Las 3 preguntas



Supongo que también ahora algunos se podrán sentir decepcionados al escuchar que hoy, muchos años después y con algunos caminos diferentes recorridos, sigo sin encontrar la fórmula de la felicidad y, quizá por eso, sigo creyendo que no existe. Pero agrego algo más, sospecho que quizá no deberíamos perder demasiado tiempo en buscar la receta. Estoy convencido de que sería más que suficiente ocuparnos mejor, más sanamente y con vehemencia de todo aquello que nos impide ser felices.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 3 (Prefacio)
 
 
Solamente cuando puedo incorporar esto, cuando tomo conciencia de que soy mi cuerpo, mis manos, mi corazón, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito, cuando asumo que soy mis ganas, mis deseos y mis instintos a la vez que mis amores y mis enojos; cuando acepto que soy, además, mis reflexiones, mi mente pensante y mis experiencias… Solamente entonces estoy en condiciones de recorrer adecuadamente el mejor de los caminos para mí, es decir, el camino que hoy me toca recorrer.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 10
 
 
Un congreso sobre pedagogía y matrimonio realizado en Francia en el año 1894 dejaba entre sus conclusiones la aseveración que sigue: En estos difíciles días para la familia y el matrimonio de finales de siglo (XIX), las parejas que tienen niños a su cargo se encuentran tan inseguras de sí mismas y tienen tanto miedo del futuro que tienden a proteger obsesivamente a sus hijos de cualquier problema que puedan tener. Pero es necesario alertar de que esa tendencia es muy peligrosa, porque si los padres hacen esto con tamaña pasión, los hijos nunca van a poder aprender a resolver los problemas por sí mismos. Si no somos capaces de revertir esta actitud tendremos, hacia fines del siglo XX, millones de adultos con el recuerdo de infancias y adolescencias maravillosas y felices, pero con un presente penoso y un futuro lleno de fracasos.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 15
 
 
Así que voy a contar mi teoría. Sobre todo, porque sé que, de algunas idioteces, algunos inteligentes consiguen sacar conclusiones esclarecedoras.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 18
 
 
Obviamente, no se es adulto cuando el documento de identidad lo marca, ni cuando la ley lo decide. La adolescencia finaliza cuando uno aprende a hacerse cargo definitivamente de sí mismo y asume, entonces, la responsabilidad de su presente y de su futuro. Cuando uno deja de ser un adolescente es capaz de decirle a sus padres con absoluta sinceridad y sin atisbos de revancha ni ironías: «A partir de ahora pueden dedicarse otra vez a sus propias vidas, porque de la mía debo ocuparme yo mismo.»  
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 21
 
 
Habitualmente, los hijos aprenden y se van solos… Pero si no lo hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno empujarlos a que abandonen su dependencia. Los padres deberemos tener claro que, si hace falta, será nuestra tarea mostrar a nuestros hijos que deben soltarse y levantar el vuelo. Entre otras muchas cosas porque uno no estará para siempre. Y cuando, pese a todo nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la puerta… ¡Y empujarlos afuera!
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 23
 
 
Ser adulto es, entre otras cosas, comprender el desafío que tenemos por delante, optar entre las muchas posibilidades que se nos presentan, elegir frente a cualquier estímulo aquella respuesta que más nos representa, sentir la certeza de que ésa es nuestra manera y no la de algún otro.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 28
 
 
Después de encontrar en el diccionario todos estos significados y derivaciones no me resulta para nada extraño que la palabra «dependencia» evoque en nosotros estas imágenes que usamos como definición: Dependiente es aquel que se cuelga de otro, que vive como suspendido en el aire, sin base, como si fuera un adorno que ese otro lleva. Es alguien que está cuesta abajo, siempre sintiéndose incompleto, eternamente sin resolución.
 
Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo: temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero, al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que, en el momento en que se tomó la foto, él estaba del brazo de una rubia. Entonces intentó ubicarse por esa referencia, pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.
 
El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
 
Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera que fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, chaqueta marrón, medias y zapatos marrones. «Si alguien saca una foto, yo siempre podré saber que el de marrón soy yo», se dijo.
 
Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: «Yo soy el hombre de marrón».
 
Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y de la sauna aromática.
 
Llegó al lugar, le dieron dos toallas y lo invitaron a entrar en un pequeño cuarto para desvestirse. El hombre se quitó la chaqueta, el pantalón, el jersey, la camisa, los zapatos, los calcetines… Y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. «Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás», pensó. «¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?»
 
Durante más de un cuarto de hora se quedó en el vestuario con su ropa interior puesta, dudando. Quizá debía irse… Y entonces se dio cuenta de que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del jersey que traía y se la ató al dedo pulgar de su pie derecho. «Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo», se dijo.
 
Sereno ahora con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación sin notar que, entre idas y zambullidas, la lana resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua, le comentó a su amigo: «Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color». Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo pulgar del pie derecho.
 
Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado pero, al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. «Me perdí», se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente en el suelo, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo:
 
—Disculpe, señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 26 y siguientes
 
 
La dependencia es, para mí, una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada por miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la conducta inmadura e irresponsable de los que no se hacen cargo de su vida.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 28
 
 
Aprendí a utilizar esta palabra (imbecilidad) siguiendo el análisis que bien propone Fernando Savater. Así en un sentido estricto de la palabra, un imbécil es alguien que precisa, por definición, de otro o de muchos que sean su bastón para poder avanzar. Está claro que no todos los dependientes son idénticos. Existen distintas clases de imbéciles.
 
Los imbéciles intelectuales, que son los que creen que no les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y, entonces, le preguntan al otro: «¿Cómo soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿Adónde debo ir?» Y cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo inquiriendo: «¿Tú qué harías en mi lugar?» Ante cada acción construyen un equipo de asesores o de gente «que sabe» para que piense por ellos. Como realmente creen que no pueden pensar depositan su capacidad en los demás, y eso es de por sí bastante inquietante. Su estructura implica a veces un gran peligro, ya que con demasiada frecuencia se los confunde con gente genuinamente amable, considerada y humilde. Muchos de estos imbéciles pueden terminar, por su actitud confluyente, siendo muy populares y ocupando cargos de gran responsabilidad para los cuales nunca estuvieron capacitados.
 
Los imbéciles afectivos son los que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere, que los ama, que son lindos, que son buenos. Un imbécil afectivo está permanentemente en búsqueda de otro que le repita que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer. Todos sentimos el deseo normal de ser queridos por la persona que amamos, pero otra cosa es vivir en función de confirmarlo.
 
Siempre me ha parecido que, pese a lo que se dice por ahí, los varones tenemos más tendencia a la imbecilidad afectiva que las mujeres. Ellas, cuando son dependientes, tienden a hacerlo en hechos prácticos, no afectivos.
 
Tomemos mil matrimonios recientemente separados y observemos su situación a los tres meses. El 90 % de los hombres está con otra mujer, conviviendo o casi. El 99 % de las mujeres sigue viviendo sola o con sus hijos. Si hablas con ellas te dirán que quizás encontrarán pareja y quizá no; muchas te confirmarán que a veces lo desean o lo añoran, y que cuando se detienen a pensarlo no les desagrada la idea de encontrar a alguien con quien compartir algunas cosas, pero todas sostendrán que muy difícilmente aceptarían a «cualquiera» tan sólo para no sentir la desesperación de encontrar las luces apagadas al entrar en la casa. Eso es patrimonio masculino.
 
 
Y por último…
 
Los imbéciles morales, sin duda, los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente aprobación del afuera para tomar sus decisiones.
 
El imbécil moral es alguien que necesita de otro para que le diga si lo que hace están bien o mal, alguien que todo el tiempo está pendiente de si lo que quiere hacer corresponde o no y de «si es o no es» lo que el otro o la mayoría harían. Son los que se pasan el tiempo haciendo encuestas sobre si tienen o no tienen que cambiar el coche; si les conviene o no comprarse una nueva casa; si es o no el momento adecuado para tener un hijo.
 
Defenderse de su acoso es bastante difícil, aunque se puede intentar simplemente no contestar a sus demandas sobre, por ejemplo, cómo se debe doblar el papel higiénico; pero creo que a la larga lo mejor es… huir.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 29 y siguientes
 
 
El amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo en sí mismo, y sin embargo en la codependencia se lo utiliza como excusa para sostener algo tan enfermo como la adicción al otro. De todas formas, no es solamente unan confusión, es un argumento falso. El codependiente, en realidad, no ama. Necesita, reclama, depende… Pero no ama.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 1
 
 
El resultado irremediable de saber quién soy y de no depender de nadie es que yo me responsabilizo, me hago cargo de mí, soy dueño para siempre de mi vida.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 41
 
 
Autodependencia es, para mí, un sinónimo de salud mental y podría definirse así: Sé que no me basto a mí mismo para algunas cosas, porque me reconozco carente y necesitado, pero a cargo de estas carencias y esas necesidades siempre estoy yo.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 41
 
 
No se puede empezar a recorrer el camino de la felicidad hasta que no sean mis pies los que marquen mi huella, hasta que no sea mi corazón el que decida el rumbo, hasta que no sea yo quien corra los riesgos de mis decisiones, hasta que yo no sepa quién soy y quién no soy yo.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 44
 
 
El amor por los otros se genera y se nutre. Más aún, empieza por el amor hacia uno mismo. Porque el amor tiene mucho que ver con la posibilidad de verse en el otro. Cuanto más disfruto de mi propia vida, cuanto más placer soy capaz de sentir, más entrenada está mi capacidad de amarme y a la vez mi capacidad de amar a otros.
 
Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 52
 

«La libertad de uno
termina donde empieza la liberta de los demás.»

Me parece encantador y nostálgico, pero creo que la libertad no funciona de este modo. Mi libertad no termina donde empieza la libertad de nadie.

Dicho sea de paso, éste es un falso recuerdo, porque la frase se refiere al derecho, no a la libertad. Y tu derecho no frena mi libertad, en todo caso legisla sobre las consecuencias de lo que yo decida hacer libremente.

Quiero decir, la jurisprudencia y la ley informan de la pena por hacer lo que está prohibido, pero, de ningún modo, evitan que lo haga.

Imaginemos juntos:

Un esclavo pertenece a un amo muy bondadoso.

Un amo que lo autoriza a hacer casi todo lo que quiere.

Un amo, en fin, que le da muchísimos permisos, la mayoría de ellos negados a otros esclavos de otros amos.

Y aún más, un amo que le da a ese esclavo muchos permisos que el mismo amo niega a otros esclavos.

Pregunto, este trato tan preferencial, ¿evita que llamemos a esto esclavitud?

Obviamente, la respuesta es NO.

Si son otros los que deciden qué puedo hacer y qué no, por muy abierto y permisivo que sea mi dueño, no soy libre.

Nos guste o no aceptarlo, somos libres de hacer cosas que vulneren las normas sociales.

La sociedad sólo puede castigar a posteriori o amenazar a priori sobre la consecuencia de elegir lo que las normas prohíben, pero no puede evitar que sea libre.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 66


Permítete el llanto si llega a tus ojos. Te mereces el derecho de llorar todo lo que sientas. Posiblemente sufriste un golpe brutal, la vida te sorprendió, los demás no supieron entender, el otro partió dejándote solo. Nada más pertinente que volver a nuestra vieja capacidad de llorar nuestra pena, de berrear nuestro dolor, de moquear nuestra impotencia. No escondas tu dolor. Comparte lo que te está sucediendo con los que estén más cerca. Quizá no sean tus definitivos compañeros de ruta, pero son aquellos con quienes compartes este tramo. Tu familia, tus amigos, algún desconocido, algún maestro… Llorar es tan exclusivamente humano como reír. El llanto actúa como una válvula liberadora de tensión interna. Podemos hacerlo solos, si ésa es nuestra elección, o con otros que también lloran. Cuando el alma te duele desde dentro no hay mejor estrategia que llorar.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 80


Simplemente, mírate a ti mismo. Sé quién eres y sé consciente de ello. No hay posibilidad de que seas otra persona. Puedes disfrutar de ello y florecer regado con tu propio amor o puedes marchitarte en tu propia condena, tratando de ser otra cosa. Tú decides.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 90


Dicen que una noche, cuando el maestro Andrés Segovia salía de un concierto, alguien se acercó y le dijo:

—Maestro, daría mi vida por tocar como usted.

Andrés Segovia respondió:

—Ése es exactamente el precio que yo pagué.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 90


Una duda que aparece en casi todos, explícita o no, se refiere al tipo de desafío que supone encontrar el rumbo de la propia vida. ¿Se trata de una búsqueda racional o emocional? Dicho de otra forma: ¿debo preguntar sobre mi destino a mi intelecto o a mi corazón? Es innegable que, a la hora de elegir, siempre se necesita del concurso de la mente, tanto más si se desea contestar adecuadamente algo tan sustancial como este segundo interrogante. Vivir plenamente exige un grado mínimo de reflexión, la disciplina para superar nuestra natural inclinación a la urgencia hedonista y la sabiduría de interrogarnos y responder sinceramente a la pregunta «¿nos sentimos felices caminando hacia donde nuestros pasos nos llevan, mientras hacemos lo que hacemos?»

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 92


Los expertos en optimizar rendimiento han realizado miles de estas pruebas y todas parecen confirmar que las personas de buen humor, los individuos que se definen felices y los que se sienten contentos con su vida poseen una voluntad de acercamiento y ayuda mayor con respecto a los demás, un mejor rendimiento y una mayor eficacia en lo que emprenden. La felicidad produce beneficios, los más obvios inherentes al individuo, muchos más que trascienden a su familia y algunos de efecto prolongado en el conjunto de la sociedad.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 104


De todas formas, dentro de los que creen que la felicidad existe, un amigo psiquiatra se empeña en encontrar tres grupos de personas: El grupo de los Románticos Hedonistas (llamados por él los RH positivos), que sostienen que la felicidad consiste en el placer que se siente al lograr lo que uno quiere. El grupo de los de Baja Capacidad de Frustración (que él llama BC (en alusión a los productos de bajas calorías), que creen que la felicidad tiene que ver con evitar todo dolor y frustración. Y el grupo de los Pilotos de Globos de Ilusión (que denominó los de la PGI, entre los cuales mi amigo me incluye), que viven un poco en el aire y aseguran que la felicidad no tiene casi relación con el afuera, sino con un proceso interior.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 105


Lo que sostengo es que, más allá de ciertos determinantes genéticos, nuestra posibilidad de ser felices está mucho más relacionada con nuestra filosofía de la vida que con la bioquímica de los neurotransmisores que heredamos.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 108


Si apuntamos únicamente al resultado, no obtendremos casi nada… Sólo (quizá) resultados, y muchos de ellos irán directo al escaparate de las vanidades, pero de nada servirán para la trascendencia.

Evaluando sólo resultados se puede arribar únicamente a falsas conclusiones que ayuden a malinterpretar la realidad.

Les cuento una historia un poco irreverente que alguna vez me contó un sacerdote amigo.

Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se llamaban Joaquín González. Uno era sacerdote de la parroquia y el otro taxista. Quiere el destino que los dos mueran el mismo día. Entonces llegan al cielo, donde los espera san Pedro.

—¿Tu nombre? —pregunta san Pedro al primero.

—Joaquín González.

—¿El sacerdote?

—No, no, el taxista.

San Pedro consulta su plantilla y dice:

—Bien, te has ganado el paraíso. Te corresponden estas túnicas labradas con hilos de oro y esta vara de platino con incrustaciones de rubíes. Puedes entrar…

—Gracias, gracias… —dice el taxista.

Pasan dos o tres personas más, hasta que le toca el turno al otro.

—¿Tu nombre?

—Joaquín González.

El sacerdote…

—Sí.

—Muy bien, hijo mío. Te has ganado el paraíso. Te corresponde esta bata de lino y esta vara de roble con incrustaciones de granito.

El sacerdote dice:

—Perdón, no es por desmerecer, pero debe haber un error. ¡Yo soy Joaquín González, el sacerdote!

—Sí, hijo mío, te has ganado el paraíso, te corresponde la bata de lino…

¡No, no puede ser! Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mi pueblo, ¡era un desastre como taxista! Se subía a las veredas, chocaba todos los días, una vez se estrelló contra una casa, conducía muy mal, arrasaba los postes de alumbrado, se llevaba todo por delante… Y yo me pasé setenta y cinco años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia, ¿cómo puede ser que a él le den la túnica con hilos de oro y la vara de platino y a mí esto? ¡Debe haber un error!

—No, no es ningún error —afirma san Pedro—. Lo que sucede es que aquí, en el cielo, nosotros nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las que hacen ustedes en la vida terrenal.

—¿Cómo? No entiendo…

Claro… Ahora nos manejamos por resultados… Mira, te lo voy a explicar en tu caso y lo entenderás enseguida: durante los últimos veinticinco años, cada vez que tú predicabas, la gente dormía; pero cada vez que él conducía, la gente rezaba. ¡¡Resultados!! ¿Entiendes ahora?

Evaluar la vida a partir de resultados es una postura demasiado menor como para tomársela en serio.

Privilegiando el resultado puedo con suerte, conquistar momentos de gloria; privilegiando en cambio el proyecto y el camino, ¡puedo canjear esos momentos de esplendor por ser feliz!

El sentido marca la dirección.

Y una dirección es mucho más que un resultado.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 109


Cuenta Osho que…

En tiempos de Buda, murió el único hijo de una mujer llamada Kisagotami.

Incapaz de soportar siquiera la idea de no volver a verlo, la mujer dejó el cadáver de su hijo en su cama y, durante muchos días, lloró y lloró implorando a los dioses que le permitieran morir a su vez.

Como no encontraba consuelo, empezó a correr de una persona a otra en busca de una medicina que la ayudara a seguir viviendo sin su hijo o, de lo contrario, a morir como él.

Le dijeron que Buda la tenía.

Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y preguntó:

—¿Puedes preparar una medicina que me sane este dolor o me mate para no sentirlo?

—Conozco esa medicina —contestó Buda—, pero para prepararla necesito ciertos ingredientes.

—¿Qué ingredientes? —preguntó la mujer.

—El más importante es un vaso de vino casero —dijo Buda.

—Ya mismo lo traigo —dijo Kisagotami.

Pero antes de que se marchase, Buda añadió:

—Necesito que el vino provenga de un hogar donde no haya muerto ningún niño, cónyuge, padre o sirviente.

La mujer asintió y, sin perder tiempo, recorrió el pueblo, casa por casa, pidiendo el vino. Sin embargo, en cada una de las casas que visitó sucedió lo mismo. Todos estaban dispuestos a regalarle el vino, pero al preguntar si había muerto alguien, ella encontró que todos los hogares habían sido visitados por la muerte. En una vivienda había muerto una hija; en otra, un sirviente; en otras, el marido o uno de los padres.

Ksagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera experimentado el sufrimiento de la muerte.

Al darse cuenta de que no estaba sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de su hijo y fue a ver a Buda. Se arrodilló frente a él y le dijo:

—Gracias… Comprendí.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 116


La felicidad, cualquiera sea nuestra definición, tiene que ver con una postura de compromiso incondicional con la propia vida: lo que soy y el sentido que le doy a mi existencia.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 119


Si de verdad no quieres vivir en un mundo lleno de expectativas, no vivas comparándote.
No evalúes lo que tienes basándote en lo que el otro tiene.
No te vuelvas loco por conseguir lo que el otro consiguió.
No permitas que tu realización personal dependa de los logros ajenos y no dejes que la elección de otros, por glamurosa y atractiva que parezca, sea lo que determine tu propio rumbo.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 143


¿Cómo se hace para saber si estoy eligiendo mi rumbo de acuerdo con lo que soy o si estoy actuando según lo que me dijeron que sea? ¿Es este camino el que yo quiero, el que a mí me satisface, el más congruente con lo que soy, o estoy tratando de complacer a alguien? Cuando uno se vuelve adulto debe contestar con claridad a estas dudas. Debe tomar la decisión de luchar contra toda su historia de condicionamientos. Debe ocuparse de reparar lo reparable, compensar lo que no lo sea y construir desde las cenizas de lo recibido un futuro de mejores oportunidades.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 144


Hay una historia que dicen que es verídica.
Aparentemente sucedió en algún lugar de África.

Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales de las entrañas de la tierra. De pronto, un derrumbe los dejó aislados del exterior sellando la salida del túnel. En silencio, cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el gran problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, como mucho tres horas y media.

Mucha gente de fuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como éste significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos. ¿Podrían hacerlo antes de que se terminara el aire?

Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran.

Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el suelo.

Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo. Incidentalmente, sólo uno de ellos tenía reloj. Hacia él iban todas las preguntas: ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora?

El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora, y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión. El jefe de mineros se dio cuenta de que, si seguían así, la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora.

Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina. Y cuando la primera media hora pasó, dijo: «Ha pasado media hora.» Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.

El hombre del reloj se dio cuenta de que, a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que les informó del paso de la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos.

No había manera de notar la diferencia, así que nadie siquiera desconfió.

Apoyado en el éxito del engaño, la tercera información la dio casi una hora después. Dijo: «Pasó otra media hora…» Y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, un ahora y media, y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo.

Así que siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba de que había transcurrido media hora.

La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder alcanzar el lugar antes de cuatro horas.

Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos.

Encontraron vivos a cinco de ellos.

Solamente uno había muerto de asfixia… El que tenía el reloj.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 145


No digo que la actitud positiva por sí misma sea capaz de conjurar la fatalidad o de evitar las tragedias. Sostengo que cada expectativa, por comprensible que sea, condiciona la manera en la cual cada uno se enfrenta a las dificultades.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 147



Todos los caminos son correctos si van en el rumbo elegido.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 149


… si no le puedes encontrar un sentido a tu vida, podría suceder que tu vida, con el tiempo, dejara de tener sentido.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 157


¿Hacia dónde vas?
Seguramente hay un rumbo
posiblemente y de muchas maneras
personal y único.
 
¿Hacia dónde vas?
Posiblemente haya un rumbo
seguramente y de muchas maneras
el mismo para todos.
 
¿Hacia dónde vas?
Hay un rumbo seguro
y de alguna manera posible.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 157


A veces, la gente me quiere convencer de que más allá de la idea de ser feliz, las relaciones importantes son aquellas donde uno es capaz de sacrificarse por el otro.
Como dije, entiendo, pero no estoy de acuerdo.
La verdad es que yo no creo que el amor sea un espacio de sacrificios.
No creo que sacrificarse por el otro garantice ningún amor, ni mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirme mi compromiso en la relación entre los dos.
En mi mundo, quizás un poco bizarro, el amor es un sentimiento que se realimenta en la capacidad para disfrutar juntos, y no una medida de cuánto estoy dispuesto a sufrir por ti; y mucho menos se evalúa midiendo y pesando aquello a lo que eres capaz de renunciar por mí.
Sería maravilloso que nuestro amor trascendiera gracias a la decisión que tomamos de recorrer juntos el camino disfrutando cada paso, tan intensamente como seamos capaces y dándonos cuenta de que nos sentimos más felices precisamente porque estamos juntos.
 
Claro que si yo nunca tengo ganas de hacer ninguna de las cosas que sé que te gustan, entonces algo debe de estar pasando en esta relación o estos afectos.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 168


No nos engañemos: el amor es uno solo y cada uno de nosotros tiene una sola manera de querer, la propia.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 169


… no nos engañemos: el amor es uno solo y cada uno de nosotros tiene una sola manera de querer, la propia. Para bien y para mal, esta forma de vivir, sentir y expresar el amor es, en gran medida, una repetición de la forma en la que hemos sido criados, educados y tratados.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 169


Si sé querer a mis padres en libertad y constructivamente, querré constructiva y libremente a todo el mundo.
Si soy celoso con mi esposa, lo seré también con mis amigos y con mis hijos.
Si soy posesivo, lo soy en todas mis relaciones, y más posesivo me vuelvo cuanto más cerca me siento.
Si soy asfixiante, cuanto más quiero, más asfixiante soy, y más anulador, si soy anulador.
Si he aprendido a mal querer, cuanto más quiera más daño haré.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 171


Alguna vez escribí que las consultas por problemas afectivos que recibe un terapeuta se podrían dividir en tres grandes grupos:
 
Las de aquellos que quieren ser queridos más de lo que son queridos, porque no les es suficiente lo que reciben.
 
Las de los que quieren dejar de querer a aquel que ya no les quiere, porque les es muy doloroso.
 
Y las de los que quisieran querer más a quien ya no quieren, porque todo sería más fácil.
 
En mi consultorio, lamentablemente, todos se enteraban de la misma mala noticia: no sólo no podemos hacer nada para que nos quieran, sino que tampoco podemos hacer nada para dejar de querer.
 
Qué fácil sería todo si se pudiera elevar el «quererómetro» apretando un botón y querer al otro más o menos de lo que uno lo quiere, o girar una canilla hasta conseguir equiparar el flujo de tu emoción con el mío.
Pero la realidad no es así.
La verdad es que no puedo, por mucho que me esfuerce, quererte más de lo que te quiero. No puedes, por mucho que así lo desees, quererme ni un poco más ni un poco menos de lo que me quieres.
Schopenhauer lo ilustra diciendo que se puede querer, pero no se puede querer cuanto uno quiere, ni como uno quiere ni lo que uno quiere querer.
Y si no podemos esto, menos aún podríamos ayudar a otros a que algo de eso les pase.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 177


Nos guste o no, la madurez significa, sobre todo, dejar atrás todo lo que ya no está.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 181


A veces, la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 184


Siempre tiene uno que dejar atrás las cosas que quedaron en el ayer, dejarlas ir siempre implica un proceso.
Lo que quedó atrás en el pasado ya no está aquí, ni siquiera, repito, ni siquiera si sigue estando…
 
Quiero decir, hace treinta años que estoy casado con mi esposa; yo sé que ella es siempre la misma, tiene el mismo nombre, el mismo apellido, la puedo reconocer, se parece bastante a la que era, pero también sé que no es la misma.
Desde muchos ángulos es totalmente otra.
Por supuesto que físicamente hemos cambiado ambos (yo mucho más que ella) pero, más allá de eso, cuando pienso en aquella mujer que era mi esposa, de alguna forma se me confronta con esta que hoy es.
En la mayoría de las cosas ésta me gusta mucho más que aquélla. Es maravilloso darme cuenta de cuánto ha crecido, me siento casi orgulloso de haber sido su cómplice.
Pero esto no quiere decir que yo no tenga que hacer un duelo por aquella mujer que ella fue.
Y fíjate que no estoy hablando de la muerte de nadie, ni del abandono de nadie, simplemente me refiero a alguien que era de una manera y que es hoy de otra.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 192


La depresión, en realidad, es la incapacidad de sentir grandes cosas, la imposibilidad de conectar con las emociones que anteceden a la acción.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 195


Estar de duelo

Desde que nos encontramos
nunca nos habíamos separado
ni por un momento.
Era un pacto sin palabras.
Nos deteníamos si el otro se detenía.
Acelerábamos si el otro apuraba el paso.
Tomábamos juntos el desvío si cualquiera de los dos
decidía hacerlo…
Y ahora te has ido.
No entiendo…
Éramos dos personas guiadas por un mismo deseo,
dos individuos con un único intelecto,
dos seres habitando en un solo cuerpo.
Y ahora de repente la soledad,
el silencio, el desconcierto…
Mi temor de que algo te haya pasado
va dejando lugar a una emoción diferente.
¿Y si hubieras decidido no seguir conmigo?
Después de un tiempo, me doy cuenta.
Nunca volverás.
Me siento: dividido, perdido, destrozado.
Mis pensamientos, por un lado; mis emociones, por otro;
mi cuerpo, paralizado;
mi alma y mi espíritu, como ausentes…
Levanto la vista y miro el camino hacia delante.
Desde donde estoy, el paisaje parece un lodazal.
No es lluvia lo que ha empapado la tierra.
Son lágrimas de otros que pasaron por este mismo
camino llorando también el dolor de una pérdida.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 195


Cuesta trabajo poder soltar lo que ya no tengo; poder desligarme y empezar a pensar en lo que sigue. De hecho esto es, para mí, el peor de los desafíos que implica ser un adulto sano, saber que puedo afrontar la pérdida de cualquier cosa.
Ésta es la fortaleza de la madurez, la certeza de que puedo afrontar todo lo que me pase, inclusive la idea de que alguna vez yo mismo no voy a estar, que no soy infinito, que hay un tiempo para mi paso por este lugar y por este espacio.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 199


Lacan, un hombre brillante con el que tengo muy pocas coincidencias evidentes y demasiadas coincidencias sustanciales, dijo algo fantástico respecto del duelo:
 
Uno llora a aquellos gracias a quienes es.
 
Y a mí me parece increíblemente sabio este pensamiento, esta idea.
Y aclaro que, a pesar de que parece que estamos hablando de muertes, esto no sucede sólo con el fallecimiento de alguien. Siempre que lloro por la pérdida de un compañero o una compañera de ruta, habrá un camino de lágrimas que transitar. Incluso en el caso de un divorcio (o sobre todo en el caso de un divorcio), incluso cuando sea yo quien aparentemente ha tomado la decisión.
Como señalamos al principio, no importa el tiempo compartido, no importa si te quitaron esto que lloras o no; si lo dejaste por algo mejor o por nada, no importa; el dolor de la pérdida es por la despedida de aquello —persona, cosa, situación o vínculo— gracias a quien, de alguna manera eres.
 
No tiene sentido querer seguir adelante sin elaborar un duelo después de una pérdida, no tiene sentido pretender que, una vez pasado lo peor, no quede siempre una cicatriz.
¿Cicatriz?
Sí.
¿Para siempre?
Para siempre.
Entonces… ¿No se supera?
Se supera, pero no se olvida.
 
Las cicatrices del cuerpo, cuando el proceso de curación es bueno, no duelen y, con el tiempo, se mimetizan con el resto de la piel y casi no se notan, pero si te fijas, están allí.
Cuando hablo de esto, me toco el muslo izquierdo y digo: «Aquí está, ésta es la cicatriz de la herida que me hice cuando me lastimé, yo tenía diez años. ¿Me duele? No, ni siquiera cuando me toco. No me duele nunca.» Pero si miro de cerca la cicatriz… está.
 
Cuesta trabajo poder soltar lo que ya no tengo; poder desligarme y empezar a pensar en lo que sigue. De hecho, esto es, para mí, el peor de los desafíos que implica ser un adulto sano, saber que puedo afrontar la pérdida de cualquier cosa.
Ésta es la fortaleza de la madurez, la certeza de que puedo afrontar todo lo que me pase, inclusive la idea de que alguna vez yo mismo no voy a estar, que no soy infinito, que hay un tiempo para mi paso por este lugar y por este espacio.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 198-199


Cuentan que…

Había una vez un derviche que era muy sabio y vagaba de pueblo en pueblo pidiendo limosna y repartiendo conocimientos en las plazas y los mercados del reino.
Un día, mientras mendigaba en el mercado de Ukbar, se le acercó un hombre y le dijo:
—Anoche estuve con un mago muy poderoso y él me dijo que viniera hoy aquí, a esta plaza. Me aseguró que me iba a encontrar con un hombre pidiendo limosna y que ese mendigo, a pesar de su aspecto miserable, me iba a dar un tesoro que iba a cambiar mi vida para siempre. Así que cuando te vi me di cuenta de que tú eras el hombre, nadie tiene peor aspecto que tú… Dame mi tesoro.
El derviche lo mira en silencio y mete la mano en una bolsa de cuero raído que trae colgando del hombro.
—Debe de ser esto —le dice… Y le acerca un diamante enorme.
El otro se asombra.
—Pero esta piedra debe de tener un valor increíble.
—¿Sí? Puede ser, la encontré en el bosque.
—Bien. Ésta es. ¿Cuánto te tengo que dar por ella?
—No tienes por qué darme algo por ella. ¿Te sirve la piedra? A mí no me sirve para nada, no la necesito, llévatela.
—¿Pero me la vas a dar así… a cambio de nada?
—Sí… sí. ¿No es lo que tu mago te dijo?
—¡Ah! Claro. Esto es lo que el mago me dijo… Gracias.
Muy confundido el hombre toma la piedra y se va.
Media hora más tarde vuelve.
Busca al derviche en la plaza hasta que lo encuentra y le dice:
—Toma tu piedra…
—¿Qué pasa? —pregunta el derviche.
—Toma la piedra y dame el tesoro —dice el hombre.
—No tengo nada más para darte —responde el derviche.
—Sí tienes… Quiero que me des la manera de poder deshacerte de esto sin que te moleste.
Dicen que el hombre permaneció al lado del derviche durante años hasta que aprendió el desapego.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 202-203


Siempre digo que la vida es una transacción no comercial, una transacción a secas donde uno da y recibe.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 205


El mundo está lleno de los que no saben dar nada y andan reclamando de todo.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 205


Es inútil aportar datos para explicar la magia, pero me atrevo al menos a establecer dos hechos que son necesarios para poder enamorarse:

1. Por un lado, el otro debe tener (o yo debo imaginar que tiene) una virtud o cualidad que yo sobrevaloro.
2. Y, por otro, yo tengo que estar en predisposición «enamoradiza». Quiero decir, dispuesto a perder el control racional de mis actos enamorándome.

Si bien este concepto parece estar en contra de nuestra idea de que enamorarme me pasa más allá de mi deseo, no sucede así antes del enamoramiento. Antes, si yo no estoy dispuesto a dejarme arrastrar por la pasión, si no estoy decidido a vivir descentrado, si me niego a perder el control, ese enamoramiento no sucede.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 223


Los celos tienen como motor principal las propias inseguridades y no el amor.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 226


Nadie puede obligar a nadie a quedarse donde no quiere. La gente que quiere irse y no se va, se queda porque no está dispuesta a pagar el precio.

Quizá, después de todo lo hablado, establecido y aprendido, sea hora de desterrar todas las mentiras y valorar realmente la relación que uno tiene con la persona que ha elegido como pareja para avanzar juntos hacia el proyecto común.

Porque…
Ahora que sé que no se ama una sola vez en la vida y para siempre, que mi pareja bien podría haberme dejado de amar o dejarme de amar mañana… Valoro que siga conmigo.
Ahora que sé que el sexo no necesariamente está ligado al amor y que, en realidad, ella podría elegir con quién va a tener relaciones sexuales… me alegra saber que quiera tener relaciones conmigo.
Ahora que sé que mi esposa podría estar amando a más de una persona a la vez, o que podría amar a otra persona… me gusta sentirme único o privilegiado.
Ahora que sé que se deja de amar y que ella elige y yo también… me alegra sentir que nos seguimos amando.

Jorge Bucay
Las 3 preguntas, página 227





















 


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