Moishe Iungman

Ladino

Sótanos 
donde se habla ladino; 
donde manteles floreados 
miran a través de rejas; 
donde pulidos narguiles 
recuerdan fiestas 
sin atuendos verdes 
y sin Shabetay Tzvi. 
Sótanos con majestuosidad 
de señoras 1
vestidas de negro, 
gatos de angora 
y pequeñas muchachas pálidas 
de ojos almendrados. 
Aquí hecha raíces un silencio 
de tiempos de Doña Gracia todavía, 
con relumbres de plata forjada 
sobre un emblema. 
Con dedos finos 
atesoran el orgullo 
en el arca familiar. 
Hombres de espalda morena 
y pecho tatuado 
son aquí, de noche, 
después del trabajo, 
pequeños de nuevo 
y no se atreven 
a alzar la voz. 
De noche se sientan 
alrededor de la lámpara verde 
tal como estuvieran sentados 
abuelos y bisabuelos. 
Se habla ladino. 
Y llevan sobre sí 
sedosos nombres 
de flores.

Moishe Iungman



Melones

Traen soles en pequeños asnos. 
Oro en melones que rompe las alforjas. 
Los asnos andan a paso lerdo, con rostro somnoliento, 
Y van perdiendo sones de campanilla, trino a trino. 
La calle devora el sabor a melones desde portones y graneros; 
se detienen de a uno y por parejas. 
De pronto el mundo entero esta descalzo y repleto de sol, 
de un sol pequeño, grato, cálido al tacto. 
La gente anda borracha de sol de melones. 
Las alcantarillas aparecen regadas de oro, con montes a lo lejos. 
Con pequeños soles cabalgan hacia la tarde. 
De pronto, se acabó. Las alforjas quedaron vacías, apagadas. 
El vendedor se afana alrededor del asno 
y aguarda, como antes, a que venga alguien y lo redima.

Moishe Iungman



Para mi hijo 

Mi hijo se me escapa de las manos. 
¿Es que podría acaso darle algo 
fuera de mi luna agotada? 
Botas de siete leguas tiene mi hijo 
¿cómo podría retenerlo yo 
con mi pequeño burrito mesiánico? 
Mi hijo tiene horizontes azules ante si 
¿de que podría servirle mi plegaria 
que alcanza apenas para la punta de su lengua? 

Cada piedra que desgastó mi paso 
vuelve a renovarse para él. 
¡Qué alma enorme tiene la piedra! 
Cada hoja que el viento arranco de mi, 
ya tiembla de nuevo –verde— 
en sus ojos. 
Yo continúo corriendo aun 
tras el sol poniente, 
mientras que en su sangre 
vive y se debate el sol en plena juventud.

Probó el mundo 
y le queda a medida. 
Ni un poema siquiera 
ha de ser necesario retocar sobre él. 
Ni una brizna de paja 
habrá que quitar de entre sus cabellos.

Moishe Iungman


Vendedores de frutas

Llenan sus canastas con fruta prestada; 
se hacen nudos en el corazón para no olvidar. 
Arrastran la tarde a casa, hinchada de maldiciones 
y sientan, a codazos y empujones, a los chicos a su alrededor. 
Y cuando la luna escapa de los tejados 
a mojar con telarañas azules la desnuda callejuela 
extienden latas con sueños ante cada transeúnte 
y no les alcanza para comer.

Moishe Iungman











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