—¡Ah! —dijo el otro—. ¿Puede venir ahora mismo, en seguida?
—Sí. Un minuto para ponerme los pantalones. ¿De qué se trata? Así sabré lo que
hace falta. Por un instante el hombre titubeó; esto también le era familiar al
médico, que lo había visto antes y creía conocer la causa: el innato e
inextirpable instinto humano de querer ocultar algo de la verdad hasta al
médico o al abogado cuya destreza y cuyo saber se quiere comprar.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 20
¿Habré de vivir siempre tras una barricada de perenne
inocencia como un pollo en la cáscara?
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 22
Se despertó y miró su cuerpo tendido hacia el escorzo de los
pies y le pareció ver los veintisiete irrevocables años como disminuidos y
escorzados detrás, como si su vida flotara sin esfuerzo y sin voluntad por un
río que no vuelve. Le parecía verlos: los años vacíos en que había desaparecido
su juventud — los años para la osadía y las aventuras, para los apasionados,
trágicos, suaves, efímeros amores de la adolescencia, para la blancura de la
muchacha y del muchacho, para la torpe, fogosa, importuna carne, que no había
sido para él; acostado, pensaba, no exactamente con orgullo y no con la
resignación que suponía, sino más bien con una paz de eunuco ya entrado en años
que considera el tiempo muerto que precedió a su alteración, que considerara
las formas borrosas y (al fin) desdibujadas que sólo habitan en la memoria y no
ya en la carne: He repudiado el dinero y por consiguiente el amor. No abjurado,
repudiado. No lo necesito; el año que viene o de aquí a dos años o cinco sabré
que es cierto lo que ahora creo que es cierto: ni siquiera querré desearlo.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 36
No creo en el pecado. Es perder el paso. Uno nace sumergido
en el avance anónimo de las pululantes multitudes anónimas de su tiempo y
generación; basta perder el paso una vez, vacilar una vez, y lo pisotean hasta
la muerte)
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 54
—Todo andará bien. Sólo tengo que acostumbrarme al amor.
Nunca lo había probado antes; tú ves: tengo un atraso de diez años. Aún no
estoy adiestrado. Muy pronto lo estaré.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 81
—En este día ya no nos quedará dinero. Entonces él repitió
algo que había pensado ese mismo día sentado en un banco del parque. —Todo
andará bien. Sólo tengo que acostumbrarme al amor. Nunca lo había probado
antes; tú ves: tengo un atraso de diez años. Aún no estoy adiestrado. Muy
pronto lo estaré. —Sí —dijo ella. Arrugó el papel y lo puso de lado—. Pero eso
no importa. Es cuestión de elegir entre lomo y carnaza y aquí no hay hambre.
—Le golpeó la barriga con el dorso de la mano. — Es tu vieja entraña
rezongando. Aquí está el hambre —le tocó el pecho—. No lo olvides nunca. —No lo
olvidaré.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 81
Bebed, amorosos hijos. No perdáis el perro.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 90
Salió a su encuentro —Dios mío —dijo ella—. Nunca te he
visto tan feliz. Has pintado un cuadro o has descubierto al fin que el género
humano no debe siquiera tratar de producir arte.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 107
Él andaba más rápido de lo que pensaba; cuando le echó los
brazos alrededor, su mero contacto físico la detuvo; rechazada, lo miró con
verdadero y no fingido asombro. —Vamos a amorear un rato. —Sí. —Sin duda, amigo
—dijo inmediatamente.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 107
—Ni siquiera me han enseñado a hacer paquetes —dijo—.
Chicos. No es una función para niños, en verdad. Es para adultos: una semana de
permiso para volver a la infancia, para dar algo que uno no necesita a alguien
que tampoco lo necesita, y pedir que se lo agradezcan.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 116
Porque ese tipo es venenoso. Yo sé algo de él. Es un
impostor. Si la verdad sobre él se escribiera en una lápida no sería un
epitafio, sería un prontuario de policía.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 122
— el gusano ciego a toda pasión y muerta toda esperanza y
que ni siquiera lo sabe, olvidadizo e inconsciente ante la tiniebla total, ante
la oscuridad toda despectiva que lo fulminará a su hora.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 122
Decencia, eso era lo que me decidió. Hace poco descubrí que
la haraganería engendra nuestras virtudes, nuestras más tolerables cualidades;
contemplación, ecuanimidad, pereza, dejar en paz al prójimo; buena digestión
mental y física; la sabiduría de limitarse a placeres carnales: comer y defecar
y fornicar y sentarse al sol, porque no hay nada mejor, comparable, ninguna
cosa mejor en este mundo sino vivir por el corto tiempo en que se nos presta
aliento, estar vivo y saberlo —ah, sí, ella me enseñó eso, me marcó también
para siempre— nada, nada. Pero hace poco he visto claro, sacando la conclusión
lógica, que una de las virtudes primordiales —ahorro, aplicación,
independencia— engendra todos los vicios — fanatismo, entrometimiento,
suficiencia, miedo y lo peor de todo, decencia. Nosotros, por ejemplo. Porque
el hecho de ser solventes por primera vez, de saber con seguridad de dónde
vendría la comida de mañana (el maldito dinero, demasiado: de noche nos
quedábamos despiertos planeando cómo gastarlo; para la primavera ya andaríamos
con prospectos de compañías de vapores en los bolsillos) me había esclavizado y
entregado a la decencia como cualquiera.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 123
Una buena porción de valor es un descreimiento sincero en la
suerte.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página124
No son las circunstancias las que eligen nuestras
vocaciones, es la decencia la que nos convierte en quiromantes y dependientes y
pegadores de carteles y motoristas y escritores de novelones.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 124
… si volviera Venus sería un hombre que se masturba en una
letrina de subterráneo mirando tarjetas postales francesas...
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 126
—Tal vez pensabas todo el tiempo que cuando viniera el
momento podrías sofrenarla y salvar algo, el instante llega y sabes que no
puedes, sabes que ya sabías que no podías y no puedes; eres una sola sencilla
afirmación, un simple sí que surge del terror al que entregas la voluntad, la
esperanza, todo —la oscuridad, la caída, el trueno de la soledad, la conmoción,
la muerte, el momento cuando detenido físicamente por el barro sientes que toda
tu vida mana de ti a la inmemorial, saturada, ciega matriz receptiva, al
fundamento fluido, ciego, caliente, seno de la tumba, o tumba del seno, es
igual. Pero vuelves; tal vez lo sabías todo el tiempo, pero vuelves, quizás
alcances a cumplir tus setenta años o lo que sea, pero siempre sabrás que para
siempre has perdido algo, que mientras duró ese segundo o dos segundos estabas
presente en el espacio, pero no en el tiempo, que no tienes los setenta años
que te han acreditado y que deberás reembolsarlo algún día para hacer el
balance, sino sesenta y nueve años y treinta y seis días y veintitrés horas y
cincuenta y ocho segundos...
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 127
Claro que no podemos vencerlos; estamos destinados a la
derrota; por eso tengo miedo.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 129
Yo seré un gorrión, pero tal vez soy la pareja de un halcón.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 130
Alguna vez tendría que levantarse, ya lo sabía, porque toda
la vida consiste en tener que levantarse tarde o temprano y tener que acostarse
tarde o temprano después de un rato.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 133
Esta vez no se levantó en seguida. Quedó echado de bruces,
como boleado y en una postura casi apacible, en una especie de abyecta
meditación. Alguna vez tendría que levantarse, ya lo sabía, porque toda la vida
consiste en tener que levantarse tarde o temprano y tener que acostarse tarde o
temprano después de un rato. Y no estaba precisamente agotado y no estaba del
todo sin esperanza y no temía especialmente levantarse. Le parecía que
accidentalmente estaba en una situación en que el tiempo y el ambiente, no él,
estaban encantados; era el juguete de una corriente que no iba a ninguna parte;
bajo un día que no declinaría en ningún caso, cuando hubiera acabado con él lo
vomitaría de nuevo al mundo relativamente seguro del que había sido arrebatado,
y mientras tanto no tenía mayor importancia lo que hacía o dejaba de hacer. Por
eso se quedó de bruces, no sólo sintiendo sino también oyendo el fuerte y
quieto zumbido de la corriente en las planchas de los costados, un rato más.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 133
… miraba abajo a un mundo convertido en movimiento furioso y
en increíble retroceso.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 141
- Si algo te sucede.
¿Qué quieres que haga? - Nada. - ¿Nada? - Sí. Contra él. No lo pido por él
ni siquiera por mí. Lo pido por... por... ni siquiera sé lo que quiero decir.
Lo pido por todos los hombres y todas las mujeres que vivieron y erraron, pero
con los mejores propósitos y por todos los que vivirán y errarán, pero con los
mejores propósitos. Acaso por ti, ya que tú sufres también, si hay algo que
realmente es sufrir, si alguno de nosotros ha sufrido, si alguno de nosotros ha
sufrido con bastante fuerza y con bastante bondad para ser digno de amar o de
sufrir. ¿Quizá lo que quiero decir es justicia?
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 200
¿Cree usted que se va a enloquecer otra vez?
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 214
Un cerdo es siempre un cerdo, con cualquier aspecto que
tenga.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 226
¿Qué está tratando de decirme?; pensando (esto es un
destello, también porque no hubiera podido expresarlo y ni siquiera sabía lo
que había pensado) que aunque su vida había sido arrojada aquí, circunscrita
por ese ambiente, aceptado por este ambiente y aceptándolo a su vez (y le había
ido bien aquí, mejor que en parte alguna, pues había ignorado hasta ahora qué
bueno era trabajar y ganar dinero), ésta no era su vida, todavía y siempre no
sería más que el insecto sobre la superficie del estanque, cuya perpendicular y
secreta profundidad nunca conocería, sin otro contacto verdadero con él que los
insectos cuando en solitarios y rutilantes pantanos bajo el despiadado sol y
semirodeado por su inmóvil absorto semicírculo de piraguas curiosas, aceptaba
el gambito que no había elegido, penetraba en el vertiginoso radio de las colas
armadas y golpeaba la azotadora y sibilante cabeza con su maza y si fallaba el
golpe abrazaba sin vacilación el cuerpo acorazado con su frágil red de carne y
hueso en la que caminaba y vivía y buscaba la frenética vida con una hoja de
cuchillo de ocho pulgadas.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 232
—¿Qué?, ¿qué está diciendo? —No sé —dijo el penado—, pero me
parece que, si es algo que debemos saber, lo sabremos cuando llegue el momento.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 233
Esto no lo pensó en palabras tampoco, pero lo supo, sufría
esa fulmínea revelación de su propio carácter o destino: cómo había una
peculiar cualidad de reincidencia en su suerte actual, cómo no sólo las crisis
casi seminales se repetían con cierta monotonía, sino que hasta las
circunstancias físicas seguían un dibujo estúpidamente imaginativo.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 236
Luego, con esa palabra, se dio cuenta de su corazón, como si
todo el terror profundo hubiera aguardado que él diera la señal.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 245
Ese viento; creo que no me deja respirar, no es que
realmente no pueda respirar, encontrar algo en alguna parte para respirar,
porque se ve que el corazón puede soportar cualquier cosa, cualquier cosa,
cualquier cosa...
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 245
No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 284
Entre la pena y la nada elijo la pena.
William Faulkner
Las palmeras salvajes, página 284
No hay comentarios:
Publicar un comentario