La filosofía estoica de la vida tal vez sea antigua, pero
merece la atención de cualquier individuo moderno que desee una vida a un
tiempo plena y significativa; que desee, en otras palabras, tener una buena
vida.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 10
Este libro ha sido escrito para aquellos que buscan una
filosofía de vida. En las siguientes páginas centro mi atención en una
filosofía que me ha resultado útil y que sospecho que muchos lectores también
encontrarán útil. Es la filosofía de los antiguos estoicos. La filosofía
estoica de la vida tal vez sea antigua, pero merece la atención de cualquier
individuo moderno que desee una vida a un tiempo plena y significativa; que
desee, en otras palabras, tener una buena vida. Dicho de otro modo, este libro
ofrece consejos sobre cómo debería vivir la gente. Más exactamente, abriré el
cauce para los consejos ofrecidos por los filósofos estoicos hace dos mil años.
Mis colegas filósofos son generalmente reacios a hacerlo, pero, una vez más, su
interés en la filosofía es fundamentalmente «académico»; su investigación es,
sobre todo, teórica o histórica. Mi interés en el estoicismo, por contraste, es
resueltamente práctico: mi objetivo es poner en práctica esta filosofía en mi
vida y animar a otros a introducirla en la suya. Los antiguos estoicos, creo,
habrían alentado ambas iniciativas, pero también habrían insistido en que la
principal razón para estudiar el estoicismo es que podemos ponerlo en práctica.
Otro aspecto destacable es que, aunque el estoicismo es una filosofía, tiene un
significativo componente psicológico. Los estoicos se dieron cuenta de que una
vida asolada por emociones negativas —entre ellas, la ira, la ansiedad, el
miedo, la tristeza y la envidia— no será una buena vida. Así pues, se
convirtieron en agudos observadores del devenir de la mente humana y como
resultado llegaron a ser algunos de los psicólogos más perspicaces del mundo
antiguo. Lograron desarrollar técnicas para evitar el inicio de emociones
negativas y para extinguirlas cuando fracasaran los intentos de prevención.
Incluso aquellos lectores recelosos de la especulación filosófica deberían
interesarse en estas técnicas. Después de todo, ¿quién de nosotros no querría
reducir el número de emociones negativas que experimentamos en la vida
cotidiana?
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 10
En mi investigación sobre el deseo, descubrí el acuerdo,
casi unánime entre personas reflexivas, de que será poco probable que vivamos
una vida significativa a menos que superemos nuestra insaciabilidad. También
había acuerdo en que una forma maravillosa de dominar nuestra tendencia a
querer siempre más es convencernos de que nos gustan las cosas que ya tenemos.
Parecía una intuición importante, pero dejaba abierta la cuestión de cómo
llevarlo a cabo exactamente. Me agradó comprobar que los estoicos tenían una
respuesta a esta pregunta. Desarrollaron una técnica muy sencilla que, al
ponerla en práctica, nos hace sentirnos a gusto, aunque sea por un tiempo, con
la persona que somos, viviendo la vida que nos ha tocado vivir, casi
independientemente de lo que esa vida podría ser.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 13
Tras conocer el estoicismo, empecé, de una forma
experimental, discreta, a darle la oportunidad de ser mi filosofía de vida. El
experimento ha tenido el éxito suficiente como para sentirme obligado a
informar de mis descubrimientos al mundo en su conjunto, en la creencia de que
otros podrán beneficiarse del estudio de los estoicos y adoptar su filosofía de
vida.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 14
Muchos lectores se preguntarán si el estoicismo es
compatible con sus creencias religiosas. En el caso de la mayoría de las
religiones, creo que sí. En concreto, los cristianos percibirán que las
doctrinas estoicas concuerdan con su punto de vista religioso. Por ejemplo,
compartirán el deseo estoico de alcanzar la serenidad, aunque los cristianos la
llamarán paz. Apreciarán el mandamiento de Marco Aurelio de «amar a la
humanidad». Y al tropezarse con la observación de Epicteto, según la cual
algunas cosas son para nosotros y otras no, y, si tenemos buen sentido,
concentraremos nuestra energía en las cosas que nos corresponden, los
cristianos recordarán la «oración de la serenidad», a menudo atribuida al
teólogo Reinhold Niebuhr.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 16
Aunque las escuelas de filosofía son cosa del pasado, la
gente necesita más que nunca una filosofía de vida. La pregunta es: ¿adónde
pueden ir para obtener una?
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 23
Cuando alguien le dijo a Epicteto —que, pese a ser estoico,
estaba familiarizado con la escuela cínica— que contemplaba la posibilidad de
unirse a los cínicos, este explicó lo que eso significaba: «Tendrás que
desprenderte de la voluntad de poseer, y tendrás que evitar solo lo que cae en
el ámbito de tu voluntad: no deberás abrigar indignación, ira, envidia, piedad;
una buena criada, un nombre honrado, favoritos o dulces pasteles no han de significar
nada para ti». Un cínico explicó: «Ha de poseer un espíritu tan paciente que
los demás lo perciban tan indiferente como una piedra. El vilipendio, los
golpes o los insultos no son nada para él».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 29
La ética era el tercer y más importante componente del
estoicismo de Zenón. La concepción estoica de la ética difiere de nuestras
ideas modernas, como los lectores advertirán. Pensamos en la ética como en un
estudio del bien y del mal moral. Un experto en ética moderno se preguntaría,
por ejemplo, si el aborto es moralmente permisible, y si es así, en qué
circunstancias. La ética estoica, en cambio, es lo que conocemos como ética
eudemonista, del griego eu, que significa «bueno», y daimon, «espíritu». No tiene
que ver con el bien y el mal moral, sino con poseer un «buen ánimo o espíritu»,
es decir, con vivir una vida buena y feliz o con lo que a veces se ha llamado
sabiduría moral.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 33
Para ellos, la virtud de una persona no depende, por
ejemplo, de su historia sexual. Por el contrario, depende de su excelencia como
ser humano: hasta qué punto encarna la función para la que los seres humanos
fueron concebidos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 34
Si vivimos en perfecta armonía con la naturaleza —es decir,
si somos perfectos en nuestra práctica del estoicismo— seremos lo que los
estoicos llaman un sabio. Según Diógenes Laercio, un sabio estoico está «libre
de toda vanidad, pues es indiferente al insulto y al elogio». No siente
aflicción, porque la aflicción es «una contracción irracional del alma». Su
conducta es ejemplar. No permite que nada le impida cumplir con su deber.
Aunque beba vino, no lo hace para emborracharse. En pocas palabras, el sabio
estoico es «semejante a los dioses».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 35
Hemos de recordar que, al inventar el estoicismo griego, el
propio Zenón mezcló y combinó elementos (al menos) de tres escuelas filosóficas
diferentes: la cínica, la megárica y la Academia.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 40
Los estoicos romanos más importantes —y aquellos de los que,
en mi opinión, más puede aprender el individuo moderno— fueron Séneca, Musonio
Rufo, Epicteto y Marco Aurelio. La contribución que los cuatro hicieron al
estoicismo romano fue en gran medida complementaria. Séneca fue el mejor
escritor de todos ellos, y sus ensayos y cartas a Lucilio constituyen una
introducción accesible al estoicismo romano. Musonio es notable por su
pragmatismo: ofreció consejos detallados a los estoicos practicantes respecto a
cómo debían comer, qué deberían vestir, cómo debían comportarse con sus padres
e incluso cómo conducir su vida sexual. La especialidad de Epicteto era el
análisis: entre otras cosas, explicó por qué la práctica del estoicismo podía
aportarnos serenidad. Por último, en las Meditaciones de Marco Aurelio,
escritas como una suerte de diario, nos enteramos de los pensamientos de un
estoico practicante: observamos su búsqueda de soluciones estoicas para los
problemas de la vida cotidiana, así como para las cuestiones a las que se
enfrentaba como emperador.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 41
A lo largo de los milenios y en diversas partes del mundo,
quienes han pensado minuciosamente en los entresijos del deseo han admitido
esta realidad: la forma más fácil de conquistar la felicidad es aprender a
desear las cosas que ya tenemos. Este consejo es fácil de exponer e
indudablemente cierto; la cuestión es aplicarlo a nuestra vida. Después de
todo, ¿cómo convencernos de desear lo que ya tenemos?
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 58
Los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein han
estudiado este fenómeno y le han dado un nombre: adaptación hedónica. Para
ilustrar este proceso de adaptación, remiten a los estudios sobre los ganadores
de la lotería. Ganar la lotería normalmente permite a alguien vivir la vida de
sus sueños. Sin embargo, resulta que, tras un periodo inicial de euforia, los
ganadores de la lotería acaban con un nivel de felicidad equivalente al que
tenían antes del premio. Se acostumbran a su nuevo Ferrari y a su nueva casa,
tal como antes estaban acostumbrados a su camioneta oxidada y a su pequeño
apartamento. Una forma menos dramática de adaptación hedónica tiene lugar
cuando compramos. Al principio disfrutamos del televisor de pantalla ancha o
del bolso de cuero. Sin embargo, después de un tiempo los desdeñamos y deseamos
una pantalla aún más grande y un bolso todavía más extravagante. También
experimentamos la adaptación hedónica en nuestra carrera. Una vez soñamos con
conseguir cierto trabajo. En consecuencia, trabajamos duro en la universidad y
quizá en la escuela de posgrado para encaminarnos hacia nuestro objetivo, y en
ese camino invertimos años de lentos pero firmes progresos en pos de nuestro
objetivo laboral. Al conseguir el trabajo de nuestros sueños, nos sentimos
felices, pero es probable que en poco tiempo estemos insatisfechos. Nos
quejamos de nuestro sueldo, de nuestros compañeros y de la incapacidad de
nuestro jefe para reconocer nuestro talento. También experimentamos la
adaptación hedónica en nuestras relaciones. Conocemos al hombre o a la mujer de
nuestros sueños, y después de un noviazgo tumultuoso acabamos por casarnos con
él o con ella. Vivimos un periodo de matrimonio feliz, pero a continuación descubrimos
los defectos de nuestra pareja y poco después fantaseamos con iniciar una
relación con otra persona. Como resultado del proceso de adaptación, la gente
se encuentra en un constante proceso de satisfacción. Son infelices cuando
detectan un deseo no cumplido en su interior. Trabajan duro para cumplir ese
deseo, con la creencia de que al alcanzarlo se verán satisfechos. Sin embargo,
el problema es que una vez cumplido el deseo, se adaptan a su presencia en su
vida y como resultado dejan de desearlo, o en todo caso no les parece tan
deseable como en el pasado. Acaban tan insatisfechos como antes de cumplir el
deseo. Así pues, una clave para la felicidad es evitar el proceso de
adaptación: tenemos que dar pasos para impedir que, una vez conseguidas, demos
por sentadas las cosas por las que nos hemos esforzado tanto. Como
probablemente no hemos dado estos pasos en el pasado, sin duda hay muchas cosas
en nuestra vida a las que nos hemos adaptado, cosas que una vez soñamos tener,
pero a las que ahora nos hemos acostumbrado, incluyendo, tal vez, nuestra
pareja, nuestros hijos, nuestra casa y nuestro trabajo. Esto implica que además
de encontrar un camino para evitar el proceso de adaptación, hemos de hallar la
manera de revertirlo. En otras palabras, necesitamos encontrar en nuestro
interior una técnica para desear aquello que ya tenemos. A lo largo de los
milenios y en diversas partes del mundo, quienes han pensado minuciosamente en
los entresijos del deseo han admitido esta realidad: la forma más fácil de conquistar
la felicidad es aprender a desear las cosas que ya tenemos. Este consejo es
fácil de exponer e indudablemente cierto; la cuestión es aplicarlo a nuestra
vida. Después de todo, ¿cómo convencernos de desear lo que ya tenemos?
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 57
¿Qué significa vivir cada día como si fuera el último?
Algunas personas creen que ello implica vivir salvajemente y perpetrar todo
tipo de excesos hedonistas. Después de todo, si este es nuestro último día, no
pagaremos ningún precio por nuestro desenfreno. Podemos tomar drogas sin temor
a la adicción. Podemos gastar dinero con imprudente generosidad, sin
preocuparnos por cómo pagaremos las facturas que llegarán mañana. Sin embargo,
esto no es lo que los estoicos tienen en mente cuando nos aconsejan vivir cada
día como si fuera el último. Para ellos, vivir cada día como nuestro último día
es una mera extensión de la técnica de visualización negativa: al afrontar
nuestra jornada, deberíamos pararnos de vez en cuando a reflexionar sobre el
hecho de que no viviremos para siempre y que, por lo tanto, este día podría ser
el último. En lugar de convertirnos en hedonistas, esta reflexión nos hará
apreciar lo maravilloso que es estar vivos y tener la oportunidad de llenar
nuestros días con actividades. También hará menos probable que desperdiciemos
la jornada. En otras palabras, cuando los estoicos nos aconsejan vivir como si
fuera nuestro último día, su objetivo no es cambiar nuestras actividades, sino
alterar nuestro estado mental mientras ponemos en práctica esas actividades. En
particular, no pretenden que dejemos de planificar y pensar en el mañana; en
cambio, su deseo es que, al pensar en el mañana, nos acordemos de valorar el
día de hoy.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 61
¿Qué significa vivir cada día como si fuera el último?
Algunas personas creen que ello implica vivir salvajemente y perpetrar todo
tipo de excesos hedonistas. Después de todo, si este es nuestro último día, no
pagaremos ningún precio por nuestro desenfreno. Podemos tomar drogas sin temor
a la adicción. Podemos gastar dinero con imprudente generosidad, sin
preocuparnos por cómo pagaremos las facturas que llegarán mañana. Sin embargo,
esto no es lo que los estoicos tienen en mente cuando nos aconsejan vivir cada
día como si fuera el último. Para ellos, vivir cada día como nuestro último día
es una mera extensión de la técnica de visualización negativa: al afrontar
nuestra jornada, deberíamos pararnos de vez en cuando a reflexionar sobre el
hecho de que no viviremos para siempre y que, por lo tanto, este día podría ser
el último. En lugar de convertirnos en hedonistas, esta reflexión nos hará
apreciar lo maravilloso que es estar vivos y tener la oportunidad de llenar
nuestros días con actividades. También hará menos probable que desperdiciemos
la jornada. En otras palabras, cuando los estoicos nos aconsejan vivir como si
fuera nuestro último día, su objetivo no es cambiar nuestras actividades, sino
alterar nuestro estado mental mientras ponemos en práctica esas actividades. En
particular, no pretenden que dejemos de planificar y pensar en el mañana; en
cambio, su deseo es que, al pensar en el mañana, nos acordemos de valorar el
día de hoy. Entonces, ¿por qué los estoicos quieren que pensemos en nuestra
propia muerte? Porque al hacerlo podremos mejorar en gran medida nuestro
disfrute de la vida. Y además de contemplar la pérdida de nuestra vida, dicen
los estoicos, también deberíamos contemplar la pérdida de nuestras posesiones.
La mayoría de nosotros pasa sus momentos de ocio pensando en lo que queremos y
no tenemos. Estaríamos mucho mejor, afirma Marco Aurelio, si empleáramos ese
tiempo pensando en todo lo que tenemos y reflexionando en cómo lo echaríamos en
falta si no fuera nuestro. También deberíamos pensar en cómo nos sentiríamos si
perdiéramos nuestras posesiones materiales, entre ellas nuestra casa, coche,
ropa, animales de compañía y nuestra cuenta corriente; cómo nos sentiríamos si
perdiéramos nuestras habilidades, entre ellas nuestra capacidad de hablar,
escuchar, caminar, respirar y comer; y cómo nos sentiríamos si perdiéramos
nuestra libertad. La mayoría de nosotros está «viviendo su sueño», el sueño que
una vez elaboramos para nosotros mismos. Podemos estar casados con la persona
con la que una vez soñamos casarnos, tener los hijos y el trabajo que una vez
soñamos y poseer el coche de nuestros sueños. Pero gracias a la adaptación
hedónica, tan pronto como vivimos la vida de nuestros sueños, empezamos a darla
por sentada. En lugar de pasar nuestros días disfrutando de nuestra buena
fortuna, los malgastamos formando y persiguiendo deseos nuevos y de mayor
envergadura. Como resultado, nunca estamos satisfechos. La visualización
negativa puede ayudarnos a evitar este destino.
(…)
Pero ¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa. Consideremos a la persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias podrían ser peores: podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿Y si su salud se deteriora? Puede agradecer seguir con vida. Es difícil imaginar a una persona que en algún sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que viven en la opulencia. La cuestión es que la práctica de la visualización negativa —y, en líneas generales, la adopción del estoicismo— puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada no se sientan tan miserables como se sentirían de otro modo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 61-62
Otro aspecto que tener en cuenta: aunque ofrece consejo a
los oprimidos para que su existencia sea más tolerable, en modo alguno el
estoicismo pretende mantener a la gente en su estado de sometimiento. Los
estoicos se esfuerzan por mejorar sus circunstancias externas, pero al mismo
tiempo sugieren estrategias para aliviar su miseria hasta que las
circunstancias mejoren.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 63
La práctica regular de la visualización negativa tiene el
efecto de transformar a los estoicos en grandes optimistas.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 64
La adaptación hedónica tiene el poder de eliminar nuestra
capacidad de disfrutar del mundo. Debido a la adaptación, damos nuestra vida y
todo cuanto tenemos por sentado en lugar de disfrutar de ello. La visualización
negativa, sin embargo, es un poderoso antídoto a la adaptación hedónica. Al
pensar conscientemente en la pérdida de lo que tenemos, podemos recuperar
nuestro aprecio por ello, y gracias a este aprecio recuperado seremos capaces
de revitalizar nuestra capacidad de gozo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 64
La visualización negativa es una forma maravillosa de
recuperar nuestro aprecio por la vida y nuestra capacidad de alegría.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 66
Yo diría que lo realmente estúpido es malgastar la vida en
un estado de insatisfacción inducida cuando la satisfacción está a nuestro
alcance con tan solo cambiar nuestra actitud mental. Ser capaces de sentirnos
satisfechos con poco no es un fallo, es una bendición, en todo caso, si lo que
buscas es la satisfacción. Y si buscas otra cosa, me pregunto (con asombro) qué
te parece más deseable que estar satisfecho. ¿Por qué merecería la pena
sacrificar la satisfacción?
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 67
He de señalar que es un error creer que los estoicos pasan
todo su tiempo pensando en potenciales catástrofes. Es más bien algo que hacen
de vez en cuando: unas pocas veces al día o a la semana un estoico hará una
pausa en su disfrute de la vida para pensar en que todo esto, todo aquello que
le complace, le puede ser arrebatado. Por otra parte, hay una diferencia entre
contemplar que algo malo suceda y preocuparse por ello. La contemplación es un
ejercicio intelectual y es posible que realicemos estos ejercicios sin que
influya en nuestras emociones. Es posible, por ejemplo, que un meteorólogo se
pase el día pensando en tornados sin que viva aterrado por la posibilidad de
que uno acabe con su vida. Análogamente, es posible que un estoico considere
todo lo malo que puede acontecer sin que se deje arrastrar por la ansiedad. Por
último, la visualización negativa, en lugar de volver a la gente más taciturna,
aumentará la dimensión del placer que el mundo le depara, en el sentido de que
impedirá que den el mundo por sentado.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 69
En otras palabras, la visualización negativa nos enseña a
aceptar la vida que nos toca vivir y extraer de ella cada brizna de deleite
posible. Pero simultáneamente nos prepara para los cambios que nos privarán de
aquello que nos hace felices. En otras palabras, nos enseña a disfrutar de lo
que tenemos sin aferrarnos a ello. Esto significa, a su vez, que al practicar
la visualización negativa no solo multiplicaremos nuestras posibilidades de
experimentar la felicidad, sino también de que esa experiencia sea duradera y
sobreviva a los cambios de las circunstancias. Así pues, al practicar la
visualización negativa esperamos conquistar lo que Séneca consideraba un
beneficio fundamental del estoicismo, a saber, «una felicidad ilimitada, firme
e inalterable».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 72
Tu deseo fundamental, dice Epicteto, debería ser el de no
verte frustrado por la formación de deseos que no podrás cumplir. Tus otros
deseos deberán conformarse a este otro, y si no ocurre así, tendrás que
esforzarte por desterrarlos. Si lo consigues, dejarás de experimentar ansiedad
respecto a alcanzar lo que quieres o no; ni te sentirás decepcionado si no
obtienes lo que quieres. De hecho, asegura Epicteto, serás invencible: si te
niegas a participar en una competición que puedes perder, jamás perderás competición
alguna.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 74
Cuando deseamos cualquier cosa que no depende de nosotros,
nuestra serenidad se verá probablemente perturbada: si no lo conseguimos, nos
frustraremos, y si lo conseguimos, sentiremos ansiedad a lo largo del proceso.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 75
La tricotomía
del control
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 83
Como he explicado, los estoicos estaban muy interesados en
la psicología humana y no eran reacios a utilizar «trucos» psicológicos para
superar ciertos aspectos del temperamento humano, como la presencia de
emociones negativas. De hecho, la técnica de la visualización negativa descrita
en el capítulo anterior no es más que un truco psicológico: al imaginar cómo
puede empeorar una situación, evitaremos o invertiremos el proceso de
adaptación hedónica. Sin embargo, es un truco especialmente eficaz si nuestro
objetivo es apreciar lo que tenemos en lugar de darlo por supuesto y si nuestro
objetivo es experimentar la felicidad en lugar de hastiarnos por la vida y por
el mundo que nos ha tocado vivir.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 85
Los estoicos creían que una forma de preservar nuestra
serenidad es adoptar una actitud fatalista hacia todo lo que nos sucede. Según
Séneca, deberíamos entregarnos al destino, en el sentido de que «es un gran
consuelo pensar que nos arrastra tal como arrastra a todo el universo». Según
Epicteto, deberíamos tener muy presente que somos meros actores en una obra
escrita por otro; más exactamente, por las parcas. No podemos elegir nuestro
papel en esta obra, pero al margen del papel que se nos asigne, hemos de
interpretarlo lo mejor que podamos. Si las parcas nos encargan el papel de un
vagabundo, debemos interpretarlo bien; y lo mismo si nos asignan el papel de un
rey. Epicteto afirma que, si queremos que nuestra vida fluya por el cauce
adecuado, hemos de procurar que nuestros deseos se adapten a los
acontecimientos en lugar de pretender que los acontecimientos se conformen a
nuestros deseos; en otras palabras, deberíamos desear que los acontecimientos
«sucedan tal como suceden».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 87
Los estoicos, por ejemplo, no se retiraban apáticamente,
resignados a lo que el futuro les deparara; al contrario, pasaban sus días
trabajando para influir en el resultado de acontecimientos por venir.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 88
Como la mayoría de los antiguos romanos, los estoicos daban
por sentado que tenían un destino. Más exactamente, creían en la existencia de
tres diosas conocidas como las parcas. Cada una de ellas cumplía una labor:
Cloto tejía la vida, Láquesis la medía y Átropos la cortaba. Por mucho que lo
intentaran, los mortales no podían escapar al destino que para ellos habían
elegido las parcas. Por lo tanto, para los antiguos romanos la vida era como
una carrera de caballos amañada: las parcas ya sabían quién ganaría y quién
perdería en los certámenes de la vida. Un jinete podría negarse a participar en
una carrera que sabe amañada; ¿por qué molestarse en correr cuando en algún
lugar alguien sabe quién va a ganar? Del mismo modo podríamos esperar que los
antiguos romanos se negaran a participar en los certámenes de la vida; ¿para
qué, si el futuro ya ha sido determinado? Lo interesante es que, a pesar de su
determinismo, a pesar de creer que lo que acontece tenía que acontecer, los
antiguos no eran fatalistas respecto al futuro. Los estoicos, por ejemplo, no se
retiraban apáticamente, resignados a lo que el futuro les deparara; al
contrario, pasaban sus días trabajando para influir en el resultado de
acontecimientos por venir. De un modo análogo, los soldados de la antigua Roma
iban valerosamente a la guerra y combatían con bravura en las batallas, a pesar
de creer que su resultado estaba predestinado. Evidentemente, esto nos lega un
enigma: aunque los estoicos defienden el fatalismo, no parecen haberlo
practicado. Así pues, ¿cómo hemos de tomarnos su consejo de adoptar una actitud
fatalista hacia todo lo que nos acontece? Para resolver este enigma hemos de
distinguir entre el fatalismo respecto al futuro y el fatalismo respecto al
pasado. Cuando una persona es fatalista respecto al futuro, al decidir un curso
de acción tendrá muy presente que sus actos no influirán en los acontecimientos
venideros. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando en
el futuro o intentando cambiarlo. Cuando una persona es fatalista respecto al
pasado, adopta la misma actitud en relación con los eventos pretéritos. Al
decidirse a actuar tendrá muy presente que sus actos no pueden influir en el
pasado. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando en
cómo el pasado podría haber sido diferente. Creo que cuando los estoicos
defienden el fatalismo están abogando por una forma limitada de la doctrina.
Más exactamente, nos aconsejan ser fatalistas respecto al pasado, tener muy
presente que el pasado no puede alterarse. Así pues, los estoicos no aconsejarían
a una madre con un hijo enfermo que sea fatalista respecto al futuro; debe
intentar curar al niño (aunque las parcas ya hayan decidido si vivirá o
morirá). Pero si el pequeño fallece, le aconsejarán ser fatalista en relación
con el pasado. Incluso para un estoico es natural sentir dolor tras la muerte
de un hijo. Sin embargo, aferrarse a esa muerte es dilapidar el tiempo y las
emociones, ya que el pasado no puede ser alterado. Por lo tanto, aferrarse a la
muerte del niño provocará un sufrimiento inútil a la mujer. Al plantear que no
debemos aferrarnos al pasado, los estoicos no sugieren que no pensemos nunca en
él. A veces, debemos pensar en el pasado para aprender lecciones que puedan
ayudarnos en nuestro esfuerzo por dar forma al futuro. Por ejemplo, la madre
que acabamos de mencionar debe pensar en la causa de la muerte de su pequeño
para proteger mejor a sus otros hijos. Así pues, si el vástago ha fallecido a
causa de la ingesta de bayas venenosas, su madre ha de procurar que sus otros
hijos se alejen de ellas y ha de enseñarles que son venenosas. Al actuar así se
libera del pasado. En concreto, debe evitar pasarse los días atrapada en
pensamientos condicionales: «¡Si hubiera sabido que había comido esas bayas!
¡Si lo hubiera llevado antes al médico!». Sin duda, a los individuos modernos
les parece más aceptable el fatalismo respecto al futuro que en relación con el
pasado. La mayoría de nosotros rechaza la idea de estar predestinados a vivir
una vida determinada; por el contrario, creemos que nuestro esfuerzo influye en
el futuro. Al mismo tiempo, aceptamos de buen grado que el pasado es
inalterable, por lo que cuando los estoicos nos aconsejan ser fatalistas al
respecto, es poco probable que desoigamos ese consejo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 88
¿Cómo puede el fatalismo respecto al presente hacer que
nuestra vida vaya mejor? Como he dicho, los estoicos han argumentado que la
mejor manera de estar satisfechos no es trabajando para satisfacer nuestros
deseos, sino aprendido a estar satisfechos con nuestra vida tal cual es:
aprendiendo a ser felices con lo que tenemos. Podemos pasar los días deseando
que nuestras circunstancias sean diferentes, pero si nos dejamos arrastrar por
esta actitud, pasaremos los días en un estado de insatisfacción. Por el
contrario, si aprendemos a desear lo que ya tenemos, no tendremos que
esforzarnos en cumplir nuestros deseos para estar satisfechos; ya habrán sido
cumplidos. Sin embargo, una de las cosas que tenemos a nuestro alcance es el
instante presente, y podemos tomar una decisión importante respecto a él: podemos
desperdiciar el momento deseando que sea diferente o aceptarlo como es. Si
habitualmente nos decantamos por la segunda opción, nuestra vida se sumirá en
la insatisfacción; si nos inclinamos por lo primero, disfrutaremos de la
existencia. Creo que esta es la razón por la que los estoicos recomendaban ser
fatalistas respecto al presente. Es la razón por la que Marco Aurelio nos
recordaba que lo único que poseemos es el momento presente, la razón por la que
nos aconsejaba vivir en este «instante fugaz» (por supuesto, esto último
recuerda al consejo budista de intentar vivir en el instante presente; otro
interesante paralelismo entre estoicismo y budismo).
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 91
¿Y qué ocurre con el éxito mundano? ¿Buscarán fama y fortuna
los estoicos? No lo harán. Los estoicos creían que todo esto no tenía un valor
real y en consecuencia creían que perseguirlo era insensato, especialmente si
al hacerlo perturbamos nuestra serenidad o nos vemos obligados a actuar de
forma poco virtuosa. Supongo que esta indiferencia al éxito mundano les hará
parecer desmotivados a los individuos modernos que pasan el día esforzándose
por alcanzar (cierto grado de) fama y fortuna. Dicho esto, debo añadir que
aunque los estoicos no buscaban el éxito en el mundo, a menudo lo obtenían
igualmente. De hecho, los estoicos que hemos considerado habrían pasado por
individuos de éxito en su época. Séneca y Marco Aurelio eran ricos y famosos, y
Musonio y Epicteto, como líderes de escuelas populares, disfrutaron de cierto
renombre y, presumiblemente, eran económicamente acomodados. Por lo tanto, se
encontraron en la curiosa posición de individuos que hallaron el éxito sin
buscarlo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 93
Practicar la visualización negativa es contemplar las cosas
malas que pueden sucedernos. Séneca recomienda una extensión de esta técnica:
además de contemplar la posibilidad de que acontezcan estas situaciones, a
veces debemos vivir como si hubieran sucedido. En particular, en lugar de
limitarnos a pensar qué pasaría si perdiéramos nuestra riqueza, periódicamente
deberíamos «practicar la pobreza»: es decir, deberíamos contentarnos con «los
alimentos más escasos y baratos» y con «una vestimenta tosca y pobre».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 94
Lo que los estoicos defienden se define más apropiadamente
como un programa de incomodidad voluntaria y no como un programa de incomodidad
autoinfligida.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 95
Al desconfiar del placer, los estoicos revelan su linaje
cínico.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 97
Los estoicos señalarán que ejercitar el autocontrol presenta
ciertos beneficios que no siempre son obvios. En particular, por extraño que
pueda parecer, abstenerse conscientemente del placer puede ser muy placentero.
Supongamos, por ejemplo, que mientras hacemos dieta sentimos el deseo de comer
un helado que tenemos en el congelador. Si lo comemos, experimentaremos cierto
placer gastronómico, junto a cierto remordimiento por haberlo comido. Si nos
abstenemos, sin embargo, nos privaremos del placer gastronómico, pero
experimentaremos un placer de un tipo diferente: como observa Epicteto, te
sentirás «complacido y te elogiarás» por no haberlo comido.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 100
Para ayudarnos a avanzar en nuestra práctica del estoicismo,
Séneca aconseja meditar periódicamente en los acontecimientos de la vida
cotidiana, cómo hemos respondido a ellos y cómo deberíamos haber respondido
según los principios estoicos. Atribuye esta técnica a su maestro Sexto, que,
al acostarse, se preguntaba a sí mismo: «¿Qué dolencia tuya has curado hoy?
¿Qué defecto has evitado? ¿En qué sentido has mejorado?». Séneca describe para
sus lectores una de sus propias meditaciones al acabar el día y ofrece una
lista del tipo de acontecimientos sobre los que reflexiona, junto a las
conclusiones que extrae de su respuesta a esos acontecimientos: Séneca fue
demasiado agresivo al amonestar a alguien; en consecuencia, en lugar de
corregir a esa persona, la admonición solo sirvió para irritarla. El consejo
que se da a sí mismo: a la hora de contemplar la posibilidad de criticar a
alguien, ha de considerar no solo si la crítica es válida sino también si la
persona puede soportar ser criticada. Añade que cuanto peor es un hombre, menos
probabilidades tiene de aceptar la crítica constructiva. En una fiesta, la
gente bromeaba a costa de Séneca y este, en lugar de hacer caso omiso, se lo
tomó a pecho. Su consejo a sí mismo: «Aléjate de las malas compañías». En un
banquete, no sentaron a Séneca en el lugar de honor que creía que le
correspondía. En consecuencia, pasó la velada irritado con quienes habían
distribuido los asientos y envidioso de quienes estaban mejor situados que él.
Sus palabras respecto a su conducta: «Lunático, ¿qué importa en qué parte del
diván apoyas tu peso?». Llega a sus oídos que alguien habla mal de sus escritos
y empieza a tratar a este crítico como a un enemigo. Pero a continuación
empieza a pensar en todos los autores cuya obra él mismo ha criticado. ¿Quiere
que todos piensen en él como en un enemigo? Ciertamente, no. Conclusión de
Séneca: si vas a publicar, tienes que estar dispuesto a tolerar la crítica. Al
leer sobre estos y otros fastidios enumerados por Séneca, nos sorprende
comprobar lo poco que ha cambiado la naturaleza humana en los últimos dos
milenios.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 101
Además de reflexionar en los acontecimientos del día,
podemos dedicar parte de nuestras meditaciones a repasar una especie de lista
mental de verificación. ¿Estamos practicando las técnicas psicológicas recomendadas
por los estoicos? ¿Practicamos periódicamente la visualización negativa? ¿Nos
tomamos el tiempo de distinguir entre aquellas cosas sobre las que tenemos un
control total, aquellas otras sobre las que no tenemos ningún control en
absoluto y las cosas sobre las que ejercemos un control relativo?
¿Interiorizamos nuestros objetivos? ¿Nos hemos abstenido de vivir en el pasado
y hemos centrado nuestra atención en el futuro? ¿Hemos practicado la
autoprivación conscientemente? También podemos utilizar nuestras meditaciones
estoicas como una oportunidad para preguntarnos si, en nuestros asuntos
cotidianos, estamos siguiendo el consejo que ofrecen los estoicos.
(…)
Sin embargo, la señal más importante de que estamos progresando como estoicos es un cambio en nuestra vida emocional. No es, como los que ignoran la verdadera naturaleza del estoicismo suelen creer, que dejemos de experimentar emociones. Por el contrario, lo que experimentaremos son menos emociones negativas. También invertiremos menos tiempo deseando que las cosas sean de otro modo y más disfrutando de las cosas tal como son. En líneas generales, disfrutaremos de un grado de serenidad del que carecíamos previamente. Asimismo, descubriremos, quizá para nuestra sorpresa, que nuestra práctica del estoicismo nos ha hecho susceptibles a pequeños estallidos de alegría: de pronto nos complacerá ser la persona que somos, vivir la vida que vivimos, en el universo que habitamos.
(…)
Sin embargo, para la prueba última del progreso realizado en el estoicismo tendremos que esperar a afrontar la muerte. Solo entonces, dice Séneca, sabremos si nuestro estoicismo ha sido verdadero.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 103-104-105
¿Cuál es, pues, la función de un ser humano? Los estoicos
piensan que nuestra función primordial es ser racionales. Para descubrir
nuestras funciones secundarias, tan solo hemos de aplicar nuestra capacidad de
razonamiento. Descubriremos que hemos sido diseñados para vivir entre otras
personas de modo mutuamente ventajoso; descubriremos, dice Musonio, que «la
naturaleza humana se asemeja a la de las abejas. Una abeja no puede vivir sola:
muere si se queda aislada». Descubriremos, como señala Marco Aurelio, que «el
compañerismo es el propósito que se oculta detrás de nuestra creación». Así
pues, una persona que cumple con la función de ser humano será racional y
social.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 108
Es sorprendente que Marco Aurelio ofrezca este consejo. Los
estoicos difieren en qué aspecto de la práctica del estoicismo resulta un
desafío mayor. Por ejemplo, a algunos les parece más difícil dejar de vivir en
el pasado; a otros, superar su deseo de fama y fortuna. Sin embargo, el mayor
obstáculo a la práctica del estoicismo de Marco Aurelio parece haber sido su
intensa aversión a la humanidad. De hecho, a lo largo de las Meditaciones,
Marco Aurelio abunda en lo poco que piensa en sus conciudadanos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 109
Naturalmente, los lectores modernos se preguntarán cómo
Marco Aurelio fue capaz de realizar esta hazaña, cómo fue capaz de superar su
disgusto hacia los otros seres humanos y trabajar en su beneficio. Parte de la
razón por la que nos maravillamos ante los logros de Marco Aurelio se explica
porque nosotros tenemos una noción diferente del deber. Lo que a la mayoría nos
motiva a cumplir con nuestro deber es el temor a ser castigados —tal vez por
Dios, por nuestro gobierno o por nuestro jefe— si no lo hacemos así. Sin
embargo, lo que motivaba a Marco Aurelio no era el miedo al castigo, sino la
perspectiva de una recompensa. La recompensa en cuestión no es el
agradecimiento de aquellos a quienes ayudamos; Marco Aurelio asegura no esperar
las gracias por los servicios prestados, así como un caballo no espera
agradecimiento por las carreras en las que participa. Tampoco busca la
admiración de los demás, ni siquiera su simpatía. Por el contrario, la
recompensa por cumplir con nuestro deber social, afirma Marco Aurelio, es algo
muy superior al agradecimiento, la admiración o la simpatía. Como hemos visto,
el emperador estoico creía que los dioses nos crearon con una cierta función
social en mente. También pensaba que cuando nos crearon, se aseguraron de que
si cumplíamos con esta función experimentaríamos una gran serenidad y
disfrutaríamos de todas las cosas de nuestro agrado. De hecho, si hacemos todo
aquello para lo que estamos diseñados, asegura Marco Aurelio, gozaremos de la
«verdadera satisfacción del hombre». Pero una parte importante de esa función,
como hemos visto, consiste en trabajar con y para nuestros conciudadanos. Por
lo tanto, Marco Aurelio concluye que cumplir con este deber social le aportará
las mejores posibilidades para disfrutar de una buena vida. Para el emperador,
esta es la recompensa por cumplir con el propio deber: una buena vida.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 110
Además de aconsejarnos evitar a las personas con vicios,
Séneca añade sortear a la gente quejumbrosa, «siempre melancólica y que se
lamenta de todo, que encuentra placer en cada oportunidad para quejarse». Se
justifica observando que un compañero «siempre molesto y que se lamenta por
todo es un enemigo de la serenidad» (por su parte, en su famoso diccionario,
Samuel Johnson incluye un maravilloso término para estos individuos: un
buscapenas es, según explica, «aquel que se esfuerza por encontrar disgustos»).
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 113
Según Marco Aurelio, el mayor riesgo en nuestro trato con
gente enojosa es que nos harán odiarlos, y el odio nos resultará perjudicial.
Por lo tanto, tenemos que trabajar para asegurarnos de que los hombres no
logran destruir nuestros sentimientos caritativos hacia ellos (de hecho, si un
hombre es bueno, asegura el emperador, los dioses nunca lo verán experimentando
resentimiento hacia nadie). Así pues, cuando los hombres se comportan de forma
inhumana, no hemos de albergar hacia ellos los mismos sentimientos que ellos
albergan hacia otros. Añade que si detectamos ira y odio en nuestro interior y
deseamos venganza, una de las mejores formas de la venganza hacia otra persona
es negarnos a ser como ella.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 116
Catón defendía un argumento cuando un adversario, llamado
Léntulo, le escupió en la cara. En lugar de enfadarse o devolver el insulto,
Catón se limpió serenamente el escupitajo y dijo: «¡Juro ante todos, Léntulo, que
la gente se equivoca cuando dicen que no sabes usar la boca!».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 123
Al reírnos de un insulto, damos a entender que no nos
tomamos ni el insulto ni a quien insulta en serio. Actuar así, evidentemente,
es insultar a quien insulta sin hacerlo directamente. Por lo tanto, es una
respuesta que puede frustrar profundamente a quien insulta. Por esta razón, una
respuesta humorística a un insulto puede ser más eficaz que otro insulto.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 124
La creencia de que los estoicos no se afligen, aunque muy
extendida, es errónea. Los estoicos entendían que las emociones como la
aflicción son en cierta medida reflejas. Así como no podemos evitar
sobresaltarnos cuando oímos un ruido inesperado y estrepitoso —un reflejo
físico—, no podemos evitar que la congoja se apodere de nosotros al enterarnos
de la muerte de un ser querido: es un reflejo emocional. Así pues, en su
Consolación a Polibio, que lloraba la muerte de su hermano, Séneca escribe: «La
naturaleza nos exige cierta pena y sobrepasarla es resultado de la vanidad.
Pero nunca te pediré que no te aflijas en absoluto».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 128
La ira es otra emoción negativa que puede destruir nuestra
serenidad si dejamos que se instale en nuestro interior. De hecho, podemos
pensar en la ira como en la antialegría. Por lo tanto, los estoicos idearon
estrategias para minimizar el nivel de ira que experimentamos. La principal
fuente estoica de consejos para prevenir y abordar la ira es el ensayo de
Séneca De la ira. La ira, dice Séneca, es una «locura provisional» y el daño
que produce es enorme: «Ninguna epidemia le ha costado más a la raza humana».
Debido a la ira, dice, vemos a nuestro alrededor a personas asesinadas,
envenenadas y demandadas; vemos ciudades y naciones arruinadas. Y aparte de
destruir ciudades y naciones, la ira puede arrasarnos individualmente. Después
de todo, vivimos en un mundo en el que hay mucho por lo que enfadarnos, lo que
quiere decir que a menos que aprendamos a controlar nuestra ira, estaremos
perpetuamente enfadados. Y estar enfadados, concluye Séneca, es perder un
tiempo precioso.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 132
Los estoicos recomendaban usar el humor para desviar los
insultos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 135
Ya sería bastante malo que la adquisición de riqueza no
hiciera feliz a la gente, pero Musonio cree que la situación es aún peor: la
riqueza tiene el poder de hacer infelices a las personas. De hecho, si quieres
que alguien sea realmente miserable, cúbrelo de riquezas. Una vez, Musonio
entregó una suma de dinero a un hombre que se postulaba como filósofo. Cuando
le dijeron que aquel hombre era un impostor, que en realidad era un ser vicioso
y nocivo, en lugar de quitarle el dinero, Musonio dejó que se lo quedara. Con
una sonrisa dijo que si de veras era una mala persona, merecía el dinero.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 144
Cuando la gente es difícil de complacer como resultado de la
exposición a la vida lujosa, ocurre algo curioso. En lugar de lamentar la
pérdida de su capacidad para disfrutar de las cosas sencillas, se enorgullecen
de su recién adquirida capacidad para disfrutar solo de «lo mejor». Sin
embargo, los estoicos compadecerían a estos individuos. Señalarían que al
socavar su capacidad para disfrutar de cosas sencillas y fáciles de conseguir
—un plato de macarrones con queso, por ejemplo— han perjudicado seriamente su
capacidad para disfrutar de la vida. Los estoicos se esforzaban para no ser
víctimas de este tipo de sibaritismo. De hecho, valoraban mucho su capacidad
para disfrutar de la vida cotidiana —y su capacidad para encontrar fuentes de
deleite cuando se vive en condiciones primitivas.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 145
¿Qué ha de hacer un estoico si, a pesar de no buscar la
riqueza, acaba en una situación de opulencia? El estoicismo no le exige la
renuncia a la riqueza; le permite disfrutarla y utilizarla para beneficio de sí
mismo y de quienes lo rodean. Debe tener muy presente que la riqueza puede
serle arrebatada; en realidad, tendría que prepararse para perderla; por
ejemplo, practicando periódicamente la pobreza. También ha de tener presente
que a menos que sea cuidadoso, el disfrute de su opulencia puede socavar su
personalidad y su capacidad para gozar de la vida. Por esta razón, ha de
mantenerse alejado de un estilo de vida lujoso. Así pues, el disfrute de la
riqueza por parte de los estoicos será muy diferente al de una persona común
que hubiera ganado la lotería. Hemos de tener presente la diferencia entre
cínicos y estoicos. El cinismo exige a sus seguidores vivir en una pobreza
abyecta; el estoicismo, no. Como nos recuerda Séneca, la filosofía estoica
«aboga por una vida sencilla, no por la penitencia». En líneas generales, es
perfectamente aceptable, según Séneca, que un estoico adquiera riqueza, siempre
y cuando no perjudique a los demás para obtenerla. También es aceptable que la
disfrute, siempre y cuando no se aferre a ella. La idea es que es posible
disfrutar de algo y al mismo tiempo ser indiferente a ese disfrute. Por lo
tanto, Séneca afirma: «Despreciaré las riquezas tanto si las tengo como si no,
y no me desanimaré si están en otro lugar, ni me inflamaré si brillan a mi
alrededor». De hecho, un sabio «jamás reflexiona tanto sobre la pobreza como
cuando vive rodeado de la opulencia», y tendrá cuidado de considerar la riqueza
como a su esclavo, no como a su amo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 149
Los estoicos no buscan la celebridad; por el contrario, se
esfuerzan por ser indiferentes a lo que los demás piensen de ellos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 150
Practicar el estoicismo no será fácil. Exigirá esfuerzo, por
ejemplo, para practicar la visualización negativa, y el ejercicio de la
autoprivación exigirá un esfuerzo aún mayor. Serán necesarios esfuerzo y
voluntad para abandonar nuestros antiguos objetivos, como la conquista de fama
y fortuna, y sustituirlos por otros nuevos, es decir, por la serenidad.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 166
En líneas generales, disponer de una filosofía de vida, ya
sea el estoicismo o alguna otra, puede simplificar mucho la existencia
cotidiana. Si dispones de una filosofía de vida, la toma de decisiones es
relativamente simple: al elegir entre las opciones que la vida ofrece,
simplemente te decantas por aquella que mejor te ayude a alcanzar los objetivos
establecidos por tu filosofía de vida. En ausencia de una filosofía de vida,
sin embargo, incluso las decisiones relativamente simples pueden desembocar en
crisis existenciales. Después de todo, es difícil saber qué elegir cuando
realmente no estás seguro de lo que quieres. No obstante, la razón más
importante para adoptar una filosofía de vida es que, si carecemos de una,
existe el peligro de que desperdiciemos nuestra vida: pasarnos el tiempo
persiguiendo objetivos que no merecen la pena o buscando objetivos meritorios
por caminos equivocados que nos impedirán alcanzarlos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 167
Marco Aurelio era simultáneamente filósofo estoico y
emperador romano. Esta confluencia de filosofía y política podría haber sido
muy beneficiosa para el estoicismo, pero, como hemos visto, no intentó
convertir a sus conciudadanos a esta filosofía. Debido a ella, Marco Aurelio se
convirtió, en palabras del historiador decimonónico W. E. H. Lecky, «en el
último y más perfecto representante del estoicismo romano». Tras su muerte, el
estoicismo sufrió un desplome del que aún tiene que recuperarse.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 170
El estoicismo también se vio socavado por el auge del
cristianismo, en parte porque las prédicas de esta religión eran similares a
las de esta filosofía de vida. Por ejemplo, los estoicos afirmaban que los
dioses habían creado al ser humano, velaban por su bienestar y le habían
otorgado un aspecto divino (la capacidad de razonar); los cristianos afirmaban
que Dios había creado al hombre, se ocupaba de él de una forma muy personal y
le había atribuido un elemento divino (el alma). Tanto el estoicismo como el
cristianismo conminaban a la gente a superar los deseos malsanos y a perseguir
la virtud. Y el consejo de Marco Aurelio según el cual hemos de «amar a la
humanidad» sin duda se reflejó en el cristianismo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 171
Los estoicos hicieron muchos descubrimientos psicológicos
importantes. Por ejemplo, descubrieron que lo que hace dolorosos a los insultos
no son los insultos en sí mismos, sino la interpretación que hacemos de ellos.
También descubrieron que al practicar la visualización negativa podemos
convencernos a nosotros mismos de ser felices con lo que ya tenemos y
contrarrestar así nuestra tendencia a la insaciabilidad.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 174
… pese a la generalizada creencia en lo contrario, los
estoicos no defendían la «represión» de nuestras emociones. Nos aconsejan dar
pasos para evitar las emociones negativas y superarlas cuando fallan los
intentos de prevención, pero eso es diferente a reprimirlas: si evitamos o
superamos una emoción, no habrá nada que reprimir.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 176
Como la aflicción es una emoción negativa, los estoicos se
oponían a ella. Al mismo tiempo, eran conscientes de que, dada nuestra
naturaleza de meros mortales, cierta aflicción era inevitable en el curso de
una vida, así como cierto temor, cierta ansiedad, cierta ira, cierto odio,
cierta humillación y cierta envidia. Por lo tanto, el objetivo de los estoicos
no era eliminar el duelo, sino minimizarlo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 176
La política moderna presenta otro obstáculo para la
aceptación del estoicismo. El mundo está lleno de políticos que nos dicen que
si somos infelices no es por nuestra culpa. Al contrario, nuestra infelicidad
se debe a alguna medida que el Gobierno implementó o no ha sido capaz de
aplicar. En nuestra búsqueda de la felicidad, a los ciudadanos se nos alienta a
recurrir a los políticos en lugar de a los filósofos. Se nos anima a manifestarnos
en las calles o a escribir a un congresista en vez de leer a Séneca y Epicteto.
Y lo que resulta más significativo, se nos induce a votar al candidato que
asegura poseer la capacidad, mediante el hábil manejo del Gobierno, de hacernos
felices. Evidentemente, los estoicos rechazaban esta forma de pensar. Estaban
convencidos de que lo que se interpone entre nosotros y la felicidad no es
nuestro Gobierno o la sociedad en la que vivimos, sino los defectos de nuestra
filosofía de vida o el hecho de que no tengamos ninguna. Es cierto que nuestro
Gobierno y nuestra sociedad determinan, en un grado considerable, nuestras
circunstancias externas, pero los estoicos comprendieron que en el mejor de los
casos el vínculo entre nuestras circunstancias externas y nuestra felicidad es
muy tenue. En concreto, es perfectamente posible que un individuo desterrado en
una isla desolada sea más feliz que alguien que lleva una vida de lujo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 180
Los estoicos también estarían de acuerdo con los modernos
reformadores sociales en que tenemos el deber de luchar contra la injusticia
social. Difieren de esos reformadores en su comprensión de la psicología
humana. En particular, los estoicos no creen que sea útil que la gente se
considere víctima de la sociedad —o víctima de cualquier otra cosa, para el
caso—. Si te consideras una víctima, no vivirás una buena vida; sin embargo, si
te niegas a atribuirte esta etiqueta —si te niegas a que tu yo interior sea
conquistado por tus circunstancias externas—, probablemente tendrás una buena
vida, al margen de cuáles sean esas circunstancias externas (en concreto, los
estoicos creían posible que una persona conservara su serenidad a pesar de
haber sido castigada por intentar reformar la sociedad en la que vive).
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 180
Los estoicos creían en la reforma social, pero también en la
transformación personal. Más exactamente, creían que el primer paso para
transformar la sociedad en un lugar en el que la gente viviera una buena vida
era enseñarle a que su felicidad dependiera tan poco como fuera posible de
circunstancias externas. El segundo paso en la transformación de la sociedad es
cambiar las circunstancias externas de la gente. Los estoicos añadirían que si
no logramos transformarnos a nosotros mismos, entonces no importa que
transformemos la sociedad en la que vivimos, probablemente no tendremos una
buena vida. Muchos de nosotros estamos convencidos de que la felicidad es algo
que alguien, un terapeuta o un político, debe ofrecernos. El estoicismo rechaza
esta idea. Nos enseña que somos responsables tanto de nuestra felicidad como de
nuestra infelicidad. También nos enseña que solo cuando asumamos la
responsabilidad por nuestra felicidad tendremos una oportunidad razonable de
alcanzarla. Sin duda, se trata de un mensaje que mucha gente, adoctrinada por
terapeutas y políticos, no quiere oír.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 181
Una de las razones por las que los filósofos del siglo XX
perdieron interés en el estoicismo tiene que ver con la idea, habitual en las
primeras décadas del siglo, de que muchos dilemas filosóficos tradicionales se
plantean debido a nuestro uso descuidado del lenguaje. De esto se sigue que
quien desee resolver los dilemas filosóficos no debe observar a la humanidad
(como hacían los estoicos), sino pensar cuidadosamente en el lenguaje y en cómo
lo usamos. Y junto al creciente énfasis en el análisis lingüístico se
estableció la creencia, por parte de los filósofos profesionales, de que
decirle a la gente cómo tenía que vivir no era competencia de la filosofía.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 182
Recomendaciones
para todos los que busquen la serenidad. Entre ellas encontramos las
siguientes:
· Debemos ser autoconscientes. Hemos de observarnos en nuestras tareas
cotidianas y debemos reflexionar periódicamente en cómo hemos respondido a los
acontecimientos del día. ¿Cómo hemos respondido a un insulto, a la pérdida de
una posesión, a una situación estresante? ¿Hemos aplicado estrategias estoicas
en nuestras respuestas?
· Debemos utilizar nuestra capacidad de razonamiento para superar las
emociones negativas. También para dominar nuestros deseos, en la medida en que
sea posible. En particular, hemos de usar la razón para convencernos de que la
fama y la fortuna no merecen la pena —al menos no si lo que buscamos es la
serenidad— y, por lo tanto, no vale la pena perseguirlas. Asimismo, la razón
nos ha de servir para convencernos de que aunque ciertas actividades son
placenteras, practicarlas perturbará nuestra serenidad, y la serenidad perdida
será mayor que el placer ganado.
· Si a pesar de no buscar la riqueza llegamos a ser ricos, hemos de
disfrutar de nuestra prosperidad; eran los cínicos, no los estoicos, los que
defendían el ascetismo. Pero aunque hemos de disfrutar la riqueza, no debemos
aferrarnos a ella; de hecho, aun mientras la disfrutamos tenemos que contemplar
la posibilidad de perderla.
· Somos criaturas sociales; seremos infelices si intentamos cortar el
contacto con los demás. Por lo tanto, si lo que buscamos es la serenidad,
deberíamos formar y mantener relaciones con los demás. Sin embargo, hemos de
ser cuidadosos respecto a las personas con las que trabamos amistad. Además,
hemos de evitar, en la medida de lo posible, a aquellos individuos cuyos
valores son corruptos, por temor a que esos valores nos contaminen.
· Los demás son invariablemente molestos, por lo que si mantenemos
relaciones con ellos acabarán por perturbar nuestra serenidad, si se lo
permitimos. Los estoicos invierten una considerable cantidad de tiempo
diseñando técnicas para eliminar el dolor de nuestras relaciones con otras
personas. En particular, crean técnicas para afrontar los insultos de los demás
y evitar que nos irriten.
· Los estoicos señalaron dos fuentes principales de infelicidad humana
—nuestra insaciabilidad y nuestra tendencia a preocuparnos por cosas que están
más allá de nuestro control— y desarrollaron técnicas para eliminar esas
fuentes de infelicidad de nuestra vida.
· Para superar nuestra insaciabilidad, los estoicos aconsejan implicarnos en
la visualización negativa. Debemos contemplar la impermanencia de las cosas.
Hemos de imaginar que perdemos aquello que más valoramos, incluyendo las
posesiones y a los seres queridos. También hemos de imaginar la pérdida de
nuestra propia vida. Si lo hacemos, apreciaremos todo lo que ahora tenemos y,
al apreciarlo, será menos probable que formemos deseos de otras cosas. Además
de imaginar que las cosas podrían empeorar, a veces inducimos su empeoramiento;
Séneca aconseja «practicar la pobreza» y Musonio nos recomienda renunciar
voluntariamente a las oportunidades de placer y comodidad.
· Para frenar nuestra tendencia a preocuparnos por cosas más allá de nuestro
control, los estoicos nos recomiendan establecer una clasificación de los
elementos que componen nuestra vida y dividirlos en aquellos sobre los que no
tenemos ningún control, aquellos sobre los que ejercemos un control absoluto y
aquellos otros sobre los que tenemos un control relativo. Una vez hecho esto,
no deberíamos preocuparnos por aquellos elementos que no controlamos en
absoluto. Por el contrario, deberíamos concentrarnos en aquellas cosas sobre
las que tenemos un control absoluto, como nuestros objetivos y valores, y pasar
la mayor parte del tiempo gestionando aquellos elementos sobre los que
ejercemos un control relativo. Si lo hacemos así, nos ahorraremos mucha
ansiedad innecesaria.
· Al invertir nuestro tiempo en aquellas cosas sobre las que tenemos un
control relativo, hemos de procurar interiorizar nuestros objetivos. Mi
objetivo al jugar al tenis, por ejemplo, no debería ser ganar el partido, sino
jugar lo mejor posible.
· Hemos de ser fatalistas respecto al mundo exterior.
Deberíamos ser conscientes de que lo que nos ocurrió en el pasado y lo que nos
está sucediendo en este mismo instante están más allá de nuestro control, por
lo que resulta insensato irritarse por estas cosas.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 183
Si se comprende correctamente, el estoicismo es la cura para
una enfermedad. La enfermedad en cuestión es la ansiedad, la ira, el temor y
las diversas emociones negativas que asolan a los seres humanos y les impiden
experimentar una existencia dichosa. Con la práctica de las técnicas estoicas
podremos curar la enfermedad y conservar la serenidad.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 196
Aunque he adoptado el estoicismo como mi filosofía de vida,
no pretendo que este sea el único método que «funciona» o que en todas las
circunstancias y para todas las personas sea una opción preferible a otras
filosofías de vida alternativas. Me limito a decir que para algunas personas en
determinadas circunstancias —al parecer yo soy una de ellas— el estoicismo es
una forma maravillosamente eficaz de alcanzar la serenidad. Así pues, ¿quién
debería dar una oportunidad al estoicismo? Para empezar, aquellos que buscan la
serenidad; después de todo, es lo que promete el estoicismo. Alguien que crea
que hay algo más valioso que la serenidad cometería un error al practicar el
estoicismo.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 202
El primer consejo que daría a quienes pretendan dar una
oportunidad al estoicismo es practicar lo que he denominado estoicismo
sigiloso: creo que harán bien en mantenerlo en secreto (esta habría sido mi
estrategia de no haberme impuesto la tarea de convertirme en profesor de
estoicismo). Al practicar el estoicismo en secreto obtendrán sus beneficios a
la vez que evitan un coste significativo: la burla y el desprecio de amigos,
familiares, vecinos y compañeros de trabajo. He de añadir que es muy fácil
practicar el estoicismo a escondidas: por ejemplo, se puede practicar la
visualización negativa sin que nadie se entere. Si la práctica del estoicismo
tiene éxito, amigos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo percibirán una
diferencia en nosotros —un cambio a mejor—, pero probablemente no se explicarán
la transformación. Si se nos acercan, perplejos, y nos preguntan por nuestro
secreto, podremos decidir revelarles la sórdida verdad: somos estoicos ocultos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 205
Después de dominar la visualización negativa, un estoico
novicio debería dominar la «tricotomía del control»... Según los estoicos,
hemos de establecer una especie de clasificación en la que distinguiremos entre
las cosas sobre las que no tenemos ningún control, aquellas sobre las que
tenemos un control absoluto y aquellas sobre las que tenemos un control
relativo; y tras establecer esta distinción, hemos de centrar nuestra atención
en las dos últimas categorías. En particular, malgastaremos nuestro tiempo y
nos provocaremos una ansiedad inútil si nos preocupamos por aquello sobre lo
que no tenemos ningún control.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 207
En la práctica del estoicismo, además de la tricotomía del
control, también nos será útil convertirnos en fatalistas psicológicos en
relación con el pasado y con el presente, pero no con el futuro. Aunque nos
conviene pensar en el pasado y en el presente para aprender aquello que nos
servirá para afrontar mejor los obstáculos a la serenidad que el futuro nos
interponga en el camino, nos negaremos a invertir nuestro tiempo en
pensamientos «condicionales» sobre el pasado y el presente. En tanto el pasado
y el presente no se pueden cambiar, es inútil desear que hayan sido de otra
forma. Haremos lo que podamos para aceptar el pasado, sea cual sea, y aceptar
el presente, sea el que sea.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 208
Como hemos visto, los demás son el enemigo en nuestra
batalla por la serenidad. Por esta razón los estoicos desarrollaron estrategias
para enfrentarse a este enemigo y, en concreto, para afrontar los insultos de
aquellos con los que mantenemos algún tipo de relación.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 209
Sé que suena extraño, pero una consecuencia de la práctica
del estoicismo es que uno busca oportunidades para practicar las técnicas
estoicas.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 209
Una de las peores cosas que podemos hacer cuando los demás
nos molestan es enfadarnos. Después de todo, la ira es un gran obstáculo a
nuestra serenidad. Los estoicos se dieron cuenta de que la ira es contraria a
la felicidad y puede arruinar nuestra vida si se lo permitimos.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 210
Además de recomendarnos imaginar las cosas malas que pueden
sucedernos, los estoicos también nos aconsejan procurar que sucedan como
resultado de un programa de incomodidad voluntaria…
Seguir este consejo requiere de un grado de autodisciplina superior al necesario para practicar otras técnicas estoicas. Los programas de incomodidad voluntaria conviene dejarlos para «estoicos avanzados».
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 213
Me he convertido en un consumidor disfuncional. Cuando
visito unos grandes almacenes, por ejemplo, no compro nada; al contrario, miro
a mi alrededor y me asombran todas las cosas que no necesito y que no me
imagino deseando. Mi única distracción en un centro comercial es observar a los
demás. Sospecho que la mayoría de ellos no van allí porque necesiten comprar
algo. Más bien acuden con la esperanza de despertar el deseo de algo que, antes
de llegar al centro comercial, no deseaban. Puede ser un suéter de cachemira,
una llave de tubo o el último teléfono móvil. ¿Por qué esa tendencia a crear un
deseo? Porque si crean uno, podrán disfrutar de la euforia que acompaña a la
extinción del deseo una vez hemos comprado el objeto. Evidentemente, esta
euforia tiene tan poco que ver con la verdadera felicidad como tomar un chute
de heroína tiene que ver con la felicidad de un adicto a esta sustancia…
Dicho esto, he de añadir que no tengo tan pocos deseos consumistas porque luche conscientemente contra ellos. Al contrario, estos deseos simplemente han dejado de formarse en mi mente; o, en todo caso, no se forman tan a menudo como solían. En otras palabras, mi capacidad para formar deseos que tengan que ver con bienes de consumo parece haberse atrofiado. ¿Qué ha provocado esta situación? La profunda comprensión, gracias a la práctica del estoicismo, de que adquirir las cosas que los miembros de mi círculo social suelen desear y por las que trabajan duro, a largo plazo, no marcará diferencia alguna en mi felicidad ni contribuirá a que tenga una buena vida. En particular, si adquiero un coche nuevo, ropa elegante, un Rolex o una casa más grande, estoy convencido de que no sería más feliz de lo que soy ahora, y tal vez incluso mi grado de felicidad podría verse perturbado. Como consumidor, tengo la impresión de haber cruzado un gran abismo. Parece improbable que alguna vez regrese al consumismo inconsciente que una vez me pareció tan entretenido.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 219
El objetivo del estoicismo es alcanzar la serenidad.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 225
Sería bueno tener la prueba de que el estoicismo (o
cualquier otra filosofía de vida) es la filosofía «correcta». Desgraciadamente,
la prueba ofrecida por los estoicos no es convincente, y es poco probable que
en el futuro tengamos una prueba alternativa. En ausencia de esta demostración,
hemos de actuar sobre la base de probabilidades. Cierto tipo de persona —una
persona en determinadas circunstancias con un cierto tipo de personalidad—
tiene muchas razones para pensar que el estoicismo merece un intento. Practicar
el estoicismo no exige mucho esfuerzo; de hecho, exige menos esfuerzo que el
necesario para vivir sin una filosofía de vida. Podemos practicar el estoicismo
sin llegar a ser más sabios, y también practicarlo por un tiempo y a
continuación abandonar y no ser peores por haberlo intentado. En otras
palabras, no hay mucho que perder si le damos una oportunidad al estoicismo
como filosofía de vida, y hay, potencialmente, mucho que ganar.
William B. Irvine
El arte de la buena vida, página 229
El arte de la buena vida, página 10
El arte de la buena vida, página 10
El arte de la buena vida, página 13
El arte de la buena vida, página 14
El arte de la buena vida, página 16
El arte de la buena vida, página 23
El arte de la buena vida, página 29
El arte de la buena vida, página 33
El arte de la buena vida, página 34
El arte de la buena vida, página 35
El arte de la buena vida, página 40
El arte de la buena vida, página 41
El arte de la buena vida, página 58
El arte de la buena vida, página 57
El arte de la buena vida, página 61
(…)
Pero ¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa. Consideremos a la persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias podrían ser peores: podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿Y si su salud se deteriora? Puede agradecer seguir con vida. Es difícil imaginar a una persona que en algún sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que viven en la opulencia. La cuestión es que la práctica de la visualización negativa —y, en líneas generales, la adopción del estoicismo— puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada no se sientan tan miserables como se sentirían de otro modo.
El arte de la buena vida, página 61-62
El arte de la buena vida, página 63
El arte de la buena vida, página 64
El arte de la buena vida, página 64
El arte de la buena vida, página 66
El arte de la buena vida, página 67
El arte de la buena vida, página 69
El arte de la buena vida, página 72
El arte de la buena vida, página 74
El arte de la buena vida, página 75
Categorías de
cosas |
Ejemplo |
Consejo de
Epicteto |
Cosas sobre las que tenemos un control absoluto |
Los objetivos que formamos para nosotros mismos,
nuestros valores |
Deberíamos atender a estas cuestiones |
Cosas sobre las que no tenemos ningún control en
absoluto |
Que el sol salga mañana |
No deberíamos atender a estas cuestiones |
Cosas sobre las que tenemos un control relativo |
Ganar el partido de tenis |
Deberíamos atender a estas cuestiones, pero
deberíamos ser precavidos al interiorizar los objetivos que nos formamos
respecto a ellas. |
El arte de la buena vida, página 83
El arte de la buena vida, página 85
El arte de la buena vida, página 87
El arte de la buena vida, página 88
El arte de la buena vida, página 88
El arte de la buena vida, página 91
El arte de la buena vida, página 93
El arte de la buena vida, página 94
El arte de la buena vida, página 95
El arte de la buena vida, página 97
El arte de la buena vida, página 100
El arte de la buena vida, página 101
(…)
Sin embargo, la señal más importante de que estamos progresando como estoicos es un cambio en nuestra vida emocional. No es, como los que ignoran la verdadera naturaleza del estoicismo suelen creer, que dejemos de experimentar emociones. Por el contrario, lo que experimentaremos son menos emociones negativas. También invertiremos menos tiempo deseando que las cosas sean de otro modo y más disfrutando de las cosas tal como son. En líneas generales, disfrutaremos de un grado de serenidad del que carecíamos previamente. Asimismo, descubriremos, quizá para nuestra sorpresa, que nuestra práctica del estoicismo nos ha hecho susceptibles a pequeños estallidos de alegría: de pronto nos complacerá ser la persona que somos, vivir la vida que vivimos, en el universo que habitamos.
(…)
Sin embargo, para la prueba última del progreso realizado en el estoicismo tendremos que esperar a afrontar la muerte. Solo entonces, dice Séneca, sabremos si nuestro estoicismo ha sido verdadero.
El arte de la buena vida, página 103-104-105
El arte de la buena vida, página 108
El arte de la buena vida, página 109
El arte de la buena vida, página 110
El arte de la buena vida, página 113
El arte de la buena vida, página 116
El arte de la buena vida, página 123
El arte de la buena vida, página 124
El arte de la buena vida, página 128
El arte de la buena vida, página 132
El arte de la buena vida, página 135
El arte de la buena vida, página 144
El arte de la buena vida, página 145
El arte de la buena vida, página 149
El arte de la buena vida, página 150
El arte de la buena vida, página 166
El arte de la buena vida, página 167
El arte de la buena vida, página 170
El arte de la buena vida, página 171
El arte de la buena vida, página 174
El arte de la buena vida, página 176
El arte de la buena vida, página 176
El arte de la buena vida, página 180
El arte de la buena vida, página 180
El arte de la buena vida, página 181
El arte de la buena vida, página 182
El arte de la buena vida, página 183
El arte de la buena vida, página 196
El arte de la buena vida, página 202
El arte de la buena vida, página 205
El arte de la buena vida, página 207
El arte de la buena vida, página 208
El arte de la buena vida, página 209
El arte de la buena vida, página 209
El arte de la buena vida, página 210
Seguir este consejo requiere de un grado de autodisciplina superior al necesario para practicar otras técnicas estoicas. Los programas de incomodidad voluntaria conviene dejarlos para «estoicos avanzados».
El arte de la buena vida, página 213
Dicho esto, he de añadir que no tengo tan pocos deseos consumistas porque luche conscientemente contra ellos. Al contrario, estos deseos simplemente han dejado de formarse en mi mente; o, en todo caso, no se forman tan a menudo como solían. En otras palabras, mi capacidad para formar deseos que tengan que ver con bienes de consumo parece haberse atrofiado. ¿Qué ha provocado esta situación? La profunda comprensión, gracias a la práctica del estoicismo, de que adquirir las cosas que los miembros de mi círculo social suelen desear y por las que trabajan duro, a largo plazo, no marcará diferencia alguna en mi felicidad ni contribuirá a que tenga una buena vida. En particular, si adquiero un coche nuevo, ropa elegante, un Rolex o una casa más grande, estoy convencido de que no sería más feliz de lo que soy ahora, y tal vez incluso mi grado de felicidad podría verse perturbado. Como consumidor, tengo la impresión de haber cruzado un gran abismo. Parece improbable que alguna vez regrese al consumismo inconsciente que una vez me pareció tan entretenido.
El arte de la buena vida, página 219
El arte de la buena vida, página 225
El arte de la buena vida, página 229
No hay comentarios:
Publicar un comentario