"Al cielo, dosel del mundo y pedestal del Señor."
Antonio Fernández Grilo
Caridad
Cruza la sombra con su planta breve
y en el bien de los tristes se recrea;
una bendita lágrima la crea
y un sentimiento de piedad la mueve.
A todo en las catástrofes se atreve
y de nada blasona ni alardea;
porque la caridad, para que sea,
ofrece sólo á Dios lo que á Dios debe.
Es como manso y tímido arroyuelo,
que alegra el valle, que fecunda el llano
y que mudo resbala por el suelo.
Así, limpia aun en medio del pantano
pasa la Caridad mirando al cielo,
llevando á los que lloran de la mano.
Antonio Grilo
El día de difuntos
En la invasión del cólera
Hoy canta la
humanidad
del mundo en la pompa vana
ese terrible Mañana
que flota en la inmensidad;
de medrosa soledad
miro la muerte a través,
y de un sepulcro a los pies
hoy descuelgo el arpa mía,
como la rama sombría
que se arranca del ciprés.
Ronco y fúnebre laúd,
que exhalas gritos de llanto;
¡cuán triste suena tu canto
al borde del ataúd!
De tus cuerdas la virtud
trueca el canto en oración,
y de tan lúgubre son
se arrastra doliente el eco,
cruzando de hueco en hueco
los muros del panteón.
La ermita, el monte, la cruz,
la luna que apenas arde;
el sol, que esconde en la tarde
el desmayo de su luz;
todo en su denso capuz
la noche lo va encerrando;
y mientras que van pasando
tantas visiones oscuras,
detrás de las sepulturas
está la muerte acechando.
Hoy en negros panteones
va la humanidad cansada,
llorando sobre la nada
de muertas generaciones.
Vuelan santas oraciones
por los aires fugitivos;
y de sus penas cautivos,
y de lágrimas cubiertos,
bajo el cráneo de los muertos
llegan a pensar los vivos.
Allá en la mansión desierta,
hijo de un alba sombría,
de la muerte el triste día
en las tumbas se despierta.
La luz palidece incierta
cual lámpara sepulcral;
y entretanto el vendaval,
allá en la ermita lejana,
no arrastra de la campana
el gemido funeral.
No corre el pueblo sombrío
que en su hogar doliente reza,
como en valle de tristeza
corre macilento río.
No adorna el sepulcro frío
con fantástico oropel;
no busca en raudo tropel
de la muerte el mundo inerte:
hoy, la sombra de la muerte
viene a visitarlo a él.
Canta, pueblo, en otro altar
tu súplica funeraria;
eleva a Dios tu plegaria
desde el fondo de tu hogar.
No intentes, no, traspasar
de las tumbas el misterio;
en lóbrego cautiverio
sigue oculto suspirando,
que hoy la muerte está guardando
las puertas del cementerio.
No es esa muerte atrevida
que del mundo en la corriente
nos arranca frente a frente
el aroma de la vida.
No es la muerte adormecida
que perfuma la oración;
muerte de resignación
que sola en nuestro retiro
nos roba el postrer suspiro
con besos de religión.
No es el mar que en ronco grito
hirviendo en opacas brumas,
guarda en montañas de espumas
el volcán del infinito.
No es el fantasma maldito
que en el sueño nos aterra;
no es la sangre ni la guerra
que palpitan sobre el mundo,
ni el torpe reptil inmundo
que arrastra polvo en la tierra.
Es la muerte que abrasada
con fétido aliento impuro
mancha del Ganges oscuro
la corriente emponzoñada;
es lágrima envenenada
de Satanás desprendida;
es la ráfaga encendida
que con sus alas traidoras
va trastornando las horas
en el reló de la vida.
Mas ¡ay! como el mar sepulta
en su abismo la tormenta;
como el huracán que alienta
en los espacios se oculta;
como la montaña inculta
quebranta su poderío,
así tú, monstruo bravío,
por los mundos tropezando,
al abismo vas rodando
de tu sepulcro sombrío.
Sí, que con vuelo fecundo,
lejos de estéril desmayo,
Franklín arrebata el rayo,
Colón arrebata un mundo.
Así de tu aliento inmundo
se arrebatará la esencia;
y libre de tu presencia
uno y otro continente,
irás a esconder tu frente
en la tumba de la ciencia.
El asilo abandonado,
las quejas y los clamores,
el árbol de los amores
por el Monstruo arrebatado;
el ciprés acongojado,
centinela del hogar;
la compasión, el altar
que inspira dulce misterio...
Ese es hoy el cementerio
donde vamos a rezar.
Ni cintas, ni flores bellas,
ni símbolos, ni memorias,
ni lámparas mortüorias
que son de la tumba estrellas.
Ni una flor deja sus huellas
sobre los sepulcros yertos;
suenan lúgubres conciertos
con murmullos aflictivos,
y apenas caben los vivos
en la mansión de los muertos.
Hoy sus ecos virginales
mi lira hasta Dios levanta,
mientras que la muerte canta
nuestros mismos funerales.
Las campanas sepulcrales
callan su triste oración;
no arrastran su ronco son
de los aires por las olas,
y quedan doblando a solas
mi desierto corazón.
Antonio Fernández Grilo
El primer beso
En el cielo la luna sonreía,
brillaban apacibles las estrellas,
y pálidas tus manos como ellas
amoroso en mis manos oprimía.
El velo de tus párpados cubría
miradas que el rubor hizo más bellas,
y el viento a nuestras tímidas querellas
con su murmullo blando respondía.
Yo contemplaba en mi delirio ardiente
tu rostro, de mi amor en el exceso;
tú reclinabas sobre mí la frente...
¡Sublime languidez! dulce embeleso,
que al unir nuestros labios de repente
prendió dos almas en la red de un beso.
Antonio Fernández Grilo
El soldado Español
Curtido por la pólvora que humea,
noble con el amigo y el contrario,
audaz hasta emprender lo temerario,
y más valiente cuanto más pelea.
En rústica mochila que blanquea
lleva su pan, su equipo y su salario,
y al cuello, en el bendito escapulario,
el culto de la Virgen de su aldea.
Semejante al pedazo de metralla
que el cañón a los aires abandona,
sucumbirá ignorado en la batalla;
pero si el triunfo su valor pregona,
para el que lucha, y sufre, y vence y calla...
¿no ha de tener la patria una corona?
Antonio Fernández Grilo
Hay en mi alegre sierra
sobre las lomas,
unas casitas blancas
como palomas.
Le dan dulces esencias
los limoneros,
los verdes naranjales
y los romeros.
Antonio Fernández Grilo
La noche
Allá en su alcázar brillante,
del espacio en lo profundo,
vio Dios palpitar el mundo
bajo su planta gigante.
Vio romperse cristalinas
del mar las ondas desiertas,
y vio de flores cubiertas
las frentes de las colinas.
Vio sobre las ondas puras
rodar el viento sonoro,
y en cataratas de oro
bordar el sol las alturas.
Miró tras la cumbre brava
que azotan los huracanes,
retorcerse los volcane
entre torrentes de lava.
Vio roto el cauce del río
que entre rocas se derrumba;
lo vio morir en la tumba
del mar que canta bravío.
Vio los torrentes de plata
copiar sonoros el cielo,
y desde la nube al suelo
hundirse la catarata.
Vio los montes virginales
vestirse nevados tules,
y allá, entre franjas azules,
las auroras boreales.
Vio nubes de mil colores
rotas poblar el vacío,
y vio temblando el rocío
en el seno de las flores.
Pájaros vio entre azahares
cantar en alegre juego,
y como puente de fuego
pintar el iris los mares.
Y Dios, al ver palpitar
tantos mundos en tropel,
para contemplarlo a Él
quiso otro mundo crear.
Y escondiendo el áureo broche
del sol que brota fecundo,
hizo meditar al mundo
con la calma de la noche.
Y por eso el hombre, en pos
de dulce, ardiente plegaria,
en la noche solitaria
ve la grandeza de Dios.
Antonio Fernández Grilo
La virgen de la Fuensanta
Virgen de la
Fuensanta,
sol peregrino,
rosa de los rosales
del paraíso,
Blanca azucena,
aurora que ilumina
toda la tierra:
Paloma de los cielos,
flor de las flores,
céfiro de la Gloria,
sol de los soles;
Lago que guarda
entre nardos y lirios
olas en calma:
Iris en la tormenta,
perla en los mares,
entre el mundo y el cielo
virgen y madre;
Cielo en el mundo,
y en el mar de las penas
puerto seguro:
Hoy a tu altar divino,
virgen bendita,
vengo a pulsar las cuerdas
del arpa mía.
Conmigo vienen
a celebrar tu nombre
los cordobeses.
Asilo de la Virgen,
concha cerrada
en donde está la perla
de la Fuensanta;
Templo del valle,
morada misteriosa
que guarda un ángel:
Torre del santuario,
la que se encumbra
entre el laurel de huertas
que la circunda,
Torre clavada
entre frutas y flores,
juncos y palmas:
Isla santa en los mares
de los dolores,
recinto que perfuman
las oraciones;
Nave divina,
arca de los milagros,
preciosa ermita.
Alcázares, orgullo
de las ciudades,
monumentos altivos,
torres gigantes,
Montes azules
que voláis a esconderos
entre las nubes;
Palacios y naciones,
soberbia Tiro,
colosal fortaleza,
feudal castillo;
Glorias del arte,
cúpulas atrevidas,
templos brillantes;
¿Qué sois ante la iglesia
blanca y humilde
donde tiene su trono
la Santa Virgen?
¿Qué regio alcázar
igualará a la ermita
de la Fuensanta?
A su alredor los frescos
cañaverales
sombra dan a sus muros,
música al aire;
Y allí en las noches
suspiran escondidos
los ruiseñores.
Roncas se precipitan
dentro las huertas
de la crujiente noria
las tardas ruedas;
Ruedas que bajan
y que en búcaros frescos
suben al agua
Cerca del santuario
resbala el río,
esclavo en la ribera,
viejo cautivo;
Genio indomable,
que por ver a la Virgen
rompió su cauce.
Sobre la abierta orilla
lanzó sus ondas
para ver, Virgen mía,
tu regia pompa;
Y al acercarse
perfumó sus corrientes
en tus altares.
Más allá de tu ermita
nunca fue el agua;
allí tu altar divino
la sujetaba,
Y fugitiva
al reflejar tu imagen
retrocedía.
Aún era yo muy niño
cuando mi madre
me hizo pisar las gradas
de tus altares,
Y de rodillas
tu dulcísimo nombre
me repetía.
Ni la miel que despiden
rubios panales,
miel que dan a la abeja
los azahares;
Ni los aromas
que en los jazmines liban
las mariposas;
Ni miel, ni flor, ni esencia,
nada es tan dulce
cual pronunciar tu nombre
que al cielo sube:
Nada se iguala
al nombre de la Virgen
de la Fuensanta.
Cuando allá bajo el cielo
de extraña tierra
miraba el campanario
de blanca aldea;
Cuando en la tarde
de algún cantar al eco
llenaba el aire;
Cuando en otras riberas,
solo y perdido,
contemplaba las olas,
de extraño río
Besar tranquilas
las solitarias gradas
de alguna ermita,
Siempre mi pensamiento
volaba triste,
y mis recuerdos eran
para mi Virgen;
Siempre mi alma
volaba al santuario
de la Fuensanta.
Más tarde, Virgen mía.
Llamé a tu puerta,
implorando el auxilio
de tu clemencia.
El mundo entonces
era para mis ojos
lóbrega noche.
Hirieron mis pupilas
nubes confusas,
y entre la luz del mundo
quedéme a oscuras.
Soñé despierto,
caminaba entre nieblas,
estaba ciego.
Al implorar tu inmensa
misericordia,
la noche de mis ojos
tuvo su aurora;
Y vino el día...
y mis ojos se abrieron
ante tu ermita.
Cuando a mis ojos muertos
resucitaste,
ojos ¡ay! me faltaban
para mirarte;
Pues-nadie puede
después de haberte visto
dejar de verte.
Por ti miro la aurora
pintar las flores;
por ti la blanca luna
llenar las noches;
Por ti la tierra,
y el fervor de mi madre
cuando te reza.
Canté a la mar muy lejos
de sus orillas,
y por ti luego he visto
la mar bravía.
Mar que aunque inmensa
es tan solo un reflejo
de tu grandeza.
Tú iluminas mi frente,
pintas mis sueños,
embelleces el mundo
de mis recuerdos,
Y hasta tu nombre
es el símbolo puro
de mis amores.
Ella es la compañera
de mis pesares,
la huérfana que adora
mi pecho amante;
Fuente del alma,
que lleva el dulce nombre
de la Fuensanta.
Cuando al amor mis ojos,
virgen, se abrieron,
ante mí la pusiste
como un lucero.
Me diste un ángel,
y con tu mismo nombre
le coronaste.
Préstale a sus virtudes
eterno escudo,
y entre el pecado y ella
levanta un muro.
Sé su esperanza
al verla en tus altares
arrodillada.
Hoy que mi frente inclino
bajo tu solio,
a los tuyos elevo
mis tristes ojos.
Aquí me tienes
como oveja perdida
que al redil vuelve.
Ábreme de tu ermita
los manantiales,
en cuyas aguas dulces
beben los ángeles.
Límpidas aguas
en el pozo del templo
purificadas.
Fuente del Santuario,
fuente escondida,
la que brota serena
junto la ermita;
De tus raudales
siempre tienen las almas
sed insaciable.
Iris en la tormenta,
sol peregrino,
rosa de los rosales
del paraíso.
¡Virgen del alma!
¡Bendita sea la Virgen
de la Fuensanta!
Antonio Fernández Grilo
"¡Quién no sabe cantar ante los mares!"
Antonio Fernández Grilo
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