"Como si el venero de sus riquezas hubiera de ser perenne, jamás se han preocupado en buscar idóneas sucesiones. Burgueses al fin, dueños del dinero que seduce y por el que la humanidad se afana, ni siquiera trabajan para legar á su descendencia este poderoso elemento de dominación. Cuanto se produce se consume: las reservas no existen, la fábrica envejece y decae, las minas rinden pródigamente; pero cada tonelada de hulla que se extrae es un hueco en el oculto tesoro de la tierra que no han de rellenar los gnomos… La injusticia pertenece á los hombres, pero la justicia del tiempo no se elude, y al derroche presente, autorizado y protegido por las leyes, sucederá la miseria de mañana. Mañana distante, sin duda, que hará más triste la miseria de los caídos, á quienes sólo llegará un legado de vicios, mientras que el polvo de las infinitas iniquidades de sus antepasados envuelve ahora á otros infelices. Y mientras la obra justiciera del tiempo llega al término de su realización, la injusticia social persevera, declarando árbitros de enormes riquezas á los que nada hacen por crearlas, por conservarlas, ni por transformarlas. Las riquezas en esta gente inepta ha sido fomento de la vanidad, y su último ensueño enlazar con aristócratas… Sobre todo la orgullosa écuyère… ¡Ella, una artista de circo, amante de medio París, verse primero rodeada de oro, y luego emparentada con títulos nobiliarios!… ¿Que ellos eran estúpidos y estaban arruinados?… ¡Menos había sido ella, y, en fin, ostentar blasones en el coche algo valía!
Si para ascender en categoría social era necesario descender antes, gustosa se humillaría para implorar amablemente un enlace con sus hijas, reproduciendo el caudal de seductoras sonrisas con que años pasados gratificaba al publico de los circos y conquistaba amantes y triunfaba de un joven calavera que por cientos contaba los millones.
Y no la buscaron para concertar el primer enlace. Buscó con disfrazados artificios. Era el deseado hijo de un vecino conde, de título muy sonado donde esas cosas preocupan… Era también el conde un diplomático muy bien relacionado en casi todas las cortes europeas. Además de conde y diplomático, era hombre de talento, rico, agudo, con eficaz encanto en la palabra. Las artes hábiles de la antigua écuyère no pudieron esconderle la intención, y con su exquisita amabilidad de hombre de gran mundo, sabía eludir el compromiso y alejar á su hijo de los lugares donde pudiera ser inducido en tentación.
Cuando el invierno se acercaba, huía de aquellas inmediaciones; pero al volver en verano, otra vez tenía que eludir las redes que á su hijo tendía la astuta Circe de los valles.
Tampoco faltaron los oficiosos intermediarios. Muchos amigos lugareños, que por la tarde componían su tertulia ó le acompañaban en sus excursiones, le aconsejaban el enlace de su hijo, ponderando las riquezas visibles de la Fábrica y los fabulosos tesoros que se albergaban bajo los verdes y pomposos montes circundantes. El conde confirmaba siempre este último punto; durante un buen rato hacía cálculos sobre los ocultos tesoros y los años que pasarían antes de llegar al término de su extracción, y muy hábilmente desviaba el curso de la charla hasta concluir diciendo finos chistes ó narrando galantes historias de los países que había recorrido ó de las muchas personas que había tratado."

Manuel Ciges
Los vencedores



“Esta es la fecha terrible que se repite cien veces diarias y que pesa como una obsesión. Hasta los que no asistieron a ella la recuerdan con invencible temor, pues en fuerza de oírla repetir, la imaginación se la representa con todo su trágico vigor de traidora hecatombe.”

Manuel Ciges Aparicio
Los Vencidos


"Pasaban lentos y monótonos los días y el hastío, fiel compañero del aislamiento, había tomado plena posesión de mi espíritu. Si intentaba leer, los ojos permanecían fijos horas enteras en la misma página, en tanto que la imaginación erraba por ideales espacios. Si quería pasear el tedio, la angostura del recinto me mareaba á las dos vueltas. Si me detenía en la puerta, la ancha franja cerúlea me despertaba al contemplarla secretas angustias, viejos anhelos de libertad frustrada, que aumentaban al caer de la tarde.
Los hondos pesares venían con las sombras de aquellos melancólicos anocheceres. Desde la hamaca veía la aparición de una temprana estrella, en el trozo de firmamento que empezaba á palidecer con la proximidad de la noche; nueva legión de inválidos pasaba y repasaba por la plaza, sonando sus muletas y sus toses secas ó cavernosas, y desde el calabozo vecino solían llegar tristes canciones aprendidas en la niñez y repetidas con nostalgia en el cautiverio. ¡Con qué rapidez revivía entonces los años pasados, gozando los momentos dichosos, afligiéndome los desdichados, interesándome en las disputas infantiles como si ante mí estuviesen los dos opuestos bandos de minúsculos amigos y adversarios!
De estas silenciosas evocaciones me sacó una noche el tintineo de las llaves. Oficial, llavero y escolta, se detuvieron ante la puerta. Salté sobresaltado creyendo que venían por mí, pues no eran aquellas horas de que el juez me esperase… también era muy temprano para que me trasladasen al lugar de los sacrificios, si las sospechas del galleguito tenían fundamento."

Manuel Ciges
El libro de la vida trágica del cautiverio


"Yo, que he vivido en Riotinto y he trabajado en él, sé lo que dentro de él pasa. Allí no hay más ley ni más autoridad que la de los ingleses, y todos los que representan algo están comprados, y no hay nadie que se atreva a cumplir sus deberes, sino lo que les manda el jefe principal de la mina, amo y señor de más de 30.000 habitantes».
“Quizás alguno hubiese osado acudir a ellos [a los tribunales]; pero la amenaza que tan bien sometido tiene al minero, pesa sobre los demás. El que protesta contra la Compañía tiene que salir con su familia, hasta sus más lejanos parientes, de la vasta región donde los ingleses ejercen despótico imperio. Así no hay clase independiente en Riotinto: los pocos individuos que vivían con las pingües rentas de sus casas y que por no ejercer cargo de la Compañía pudieran parecer autónomos, no lo eran en realidad más que los otros, pues si ellos no, algún allegado era trabajador, capataz, contratista o empleado, y la venganza que en ellos se realiza, se alcanzaría también a sus deudos… “
“Estos ingleses son así. Nos tratan como a seres inferiores y nuestras vidas poco les importan. Están acostumbrados a matar hombres en las horribles contraminas, y no van a sentir escrúpulos por algunos muertos más o menos.
–¿Y no hay defensa?
–Ninguna absolutamente. Aquí todos tenemos que tascar el freno o abandonar nuestra manera de vivir y marcharnos lejos; pero esto no es fácil cuando se tiene familia. Mejor que nosotros podrían resistir los comerciantes, y éstos también tienen que callar. Al que protestase le declararían el boycottage, como ya ha ocurrido; los ingenieros se entenderían con los capataces, éstos amenazarían con la expulsión al minero que comprase en el comercio proscripto, y su ruina sería súbita.
–Aunque por otros caminos, a eso mismo se va ­­—murmura un viajante—. Los almacenes de la Compañía hacen a los demás establecimientos una guerra implacable. Aquéllos compran al contado, no tienen que pagar subidos alquileres; y exigen que todos los empleados se surtan de ellos. Dentro de poco, sólo la Compañía podrá vender."

Manuel Ciges
Los vencidos





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