Destino

Emoción sin raíz y sin espiga
que hincha el corazón de los botones
y desangra en aromas.

Pestañita de lumbre de mis antros
por donde va mi tosca melodía
y revienta en estrellas mi palabra.

Pecado que desgrana su lujuria...
¡con mis manos de barro lo recojo
y me parecen rosas sus espinas!

Polen de luz dormido sobre el alma,
¡Viene ebria la abeja de la vida
y aparecen los besos como estambres!

Juvencio Valle



El cantarte ha constituido mi oficio verdadero

Hace ya tanto tiempo que te describo
y tanto que te canto en terrenal y divino;
he sido para ti como un músico empecinado,
he tocado tus arpas, y medallas y títulos
te he prendido a lo ancho de la solapa.

Al evocarte creces más que el humo
y eres como una iglesia de muchas torres;
tañen en mi memoria tus altos campanarios,
a tu arrimo se captan músicas gregorianas.
De entre mis viejos amores sólo tú tienes
para mi sed ardiente un incentivo mágico.

Te supuse un gigante de turbulenta barba,
un monarca poseedor de incontables tesoros
o el guardador celoso de un real paraíso.
A través de los años siempre significaste
el absoluto dueño que barajó a mi vista
una sorprendente mitología para mi uso.

Y Pan con su peligrosa flauta incendiaria
poblando tus galerías de líricos rumores,
y en pos y remolino las múltiples deidades,
peplos y cascos juntos, vírgenes y faunos:
en una ardiente simbiosis de dientes y uvas,
el germinal estremecimiento de la tierra.

Y es que a tu irresistible privilegio,
loco desmesurado, agregué el sueño propio:
aproximé mis lindes, sumé mi ínfima rama
a tus gigantes árboles.
                                   Unido a tu resaca
no supe ser yo mismo, delimitar mi paso;
de tanto irme contigo perdí mi señorío
y como quien padece frio y busca el fuego
me sumé a tus hogueras para quemarme.

Juvencio Valle seudónimo de Gilberto Concha Riffo



Emoción azul

Esta emoción azul ¿será mi verso?
Asoma como un brote en mi palabra,
aromada de ensueño y de ilusiones,
candorosa y azul como las salvias.

Bendito verso azul que me levanta,
aquí lo llevo en el altar de mi alma:
ya frondoso y erguido como un árbol,
ya fragante y azul como las malvas.

Perfumado jazmín que en mí florece,
licor de exaltación que así me embarga;
cuando quiero volar por los caminos
como un ala sutil nace en el alba.

Juvencio Valle


Estación al atardecer

La poesía es libre como el rayo,
incorruptible como el oro;
hace llorar a veces como una cebolla abierta
o es difícil de mascar como el pan duro;
ningún extraño le entierra el diente,
no admite lazos ajenos en su cintura,
anillos frívolos en sus dedos.
No traten de domesticarla con elementos de
tortura,
coronándola de espinas
o haciéndola sudar sangre;
la poesía es como el diamante,
no la pulverizan con palabras gruesas;
cuidadosa de su persona y su tocado
no admite engaños,
orgullosa de sus orígenes
no podría aceptar ásperas carrasperas,
arranques trasnochados.

Juvencio Valle



La Flauta

Esta flauta tan vieja que canta mientras sueño
¿con qué dedos de azúcar la tocan los pastores?

Mi sombra se divierte y se convierte en vuelo
por esta simple flauta que silba en la colina.

Finos alambres de oro se cruzan en el prado
y son como una vela en el lomo del viento.
Antenas, puentes, febles escaleras de seda,
¿hasta dónde no llega este tren de silencio?

Danzando al viento vienen por el lado del bosque
unas sílfides blancas, cándidas como un ala,
mientras las mariposas con sus cuerpos de loto
velan el viejo encanto de la hoja de parra.

La flauta de mis sueños en su círculo de oro
no abandona su siembra de rica pedrería.
Quiebra al viento los vidrios de sus veinte portillos
y ardida y simple sigue tocando en la colina.

Unas arañas verdes andan en una hoja
glosando esa alegría de convertirse en hilo;
una explora su pago, la otra cae al vacío
y así hacen las urdimbres de sus cachemiras.

Es justo el medio día y el sol parece un faro,
mas las estrellas miran la fiesta en la colina.

¿Qué cosa habrá más buena para lavar las sienes
y florecer, huyendo del pilar de cemento,
que abandonar los remos y tender las raíces
escuchando la flauta que silba en la colina?

Juvencio Valle


Mi casa

Aquí, la sal y el óleo de mi casa,
A la que siempre veo
hundida enteramente en la botánica;
mi casa estremecida,
de pasto y de madera,
fibra olorosa, elástica viruta,
mimbre de las orillas,
enredadera,
copia del paraíso.

Nido de tablas claras
construido en sosiego,
de celdilla en celdilla levantado;
de pie en esperanza,
de martillo sonoro en escalera.
Quitasol de diciembre,
oloroso a membrillos
y a almidón de la selva.

El sol enamorado,
a dulcísimos besos con mi casa
creó esta bella rosa;
dorado y presuroso carpintero,
abeja, mejor dicho,
alzó esta iglesia en pompa,
este teclado
en donde la miel como un barniz continuo
rebasa su dulzura de verano en verano.

La raíz silenciosa,
se vuelve nudo ciego con mi casa;
ella la incita a derramarse.
Lo sé de muy antiguo,
como siempre
en este bello incendio está implicada;
ella atiza desde abajo con el dedo,
la inmensa tembladera;
ella ha encendido el fósforo
de este zarzal aéreo.
La viga de mi casa
se recuesta a descansar cien años;
como pomposa reina
ella gobierna alero y tijeral,
piso y techumbre;
ella sostiene el desmayado vuelo
de mi casa en el aire.

Más que casa, mi casa es transparencia,
ventana llena de oro;
a su marco se asoma,
todavía con sueño, peine en mano,
hombros desnudos, incendiada trenza,
la aurora, mi señora.

Por el umbral propicio de mi casa
entra la vida en su florido coche,
los ulmos desbordados,
el viento en remolino.

Juvencio Valle



Mis manos

Adictas mías, leales compañeras,
abejas sabias en jardinerías,
obreras de la luz, escanciadoras
del vino que yo bebo, golondrinas
que desde el barro levantáis el vuelo.
Sé de vuestros disgustos, prisioneras;
cabe dentro de un guante vuestra vida,
os sentís reprimidas, sin arados,
sin sol sobre la piel, sin la delicia
del rocío del alba por los dedos.

Os sentís secas como los sarmientos,
Todas llenas de arrugas, rutinarias
entre una estúpida papelería,
autómata sin alma, herramientas
sin sangre, pobres mariposas muertas.

Cómo alcanzar la miel de la manzana,
cortar las amapolas escarlatas
o sujetar las crines explosivas;
cómo arañar el cielo con las uñas
o batir palmas en el agua fresca.

Ofendidas vivís. Es tan exiguo
Vuestro universo, pálidas amiga
y tan ancha la tierra que nos llama,
y tan inmensos los trabajos de Hércules
en que nosotros nos empeñaríamos.

Juvencio Valle


“Permanece imborrable el tiempo de mi edad escolar. El Liceo, y este es el vivo recuerdo de todos los colegios del sur, era una enorme construcción de madera. Por las paredes llovidas crecían hongos vegetales y las tejas se cubrían de un musgo verdoso, debido a la inmensa humedad acumulada… Para llegar a clases teníamos que atravesar la línea férrea. Los trenes madereros venían desde el fondo de la selva. El cargamento que ellos traían lo constituían unas tablas rojas, recién aserradas. A su paso dejaban un olor picante y silvestre que tonificaba el ánimo. Ese olor reinoso de la madera nunca me ha podido abandonar.”

Juvencio Valle

















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