"Aquí la única manera de ser leído es escribiendo en las paredes."

Jorge Enrique Adoum


El perseguido

¿Es posible que esto sea toda
la historia, solo un día? ¿Una noticia
de ayer, perdida en la penúltima
página, la cotización caída ?

Te cobran por la fuerza, los arriendos
vencidos de la tierra, te cobran por las cosas
que tu lámpara hizo agonizar a puro nimbo
y por el corazón y sus jóvenes bestias
que pacen suspirando:
la pólvora, tu amante,
se sacude las manos: «asunto concluido».

Ya eres el que ibas a ser, el mismo polvo
del que algo te aliviaba tu cepillo de ropa.
Cumpliré tus encargos, sigo siendo
el que eras. Ave de paso. Animal profético.

Salud, ángel de paso, irremediablemente intacto.

Jorge Enrique Adoum



“En mi adolescencia, cuando desarrollé un ávido interés por la lectura, hallé en una librería un modesto libro de poesías eróticos escrito por mi profesor, lo que me conmovió.”

Jorge Enrique Adoum


Entonces ¿no hay olvido?

y no podré jamás confundirme de puerta
y a nunca equivocarme de rostro de tranvía
comenzar el destino en la otra mano
con una llave o un sombrero diferentes
sin recorrer la misma duda y a la misma hora
la misma calle con el mismo pie

no entrar de nuevo al cuarto de uno
donde uno se espera y nunca sale
esperando al teléfono llamadas de una voz
que antes se escuchaba con el vientre
noticias de ojalá
el horóscopo para ayer que no acierta tampoco
y se mira crecerle los adioses en la cara
y no hay gillette para el recuerdo
no hay jabón para lo sido lo cernido
de las ruinas de uno mismo argamasa de la edad
como un templo donde ya no sucede nada cierto
y tantas moscas rondándome
simple muñón de ti mi antes
y en la mirada también queda lo sucio de estos dolores
puesto su sucio a remojar a fondo

por lo menos con esto me distraigo
me corrijo la vida como debió haber sido
hago cuentas de cuánto debo irme
para no estar conmigo en otra parte
escondiendo analgésicas teorías
olvidando soluciones criminalmente justas
manuscritos de la tempestad al fin y al cabo
con lo demás no hay cómo son las piedras honestas
del que no fui y seguí siendo otras veces
del que quise nacerme sin mancha de pasado
y si remueven un poco me verían debajo
echando una lagrimita por aquello
atónitos con melanosis
santos retorcidos por la sabiduría
equilibristas con espasmo y catalepsia
raquíticos hipertróficos enfisematosos
lánguidos místicos agónicos
esqueletos forrados de pergamino pardo
esqueletos envueltos con mosquitero
dos rodillas recuerdo de otra pierna dos dientes
reliquia de la vieja religión en la mejilla.

Jorge Enrique Adoum


Fugaz retorno

La cocina estaba todavía salpicada
de harina y oraciones; la nodriza
arropaba al fantasma de la noche,
buscaba el itinerario de las naves
que trajeran de regreso a un vagabundo.

Habían enmohecido las imágenes, envejecido
el ruido. En las grandes tinajas
el eco de voces conocidas repetía
la cuenta del dinero. Se hablaba
de adulterios cercanos, de inversiones.

«Hay afuera un día de luz, de humana
paz y de manzanas. Hay canciones y avanza
una multitud que vive y crece. De ella
es el reino del futuro. El que sea digno
ahora merecerá ese día y será amado.
Yo sé qué hora es, cómo me llamo, a dónde
voy lleno de orgullo y de noticias.
Y no estaré mucho tiempo entre vosotros».

No hubo sacrificio de vino o de cordero.
La madre, entre dos lágrimas severas,
me habló por mi bien, me indicó bondadosa
el buen camino, preguntó si tenía otro sombrero.
Mas mi hermano, el que solía fabricar delgadas
flautas para acompañar el canto de los sembradores
y que aún temía la dureza de la herencia
y la mirada del búho como un sacerdote,
no pudo dormir.

«Yo quiero merecer
el amor que tú has visto. ¿Cuándo
es la felicidad?»
«Mañana».

Y corrimos, como dos fugitivos, hasta
la dura orilla donde se deshacían
las estrellas. Los pescadores nos hablaron
de victorias sucesivas en provincias cercanas.
Y nos mojó los pies una espuma del alba,
llena de raíces nuestras y de mundo.

Jorge Enrique Adoum


La muchacha de Tokio

«I’ am not a professional, I work
in an office of the American Army.»

Sus pies dentro del charco de su enagua.

«I’am always short of money
but I do this very seldom.»

Mi sombra era demasiado grande en su cama,
balsa seca de soltera en el suelo.

Me preguntó si mi país quedaba en África
mientras yo les preguntaba a mis manos por su cuerpo
desganado y anguloso al revés y al derecho.

«Don’t tell anybody what happened tonight,
keep it secret it’s shameful.»

Pero lo cuento porque se pareció a la ternura:
animalito equivocado de honra entre semana,
asustado el sábado por la noche cuando era más honesto.

Y tampoco puedo callar lo verdaderamente
vergonzoso. Aunque fue en otro idioma
y hace tiempo.

Jorge Enrique Adoum



"Llevaba páginas del cuaderno con tu nombre, sin separaciones, sin puntos, para que no sea como una pared de ladrillos ni como un grupo de columnas, sino para siempre, como un río."

Jorge Enrique Adoum



"No es fácil injertarse en ti, ísima mía..."

Jorge Enrique Adoum


Poética a dos voces

Aves corola que deshoja sin preguntar el viento
“–…vinieron en la noche, derribaron la puerta…”
por sus propios colores perseguidas
“–…hirieron al hermano y quemaron los libros…”
con las alas mojadas en estanques de altura
“–…bajaron a registrar hasta abajo del suelo…”
flechas del paraíso clavadas a su aliento
“–…rompieron los retratos, desgarraron mis ropas…”
las lineales celosas ahogadas del aire
“–…entre caballos se llevaron al marido…”
otoños en exilio forasteras del tiempo
“–…le colgaron de los dedos quebrándole las manos…”
guareciendo su pluma en bodas de algodones
“–…le han dejado con los pies en agua helada…”
amor que se adormece en la ola del vuelo
“–…ha muerto y lo enterraron no sé en donde…”
con burbujas de nube entre los remos
“–…hoy se llevaron ya hasta a los niños…”

Yo quería añadir: Su orden de aluminio…
Pero no puedo, pero no me dejan
y no quiero y me callo.
Tal vez matarlos es ahora el poema más puro.

Jorge Enrique Adoum



Resumen de la infancia

Ante todo, es preciso ordenar la infancia
como un país disperso, hallar las fechas
de su límite: la dulce iniciación
en la desobediencia, la cerradura
que por necesidad puse a mi alcoba
o la primera mujer que se guardó la noche
entre sus telas estériles, sus párpados.

Y descubrí de pronto que nadie compartía
mis costumbres: la muerte había entrado
antiguamente al patio, a la bodega,
y yo crecía sobre un osario familiar.
No sé por qué, porque sí, por pura
gana, cambié las órdenes para la cena,
el sitio de los adornos, el precio
de las plumas; odié el muro
que cercaba la viña y el camino de orina
a los establos. Y ya no pude vivir más,
no podía establecer mi edad, mi oficio,
destruir la seguridad de cada día
o levantar los párpados hacia la luz
de afuera: un hombre pasaba sin llorar
bajo la lluvia, las aldeanas
completaban su cuerpo entre la hierba,
pero debía conservar la herencia intacta,
conocer los secretos del ganado,
calcular la distancia entre mi seca
seguridad y la aventura.

                                                    Así empecé
a soñar solamente con la llave,
con la bahía donde nadie hubiera
a despedirme, con migraciones de pájaros
azules. No era la pegajosa soledad
lo que buscaba sino una familia
diseminada en la distancia, una
hora de paz bajo los árboles, una hoja
sin odio entre mis manos.

Jorge Enrique Adoum













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