Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y
no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos
sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u
otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos
que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré. Nunca lo soporté. Miraba la
ciudad de Madrid y la irrealidad de sus calles y de sus casas y de sus seres
humanos me llagaba por todo mi cuerpo. He sido un eccehomo. No entendí la vida.
Las conversaciones con otros seres humanos se volvieron aburridas, lentas,
dañinas. Me dolía hablar con los demás: veía la inutilidad de todas las
conversaciones humanas que han sido y serán. Veía el olvido de las
conversaciones cuando estas aún estaban presentes. La caída antes de la caída.
La vanidad de las conversaciones, la vanidad del que habla, la vanidad del que
contesta. Las vanidades pactadas para que el mundo pueda existir.
Manuel Vilas
Ordesa, página 2
He sido un eccehomo. No entendí la vida.
Manuel Vilas
Ordesa, página 2
Veo lo que no fue hecho para la visibilidad, veo la muerte
en extensión y en fundamentación de la materia, veo la ingravidez global de
todas las cosas. Estaba leyendo a Teresa de Ávila, y a esa mujer le ocurrían
cosas parecidas a las que me ocurren a mí. Ella las llamaba de una manera, yo
de otra.
Manuel Vilas
Ordesa, página 3
Había en el año 2015 una tristeza que caminaba por todo el planeta
y entraba en las sociedades humanas como si fuera un virus.
Manuel Vilas
Ordesa, página 4
La Historia es también un cuerpo con remordimientos. Tengo
cincuenta y dos años y soy la historia de mí mismo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 4
Todos somos pobre gente, metidos en el túnel de la existencia.
La existencia es una categoría moral. Existir nos obliga a hacer, a hacer
cosas, lo que sea.
Manuel Vilas
Ordesa, página 5
Si de algo me he dado cuenta en la vida es de que todos los
hombres y las mujeres somos una sola existencia. Esa sola existencia algún día
tendrá una representación política, y ese día daremos un paso adelante. Yo no
lo veré. Hay tantas cosas que no veré y que estoy viendo ahora mismo. Siempre
vi cosas. Siempre me hablaron los muertos. Vi tantas cosas que el futuro acabó
hablando conmigo como si fuésemos vecinos o incluso amigos. Estoy hablando de
esos seres, de los fantasmas, de los muertos, de mis padres muertos, del amor
que les tuve, de que no se marcha ese amor. Nadie sabe qué es el amor.
Manuel Vilas
Ordesa, página 5
La vida de un hombre es, en esencia, el intento de no caer
en la ruina económica.
Manuel Vilas
Ordesa, página 8
Mi padre fue quemado en un horno de gasoil. Él nunca
manifestó ningún deseo de lo que quería que hiciéramos con su cadáver. Nos
limitamos a quitarnos de encima el muerto (el cuerpo yacente, aquello que había
sido y ahora no sabíamos qué era), como hace todo el mundo. Como harán conmigo.
Cuando muere alguien, nuestra obsesión es borrar el cadáver del mapa. Extinguir
el cuerpo. Pero por qué tanta prisa. ¿Por la corrupción de la carne? No, porque
ahora hay neveras muy avanzadas en el depósito de cadáveres. Nos espanta un
cadáver. Nos espanta el futuro, nos espanta aquello en lo que nos
convertiremos. Nos aterroriza la revisión de los lazos que nos unieron a ese
cadáver. Nos asustan los días pasados al lado del cadáver, el montón de cosas
que hicimos con ese cadáver: ir a la playa, comer con él, viajar con él, cenar
con él, incluso dormir con él.
Manuel Vilas
Ordesa, página 11
También me doy cuenta en este instante de que en mi vida no
han sucedido grandes cosas, y sin embargo llevo dentro de mí un hondo
sufrimiento. El dolor no es en absoluto un impedimento para la alegría, tal
como yo entiendo el dolor, pues para mí está vinculado a la intensificación de
la conciencia. El sufrimiento es una conciencia expandida que alcanza a todas
las cosas que han sido y serán. Es una especie de amabilidad secreta con todas
las cosas. Cortesía con todo lo que fue. Y de la amabilidad y la cortesía nace
siempre la elegancia. Es una forma de conciencia general. El sufrimiento es una
mano tendida. Es amabilidad hacia los otros. Mientras sonreímos, por dentro
desfallecemos. Si elegimos sonreír en vez de caernos muertos en medio de la
calle es por elegancia, por ternura, por cortesía, por amor a los otros, por
respeto a los otros.
Manuel Vilas
Ordesa, página 12
Era un compendio de todas las enfermedades que tuvieran
nombre. Había convertido en enfermedad no grave su propia conciencia de la
vida. Sus enfermedades no eran mortales, eran pequeños suplicios cotidianos.
Eran sufrimiento, sin más.
Manuel Vilas
Ordesa, página 15
Las ganas de vivir siempre son confusas: comienzan con un
estallido de alegría y acaban en un espectáculo de vulgaridad. Somos vulgares,
y quien no reconozca su vulgaridad es aún más vulgar. El reconocimiento de la
vulgaridad es el primer gesto de emancipación hacia lo extraordinario.
Manuel Vilas
Ordesa, página 22
Siempre me viene bien oír esa voz. Es una voz que procede de
mi interior, pero parece una tercera persona. La tercera persona que va en mí.
Manuel Vilas
Ordesa, página 23
Madrid parece el corazón de una bestia.
Manuel Vilas
Ordesa, página 24
Son marido y mujer, y eso me produce cierta compasión hacia ellos.
Es normal sentir compasión por los matrimonios, especialmente por los
matrimonios que comienzan a acumular años de vínculo conyugal, porque todos
sabemos que el matrimonio es la más terrible de las instituciones humanas, pues
requiere sacrificio, requiere renuncia, requiere negación del instinto,
requiere mentira sobre mentira, y a cambio da la paz social y la prosperidad
económica.
Manuel Vilas
Ordesa, página 25
Me convierto en mis adentros en una tercera persona, y me
doy a mí mismo este sobrenombre: el hombre de la falsa corbata.
Manuel Vilas
Ordesa, página 27
Mi padre te quiso, Coliflor. Yo no. Yo no entonces, ahora
sí, Coliflor. Porque tus ojos, que en este instante los recuerdo, eran buenos,
y la mala suerte no debería apartarnos nunca a la hora de fijar nuestra mirada
en el cielo, rindiendo agradecimientos por haber contemplado los suspiros de
todos los hombres encadenados en el aire.
Manuel Vilas
Ordesa, página 39
El miedo, siempre con el miedo, como una peste encima.
Manuel Vilas
Ordesa, página 40
La confesión de la pobreza en España parece una inmoralidad,
algo repudiable, una afrenta. Y, sin embargo, es lo que hemos sido casi todos.
Manuel Vilas
Ordesa, página 44
Mi padre fue un artista del silencio. Sin embargo, me trajo
una bata. Me regaló una bata. Cuando llevé la bata al piso me eché a llorar. No
la había comprado él, naturalmente; la había comprado mi madre. En aquella bata
azul marino, de algodón, recia para el invierno, estaba contenida toda la
ternura de mi madre. Esa bata era el símbolo del arraigo. Y sin embargo tenía
que depositar esa bata en una habitación extranjera, en un lugar hostil. Lloré.
Intenté guardar la bata en un sitio en donde no tocase ningún elemento material
de aquella habitación. Todo en aquella habitación era impuro. Me quedé mirando
la bata como quien mira el amor absoluto, o como quien mira una provincia del
amor amenazado. Sabía que mi madre y yo nos estábamos diciendo adiós. Un adiós
no verbal, sin palabras. El tiempo de nuestras vidas empezaba a discurrir ya
por caminos distintos. Nos estábamos despidiendo. Nunca más volveré a sentir
aquella ternura, y da igual, y eso siento ahora: que da igual; y esa es la
grandeza de la vida: no hay ninguna razón ni para el llanto ni para la
condenación. Lo que me unía a mi madre era y sigue siendo un misterio que tal
vez consiga descifrar un segundo antes de mi muerte. O tal vez no, porque la
fealdad del morir puede muy bien ser el único misterio. Quisiera salvar aquella
ternura, la ternura con que mi madre me ayudaba a hacer la maleta cuando me
marchaba de Barbastro a Zaragoza en aquellos años, en 1980, en 1981, en 1982,
las cosas que me ponía dentro de la maleta, cómo me ayudaba con la ropa, cómo
me ponía comida en unos tarros de cristal, y yo luego me quedaba mirando todo
aquello y me vencía el desamparo. En realidad, todo esto tiene que ver con la
pobreza. Era la pobreza —lo pobres que éramos— lo que me hacía temblar de
miedo. Y al miedo me dio por llamarlo ternura. Si hubiéramos sido ricos, todo
habría ido mejor, y esa es la verdad de todas las cosas. Si mis padres hubieran
tenido dinero, me habría ido mejor. Pero no tenían nada, absolutamente nada. La
confesión de la pobreza en España parece una inmoralidad, algo repudiable, una
afrenta. Y, sin embargo, es lo que hemos sido casi todos. Fuimos pobres, pero
con encanto.
Manuel Vilas
Ordesa, página 43
Si el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona se
desvanecieran, España se convertiría en un agujero negro. La gravedad de España
son dos clubes de fútbol.
Manuel Vilas
Ordesa, página 50
El terror es ver el fuselaje del mundo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 51
La vida de un ser humano es la construcción de relieves que
la muerte y el tiempo acabarán alisando. Uno de esos relieves reside en el
descubrimiento de que no existen dos seres humanos iguales. Allí nace el deseo
de promiscuidad. Todas las mujeres son distintas. Y eso atenta contra el amor
platónico. A la edad que yo tengo no diré que el sexo no sea importante, pero es
como si dentro del sexo de repente descubrieras una dimensión que no es de
carácter corporal, no es de carácter estrictamente libidinoso. Es Eros, sí, una
ordenación del espíritu, que se basa en la codicia de los detalles de aquello
que amas. Es una inclinación que te lleva hacia la belleza. Vas de la lujuria a
la belleza por un camino lleno de árboles frondosos, y esos árboles son tus
años, los años cumplidos.
Manuel Vilas
Ordesa, página 54
La verdad es lo más interesante de la literatura. Decir todo
cuanto nos ha pasado mientras hemos estado vivos. No contar la vida, sino la
verdad. La verdad es un punto de vista que enseguida brilla por sí solo. La
mayoría de la gente vive y muere sin haber presenciado la verdad. Lo cómico de
la condición humana es que no necesita la verdad. Es un adorno la verdad, un
adorno moral. Se puede vivir sin la verdad, pues la verdad es una de las formas
más prestigiosas de la vanidad.
Manuel Vilas
Ordesa, página 54
… la muerte de una relación es en realidad la muerte de un
lenguaje secreto. Una relación que muere da origen a una lengua muerta.
Manuel Vilas
Ordesa, página 55
Los niños obligados a ser hombres serán siempre no
culpables.
Manuel Vilas
Ordesa, página 56
El mayor misterio de un hombre es la vida de aquel otro
hombre que lo trajo al mundo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 61
Busco volver a la paz de no ser.
Manuel Vilas
Ordesa, página 61
Todo alcohólico llega al momento en que debe elegir entre
seguir bebiendo o seguir viviendo. Una especie de elección ortográfica: o te
quedas con las bes o con las uves. Y resulta que acabas amando mucho a tu
propia vida, por insípida y miserable que sea. Hay otros que no, que no salen,
que mueren. Hay muerte en el sí al alcohol y en el no al alcohol. Quien ha
bebido mucho sabe que el alcohol es una herramienta que rompe el candado del
mundo. Acabas viéndolo todo mejor, si luego sabes salir de allí, claro.
Manuel Vilas
Ordesa, página 63
Me adentraba en los bosques. Volví a tocar la vida. Viajé
hasta Ordesa, y me quedé contemplando las montañas. Vi con claridad los errores
de mi vida y me perdoné a mí mismo todo cuanto pude, pero no todo. Aún
necesitaba tiempo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 67
Ven, ven a esconderte aquí con mamá, dale la mano a mamá, el
mundo es malo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 101
Cuanto más pobre se es en España, más se ama la Navidad.
Manuel Vilas
Ordesa, página 110
Estaba buscando la presencia de mi madre en todas partes; no
había salido de la niñez: tenía mucho miedo. ¿La presencia de quién? Llamo
madre al misterio general de la vida. Madre es la muerte viva. Llamo madre al
Ser. Soy un alma primitiva. Si mi madre no estaba, el mundo era hostil.
Manuel Vilas
Ordesa, página 116
Cecilia despierta en mí visiones que no sabía que estaban en
mi cerebro: son líquidos los límites de la memoria.
Manuel Vilas
Ordesa, página 129
Los busco ahora entre los muertos, y mi mano se llena de
ceniza y excrementos, y esos son los emblemas y la heráldica de la clase
trabajadora universal: ceniza y excrementos. Y olvido.
Manuel Vilas
Ordesa, página 129
¿Qué hago yo en la noche del mundo si no puedo poseer la
primera noche de mi mundo?
Manuel Vilas
Ordesa, página 129
Mi madre me decía: «No la toques, no la toques». Cecilia
tenía un cáncer debajo de sus ropas negras, en el costado. Yo imaginaba el
cáncer como algo blanco escondido en la ropa negra de Cecilia, el cáncer como
una rata blanca que se comía los brazos de la gente. Nunca hablamos del cáncer
de Cecilia. Ella está muerta, pero tal vez su peregrinaje hacia la purificación
no terminará hasta mi muerte. También puedo pensar en mi muerte. ¿Cuánto puede
quedarme? La gente no piensa en eso, porque eso no puede ser pensado, no hay
contenido allí, no hay nada, sobre todo no hay cortesía social. Sin embargo,
hay un número esperando: cinco años, tres días, seis meses, treinta años, tres
horas. Hay un número allí, esperando cumplirse. Y ese número se cumplirá.
Porque todos llevamos encima ese número. Parece una sangrienta ironía de Dios.
El gusto por los números. Mi padre vivió setenta y cinco años. Los números
simbolizan bien las vidas. La gente hace sus cálculos cuando pregunta los años
de un muerto recién muerto. Morir con menos de veinte años casi no es morir,
porque no ha habido vida. Morir con menos de cincuenta años es triste. Mi padre
eligió un número misterioso: 75. No son muchos, pero tampoco son escasos.
Parece una frontera. Parece un buen número. Parece un número esotérico. Es como
una linde. Un irse antes de la decrepitud, justo antes. Pero no demasiado
antes. La noche en que murió me quedé pensando en ese número, intentando
averiguar si mi padre quería comunicarme algo a través de ese número. Todas mis
claves cibernéticas llevan el 75. Hay una perfección en ese número. Podría
haber vivido diez años más perfectamente, incluso quince. Pero podía haber
muerto a los sesenta y cinco, a los sesenta y ocho, o a los setenta y tres.
Eligió un número hermético y lleno de mensajes, de cataratas de mensajes, una
sinfonía de símbolos.
Manuel Vilas
Ordesa, página 130
Si la llevaba en el corazón, lo hacía en silencio.
Manuel Vilas
Ordesa, página 131
Llevo mucho tiempo sin beber. En España, la ayuda que recibe
un exalcohólico es facilitarle que vuelva a beber. Yo creo que en España no
existe el perdón de los pecados. De ahí que al final nadie pueda salir del
alcohol en España, de ahí la expectación que despierta un exalcohólico español:
a ver cuándo cae, a ver cuándo vuelve a beber. Dará gusto verlo caer otra vez.
Ya de esta última no se levantará. Y aplaudiremos. Y diremos: «Se veía venir».
Ese es el misterio de España por el que se preguntan los historiadores y se
preguntan los hombres de buena voluntad y se preguntan los escritores
inteligentes y se preguntan los intelectuales honestos: ver caer a la gente,
eso nos pone a mil. No somos buena gente entre nosotros. Cuando salimos fuera
parecemos buena gente, pero entre nosotros nos acuchillamos. Es como un
atavismo: el español quiere que mueran todos los españoles para quedarse solo en
la península ibérica, para poder ir a Madrid y que no haya nadie, para poder ir
a Sevilla y que no haya nadie, para poder ir a Barcelona y que no haya nadie. Y
yo lo entiendo, porque soy de aquí. El último español, cuando todos los demás
españoles estén ya muertos, será feliz al fin.
Manuel Vilas
Ordesa, página 136
Cuánto estaría dispuesto a pagar ahora mismo por volver a
sentir aquella inocencia.
Manuel Vilas
Ordesa, página 137
Era un hombre libre, vivía para sus placeres tranquilos.
Manuel Vilas
Ordesa, página 156
No me apetece quedar con nadie, porque estoy conmigo mismo,
porque he quedado conmigo mismo, porque me ocupa mucho estar conmigo. Es una
adicción estar conmigo mismo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 158
Las nubes enmudecen a tu paso hacia el olvido absoluto.
Manuel Vilas
Ordesa, página 158
Mi nostalgia es nostalgia de un mundo sin miedo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 181
Supe que el Mediterráneo era un mar especial por el amor que
le profesaba mi madre. Estar junto al Mediterráneo fue su paraíso. El
Mediterráneo fue su única patria.
Manuel Vilas
Ordesa, página 183
Se pueden distinguir dos clases de hombres: los que
blasfeman y los que no. Los que blasfeman suelen estar desesperados, y sufren
como condenados. Y los que no blasfeman también.
Manuel Vilas
Ordesa, página 187
Mi existencia camina hacia los hechos intrigantes, y en la
intriga parece haber gravedad.
Manuel Vilas
Ordesa, página 206
La gente no sabe lo divertido que es cambiarte tu fecha de
nacimiento, o tus apellidos. No es un juego ni una frivolidad, es un desafío
contra las leyes humanas. Es también un deseo de intemperie. Es, al final, la
desafección por las leyes de la realidad social que rigió la mirada de mi
madre. Esa desafección la he heredado. Las meticulosas leyes humanas —como a mi
madre— me son indiferentes. Todo lo que ha construido la civilización me es
indiferente. No es arrogancia, todo lo contrario; tampoco es una inapetencia
despectiva; es más bien dolor. Llegas a la indiferencia por la senda del dolor,
de la vacuidad, de la falta de gravedad. Como mi madre, me he quedado solo con
la veneración del sol, ese que entra todas las mañanas en el apartamento de
Ranillas y rompe mis ojos. El sol nos deja ciegos para todo lo que no es el
sol. Miraremos el sol juntos alguna vez de nuevo. La verdad está siempre en
constante transformación, por eso es difícil decirla, señalarla. Más bien
siempre está huyendo. Más bien lo importante es reflejar su continuo
movimiento, su irregular y desacomplejada metamorfosis. No, mamá, no volveremos
a mirar juntos el sol jamás. Pasarán millones de años y seguiremos sin vernos.
Manuel Vilas
Ordesa, página 208
Mi madre sabía perfectamente que todo se repetiría. Ella
hacía cenas y comidas. Yo hago cenas y comidas. Las mías peores, claro, porque
ella sabía cocinar. En ese retorno, en ese regreso de los actos gemelos hay un
éxtasis que me enloquece. Está viniendo ella así, mi madre, a través de su
vaticinio. No viene a decirme: «Tus hijos te tratan como tú me trataste», no,
no viene a decirme eso, sino que ha encontrado un camino de vuelta hacia mí.
Viene a decirme esto: «Te querré siempre, sigo aquí». Y ese es el portento. El
portento es que ya sabía, en vida, de la existencia de ese camino, ya lo
conocía. Es el camino de la brujería, un camino primitivo. Cuando me decía hace
unos años: «Mira que, si no vienes a verme, tus hijos harán lo mismo contigo»,
lo que en realidad me estaba diciendo era: «Cuando esté muerta, volveré a ti
por ese camino, ese camino flanqueado de árboles frondosos y de luz del mes de
junio, con el ruido de los ríos cerca, cuando esté muerta seguiré estando
contigo a través de nuestras soledades, la tuya y la mía; el camino, míralo, es
un camino, un soleado camino, el camino de los muertos». Cada vez que Bra y
Valdi no vienen a cenar conmigo, regresa Wagner a través del camino, toda
difunta, toda deteriorada, toda cadáver, con la amarillenta orquesta del eterno
retorno de lo mismo.
Manuel Vilas
Ordesa, página 210
Reformar el pasado es imposible, pero tal vez no.
Manuel Vilas
Ordesa, página 215
… la vida es absurda, por eso es tan bella.
Manuel Vilas
Ordesa, página 277
Las tumbas son un lugar donde rememorar lo que ya no tiene
tiempo, pero sí espacio, aunque sea un espacio óseo. Los huesos son importantes
porque son materia que resiste.
Manuel Vilas
Ordesa, página 231
Puede que un hombre acabe al final por enamorarse de su
propia vida. Eso es lo que me está pasando, me lleva pasando desde hace unos
meses. Mi alma vuelve a las regiones de la ebriedad del enamoramiento. La
ebriedad la llevas de nacimiento. Lo que no podía imaginar es esta
reconciliación conmigo mismo. Igual eso fue lo que encontró Rachma: que estaba
mucho mejor solo que con familia. Porque puede que al final quien acabe
derrotada sea la soledad. Y puede que al final descubras que el único ser
humano que no es un coñazo absoluto eres tú mismo. Tal vez eso sea la
excelencia de la identidad: llegar a bastarte para todo; si organizas una
fiesta, viene un invitado importantísimo, y ese invitado eres tú mismo; si
contraes matrimonio, estás locamente enamorado de tu pareja porque tu pareja
eres tú mismo; si mueres y resucitas y ves a Dios, tu perplejidad es grande
porque estás viendo tu propio rostro. Y tiene gracia que sea yo el que diga
estas fantasías; justamente yo, que soy incapaz de estar solo ni quince
minutos, los quince minutos que dura la carrera de un taxi.
Manuel Vilas
Ordesa, página 241
Ya no me satisface la compañía de ningún ser humano. Amo a
los seres humanos, pero no me apetece estar con ellos. Es como si hubiera
descubierto la constelación Rachma. Es como haber comprendido que la soledad es
una ley de la física y de la materia, una ley que enamora. Es la ley de las
montañas. La ley de Ordesa. La niebla sobre las cumbres. Las montañas.
Manuel Vilas
Ordesa, página 242
Todo lo que hiciste para mí es ya sagrado. Todo cuanto te vi
hacer para mí es la sangre misma de la vida. Todo lo recuerdo. Todo se guarda
en mi corazón. Los cuarenta y tres años que estuvimos juntos en alguna parte
tendrán que vivir. ¿Qué pasó durante esos cuarenta y tres años?
Manuel Vilas
Ordesa, página 246
La familia es un murmullo de enfermedades nunca aclaradas.
Manuel Vilas
Ordesa, página 246
Son jóvenes los dos y se disponen a llamarme de entre la
oscuridad. No soy. Nunca he sido. Sin embargo, fui presentido por todas las
cosas hace millones de años. Todos hemos sido presentidos. Puedo viajar en el
tiempo y ver cómo Juan Sebastián acaricia y besa a Wagner y yo estoy allí,
esperando a que se me convoque. En su placer está mi origen, en su melancolía
tras el amor está la creación de la insaciabilidad de mi espíritu.
Manuel Vilas
Ordesa, página 251
Noche que sigues viva. No te marchas. Bailas conmigo una
danza de amor.
Manuel Vilas
Ordesa, página 253
Ojalá existiera un fuego que extinguiese lo que soy.
Porque da igual que sea bueno o malo lo que soy.
Extinguir, extinguir, extinguir lo que soy, esa es la
Gloria.
Manuel Vilas
Ordesa, página 256
Son dos verdades distintas, pero las dos son verdades: la
del libro y la de la vida. Y juntas fundan una mentira.
Manuel Vilas
Ordesa, página 276
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