Ladino
Sótanos
donde se habla ladino;
donde manteles floreados
miran a través de rejas;
donde pulidos narguiles
recuerdan fiestas
sin atuendos verdes
y sin Shabetay Tzvi.
Sótanos con majestuosidad
de señoras 1
vestidas de negro,
gatos de angora
y pequeñas muchachas pálidas
de ojos almendrados.
Aquí hecha raíces un silencio
de tiempos de Doña Gracia todavía,
con relumbres de plata forjada
sobre un emblema.
Con dedos finos
atesoran el orgullo
en el arca familiar.
Hombres de espalda morena
y pecho tatuado
son aquí, de noche,
después del trabajo,
pequeños de nuevo
y no se atreven
a alzar la voz.
De noche se sientan
alrededor de la lámpara verde
tal como estuvieran sentados
abuelos y bisabuelos.
Se habla ladino.
Y llevan sobre sí
sedosos nombres
de flores.
Moishe Iungman
Melones
Traen soles en pequeños asnos.
Oro en melones que rompe las alforjas.
Los asnos andan a paso lerdo, con rostro somnoliento,
Y van perdiendo sones de campanilla, trino a trino.
La calle devora el sabor a melones desde portones y graneros;
se detienen de a uno y por parejas.
De pronto el mundo entero esta descalzo y repleto de sol,
de un sol pequeño, grato, cálido al tacto.
La gente anda borracha de sol de melones.
Las alcantarillas aparecen regadas de oro, con montes a lo lejos.
Con pequeños soles cabalgan hacia la tarde.
De pronto, se acabó. Las alforjas quedaron vacías, apagadas.
El vendedor se afana alrededor del asno
y aguarda, como antes, a que venga alguien y lo redima.
Moishe Iungman
Para mi hijo
*
Mi hijo se me escapa de las manos.
¿Es que podría acaso darle algo
fuera de mi luna agotada?
Botas de siete leguas tiene mi hijo
¿cómo podría retenerlo yo
con mi pequeño burrito mesiánico?
Mi hijo tiene horizontes azules ante si
¿de que podría servirle mi plegaria
que alcanza apenas para la punta de su lengua?
*
Cada piedra que desgastó mi paso
vuelve a renovarse para él.
¡Qué alma enorme tiene la piedra!
Cada hoja que el viento arranco de mi,
ya tiembla de nuevo –verde—
en sus ojos.
Yo continúo corriendo aun
tras el sol poniente,
mientras que en su sangre
vive y se debate el sol en plena juventud.
*
Probó el mundo
y le queda a medida.
Ni un poema siquiera
ha de ser necesario retocar sobre él.
Ni una brizna de paja
habrá que quitar de entre sus cabellos.
Moishe Iungman
Vendedores de frutas
Llenan sus canastas con fruta prestada;
se hacen nudos en el corazón para no olvidar.
Arrastran la tarde a casa, hinchada de maldiciones
y sientan, a codazos y empujones, a los chicos a su alrededor.
Y cuando la luna escapa de los tejados
a mojar con telarañas azules la desnuda callejuela
extienden latas con sueños ante cada transeúnte
y no les alcanza para comer.
Moishe Iungman
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