… en nuestros tiempos se ha implantado la dictadura de la
felicidad. «Ser feliz» se ha convertido en un imperativo que, a menudo, genera
más presión sobre las personas que un jefe que nos la tenga jurada. La antigua
aspiración y derecho ciudadano a ser feliz, hoy día se ha transformado en «la
obligación de ser feliz». Por todos lados nos incitan a ser felices, nos venden
felicidad, nos empujan a la felicidad con la misma consideración que un
pasajero aturullado en un vagón de metro repleto. Si uno no consigue ser feliz,
se ve a sí mismo como un fracasado. ¡Como si fuera tan fácil ser feliz, como si
estuviera al alcance de cualquiera ese nirvana! Por eso, no es extraño que
crezca la frustración como un mal endémico: resulta casi imposible estar a la
altura de las expectativas de felicidad que se nos exigen.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 2 de la Introducción
En nuestros días, la felicidad ha dejado de ser una
elección, un sueño, para transformarse en un deber.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 4
Para ser poeta, únicamente es preciso saber mirar el mundo.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 7
El cerebro es un palacio al que hay que amueblar con todo
tipo de riquezas, mientras que la casa, el hogar donde vivimos, ofrece más
confort cuanto más sencillo, cómodo y fácil de limpiar es. Lo mismo puede
decirse de la propia vida: cuanto más clara, bella y ordenada es, más fácil
resulta disfrutarla.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 9
Leer es un arma de supervivencia básica.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 11
El autocontrol es tan necesario como el oxígeno para que la
vida llegue a buen término. Se cuenta que, cuando Sócrates se enfadaba mucho,
se ponía a hablar en voz muy baja, consigo mismo o con los demás. En vez de elevar
la voz, la bajaba hasta hacerla casi inaudible, hasta que lograba dominar su
furia. Era un hombre sabio. Un buen ejercicio que sin duda nos ayudará a
dominar nuestra rabia es correr a ponernos delante de un espejo cuando sintamos
un arrebato de violencia, física o verbal. Apuesto a que todo el que pueda
contemplar su cara en esos momentos se quedará tan sorprendido y horrorizado de
lo que ve que se detendrá un minuto a pensar en su actitud.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 14
Si nuestra vida fuese obra de un poeta, un poeta que no ha
escrito ninguna otra cosa más que esa vida, en la que ha puesto todo su arte y
cuidado, ¿diríamos que el resultado es hermoso y personal, original…?
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 20
Sí: cuando solo hay artificio, engaño y ardid, el mundo no
tarda en cansarse y en reclamar un poco de autenticidad, de verdad. Porque la
verdad es una de esas cosas que importan, las esenciales, las que forman parte
de nuestro particular tesoro.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 27
… los elementos esenciales con que debe contar todo buen
orador, o cualquier persona que aspire a ser escuchada y a convencer con sus
palabras, son:
• Hablar con la verdad.
• Dirigirse al alma del que escucha.
• No hacer trampas ni marrullerías.
• Tener ideas que comunicar.
• Memorizarlas y luego exponerlas con orden y gracia. Y, por
último, el gran secreto:
• Practicar sin descanso hasta que nos salga bien.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 28
Los triunfadores lo son porque han sabido convertir sus
fracasos en fuerza.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 29
La voluntad es la clave para lograr una buena vida. Es un
elemento sencillo pero esencial de la existencia. Como el agua lo es para la
vida en la tierra. La voluntad es el agua: moldeable, imprescindible, fecunda y
proveedora de incontables riquezas.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 31
El lagrimal origina lágrimas, pero la memoria no engendra
verdades.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 36
Por lo general, tras la mentira siempre se oculta un secreto
que nos hace débiles. Es mucho mejor exhibir nuestras flaquezas —siempre con
cuidado y delicadeza—, antes que intentar ocultarlas, porque, al hacerlas
públicas, dejamos de ser frágiles a ojos de los demás.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 36
Todos necesitamos componer una canción, en una etapa u otra
de nuestra vida, en la que dar cuenta de la gesta que supone vivir. Y poner en
ella fuerza expresiva, concisión y buenos agüeros para el futuro. Necesitamos
hacer el relato histórico de la vida de un héroe contemporáneo que se levanta
por la mañana y acude al trabajo, paga sus deudas, atiende a su familia,
disfruta de su descanso y, a pesar de que a veces piensa que su vida es vulgar
e insignificante, si se para a pensarlo se da cuenta de que no es así, que no
hay ninguna vida inútil. Que el ser humano puede sentirse pequeño, pero que eso
es tan solo una sensación, porque, si nos ponemos juntos unos al lado de otros,
somos algo grande, enorme, algo digno de aparecer en gestas y canciones. Porque
la épica sigue existiendo en el corazón de las gentes sencillas, que sostienen
el mundo sobre sus hombros día tras día sin desfallecer. Escribir con vida la
canción de nuestra vida.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 37
más vale ser de esas personas que le añaden algo al mundo
—por lo general, algo precioso— que de aquellas que le roban algo, por lo
general, precioso también.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 38
Criticar una vida significa indagar hasta encontrarle su
verdadero sentido. Desentrañar sus símbolos, investigar su autenticidad.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 38
La primera condición para ser poeta es amar. Saber amar,
poder amar. Y, quien es capaz de amar, puede ser el poeta de su propia vida.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 50
No rendirse es la mejor táctica para ganar la guerra contra
las inclemencias del supuesto destino. No claudicar ante la fatalidad es la más
cumplida venganza contra ella.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 54
Un poeta es, sobre todo, libre.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 57
Un poeta no puede seguir al Destino. Consigue que el Destino
lo siga a él.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 58
La verdad es que la historia de la literatura está llena de
mujeres fatales que, con su desgana, su ignorancia o su abulia, le han hecho un
gran favor a la posteridad: en vez de crear monstruos, han creado poetas.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 60
Ser poeta es amar la vida y nunca destruirla.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 64
Flores para un poeta
El primero de julio del año 1876 se suicidó un poeta en
Madrid. Otro más. Nadie recuerda su nombre ahora, como nadie lo conocía en su
día.
Dos literatos, amigos del difunto, se pusieron manos a la
obra para darle un homenaje, que era cosa que se estilaba mucho entonces, sobre
todo cuando el homenajeado acababa de estirar la pata (más o menos como ahora,
que tampoco hemos cambiado tanto). Así que le pidieron al insigne Pedro Antonio
de Alarcón, que por entonces era famoso, que escribiera lo que se llamaba «Una
corona poética». O sea que, en vez de comprarle flores al finado, le pedían
unas palabras a un escritor de renombre y así se ahorraban la cuenta de la
floristería.
Se trataba, en cualquier caso, de echarle unas flores, unas
cuantas filigranas, al difunto. Reales o literarias.
Don Pedro Antonio era un hombre educado, y respondió, ya lo
creo. Pero no con las flores que esperaban los amigos del exánime suicida,
valga la redundancia, sino con una carta que no fue publicada. Por supuesto.
Porque no era correcta ni decía lo que los amigos del extinto botarate querían
oír.
Don Pedro Antonio ya había dado el salto del Romanticismo al
Realismo. Era, por así decirlo, un hombre evolucionado entre sus
contemporáneos. Y, desde luego, mucho más avanzado que el suicida.
Estas son —resumidas, y actualizadas al lenguaje de hoy por
mí— las palabras que escribió don Pedro a propósito del joven suicida:
Mis distinguidos compañeros:
Os agradezco vuestros elogios, cuya bondad hace justicia a
mi único título literario, o sea al incansable amor que profeso a todos los que
cultivan las bellas letras para regocijo de las Musas, como es el caso de Uds.
Dicho esto, les suplico que me excusen de escribir esos
versos que tan encarecidamente me piden. Es más, incluso les aconsejaría que no
publiquen esa Corona Poética que se traen entre manos.
¿A qué viene lo de la Corona? Cantemos a los que tengan
paciencia y perseverancia para sobrellevar las tribulaciones de la vida, no a
los que huyen, no a los que desertan, no a los que dejan a su prójimo solamente
un grito de pánico y de derrota.
No hagamos, cien años después de Goethe y de Rousseau, una
apoteosis del suicidio. El suicidio pudo estar de moda entre las gentes que
vivían la vida del alma allá por los tiempos del Romanticismo, pero ya ha sido
relegado para uso exclusivo de los comerciantes que quiebran, de los jugadores
que pierden lo suyo y lo ajeno, de los ladrones con frac pillados in fraganti y
de todos los que, por decirlo para que se entienda, no viven otra vida que la
de la materia, cuyo único dispensador y regulador es el dinero. Este señor
poeta, Fulánez de Tal, ha cometido un anacronismo suicidándose en 1876, y en
vez de colocarse al nivel de Larra y de Gerard de Nerval, como pretendía, se ha
puesto a la altura de los prosaicos suicidas de estos tiempos.
Este desgraciado no sabía que, entre los hombres de
inteligencia de hoy, que basan su idealismo en la moral, ya no se estila
inmolarse en aras de uno mismo igual que los antiguos degollaban a tal o cual
víctima en aras de su Dios, sino que ha vuelto a ser más lúcido sacrificarse
por el prójimo, padecer para que otros no padezcan y ser feliz proporcionando
dicha a los demás. Este joven ignoraba sin duda que amarse a sí mismo hasta la
muerte, Mortem autem crucis, es un crimen y una ridiculez…
Lloremos, pues, cuanto ustedes quieran por este pobre
Fulánez de Tal, a quien siento no haber conocido personalmente. Compadezcamos
su flaqueza, deploremos su cobardía, que le ha costado la vida.
Consolemos a los seres que haya abandonado y afligido al
matarse en provecho propio. Ayudemos, si es necesario, a los que haya dejado
sin amparo. Pidamos por su alma sin ventura. Pero guardemos las coronas
cívicas, los aplausos y los versos para aquellos jóvenes esforzados (como
ustedes, por ejemplo) que no siguen el triste ejemplo de este desertor. O para
la tumba del insigne y valeroso Bécquer, que murió de hambre y de tristeza
abrazado a su arpa, sin osar nunca poner una mano parricida sobre sí mismo:
sobre ese tesoro de genio y virtud que había recibido del cielo. Cualquier
cosa, amigos míos, menos exaltar y divinizar la desesperación. Todo menos hacer
un homenaje público al atentado que este mísero ha cometido, al que no ha
vacilado en desgarrar muchos corazones con tal de liberarse a sí mismo de su
parte del dolor y la amargura del mundo.
Créanme. Yo también he sido joven, y he pasado por las
mismas pruebas que Fulánez de Tal haya podido pasar, o peores. Hace veinte años
me decían: «Este muchacho tendrá el desenlace de Larra. ¡Este chico tiene cara
de suicida!». Y miren. Crean ustedes a este viejo que, después de grandes
batallas con el mundo y consigo mismo, ha deducido una verdad que constituye
toda su dicha: que para ser feliz basta con resignarse a no serlo.
Y no publiquen ustedes la dichosa Corona Poética.
Con que perdonen esta larga homilía y dispongan de la
amistad que con este motivo les ofrece su atento servidor,
Q. S. M. B.
P. A. De Alarcón
Madrid, 3 de julio de 1876
Por mi parte, solo me queda añadir: «¡Bravo, don Pedro
Antonio!».
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 64-65
Las penas de amor —es evidente— no pueden faltar en la vida
de ningún poeta que se precie. Ellos convierten en fortuna lo que para otro
cualquiera no sería más que desgracia. Por eso son poetas.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 71
El amor es un traje que se corta a la medida del alma.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 75
Aseguraba el olvidado Contreras: ¿Qué crees tú que es el
amor? Una fuente de amoroso deseo, árbol que no pierde jamás su verdura, una
visión del ánima esmaltada en los sentidos sin la cual el hombre es un dibujo
muerto. El amor es el compás de la prudencia, un vergel donde se deleitan los
ojos, vestidura que adorna al rústico y sublima al sabio, un tesoro de
riquísimo valor: allí sube el hombre cuanto más ama y crece cuanto mengua,
subiendo a la cumbre de lo que desea. Y, cuanto más desfavorecido y lastimado,
mayor contento recibe, porque el amor muestra así su grandeza. Si el amor que
sientes es verdadero, que no se pongan delante ni amigos ni vasallos. Mira que
el amor que sale puro de las entrañas y en el corazón se engendra, ni teme ni
debe ni guarda ley, porque luego se transforma en la cosa amada. La vida es la
cosa más dulce, y la muerte la más aborrecida, y por el amor se desecha a la
una y se busca a la otra con ánimo.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 75
El haiku, como la vida humana, es pequeño, momentáneo, y
parece frágil como todo lo bello. La mayoría de los seres humanos no alcanza
relevancia, notoriedad o fama. Si bien, aunque ellos no lo sepan, sus vidas son
tan importantes como las de un general de la antigüedad. Y pueden ser, deben
ser, tan primorosas como un haiku. Depende de nosotros mismos, uno a uno, el
poder conseguirlo.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 82
Yo suelo repetir que el lenguaje no es más que un síntoma de
la «incapacidad» del ser humano para comunicarse.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 91
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), otro de mis poetas
favoritos, afirmaba que los lectores se pueden dividir en cuatro categorías: –
Lectores esponjas: que absorben cuanto leen y lo devuelven tal y como lo
leyeron, pero un poco más sucio. – Lectores reloj de arena: que nada retienen y
se contentan con leer un libro por el mero hecho de pasar el tiempo. – Lectores
cedazos: que solo conservan los posos de lo que leen. – Lectores diamantes
espléndidos: igual de raros y valiosos que los diamantes, que aprovechan todo
lo que leen y permiten que otros se beneficien de ello.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 96
Tengo la sensación de que los más grandes genios nunca han
pretendido siquiera serlo. Y si ellos no lo han hecho, ¿por qué íbamos a
hacerlo nosotros?
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 109
La vida es una historia en marcha.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 119
Todos imitamos —sin querer, o de forma premeditada— la
conducta, las poses, la moda, las ideas, las actitudes morales de los héroes de
nuestro tiempo. Igual que el escritor tiene sus maestros, todos tenemos ídolos
en los que nos miramos. Nos gustan sus pensamientos y la manera de expresarlos,
la forma en que inclinan la cabeza y la giran o cómo juegan en la liga de
Campeones. Podemos copiarlos hasta el mínimo detalle, pero llega un momento en
que su guía se desvanecerá y nuestra personalidad deberá emerger. Ellos pueden
servirnos para hacer el borrador de nuestro estilo, pero el manuscrito final
tiene que llevar nuestra impronta. No vivimos la vida de nadie, solo la propia.
Así que, propios deben ser la intención y el estilo.
Ángela Vallvey
El arte de amar la vida, página 146
No hay comentarios:
Publicar un comentario