Jean de Salisbury

"Cuando veía la abundancia de subsistencias, la alegría del pueblo, el buen aspecto del clero, la majestad y la gloria de la Iglesia y las diversas ocupaciones de los hombres admitidos al estudio de la filosofía, me ha parecido ver esa escala de Jacob cuyo coronamiento alcanzaba el cielo y por la que los ángeles subían y bajaban. Me he visto forzado a confesar que, en verdad, el Señor estaba en ese lugar y que yo lo ignoraba. También acudió a mi espíritu este pasaje de un poeta: ¡Feliz aquél a quien se asigna este lugar por exilio!"

Jean de Salisbury que se describió a sí mismo como Johannes Parvus 
Tomada del libro Las Moradas Filosofales de Fulcanelli, página 47


"De todas las injusticias, ninguna más grave que la de aquéllos que, en el momento en que más engañan, procuran aparecer ante todos como personas virtuosas. A ellos, esa apariencia de virtud les da patente de corso, y donde a duras penas podría esperarse perdón, ellos consiguen gloria."

Jean de Salisbury


"El noble fruto de un espíritu filosófico es una generosa ecuanimidad de la mente."

Jean de Salisbury


"El regalo que proviene de la espontánea liberalidad del donante, y no ha sido arrancado por una desvergonzada exigencia, no lleva en sí ninguna deshonra que merezca reprensión, siempre que no se acepten los regalos de los malvados. Cierto, recibir un beneficio es vender la libertad y no es decoroso que sean siervos los que han de regir a otros."

Jean de Salisbury



"No hay diferencia entre que un soldado milite a las órdenes de un creyente o de un infiel, mientras sirva sin violar su propia fe. Porque se lee que hubo creyentes que sirvieron como soldados a Diocleciano o a Juliano y a otros jefes impíos y les prestaron lealtad y reverencia como a príncipes comprometidos en la defensa del bien común. Lucharon contra los enemigos del Imperio, pero guardaron los mandamientos de Dios; y cuando alguna vez se vieron obligados a desobedecer a la ley prefirieron a Dios antes que a los hombres. «Los príncipes se sentaron y los acusaron», pero ellos se mantenían en la salvación de Dios hablando con firmeza y cumpliendo sus mandamientos sin confusión y con toda fe. También se cuenta que David militó para Aquis cumpliendo con fidelidad y reverencia de soldado.
Ésta es la regla que debe prescribirse a toda milicia: que primero debe cumplirse sin mancha con la fidelidad debida a Dios, y luego con la debida al príncipe y a la comunidad. Y siempre las cosas mayores habrán de tener preferencia sobre las menores, porque la fidelidad al príncipe y a la comunidad política no han de mantenerse contra Dios, sino según Dios, como consta expresamente en el juramento de fidelidad.
Por eso me admiro mucho de que algún príncipe pueda confiar en aquellos que, aun obligados por el juramento militar (por no hablar de otras cosas), no guardan fidelidad a Dios. ¿Qué enfermedad mental padece quien piensa que le habrá de ser fiel aquel al que ve corrompido y pérfido contra el ser a quien más debe? ¡Ah, pero es que al príncipe le teme! Claro, y«si viene otro más fuerte» le temerá más. Es que quizá ama al príncipe [...] pero más amará a otro que se presente más benévolo y generoso. No hay lugar donde no se vuelva el impío que prefiere el hombre a Dios; y no guardará la segunda fidelidad el que no mantuvo la primera."

Jean de Salisbury
 El Policraticus


"No quiero que mis frases parezcan el ladrido de un perro."

Juan de Salisbury


"Sucedió a éste Alejandro, en virtud y en vicios más grande que su padre. El modo de vencer fue distinto en ambos. Este hacía la guerra abierta; aquél, con artimañas. Aquel gozaba en engañar al enemigo; éste en arrollarlo claramente. El primero era más pru­dente en sus planes; el segundo, más magnánimo. El padre disimu­laba la ira e incluso la victoria; para el hijo, una vez encolerizado, no había dilación ni límites en la venganza. A los dos les gustaba mucho el vino, pero las consecuencias de su embriaguez eran distintas. El padre solía acometer al enemigo incluso levantándose directamente del banquete y encararse al peligro con temeridad; Alejandro no se ensañaba con el enemigo, sino con los suyos. Por eso Filipo volvió muchas veces herido de las batallas, mientras Alejandro salía con frecuencia de un banquete dejando amigos muertos. Aquél quería reinar con los amigos, éste ejercía el reinado en contra de los amigos. El padre prefería ser amado; el hijo, te­mido. Ambos cultivaron de igual modo las letras. El padre fue más astuto; el hijo, más fiel. Filipo fue más moderado en las palabras y discursos; Alejandro, en los hechos. La disposición del hijo fue más pronta y sincera para perdonar a los vencidos. El padre era más dado a la frugalidad; el hijo, al lujo. Con los mismos procedimientos con que el padre estableció los cimientos del imperio del mundo, consumó el hijo la gloria de tan gran obra». Pero en una cosa superó los vicios, no sólo de su padre, sino de todo hombre noble: en que tuvo una envidia tan inmensa, que hasta los triunfos paternos le arrancaban lágrimas, como si el bien hacer paterno le arrebatase la gloria de todas sus hazañas. Incluso llegaba a matar con sus propias manos o mandaba que fueran conde­nados a muerte quienes alababan el valor de su padre.
Por su parte, Pitágoras gozó de tanta autoridad entre los filósofos que bastaba para tomar una decisión en cualquier cuestión, el creer que Pitágoras se había puesto en favor o en contra. Podía tanto su opinión cuando era conocida de antemano, que la contraria no conseguía recuperar terreno si se propalaba que él había dicho aquello, y por la costumbre de sus seguidores el solo pronombre significaba Pitágoras. Pues, según el testimonio de Tu­lio, cuando se decía sencillamente: «El dijo esto», había que en­tender que se trataba de Pitágoras por su reconocida autoridad. Este, a pesar de toda esa autoridad, no consiguió en forma alguna inclinar a su favor cierto juicio, y como todavía dura su aplazamien­to por la ambigüedad del caso, la sentencia está por dictar."

Juan de Salisbury
Policraticus













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