Alteraciones en el orden de las cosas

Me gustan los poemas que salen de la sombra y relumbran,
esos poemas hechos con la seda de fantasmas,
con los enigmas de ciudades que cayeron vencidas por la noche.
Me gustan aquellos versos húmedos
como labios que destellan y murmuran sus desastres
de terrible inocencia.
He abierto de par en par mis palabras.
A través de ellas se evaden las profecías del tiempo;
a través de ellas se evaden las siluetas de amados cuerpos.
Sólo queda el mar con su oleaje transparente;
sólo queda el ansia del converso,
la huella del animal sediento de luz.
Prepárate a sentir el goce de antiguas agitaciones.
Prepárate a saborear aéreas texturas
que bajan del centro de ese estado de lucidez.
Algo nos convoca y nos reúne,
algo espejea allá abajo, donde no puedes ver.
Yo quisiera asir delgadas estructuras
y nombrar todo cuanto asedia;
quisiera dibujar con el dedo un nombre que palpite en el viento.
Llegan despacio las viejas doncellas de tu edad.
Llegan los delfines
y se instalan suavemente en las pupilas del insomne.
Quién eres tú que abres una puerta y te escondes,
tú que inauguras centellas y ardes como una brasa en la ceniza.
He palpado el gran sueño,
el gran sueño que decapita
la ciega realidad de los vencidos.
También he palpado los frutos de oro del árbol milenario
y tengo el sueño y el anhelo de fatales estaciones.
Háblame de aquel espejo de dos caras;
rompan los escudos de amianto, esas leves y exactas profecías.
Escribir es tocar a plenitud el lado oscuro de las cosas,
escribir es lanzar un garfio
contra el galeón enemigo.
Escribir es hacer flamear una espada
en el instante en que los perros ladran a la luna.

José Pérez Olivares


Daidalos. La belleza

Por la belleza hice hablar a las estatuas.
Por la belleza inventé objetos preciosos,
cosas exactas y precisas
como la vela, el mástil y el nivel.
Y en el insomnio de la noche
tracé con el dedo los palacios
donde la gente ahora se pasea
admirando en secreto mis invenciones.

Por la belleza, envejecí trazando líneas,
fabricando el sueño
que es madre de todo placer
y ruina de quienes viven esclavizados
de su propia suerte.

Por la belleza abrí mi taller a los jóvenes,
muchachos estúpidos de la Hélade,
envilecidos por la añoranza del triunfo.

Por la belleza, sólo por la belleza, oh Talo,
te dejé entrar en mi taller,
aquella fragua donde forjaba mis extáticas visiones.
Me dejé engañar por la absurda compasión
que todo hombre, en la cima de la gloria,
siente a veces por los que están abajo.
Y vi cómo me arrebatabas poco a poco
el cetro.
Vi cómo se deshacía mi nombre
al contacto con el tuyo.
Vi caer vencidos mis palacios, mis estatuas,
mi frágil leyenda.

Primero inventaste aquel maldito aparato:
una simple rueda
que gira mientras se modela el barro,
y he aquí el torno del alfarero.
Después, mientras paseabas entre las ruinas,
quizás por azar, observaste el cadáver de una serpiente.
Y fue el serrucho.
Finalmente trajiste un objeto mínimo,
una criatura sin vida,
pero devastadora en su férrea plenitud,
que llamaste, con sonrisa de niño, «compás».

Por la belleza, Talo. Por la belleza que fulgura.
Por la belleza que no perdona, por esa diosa glacial,
ávida de nuestra vida, acabé con la tuya.
No voy a revelar cómo fue. No perderé el tiempo contándolo.
Es tiempo que necesito para continuar mi obra,
esta ciega y demencial obra
que tarde o temprano
nos abre las puertas del cielo o del infierno.

José Pérez Olivares


Discurso del sobreviviente

A Jorge Luis Borges, in memoriam.

Nací en una gruta de Abisinia.
Tuve un palo,
un hacha
y una tea.
Tuve una cabra,
una mujer
y un jergón.

En la densa y profunda noche
de la Prehistoria
alimenté el fuego
con ramas y follajes
de antiguos árboles.
Unas veces morí de hambre,
otras, me devoró la fiera.
O desaparecí
queriendo alcanzar
la orilla opuesta
de un violento y caudaloso río.

Maté a mi enemigo.
Bailé alrededor del fuego.
Me inicié en los secretos
de la vida y la muerte.
Pinté búfalos y bisontes
en las paredes
y en los techos de las cuevas.

Conocí los misterios del placer
y los secretos de la fecundidad.
Fui alfarero,
fui agricultor,
fui pastor.
En el viento de la estepa
aprendí las primeras notas
con mi flauta de cáñamo.

Descubrí el metal.
Corrí al encuentro de otros hombres
blandiendo una espada.

Quedé tendido en la hierba
hasta que mi cuerpo
tuvo el color
de una hoja de otoño.

Veinte siglos después,
mirando hacia la vieja noche
escribo:
la vida es sólo
un dulce oficio de matar
y de sobrevivir.

José Pérez Olivares


La sed

A mi edad se siente una extraña sed.
Por más agua que beba de viejos y transparentes arroyos,
por más que hunda el rostro y las manos en sedentarias fuentes,
mi sed no se apaga.
Cierro los ojos y un delicado fuego crepita en mi interior.
Es el fuego de las palabras que aún no he dicho,
la luz de los días más tenues, de unos ojos que no he besado jamás.

A mi edad -que es la del hombre que no duerme,
la del hombre que no volverá a dormir-
se padece una antigua y despiadada sed.

José Pérez Olivares


Si vinieran los bárbaros

Si vinieran los bárbaros
qué sentido tendría
hablar del más bello poema,
qué sentido tendría
irnos a contemplar el mar
a la caída de la tarde.
Si arribaran de pronto
detrás de aquellos setos,
por aquel lado
donde florece el naranjo,
qué sentido tendría el sonido del laúd,
las voces que cantan
viejas estrofas de trovadores.
Si llegaran
y cruzaran frente a tí
con sus ojillos turbios,
de qué valdría tu secreto,
la flor que me ofreces,
el perfume que escapa de tu piel.

Mejor
cambia tu seda por el bronce
y aplica tu razón a la espada
si llegaran los bárbaros.

José Pérez Olivares








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