Herodoto

"Cuando estalla un incendio, los gatos se agitan con una especie de movimiento divino, que sus propietarios observan, mientras descuidan el fuego. Sin embargo, los gatos, a pesar de sus cuidados, huyen de ellos e incluso saltan por encima de la cabeza de sus dueños para arrojarse al fuego. Los egipcios guardan entonces luto por su muerte. Si un gato muere por causas naturales en una casa, todos sus habitantes se afeitan las cejas: si muere un perro, se afeitan la cabeza y todo el cuerpo. Solían embalsamar a los gatos muertos y llevarlos a Bubastis para enterrarlos en una casa sagrada."

Herodoto
Tomada del libro Las enseñanzas secretas de todos los tiempos de Manly Palmer Hall, página 389


"Cuentan todo lo que hace esta ave (se refiere al fénix), que a mí no me parece creíble; dicen que viene de Arabia y que trae al ave padre, completamente cubierto de mirra, al templo del sol, donde entierra su cuerpo. Para traerlo, dicen, forma primero una bola de mirra, lo más grande que es capaz de transportar; a continuación la ahueca y mete dentro a su padre, tras lo cual tapa la abertura con mirra fresca y entonces la bola tiene exactamente el mismo peso que al principio; entonces la lleva a Egipto, toda cubierta como ya he dicho, y la deposita en el templo del sol. Esta es la historia que cuentan sobre lo que hace esta ave."

Herodoto
Tomada del libro Las enseñanzas secretas de todos los tiempos de Manly Palmer Hall, página 385


"Dad el poder al hombre más virtuoso que exista, pronto le veréis cambiar de actitud."

Herodoto


"De Egipto hablaré con detenimiento, ya que en ningún otro lugar hay tantas cosas maravillosas, ni en todo el resto del mundo se pueden ver tantas obras de indecible grandeza."

Herodoto




“De todas las miserias del hombre, la más amarga es ésta: saber tanto y no tener dominio de nada.”

Herodoto


“De todos los infortunios que afligen a la humanidad el más amargo es que hemos de tener conciencia de mucho y control de nada.”

Herodoto


“El apresuramiento es padre del fracaso.”

Herodoto




"El más acerbo dolor entre los hombres es aspirar a mucho y no poder nada."

Herodoto


“En la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos.” 


Herodoto


“Es más fácil embaucar a muchos juntos que a uno solo” 

Herodoto


"Hasta aquí los egipcios y sus sacerdotes me contaron la historia. Y demostraron que habían habido trescientas cuarenta y una generaciones de hombres desde el primer rey hasta el ultimo; el sacerdote de Hefestos. Y en esas hubo hasta tantos (Altos Sacerdotes) y reyes. Ahora bien, trescientas generaciones de hombres son igual a diez mil años, porque hay tres generaciones de hombres cada 100 años. Y en cuarenta y una generaciones que todavía quedan, además de las trescientas, hay mil trescientos cuarenta años. De esta manera en once mil trescientos cuarenta años, ellos dicen que ningún Dios en forma de hombre había sido rey; tampoco hablaron de cosas tal ni antes ni después entre los que después fueron reyes de Egipto. Ahora bien, en todo ese tiempo, según dijeron el Sol se había separado de su curso apropiado en cuatro ocasiones; y se había levantado donde ahora se pone y se había puesto donde ahora se levanta; pero nada en Egipto se había alterado por eso y no se había tocado el río ni se habían tocado los frutos de la tierra ni había habido enfermedades ni muertes."

Herodoto
Historias, Libro I


"La democracia lleva el más bello nombre que existe ¨igualdad¨."

Herodoto


“La gente con prisa suele hacer dos veces su trabajo.”

Herodoto


"La gente observaba el fenómeno con asombro… Nadie sabía qué significaban aquellas bolas de fuego… Volaron por encima de los edificios y, al cabo de un rato, desaparecieron… Las bolas eran enormes y se desplazaban en el cielo en total silencio… Contamos hasta veinte."

Herodoto
 Visita a Egipto
Tomada del libro Mis «primos» de J. J. Benítez


“La muerte es el refugio de los hombres cansados.”

Herodoto



"La prisa engendra el error en todo, y del error sale muy a menudo el desastre."

Herodoto


"Las cámaras subterráneas de la colina sobre la que se alzan las pirámides, cámaras que, para que le sirvieran de sepultura, Keops se hizo construir, conduciendo hasta allí un canal con agua procedente del Nilo…"


Herodoto
Tomado del libro La cámara secreta de Robert Bauval, página 122




“Las pruebas de la vida y los dolores de la enfermedad hacen demasiado largo hasta el breve periodo de la vida.” 

Herodoto

"Los egipcios (...) fueron los descubridores del año solar y los que dividieron su curso en doce partes. Obtuvieron este conocimiento de las estrellas."

Herodoto
Historias, Libro II
Tomado del libro de Robert Bauval, Código Egipto, página 61



"Los espías (de Cambises) partieron para Etiopía bajo el pretexto de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si existía en aquel país aquello que es llamado como «La Mesa del Sol»."

Herodoto
Historia, Libro III
Tomada del libro La escalera al cielo de Zecharia Sitchin, página 29


“Mejor ser envidiado que provocar piedad.”

Herodoto


“Ningún hombre es tan tonto para desear la guerra y no la paz; pues en la paz, los hijos llevan a sus padres a la tumba, y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba.”

Herodoto


“No intentes curar el mal por medio del mal.”

Herodoto

"Keops, según dicen, reinó durante cincuenta años, y a su muerte vino a ocupar el trono su hermano Kefrén. Éste también mandó construir una pirámide…, la cual mide doce metros menos que la de su hermano, pero posee la misma grandeza… Kefrén reinó durante cincuenta y seis años… y le sucedió Mikerinos, hijo de Keops… Este hombre dejó una pirámide mucho más pequeña que la de su padre."

Herodoto
Cita tomada del libro de Graham Hancock, Las huellas de los dioses, página 337



"La pirámide se construyó en escalones, como si fueran almenas, como quien dice, o, según otros, como si fuera un altar. Después de colocar las piedras para la base, levantaron las demás hasta el lugar correspondiente por medio de máquinas hechas de planchas cortas de madera. La primera máquina las elevaba del suelo hasta lo alto del primer escalón, donde había otra máquina que recibía la piedra que llegaba y la transportaba al segundo escalón, donde una tercera máquina la subía aún más. Podía ser que hubiera tantas máquinas como escalones tenía la pirámide o, también, que tuvieran una sola, pero tan fácil de trasladar que la fuesen transportando de un piso a otro a medida que la piedra subía. Se dan las dos versiones y por eso comento las dos. Primero se terminaba la parte superior de la pirámide, a continuación la media y, por último, la inferior y más cercana al suelo. En la pirámide hay una inscripción en caracteres egipcios que registra la cantidad de rábanos, cebollas y ajos que consumieron los obreros que la construyeron y recuerdo perfectamente que el intérprete que me leyó lo escrito dijo que así se habían gastado mil seiscientos talentos de plata. Si esta información es exacta, ¡qué suma enorme se habrá gastado en las herramientas de hierro que se utilizaron en la obra y para alimentar y vestir a los obreros, teniendo en cuenta todo el tiempo que duraron las obras, que ya se ha indicado [diez años], y el tiempo adicional —que no habrá sido poco, me imagino— que se debió de tardar en extraer la piedra, transportarla y formar los aposentos subterráneos!"

Herodoto
Tomada del libro Las enseñanzas secretas de todos los tiempos de Manly Palmer Hall, página 146



"Los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por el mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, Tirreno, Iberia y Tartesso. No navegaban en naves mercantes, sino en pentaconteros [barco de guerra griego]. Y, al llegar a Tartesso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartesso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte."

Heródoto
Historias I, 163




"Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba y en la guerra son los padres quienes llevan a sus hijos a la tumba."

Herodoto



"Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuando fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mole y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no omitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al Templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren."

 Herodoto
Citado en el libro de Jorge Luis Borges, El libro de los seres imaginarios, página 22



“Si uno empieza con certezas acabará con dudas pero si se conforma con empezar con dudas conseguirá acabar con certezas aún faltando las palabras.”

Herodoto


"Sin duda es más fácil embaucar a una multitud que a un solo hombre."

Herodoto


"Son las casas más grandes y los árboles más altos los que derriban los dioses con sus rayos y truenos. Pues a los dioses les agrada frustrar lo que es más grande que el resto. No soportan el orgullo ajeno, tan sólo el propio"

Herodoto
Tomada del libro El enigma del cuatro de Ian Caldwell - Dustin Thomason, página 209



“Tu estado de ánimo es tu destino.” 

Herodoto


VII. [...] Candaules, hijo de Myrso, a quien por eso dan los griegos el nombre de Myrsilo, fue el último soberano de la familia de los Heráclidas que reinó en Sardes, habiendo sido el primero Argon, hijo de Nino, nieto de Belo y biznieto de Alceo el hijo de Hércules. [...]
VIII. Este monarca perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer más hermosa del mundo, tomó una resolución a la verdad bien impertinente. Tenía entre sus guardias un privado de toda su confianza llamado Giges, hijo de Dáscylo, con quien solía comunicar los negocios más serios de estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extremada de su mujer, y no pasó mucho tiempo sin que el apasionado Candaules (como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina) hablase otra vez a Giges en estos términos: —«Veo, amigo, que por más que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuán hermosa es mi mujer, y conozco que entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal como Dios la hizo.» Al oír esto Giges, exclama lleno de sorpresa: —«¿Qué discurso, señor, es este, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me mandaréis por ventura que ponga los ojos en mi Soberana? No, señor; que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se despoja con él de su recato y de su honor. Y bien sabéis que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo fijamente que la reina es tan perfecta como me la pintáis, la más hermosa del mundo; y yo os pido encarecidamente que no exijáis de mí una cosa tan fuera de razón.»
IX. Con tales expresiones se resistía Giges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener; pero Candaules replicóle así: —«Anímate, amigo, y de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo de manera que ni aun sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultaré detrás de la puerta, que estará abierta. No tardará mi mujer en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la puerta, irá poniendo uno por uno sus vestidos, dándote entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción. Luego que ella desde su asiento volviéndote las espaldas se venga conmigo a la cama, podrás tú escaparte silenciosamente y sin que te vea salir.»
X. Viendo, pues, Giges que ya no podía huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Giges a su mismo cuarto, y bien presto comparece la reina. Giges, al tiempo que ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos, la contempla y la admira, hasta que vueltas las espaldas se dirige hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que ella no le eche de ver. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime la voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello; pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque no solamente entre los lidios, sino entre casi todos los bárbaros, se tiene por grande infamia el que un hombre se deje ver desnudo, cuanto más una mujer. XI. Entretanto, pues, sin darse por entendida, estúvose toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabía eran los más leales y adictos a su persona, hizo llamar a Giges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque bien a menudo solía presentarse siendo llamado de orden suya. Luego que llegó, le habló de esta manera: —«No hay remedio, Giges; es preciso que escojas, en los dos partidos que voy a proponerte, el que más quieras seguir. Una de dos: o me has de recibir por tu mujer, y apoderarte del imperio de los lidios, dando muerte a Candaules, o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que esta; es forzoso que muera quien tal ordenó, o aquel que, violando la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda.» Atónito Giges, estuvo largo rato sin responder, y luego la suplicó del modo más enérgico no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla, y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar la muerte por su mano a su señor, o de recibirla él mismo de mano servil, quiso más matar que morir, y la preguntó de nuevo: —«Decidme, señora, ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar la muerte a vuestro esposo, ¿cómo podremos acometerle? —¿Cómo? le responde ella, en el mismo sitio que me prostituyó desnuda a tus ojos; allí quiero que le sorprendas dormido.»
XII. Concertados así los dos y venida que fue la noche, Giges, a quien durante el día no se le perdió nunca de vista, ni se le dio lugar para salir de aquel apuro, obligado sin remedio a matar a Candaules o morir, sigue tras de la reina, que le conduce a su aposento, le pone la daga en la mano, y le oculta detrás de la misma puerta. Saliendo de allí Giges, acomete y mata a Candaules dormido; con lo cual se apodera de su mujer y del reino juntamente: suceso de que Arquíloco pario, poeta contemporáneo, hizo mención en sus yambos trímetros.
XIII. Apoderado así Giges del reino, fue confirmado en su posesión por el oráculo de Delfos. Porque como los lydios, haciendo grandísimo duelo del suceso trágico de Candaules, tomasen las armas para su venganza, juntáronse con ellos en un congreso los partidarios de Giges, y quedó convenido que si el oráculo declaraba que Giges fuese rey de los lidios, reinase en hora buena, pera si no, que se restituyese el mando a los Heráclidas. El oráculo otorgó a Giges el reino, en el cual se consolidó pacíficamente, si bien no dejó la Pitia de añadir, que se reservaba a los Heráclidas su satisfacción y venganza, la cual alcanzaría al quinto descendiente de Giges; vaticinio de que ni los lidios ni los mismos reyes después hicieron caso alguno, hasta que con el tiempo se viera realizado.

Heródoto de Halicarnaso
Los nueve libros de la Historia
Libro I. Clío. VII-XIII



















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