Jaime Barylko

A usted, ¿quién lo entiende?

A mí, nadie me entiende. Lo confieso públicamente y con toda impudicia. Es que, pensándolo bien, ¿qué preten­sión es esa de que el otro descifre dentro de ti eso que ni tú mismo alcanzas a captar?
Creo que no estamos para entendernos. ¿Quién inventó esa farsa del entendimiento como fundamento esencial de nuestras relaciones?
Ahora el mundo entero llora, porque nadie se entiende con nadie. La crisis es de entendimiento.
—No me entiende... —dice la esposa sobre el esposo.
Algo semejante confiesa él en la oficina:                   
—Lo que pasa es que ella no me entiende...
Y los hijos sobre sus padres:
—¿Quién entiende a los viejos?
Quizá desviamos el camino. No estamos para entender­nos. Hay que desechar ese ideal, porque es falso, porque no es posible, porque entender es una práctica del intelecto referida hacia el mundo exterior, el de las cosas, el de la naturaleza, el de los astros, pero no es válida para el mundo humano.
Uno entiende o puede llegar a entender el funcionamiento de una máquina. La máquina, si está en buenas condiciones, funciona siempre igual. El hombre, si está en buenas condiciones, funciona siempre distinto. ¿Enten­derlo? Imposible. Carece de manual de instrucciones.
El hombre es siempre algo que parece racional, pero que, como la luna, está lleno de fases oscuras, invisibles. Esta es nuestra condición, inentendible, es decir, imprevi­sible.
Tenía yo en Jerusalem un maestro de Cabala a quien un discípulo le preguntó si entendía los caminos de Dios. El maestro, anciano, pensativo, tartamudeando le respondió:
—Hace cincuenta años que vivo con mi esposa y aún no la conozco, ¿cómo pretendes que sepa algo de Dios?
Conocer, entender, son acciones relativas a cosas, a objetos, a aquello que nos es ajeno; los seres humanos no somos objetos, somos sujetos móviles, mudables, impredecibles. Misteriosos, en última instancia.
Por eso cabe decir:
—No viniste al mundo, hijo, para entenderme ni para que yo te entienda. No eres un objeto de estudio. Eres un sujeto viviente, creativo, lleno de potencias que ni tú ni yo conocemos a fondo. Pero estamos juntos para vivir y para ayudarnos recíprocamente a ser felices.
La felicidad no es entendimiento.
De la felicidad el entendimiento nada entiende. Pascal reflexionaba: "El corazón tiene razones que la razón desco­noce".
Porque la felicidad, es privativa, de cada uno, intrans­ferible —como fórmula, como receta— a otros.
Queremos amor, no entendimiento. Así de sencillo. A tal efecto, para amarnos, cada uno debe ser el que es, debe asumirse en su edad, en sus creencias, en sus ideas, en sus gustos, en sus vivencias.
—Para que seas tú mismo, hijo mío, debemos —tu mamá y yo— ser nosotros mismos.
Ahí está el límite, el gran límite primero. Un límite que nos separa y nos comunica a la vez.
De ahí se desprenderán todos los demás límites que son, desde "no metas las manitos en el plato", hasta "no es esa la manera de comportarse con una novia".
Claro que todo comienza con el no. No somos los mis­mos; no tenemos idénticos gustos ni preferencias; no es tu cuerpo el mío ni es tu sensibilidad la mía...
NO es el origen de la cultura, de cualquier sistema de convivencia humana. Tu diferencia con los demás te consti­tuye en persona única e irreemplazable; gracias a esa dife­rencia, te comunicas, te enriqueces, te enamoras.
Del no brota el sí; a partir de ahí ejerces tu libertad creadora y conformadora de nuevas normas.

Jaime Barylko


Hay que inventarlo todo

Hay que inventar la muñeca. Como inventábamos la famosa pelota de trapo. Y más inventábamos: se pelaba una naranja en cuatro cuartos, y con un cuarto de cáscara se la enrollaba y se jugaba a la pelota que, claro está, iba del pie de uno a la mano del otro.
Eso se llama jugar. Lo demás se llama usar juguetes. Termina siendo aburrido.
Por eso gritan tanto los chicos:
—Estoy aburrido, mamá, estoy aburrido...
¿Cómo puede estar aburrido un niño? Es el único que no puede aburrirse. Porque su mundo interior es tan rico, tan intenso, tan lleno de posibilidades que está constante­mente creando realidades, modificándolas, viajando en ellas, escalando montañas, persiguiendo indios...
El tema es este:
—¿Qué lugar deja el actual mundo exterior al mundo interior?
—¿Qué espacios dan los padres a los hijos para que éstos desarrollen juegos de libre inventiva, absteniéndose de aplastarlos con juguetes manufacturados y sobre todo con aquellos llamados didácticos?
—En fin, ¿cuándo alcanzan los niños a respirar con sus propios pulmones?

Jaime Barylko



“La crisis es la natu­raleza elemental de la condición humana. Siempre fue así.

Crisis es movimiento, cambio de una situación de segu­ridad a otra de inseguridad hasta que es superada por al­gún mecanismo que conduce a una nueva seguridad. Vino la crisis y se instaló entre nosotros, en nosotros o nosotros en ella.

No se va más. No tiene dirección. Apa­rentemente apunta al progreso, pero volvieron los ventila­dores de techo de mi remota infancia a pesar de los perfec­tos acondicionadores de aire. Junto a los Mercedes Benz, Buenos Aires, al atardecer, se llena de carritos conducidos por cansados caballos.

 Yo tengo una máquina de escribir de las de antes porque en cualquier momento los científicos pueden determinar que la pantalla computadorizada des­truye la retina paulatinamente. También practico los fines de semana multiplicaciones, divisiones. No sé qué me es­pera. ¿Y si los fabricantes de máquinas de calcular entran en huelga perpetua? Y ahora no hay que meditar demasia­do: la importación es imposible.

 (…)Cayeron las torres gemelas, todo un símbolo de in‑pre­visibilidad, de in‑seguridad, de in‑sensatez. Caer es el verbo de la crisis.”

Jaime Barylko, Como ser persona en tiempos de crisis, Bs.As., Emecé, diciembre 2002, en el mes de su fallecimiento.

“Mamá sabía todo…

Yo estudié mucho. Mamá no había estudiado porque vi­no de chiquita de Europa, perseguida por asesinos varios. Sí, yo estudié mucho. Mamá sabía que yo debía estu­diar, que estudiar era un valor superior.

Estudié mucho, aprendí mucho, supe y sé mucho, comparado con mamá. Pero en diversas ocasiones me paro frente a mi biblioteca y me digo que todo ese saber es como un mueble. Es bueno tenerlo. Pero hay algo que no sé, no sé cómo vivir.

Hoy se me perdió aquello que mamá tenía por indudable, im­pensable.

Se me fue mamá, se perdió su mundo y apareció otro mundo, el de la incertidumbre.

Incertidumbre sig­nifica miedo.

No sabemos qué es qué, quién es quién ni que día nos espera mañana.

Nadie sabe ni puede saber. Hablo del saber de la vida.”

Jaime Barylko


"La filosofía es el arte de pensar, y la mayoría lo incluye poco en la dieta."

Jaime Barylko



"La persona es portadora de valores. Estos marcan diferencias, establecen lenguajes, dictan normas, y es en ese esquema que la gente puede hacer vida humana e interhumana. La crisis rompió toda normatividad. No hay reglas en la política ni en la economía ni en el tránsito ni en el amor. Tú y yo deberemos establecer las nuestras."

Jaime Barylko


"La salida de la crisis no es sencilla pero es posible. Consiste sobre todo en evitar soluciones fáciles y comprometerse con lo mejor de uno mismo y con los demás."

Jaime Barylko


"Los valores son inter-dependientes, y la libertad también. Como los hilos de una trama. Si arrancas uno, y te lo quedas, la trama se deshace."

Jaime Barylko


"Pensar no significa preocuparse por cómo voy a viajar el próximo domingo. Esto responde a cierto automatismo mental, que no exige esfuerzo. Pensar es un acto de esfuerzo. Es alejarse de la realidad y contemplarla desde arriba, desde su globalidad y buscando un nuevo significado. Esto es capital a la hora de resolver conflictos."

Jaime Barylko


"Ser libre no es, como parece suponerse en la actualidad, una especie de despojamiento, como tirar la ropa y quedarse desnudo de todo. Quedarse desnudo por un momento puede ser muy bueno, pero hay que tener claro que la educación no es enseñar a desvestirse, es sobre todo aprender y enseñar que se puede y se debe elegir la ropa que uno usa."

Jaime Barylko
Tomada del libro Cuentos clásicos para conocerte mejor de Jorge Bucay



Tengo que aprender a quererte
PARA QUERERTE MEJOR 

 Quiero quererte. Y no es fácil. Mi egoísmo, mi ser embotellado en su afán de realizar el "uno mismo", hace esfuerzos por salir de sí y alcanzarte. Es una ardua tarea. Quiero quererte, pero tengo que aprender a quererte, tengo que aprenderte.
   No eres una cosa. Eres un ser humano. Una persona. Es decir un misterio perpetuo, una imprevisibilidad infatigable, una sorpresa que nunca se agota.
   Aprender una cosa es "aprehenderla", tomarla y dominarla, con las manos, con el intelecto.
   Pero tú te me escapas, te diluyes entre los resquicios de toda malla que busque atraparte. Así eres de elusiva, de evasiva. Como lo soy para ti. Años de vida nos ligan, y sin embargo amanecemos lejanos, ausentes, distintos. 
   ¡Qué complejo es amar, y amar bien, amar para el bien! ¡Qué  escarpada ladera de montaña es este camino, el que me propongo -el que quiero proponerme y proponerte-, el de querernos mejor!
   Querer no es difícil, lo complicado es querer al otro en calidad de otro, ¡y que su bien sea el mío!
   Para quererte mejor, debería liberarme de esquemas, prejuicios, ideas que tengo de mí, que tengo de ti; son petrificaciones de la fantasía que luego, en la realidad, no hacen sino fallar, quebrarse, y uno llora porque el otro le falla, pero es uno el que falla, y ni siquiera uno sino esa idea, esa imagen que uno se ha hecho de sí, del otro, de la vida, de la felicidad, a la que quiere serle fiel a toda costa.
   Para quererte mejor debería serte fiel, a ti, a tu realidad, y no a la imagen o construcción mental que proyecto sobre ti. Tendría que deshacerte todos los días, y volver a recomponerte en un puzle al que siempre le faltan, obviamente, piezas.
   Es un trabajo. De eso se olvidaron los que nos enseñaron el camino de la vida. Nos dijeron que el amor era un sentimiento, y que con el sentimiento era suficiente. Ahora lo sé: comienza siendo un sentimiento, una pasión envolvente, alucinante, pero es amor en el punto en que la lava se cristaliza en formas de vida que comprenden una decisión compartida. Decisión de compromiso. Compromiso, la promesa que crece entre dos.

Jaime Barylko


Todos somos jóvenes

Este fue y sigue siendo el siglo de los jóvenes. Otro tipo de ser no hay. Se es menos joven o más joven, o no se es.
Prohibido prohibir, se escribió en mayo de 1968 en París. No se escribió, pero se supo y se sabe: prohibido no ser joven. En el medio caminaba su majestad el niño. Ese niño, a decir verdad, no creció más feliz ni alcanzó las altu­ras de la libertad que para él soñamos.
Creció en el vacío, sin límites, sin fronteras, sin carte­les orientadores, sin sustento, sin apoyo. En consecuencia no creció.
Quisimos ser modernos, terminamos siendo nadie. "Nadie" es un ser difuso, desprovisto de una línea que demarque su identidad.
Los límites, lo que todos hemos perdido —nuestros hijos porque no los conocieron, nosotros porque nos desprendimos de ellos—, los límites son las coordenadas de los valores, de las creencias, de los modales, de las maneras y —en fin— de las reglas de la existencia y de la coexisten­cia. De la identidad. Por ellos uno es o puede llegar a ser "alguien".
Vivir es vivir entre límites, en algún encuadre, entre horizontes. Dentro de ese espacio germina y se desarrolla la libertad.
Interpretamos mal: creíamos que la libertad se da. No es cierto: la libertad no se da, la libertad se toma, se arran­ca, se conquista, se logra, se esculpe, abatiendo esclavitu­des, confrontándose con límites, aceptando unos, recha­zando otros, pero usándolos como referentes en el camino.
Además la libertad es un medio, no un fin. Ahí la tie­nes, para hacer algo con ella, algo que tú elijas.
¿Y cómo se elige? Se elige entre opciones. Las opciones son los límites dentro de los cuales la libertad adquiere sentido, al rechazar unos y adoptar otros.
Es libre el que elige un proyecto de vida.

Jaime Barylko











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