"Biológicamente vamos a morir, no hay duda, por más esfuerzos que se hagan para evitarlo. Lo que sucede es que, con estos cuerpos fabricados, las personas van a querer aparentar siempre que son mucho más jóvenes. Así van a reducir la experiencia de su vejez para preservar la vida que han estado viviendo. Es decir, el mundo egobody quiere una experiencia de inmortalidad sin pasar por la enfermedad y mucho menos por la muerte."

Robert Redeker



"El cuerpo tradicional se deforma y se destruye para fabricar otro, y ese otro es el que se exhibe en las redes sociales."

Robert Redeker


"El fenómeno sociológico más sorprendente de nuestra época es la aglomeración que logran los espectáculos deportivos, no solo en los estadios sino frente al televisor. El deporte es el espejo en el que el hombre contemporáneo mira lo que debe hacer de su cuerpo: gran desempeño, productividad, siempre en forma y victorioso. La competencia sirve para medir todos esos estándares y los medios refuerzan la idea de que, si no se superan los propios límites, no se es digno de ser humano. No merecen vivir cuerpos que no lo logran.
Los ganadores no son muchos. Estamos más llenos de perdedores, lo que hace evidente que vivimos en una civilización que nos hace creer que libera nuestro cuerpo natural, cuando, en realidad, nos esclaviza a un cuerpo fabricado que probablemente nunca llegará a ser como el de los modelos que se imponen, pero que no cesa de buscar perpetuarse. Es decir, de alcanzar una falsa inmortalidad. Y lo más grave es que este mundo mediático y deportivo niega la debilidad, rechaza el fallo y la insuficiencia. Nos negamos a ver esa humanidad débil, que tiene muchas cosas para revelarnos sobre nosotros mismos."

Robert Redeker




"El nivel de exposición al que se ha llegado actualmente hace que estemos casi obligados a mirar. Es una de las novedades de nuestra época. Para qué seguir utilizando las puertas, si siempre mostramos lo que pasa dentro de ellas."

Robert Redeker



"El olvido de las tradiciones, su abandono —en realidad, se trata de un rechazo organizado— o su folclorización, que es el olvido estetizado, es la otra cara del fanatismo de la diversidad que disuelve las sociedades occidentales de la modernidad tardía. A los ojos de los prosélitos de la diversidad, las tradiciones evocan un mundo cerrado. Por otro lado, el odio a los límites y a la finitud, así como la neofilia frenética, también espolean este abandono. En los ámbitos artísticos ha surgido una obligación: alabar la diversidad y el mestizaje, la alteridad, emitir su profesión de fe antirracista, antifascista, antipatriarcal, gayfriendly, etc. A aquellos que no acatan esta regla, que rechazan este conformismo, este folclore ridículo, que no entonan esta plegaria sollozante y penitente del hombre blanco contemporáneo, se los suprime despiadadamente de la escena pública. Muy recientemente (en 2019), un colectivo de artistas y poetas en Francia ha mostrado su apoyo al asesino, al terrorista Cesare Battisti. Mucho tiempo atrás, hace cosa de veinte años, apoyar a este criminal sanguinario ya era algo más o menos obligatorio si uno quería seguir trabajando en estas profesiones denominadas «culturales»."

Robert Redeker


"En el mundo egobody, esas son caras de la misma moneda, porque las redes sociales son hermanas de la tele-realidad; es decir, de los reality shows en los que se ha ido borrando el concepto de intimidad. Ya no hay miedo de exhibirse porque lo privado pasó a ser público para mostrar qué somos y qué tenemos. La respuesta es siempre la misma: somos cuerpo y tenemos cuerpo. No hay respeto por el propio cuerpo ni por los otros. Se les impone a los otros el espectáculo de la propia intimidad."

Robert Redeker


 "En este momento de histeria colectiva casi planetaria, lo más amenazador, lo más inquietante para el futuro, es el retroceso de la libertad de pensamiento en Europa. Esto se debe a la presión cada vez mayor ejercida por el islam."

Robert Redeker


"Ese hombre evaporado al que usted denomina cyborg ¿no es acaso vapor humano? El desprecio por el límite es el sentimiento tipo —así como Max Weber hablaba del ideal tipo— de la modernidad. El fanatismo de la transgresión, ese opio de los intelectuales del siglo XX, es el corolario necesario de esta hostilidad fundacional contra el límite. En el campo artístico, cualquier transgresión —aunque sea una mera estafa— se presenta como un acto de heroísmo. Cuando los medios de comunicación pretenden presentar a un político en términos favorables, dicen de él que está dispuesto a «romper las normas», o sea, a transgredir. Los medios de comunicación y los cortesanos se sirvieron de esta retórica transgresora para halagar a Emmanuel Macron, abrillantando y puliendo su modernidad, cuando fue elegido en 2017. Pero, durante la última década, esta simpatía ideológica por la transgresión, ligada a la esencia de la modernidad, ha puesto su punto de mira contra los fundamentos antropológicos de la existencia humana, con la presumible intención de subvertir el modo occidental de existencia. La alianza, en nombre de la interseccionalidad de las luchas, entre los movimientos radicales que aspiran a la destrucción de las barreras antropológicas —ahí encontramos a las neofeministas, a los movimientos LGBT+ más radicales, a los antisemitas de izquierda y a ciertas corrientes islamistas— no es una coincidencia fortuita: la subversión de Occidente es su objetivo común, a pesar de sus motivaciones contrapuestas, a menudo lógicamente incompatibles. Sin embargo, mientras que unos (neofeministas, activistas de género, etc.) se hallan en el rechazo al límite, otros (islamistas y ecologistas radicales) tienen fe ciega en los límites.
Fijémonos en una paradoja añadida: las mismas personas que rinden un culto casi fetichista a la naturaleza, a lo natural, arremeten —mediante la teoría de género, los delirios queer y trans— contra la naturalidad de la sexualidad humana, y promueven técnicas antinaturales como el aborto y la eutanasia, de modo que confían a la técnica la sexualidad y la vida biológica. Un buen número de países occidentales, como Canadá, que sirve de modelo, promulgan incluso a la vez leyes para la protección de la naturaleza y leyes para la destrucción de la naturalidad de las condiciones antropológicas."

Robert Redeker


"Europa y el islam tienen visiones incompatibles del hombre. El humanismo europeo concibe un hombre de pie, asumiendo lo trágico de su condición. No es lo mismo con el hombre sumiso del islam (islam significa sumisión). Pero como los europeos tienen miedo del mundo musulmán, no se animan a afirmar la universalidad de su visión del hombre. El cristianismo es muy diferente del islam en ese punto: no es una doctrina de la sumisión, es una doctrina de la libertad y de la responsabilidad. La insistencia del cristianismo en la libertad fue la que permitió a Europa construir la idea de que el destino del hombre es la emancipación.
El hecho de que el islam signifique sumisión impidió al mundo musulmán desarrollarse en el sentido de la emancipación. Hoy, la mala conciencia de los europeos por su pasado colonial es aprovechada por el islam para debilitar aún más el humanismo y para hacer modificar sus leyes y su modo de vida hacia formas más acordes con el islam."

Robert Redeker


"Hoy se nos está privando de la experiencia de la edad y con ello de la vejez. En las nuevas dinámicas a las que sometemos al cuerpo, en el fondo lo que hay es la fantasía de una juventud eterna, y en la juventud no hay, por ejemplo, enfermedades fatales. Aunque no es grato pensar en los dolores y las implicaciones de las enfermedades de la vejez, lo que ellas encierran son experiencias para terminar de descubrir o redescubrir el propio cuerpo."

Robert Redeker


"La antropología demostró que el descubrimiento de la muerte fue el paso fundamental de la animalidad a la humanidad. Así que el riesgo es olvidar que somos mortales y, con ello, humanos."

Robert Redeker



"La dignidad humana consiste en mantenerse en el rango que a uno le corresponde entre los seres vivos, que se dividen en tres clases: ángeles, hombres y bestias. Los hombres son animales dotados de alma, lo que los asemeja a los ángeles, y les permite comunicarse con el universo invisible; esta alma se mezcla con un componente biológico, el cuerpo, que asemeja los hombres a las bestias. Pero esta semejanza es solo metafórica, pues los cuerpos humanos están llamados a la resurrección. Por su parte, el alma es inmortal."

Robert Redeker



"La Escuela se niega a enseñar a las grandes figuras de la historia."

Robert Redeker



"La evaporación del mundo y la evaporación del hombre constituyen el horizonte de la era digital."

Robert Redeker


"Los intelectuales han perdido el coraje."

Robert Redeker



"Los profesores de lengua se niegan a enseñar la riqueza y complejidad del idioma; fabrican muchedumbres sintácticamente pobres."

Robert Redeker



" «¿Por qué aún no ha desaparecido todo?», se preguntaba en una de sus últimas publicaciones Jean Baudrillard —manejando una perspectiva leibniziana; «¿Por qué existe algo en lugar de la nada?», era la gran pregunta de Leibniz. Pero, mientras Leibniz es el filósofo de la creación, Baudrillard es el de la desaparición. De lo que usted me está hablando es de una evaporación del mundo, de su disolución. La desrealización, la virtualización —uno de cuyos pensadores más incisivos a finales del siglo pasado fue Jean Baudrillard— no es más que la propedéutica para la etapa siguiente, la de su evaporación. Una etapa cuyas herramientas serán las tecnologías digitales. La evaporación del mundo y la evaporación del hombre constituyen el horizonte de la era digital. El transhumanismo es exactamente esta desaparición del hombre por evaporación. El hecho de que, dentro de poco, se pueda poner sobre un escenario a Caruso, a la Callas o a los Beatles, para conciertos «en vivo» mediante hologramas, supone la muestra más exacta de esta evaporación. El holograma, o sea, lo inconsistente, lo impalpable, lo que se puede replicar infinidad de veces, será indistinguible de su modelo, el cual ya no podrá seguir llamándose la realidad auténtica, el hombre real, de carne y hueso. El holograma acabará siendo intercambiable con su modelo, es decir, la realidad humana habrá desaparecido en medio del vapor, del humo."

Robert Redeker


"Recordemos la filosofía de la Historia de Hegel. Los individuos y los pueblos actúan en función de los objetivos que se imaginan, pero al final es otra cosa, en la que no habían reparado, lo que se acaba haciendo realidad. Me tomo la libertad de citar a Hegel: «A lo largo de la historia universal, de las acciones de los hombres resulta algo diferente de lo que habían planeado o logrado, y de lo que conocen y pretenden de inmediato». A esta estructura del desarrollo de la Historia Hegel la llama «la argucia de la Razón». Los hombres, por medio de su acción, ignota e inconscientemente, serían los instrumentos de los fines que se propone la Razón. Por su parte, Marx organizó su escatología revolucionaria con arreglo a este molde hegeliano. La verdad es otra: tal vez exista una Providencia en la Historia, que intervendría de cuando en cuando —no sería absurdo ver en De Gaulle o en Juan Pablo II a los enviados de la Providencia para reconducir el desesperado rumbo de la Historia—, pero no hay absolutamente nada de lo que Hegel llamaba una Razón que dirija la Historia de cabo a rabo conforme a un plan, para guiarla hacia su cumplimiento.

No obstante, nos topamos dentro de esta teoría con un elemento repleto de verdad. Somos conscientes de lo que estamos haciendo, de los objetivos que ambicionamos, pero seguimos ignorando cuál será el resultado, que será muy diferente de lo que hayamos pretendido, y que hoy nos resulta arcano. La esperanza es este arcano. Del presente no podemos inferir el futuro. Tengo que añadir, mediante un argumento inductivo, otro motivo de esperanza, extraído de la experiencia reciente: el Imperio más poderoso que haya engendrado la historia, la URSS, se desmoronó al cabo de solo 70 años, derrocado por las fuerzas del espíritu, cuyo abanderado fue Juan Pablo II, el hombre más grande del siglo XX."

Robert Redeker



"Se hace de todo para conseguir que esta identificación resulte imposible; pero, sin esta identificación, no puede haber pueblo. La identificación, cuando se logra, supone una doble incorporación: el recién llegado incorpora al país y a su historia, hace suya esta historia; y, cuando, por otra parte, la nación incorpora a este recién llegado, lo digiere, lo mezcla con su propia carne. La identificación es un fenómeno carnal. La nación es mi carne, mi carne participa de la carne nacional. La incorporación puede definirse así: entrar en un cuerpo, asimilarse a él, y dejar que este cuerpo entre en mí mismo, permitir que me asimile. El objetivo del proceso de identificación, de asimilación, es el siguiente: ver la nación y su historia como una prolongación de uno mismo. La Escuela, sobre todo mediante las asignaturas de lengua, literatura e historia, es la encargada de acometer esta tarea de identificación. En la actualidad, la Escuela se niega a enseñar a las grandes figuras de la historia francesa cuyos nombres usted acaba de mencionar. En el aula, los profesores de historia acusan a Francia de graves crímenes, fomentan el odio a Francia, a la vez que piden perdón en nombre de Francia por su pasado, del cual, según ellos, hay que avergonzarse. Por su parte, los profesores de lengua francesa se niegan a enseñar la riqueza y complejidad del idioma. Participando en el proceso de descivilización, fabrican muchedumbres sintácticamente pobres. Y, por el contrario, tanto unos como otros, a fin de halagar a estas poblaciones recién establecidas, ensalzan la historia arábigo–musulmana y africana, ofreciendo a sus alumnos mitos nacionales exóticos para oponerlos violentamente al relato nacional francés. Debido a esta perversión de la enseñanza, una parte no desdeñable de los nuevos franceses se niega a interiorizar la civilización francesa, a fusionarse en ella, a apropiarse de ella y a dejarse apropiar por ella, de modo que se erigen en oposición. No oposición a un gobierno —lo que podría resultar comprensible—, sino oposición a Francia en cuanto tal, a su civilización."

Robert Redeker



"Sí, es un ritual  (se refiere a esas «misas negras» a esos rituales, esos ceremoniales nocturnos de flores, velitas e Imagine que se organizan en las calles de Europa, después de cada atentado islámico) que podría formar parte del catálogo de actos de brujería. Es un ofrecimiento de uno mismo al Mal. Mediante estas ceremonias, le pedimos perdón al Mal por ser lo que somos. Le mostramos nuestra debilidad, para que se haga con nosotros, para que prenda el incendio que nos ha de consumir. Nos prosternamos ante él. Le estamos indicando que vamos a seguir dejándonos masacrar. Le estamos mandando un mensaje: no nos vamos a defender. Esta mascarada es una forma indirecta de decirle al Mal que le damos nuestra aprobación; hasta ese punto estamos convencidos de que nosotros, los occidentales, somos los auténticos malvados y de que el Mal, a fin de cuentas, somos nosotros mismos. Hasta ese punto estamos convencidos, en el fondo de nuestro inconsciente colectivo, de que ha llegado el momento de nuestro justo castigo, cuyo verdugo es el islamismo. Estas siniestras ceremonias nocturnas son misas negras mediante las cuales —para aliviarnos de nuestra culpa, para dar rienda suelta a nuestra mezquindad— establecemos un pacto con el Diablo, dándole luz verde a nuevos atentados."

Robert Redeker



"Siento nostalgia de Platini, del Brasil de 1970 —sin duda alguna, el mejor equipo que nunca se haya visto—, de las Copas de Europa con eliminatorias directas, sin el paripé de la ronda previa. La época del fútbol feliz, despreocupado y libre ha quedado bien lejos. Las estrellas del fútbol contemporáneo —productos fabricados por las industrias mundializadas del entretenimiento— son prototipos antropológicos, modelos de aquello en lo que el humano del futuro está llamado a convertirse. Los futbolistas son muy diferentes de los campeones de otros deportes; por ejemplo, de los jugadores de rugby o de los ciclistas, que siguen siendo humanos, y con los cuales uno se puede identificar, porque son parecidos a nosotros. Los grandes futbolistas son ya transhumanos, viven en un mundo paralelo y casi virtual: humanos extraterrestres que evolucionan dentro de una especie de cuarta dimensión. Antes que aquellos «galácticos» —como se los llamaba cuando Zidane era jugador del Real Madrid—, prefiero a Federico Martín Bahamontes, el Águila de Toledo, que para mí es un hombre, un hombre de verdad. O a Gino Bartali. Y, sobre todo, al más novelesco y romántico de todos los campeones, al más caballeresco: Luis Ocaña. El corazón me dio un vuelco, de pura emoción, cuando, hace unos años, en Toledo, pasé junto a la casa en la que vive Bahamontes. Más que otra cosa, veo a los jugadores de fútbol como sucedáneos de héroes que, en el meollo de nuestro «presente líquido» —y recurriendo al planteamiento de Zygmunt Baumann—, desempeñan el papel que en su momento tenían los héroes de verdad en aquella época en que reinaba no el vacío, como sucede hoy, sino su opuesto, la sensatez. «El vacío que lo impregna todo … representa una amenaza para la humanidad actual; no es la única, pero, cuando menos, sí es la mayor», señaló el filósofo checo Karel Kosík, gran figura de la disidencia."

Robert Redeker



"Una parte no desdeñable de los nuevos franceses se niega a interiorizar la civilización francesa."

Robert Redeker


"Ya no se celebra la victoria de 1918, sino el armisticio. La Francia oficial se avergüenza de la victoria."

Robert Redeker



"Yo diría tres cosas al respecto. Primero, los santos y los héroes disponen de anclas que nos amarran a la realidad y al sentido común. Gracias a eso, podemos encontrar en ellos los antídotos contra la evaporación del hombre y del mundo de que hemos hablado. Nadie es más nocivo contra la bestialidad que los héroes y los santos. Por tanto, son batidores que nos muestran el camino hacia la trascendencia, y, así, nos permiten echar anclas en el Cielo, para elevarnos hacia allá. En definitiva, nos reintegran en nosotros mismos, al darnos el ejemplo de lo que debe ser un hombre, y al personificar nuestro deber —la dignidad de la que luego podemos hablar— plasmándolo en imágenes. En este sentido, son nuestros auténticos maestros. Si mantenemos la mirada fija en ellos, nos pondremos en condiciones de vivir según lo que somos en esencia: ni bestias (materialismo), ni máquinas (transhumanismo), sino hombres."

Robert Redeker










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