grandes sino pequeños. Es lo que hacen en AA cuando
se dicen: «Mi objetivo es mantenerme sobrio día a día. Estar sobrio un día».
Dividir el esfuerzo en partes más pequeñas es siempre una
gran estrategia. Por eso, pensar en resistir durante un día es suficiente.
Cuando amanezca, ya nos ocuparemos de ese nuevo día, que será también de
exposición. Ahora toca concentrarse en el presente, en hoy. Como dicen en A.A.,
«Estar sobrio un día solamente».
Así que, a la hora de arrancar con la exposición, cuando nos
encontremos con dificultades, cuando se nos haga cuesta arriba (cosa que
sucederá), pensemos sólo en estos tres pasos:
• Terraplén.
• Bloquear la mente.
• Sólo por hoy.
Si cada día utilizamos este motor de arranque, nos
encontraremos cada vez más cerca de la exposición perfecta, más cerca de la
victoria y la libertad.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 188
No es nada extraño que, mientras se lleva a cabo el trabajo
conductual, surja un nuevo síntoma tras el principal, una vez que se ha
resuelto éste. Sin embargo, muchas veces el segundo síntoma existe desde antes,
aunque el primero, de mayor entidad, más apabullante, lo tapa. Los antiguos
latinos describían este fenómeno como Ubi maior, minor cessat (En presencia del
mayor, el menor cesa).
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 191
He visto a algunas personas —aunque pocas— superar durísimos
trastornos de ansiedad y TOC en tan sólo una mañana. ¡Sí! Y la sensación de
libertad, alegría y fuerza les salía por todos los poros. Son pocos casos,
cierto, pero prueban que la curación de estos trastornos es más una cuestión de
«hacer clic» que otra cosa.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 198
Una y otra vez, el fenómeno de la rendición parece ser la
piedra angular del método de AA. Experiencia que también he presenciado en
cientos de casos de ansiedad. Por eso, estoy convencido de que las adicciones y
los trastornos emocionales son una misma cosa: el descontrol del mundo
emocional a causa del temor a una emoción negativa. El alcohólico tiene miedo
al síndrome de abstinencia y el ansioso a la propia ansiedad. Pero se trata de
lo mismo: miedo a una emoción. ¿Cómo dejar de temer, pues, a esas emociones
negativas, ya sea ansiedad, tristeza, desánimo, cansancio extremo o lo que sea?
Aceptándolas de la forma más profunda posible: con rendición. Cuando
conseguimos mirar a los ojos a la ansiedad —con tranquilidad, sin necesidad de
huir, sin el loco esfuerzo mental de intentar escapar— aparece la paz. Siempre.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 201
Cientos de mis pacientes con TOC o ansiedad han encontrado
en la recitación de mantras una herramienta potentísima para aceptar en
profundidad todo lo que pueda venir: absolutamente todo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 203
Lo que realmente borra el miedo, la tristeza o cualquier
emoción exagerada es la aceptación total.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 214
LA FRASE MÁGICA DEL
TOC
Este manual de psicología conductual versa principalmente
sobre el trastorno de ataques de pánico y el trastorno obsesivo compulsivo (TOC),
aunque, como ya hemos dicho, es una metodología aplicable a cualquier emoción
negativa exagerada, ya sea vergüenza, miedo, tristeza, etc.
Sin embargo, antes de acabar, me gustaría revisar algunas
particularidades sobre estos dos trastornos para guiar mejor a aquellos que los
padezcan.
Al TOC también se lo llama el «trastorno de la duda» porque
la persona, casi siempre, tiene una duda insoportable: «¿Seré homosexual?»,
«¿Me infectaré con terribles gérmenes?», «¿Habré atropellado a alguien?». Para
realizar la exposición correctamente, es fundamental dejar esas preguntas
desatendidas.
La persona se ha de exponer a los pensamientos que la
atemorizan («¿Soy homosexual?», «¿Me habré infectado y enfermaré gravemente?»,
«¿Soy capaz de suicidarme?») durante un mínimo de diez minutos cinco veces al
día. Exponerse a esas dudas consiste en imaginarse a uno mismo siendo
homosexual, enfermando gravemente y suicidándose, con todas las consecuencias
posibles. Y al acabar cada una de esas exposiciones de diez minutos, recomiendo
decirse la frase mágica: «Y NO SÉ SI ES O SERÁ VERDAD O NO. ES MÁS, NO LO
QUIERO SABER».
La curación del TOC implica acostumbrarse a la
incertidumbre, adaptarse a ella, aprender a convivir con ella. Por eso, la
frase mágica acaba con: «No lo quiero saber». Aunque parezca increíble, llega
un momento en que nuestra mente ya no necesita esa seguridad. Esas dudas locas
ya no le preocupan.
PREVENCIÓN DE
RESPUESTA
En el caso del trastorno obsesivo, la persona suele activar
unas «respuestas» o compulsiones para aliviar su ansiedad del tipo:
• Limpiar para eliminar la posibilidad de infectarse con
gérmenes.
• Comprobar una y otra vez si las cosas están ordenadas.
• Preguntar al médico si se tiene tal o cual enfermedad.
• Rezar para eliminar una idea supersticiosa.
La lista de compulsiones es infinita. Una compulsión es
cualquier cosa que hacemos para evitar el malestar, la duda, la ansiedad.
Y es esencial comprender que la curación del TOC pasa por
exponerse a la ansiedad, estar en contacto con ella hasta acostumbrarse. Por
consiguiente, no evitarla. Y, por eso, compulsionar es totalmente contraproducente.
La curación pasa por no responder a la ansiedad, no querer eliminarla.
¡Atención!, grabemos la siguiente frase en la mente: «Hasta
que no dejemos de compulsionar por completo, no nos empezaremos a curar».
En innumerables ocasiones, los pacientes me han jurado y
perjurado que sus compulsiones son automáticas, que las hacen sin pensar y que,
por lo tanto, no pueden detenerlas. Sin embargo, en todos los casos
consiguieron hacerlo, porque, de alguna forma, la mente lleva el control y
siempre es capaz de detener la compulsión. Eso sí, hay que esforzarse hasta
conseguirlo.
Al principio, puede resultar de gran ayuda recurrir a lo que
llamo «deshacer la compulsión», es decir, en cuanto nos damos cuenta de que
hemos hecho una compulsión, la deshacemos. Por ejemplo, si hemos pronunciado
una breve oración para evitar un hecho funesto (en un TOC supersticioso),
podemos deshacerla pronunciando una contraoración: una frase que pueda
propiciar la mala suerte o el suceso funesto que queríamos evitar.
El hecho es que no debemos permitirnos ninguna compulsión,
ninguna defensa contra la ansiedad, ni siquiera argumentándola con ideas
tranquilizadoras. Recordemos que la cura pasa por acostumbrarnos a la ansiedad.
De modo que necesitamos vivirla «a pelo» durante mucho tiempo hasta perderle el
miedo.
En ese sentido, tomar ansiolíticos es una de las peores
cosas que podemos hacer. Tomar tranquilizantes es evitar, es una
megacompulsión, una gran huida: gasolina para el fuego del trastorno.
COMPULSIONAR PENSANDO
En los casos de TOC puro o de pensamientos, la persona
compulsiona pensando. Esto quiere decir que intenta resolver el problema
mediante razonamientos o análisis mentales. Por supuesto, éstos también deben
detenerse.
Recuerdo el caso de una joven estudiante de Medicina,
Alberta, que tenía un TOC que podría resumirse así: «¿La gente me rechazará?».
Todos los días se le pasaba por la cabeza la idea de que había dicho algo
inadecuado y que amigos, profesores, incluso familiares podrían criticarla
duramente y, a fin de cuentas, dejarla de lado.
Tenía esa duda/amenaza la mayor parte del día (el 80 % del
tiempo) y lo que hacía para calmarse era revisar mentalmente todas las
conversaciones, todos los mensajes y demás, para comprobar que: a) no se habían
enfadado con ella, y b) no había dicho nada inadecuado.
Durante múltiples sesiones intenté que Alberta se diese
cuenta de que tenía un TOC, que podía definirse con la duda/amenaza de «¿La
gente me rechazará?» y que compulsionaba revisando todas sus interacciones para
comprobar si le habían dado muestras de rechazo.
Aunque Alberta era muy inteligente, le costó mucho aceptar
esa definición de su problema porque estaba muy enganchada a la evitación del
malestar y al tejemaneje de pensar y repensar si la habían rechazado o no.
Tanto es así que en muchas de nuestras primeras conversaciones se enfrascaba en
debatir conmigo el hecho de si tenía un TOC o no y de si ese análisis incesante
suyo de las interacciones era un problema o no.
El día en que pudo verlo con claridad empezó su mejora. A
partir de ahí fue capaz de dejar de compulsionar y de exponerse adecuadamente.
Tuvo que dejar de revisar las conversaciones y razonar acerca del asunto.
DISEÑAR LAS
EXPOSICIONES
Los terapeutas especializados en TOC ayudan a sus pacientes
a diseñar exposiciones imaginativas para entrar en contacto con la ansiedad de
forma muy intensa.
Recordemos el caso de Isabel, la paciente que tenía el TOC
de los gérmenes. La aterraba contaminarse con cualquier tipo de suciedad.
Uno de los ejercicios que diseñamos juntos fue el siguiente:
primero tenía que lavar a mano su ropa interior y la de su pareja. Eso ya le
provocaba mucha ansiedad porque tenía la idea irracional de que eso podría
contaminarla. Después tenía que llenar una botella de espray con el agua de ese
lavado. Y finalmente rociar la casa con el spray. Es decir, ¡contaminar toda la
casa! Y hacerlo cinco veces al día, todos los días.
Es esencial llevar a la persona al máximo nivel de ansiedad
posible en cada momento y repetir y repetir las exposiciones a diario. Y además
ser muy ambicioso: ir a por todas y cada una de las situaciones que pueden
despertar el TOC.
TODOS LOS DÍAS
Desde hace muchos años, los cientos de miles de personas que
han superado un TOC nos han informado de la necesidad de exponerse cada día.
Sin descansos.
Yo también he observado esta necesidad en mis pacientes.
Seguramente se deba a que la mente necesita aceptar TOTALMENTE la ansiedad,
rendirse al 100 %, y el trabajo diario es una prueba de que estamos dispuestos
a hacerlo, de que estamos totalmente abiertos a experimentarla, sin descanso.
O, para decirlo de otro modo, como nuestra actitud es de completa apertura, ya
no necesitamos descansos.
Hasta que no hayamos alcanzado un progreso del 90 %, trabajemos
todos los días, sábados y domingos incluidos.
IMITA A LOS DEMÁS
En muchas ocasiones, la persona con TOC ya no sabe qué es
actuar con normalidad. Por ejemplo, hace tanto tiempo que teme a los gérmenes
que, mientras lleva a cabo la terapia, se pregunta: «¿Si se me cae un papel al
suelo en la calle, lo tengo que recoger o no? ¿Qué hace la gente normal? ¿Es
adecuado volver a meterlo en el bolsillo?».
Más de un hipocondríaco me ha preguntado: «Oye, Rafael, si
te notas un dolor en el costado, ¿tú qué haces? ¿Vas al médico?».
Mi respuesta siempre es: «Visualiza a alguien que conozcas
bien y que no tenga TOC, pregúntate qué haría ella o él y tú haz lo mismo».
Y, en todo caso, conviene añadir: «Tienes que jugártela
porque sabes que necesitas liberarte de esta enfermedad tan horrorosa como es
el TOC; tienes que estar dispuesto a todo para lograrlo».
DIFERENCIAR EL TOC
Las personas con TOC tienen una especial dificultad para
convencerse de que sus temores irracionales son realmente TOC y no una
preocupación legítima que hay que resolver.
Una de las estrategias para distinguir el TOC es comprobar
algunas de sus cualidades:
• El TOC es una preocupación que invade el 70 % del tiempo
del día (o más).
• Por mucho que se razone (o se compulsione), el temor
reaparece una y otra vez.
• A la gran mayoría de las personas esa preocupación les
resulta irrelevante.
Otra buena estrategia para convencerse de que sí tenemos un TOC
(o descartarlo) consiste en buscar por internet la descripción de ese TOC. Si
lo que tenemos es TOC, hallaremos esa misma neura perfectamente descrita y,
muchas veces, con un nombre ad hoc. Por ejemplo:
• TOC relacional: cuando la persona duda de si ama a su
pareja y esa duda se vuelve un tormento.
• TOC de homosexualidad: cuando la persona duda acerca de si
la atraen sexualmente personas de su mismo sexo. La duda la tortura y no hay
manera humana de aclararlo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 219 y siguientes
La mente neurótica es hiperprotectora.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 227
PARTICULARIDADES DE
LOS ATAQUES DE PÁNICO
¡Vaya síntomas!
Los ataques de pánico pueden generar una infinidad de
síntomas diferentes, a cuál más sorprendente. A continuación, describo unos
cuantos para que cualquiera pueda reconocerlos y saber con seguridad que se
trata de otra manifestación absurda del miedo. Es decir, que no hay nada que
temer.
El síntoma rey de la ansiedad es el dolor en el pecho y las
taquicardias. Son sensaciones que nos inducen a pensar que nos va a dar un
ataque al corazón.
Después lo siguen los mareos, la presión en la cabeza, el
vértigo, la sensación de electrocución en la cabeza y demás. Cuando se dan
estos síntomas, la persona se asusta mucho ante la posibilidad de tener un
ictus o desmayarse.
También es común sentir dolores de estómago agudos, pies y
manos frías o ganas de vomitar.
Pensemos que también existen pseudoepilepsias: ataques
epilépticos psicológicos. No le pasa nada al cerebro. Es sólo la ansiedad
haciendo de las suyas. La persona convulsiona y pierde el sentido, pero en
realidad no tiene nada.
Recordemos que María José, la paciente que padeció ataques
durante veinticinco años, experimentó una especie de ceguera parcial que la
llenaba de ansiedad. Una vez más, todo mental.
También están la desrealización y la despersonalización, que
describimos en un capítulo anterior. Síntomas que asustan muchísimo y que, como
siempre, no son nada.
De hecho, la ansiedad puede producir ¡cualquier síntoma!
Estos que acabo de describir son sólo unos pocos. Lo esencial es saber que
puede producir todo tipo de sensaciones, dolores, contracturas, parálisis
musculares, fiebre, inflamaciones... Sin embargo, a diferencia de una
enfermedad fisiológica, aquí la mente está controlándolo todo, todo el tiempo.
Por eso nunca se ha dado un desmayo nervioso conduciendo. A fin de cuentas, la
mente está atenta a que no suceda nada real.
No pasará nada
Muchas veces, planificando exposiciones, los pacientes
suelen preguntarme cosas así:
—Pero, Rafael, ¿cómo voy a conducir por autopista? ¿Y si me
da un mareo debido a la ansiedad? ¡Me puedo matar!
Y siempre respondo lo siguiente:
—Si yo tuviese que elegir un chófer entre una persona con
ataques de ansiedad y otra que no los tiene, escogería sin dudarlo la de los
ataques porque será el conductor más seguro. La mayoría de los accidentes se
dan por descuidos, por ir demasiado deprisa y por distraerse. Y tratándose de
una persona con ansiedad, eso es imposible. ¡Piensa que no puede ir más atenta!
Así que será el conductor más seguro de todos.
—Ya, pero ¿y si me da el ataque? —suelen replicar.
—No te va a dar porque la mente lo controla todo. En el caso
de los ataques de ansiedad, así como de cualquier alteración mental, la mente
controla todo lo que sucede y jamás permitiría un peligro real.
Es lo mismo que un niño que tiene pataletas porque quiere
chuches: llora, grita, patalea, se pone rojo... Puede parecer que le falta la
respiración y que le va a dar algo, pero jamás le ha sucedido nada a ningún
niño por algo así. Al contrario, el pequeño quiere su bienestar y finge dolor
—tos y todo lo que se le pueda ocurrir—, pero controla todo lo que hace.
Lo mismo sucede con la ansiedad y sus variados síntomas. La
mente puede amenazar con mareos y desmayos, pero nunca llegará al extremo de
ponernos en peligro. ¡Todo lo contrario! La mente neurótica es hiperprotectora.
Por lo tanto, podemos afirmar que no hay que temer a ningún
síntoma de la ansiedad y que podemos hacer cualquier tarea sin peligro. No va a
suceder nada.
(ATENCIÓN: por supuesto, antes de iniciar una autoterapia es
importante acudir al médico para que descarte cualquier peligro real. Sobre
todo en el caso de las personas hipocondríacas. Es esencial acudir al cardiólogo
o al resto de los especialistas para descartar cualquier problema real. Una vez
hecho esto, ya podemos lanzarnos de cabeza al trabajo conductual.)
La tarjetita de
Francesc
En cierta ocasión, mi amigo Francesc me contó una anécdota
que ejemplifica muy bien el hecho de que, con los ataques de ansiedad, no hay
nada que temer.
En una etapa de su vida desarrolló un trastorno de ansiedad
y el psicólogo que lo trató le pidió que redactara una tarjetita. En ella se
leía:
Francesc, ya has tenido esto muchas veces. No te va a
suceder nada. Esto pasará y estarás perfectamente bien.
Se trataba de un mensaje para sí mismo. Tenía que llevar la
tarjetita siempre encima, guardada en la cartera para que, cuando le diese el
ataque, pudiese leerla.
Como ya hemos visto, las personas que tienen ataques de
ansiedad suelen pensar que se van a morir de un infarto o se van a volver
locos, por lo que es esencial que se digan que no existe ningún peligro. El
malestar pasará y no les dejará ninguna secuela. Se trata sólo de sensaciones
molestas y, si aprendemos a no tenerles miedo, desaparecerán y recuperaremos
toda la libertad perdida.
AGORAFOBIA
Uno de los fenómenos clásicos asociados a los ataques de ansiedad
es la llamada agorafobia o temor a los espacios abiertos. En realidad, no
tememos los espacios abiertos, sino alejarnos de casa, porque nos da pavor que
nos dé el ataque y que no puedan socorrernos rápido. Por eso, la persona que
tiene ataques de ansiedad suele pensar que es mejor estar recogido en el hogar
para recibir ayuda inmediata: de una ambulancia, un médico o un familiar.
En los diagnósticos clínicos, muchas veces se lee «Trastorno
de ataques de ansiedad con agorafobia», pero la agorafobia es sólo una
consecuencia normal ante el miedo a la ansiedad. De modo que la agorafobia no
es un síntoma en sí mismo, sino una consecuencia del miedo.
Sin embargo, con el paso del tiempo, a medida que avanza la
neura, es cierto que la persona acaba por evitar muchos lugares o situaciones,
por si acaso le viene la ansiedad y tiene que recogerse rápidamente.
Las personas con ataques de ansiedad suelen tener miedo a
conducir, a viajar lejos de casa, a asistir a conciertos, a ir a grandes
almacenes, a las aglomeraciones, a los lugares solitarios..., en definitiva, a
cualquier lugar o situación donde sea difícil obtener ayuda, regresar a casa
rápido y ponerse a resguardo.
Por supuesto, la solución a su problema pasará por hacer lo
contrario: alejarse de casa, conducir, asistir a conciertos..., dejar de
protegerse para vivenciar el pánico y ver que no hay nada que temer. No nos
vamos a morir, ni a volvernos locos ni nada por el estilo. Se trata sólo de
sensaciones desagradables sin importancia, y si aprendemos a no tenerles miedo,
desaparecerán por completo.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 225
La buena y verdadera vida empieza cuando nos liberamos de la
esclavitud de nuestra mente infantil.
Rafael Santandreu
Sin miedo, página 229
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