Manuel Vicent

"Acostumbrados como estaban al azar de los naipes, los componentes de la timba creyeron todo cuanto les dijo Georgina acerca del tesoro que permanecía oculto en un sótano de la ciudad, y para ellos poseer la llave de oro o una de sus copias que pudiera abrir esa puerta secreta era igual que ligar una escalera de color. En realidad, la muerte súbita de Boro Salami en mitad de la partida de póquer había sido una jugada misteriosa, un envite lleno de imaginación que puso a los tahúres en la entrada de un laberinto de infinitas encrucijadas, pero al final de ese camino no había un montón de fichas barrido por la raqueta del crupier, sino un arca repleta de joyas medievales, monedas antiguas y otros arcanos tal vez de un valor ilimitado. El exportador de ventresca, ayudado por el perista, exploraba ahora el cadáver de Salami, que ya se había ablandado con el deshielo. Nada encontró en sus bolsillos, y aunque los dos a un tiempo comenzaron a palparle con rigor la barriga y otras partes duras, tampoco notaron que hubiera una resistencia de metal en el interior de su carne. El loro había dado una buena pista. La llave de oro estaba todavía dentro del brazo ortopédico pegada con esparadrapo y este artilugio del príncipe manco había sido arrojado por el camión de basura en el vertedero general de la ciudad.
De momento, los naipes se hallaban distribuidos de esta forma: una copia de la llave la tenía el asesino, Delio Cabrales, y éste permanecía en la cárcel. Otra era propiedad del mendigo Pitágoras, el cual andaba bajo los túneles inciertos del asfalto huyendo de sí mismo tras haber cometido el crimen. El original había que descubrirlo en el vertedero general de Vaciamadrid, donde la basura formaba un paisaje que se perdía de vista."

Manuel Vicent
La muerte bebe en vaso largo



"Al final los vencedores siempre son los que saben salir bien en la fotografía."

Manuel Vicent Recatalá



"Al regresar de Costa de Marfil, donde pasó tres años en el poblado de Daloa como cooperante de unas monjas francesas, la mujer rubia quiso enfrentarse de una vez con uno de los fantasmas que la visitaban todas las noches en el sueño. Tenía que hablar cara a cara con Serrano Suñer, dejar de llamarle tío Ramón y atreverse a llamarle padre y saber si él la aceptaba como hija. Cruzó unas palabras formales por teléfono, para concertar una cita en su casa o en cualquier otro lugar. Fue en su casa una tarde en que, según le dijo, estaría solo, sin la mujer ni los hijos. Carmen llegó puntual. Llamó al timbre. Una vez, dos veces, tres veces, sin respuesta. Pensó que el vacío le esperaba de nuevo. Después de cinco minutos oyó unos pasos; a continuación, muy elegante, sin perder todavía su apostura de dandi impecable con fular, él mismo abrió la puerta, le dio un beso y, ante su sorpresa, en lugar de llevarla al salón y ofrecerle un café o algo así, la hizo pasar a un despacho forrado de libros y se atrincheró detrás de su mesa de trabajo y le señaló un sillón alto que había frente a él para que se sentara, como si fuera una clienta que iba a consultarle un problema jurídico. Antes de pronunciar la primera palabra, mientras removía unos papeles para poner cierto orden en una carpeta o para dominar su evidente nerviosismo, puesto que no sabía cuáles eran las intenciones ni las salidas de carácter de la chica, ella tuvo tiempo de contemplar algunas fotografías que adornaban los anaqueles de su biblioteca. Todas eran recuerdos familiares, no había ninguna en que se le viera como gerifalte del franquismo, peinado hacia atrás con brillantina, la chaqueta blanca con el yugo y las flechas en la solapa y la camisa negra que le sentaba igual o mejor que al conde Ciano, el ministro y yerno de Mussolini. En una foto aparecía con su mujer Zita Polo y los hijos, entre ellos el novio de Carmen, todavía niños con sus gorritos blancos en la playa de Benicasim, donde pasaban las vacaciones en la mansión de El Palasiet, encima del hotel Voramar, muy cerca de la Villa Elisa, de su amigo Joaquín Bau. Aunque había nacido en Cartagena, Serrano Suñer, de muy joven, estaba vinculado a Castellón, donde su padre era ingeniero del puerto. De esa raíz le venía a la mujer rubia su amor al Mediterráneo, tal vez. Le gustaba el mar para nadar, no para bañarse."

Manuel Vicent
El azar de la mujer rubia



"(...) Creo que este trabajo es un acto de soledad absoluta, de corredor de fondo."

Manuel Vicent



“El arte de torear consiste en convertir en veinte minutos a un bello animal en una albóndiga sangrante ante un público alborozado.” 

Manuel Vicent


"El ciudadano de Ámsterdam goza de cierto desenfado cosmopolita, un poco frívolo; en cambio, Róterdam aún conserva la ética del trabajo, absolutamente fiable; en La Haya están los grises burócratas cerrados; y por el Sur, en Liburg, parece que cunde algo de alegría e incluso se celebran carnavales. Holanda es el país más poblado, más industrializado y más democratizado del mundo. Católicos y protestantes se reparten la fe al 40% y el resto practica la Tora o carece de cielo y pasa por la vida sin desesperarse demasiado; pero el calvinismo, con su moral puritana y la redención de las penas del infierno por el trabajo, ha inundado cualquier clase de creencia, desde la papista romana al ateísmo.
A simple vista, los holandeses son como alemanes de regadío. Tienen la dicha del pie húmedo y la tozudez, agresividad y dureza centroeuropea; aunque no han perdido el método, se ven aquí un poco macerados por el aire mojado. Holanda es una llanura donde no sobresale nada ni nadie, si se quitan varios genios y algunos locos. En este paraje la tradición consiste en no destacar para evitarse molestias. Se trata de una costumbre muy arraigada. No se divisa un solo rico en la calle. Los aristócratas, emparentados en su mayoría con la nobleza germánica, habitan casas de campo y castillos en zonas fronterizas de Gelderland o de Overijssel, lejos de la corte de La Haya, cuyo aburrimiento es legendario. Celebran fiestas y cacerías de faisanes dentro del más riguroso pudor, aparean su riqueza con sociedades anónimas y ellos se extinguen cruzándose la sangre entre sí. Los ricos existen, pero van de incógnito."

Manuel Vicent
Viajes, fábulas y otras travesías




“El éxito y la adulación son adormideras, una de las formas de muerte.” 

Manuel Vicent


"El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado."

Manuel Vicent



"El optimismo es una fuente de riqueza."

Manuel Vicent



"El prejuicio más grande que existe es el de querer ser moderno a toda costa."

Manuel Vicent



“El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.” 

Manuel Vicent



"El ser humano se mueve por placer; única y exclusivamente por placer."

Manuel Vicent




"El soporte no tiene ninguna importancia, el papel que hay debajo de las palabras no importa."

Manuel Vicent



EL TIEMPO

El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada. Después de Reyes, un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente y apenas te des cuenta será primavera. Ajenos a ti en algunos valles florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en los escaparates. Una mañana radiante, camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías habrán llegado las cerezas, las fresas y los melocotones y sin saber por qué ya será verano. De pronto te sorprenderás a ti mismo rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte del jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado y de la playa te llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado. El bronceado permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que la pared de enfrente oscurece antes de hora. Enseguida volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez Navidad. La monotonía hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella. Los inviernos de la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o aventura estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama. No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño.

Manuel Vicent




"El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada."

Manuel Vicent



"Es muy difícil ser feliz sin hacer el ridículo."

Manuel Vicent



"Escribir casi entra dentro del placer masoquista."

Manuel Vicent




"(...) Estas sensaciones formaban un tejido que me había arrancado la carne y había empezado a ser sustituido por otras visiones, por nuevas vivencias."

Manuel Vicent



“Hay personas que poseen la rara virtud de sacar lo peor que cada uno lleva dentro.”

Manuel Vicent
Retratos, 2005





"Hay que tener una actitud de sinceridad y de necesidad ante lo que se escribe, sin otros prejuicios."

Manuel Vicent



“La cultura es ese poso que queda después de leer dos mil libros y de haberlos olvidado.”

Manuel Vicent
Retratos, 2005



"La dicha está constituida por esos huecos cerebrales sin historia."

Manuel Vicent


"La fiesta nacional tiene mucho color: el rojo de la sangre es el más auténtico."

Manuel Vicent



"La imaginación siempre está arraigada en la realidad. La fantasía es una especie de juego ilógico o cerebral, que a mí no me interesa porque en él vale todo. Es un juego muy fácil. Y si uno tiene ya cierta capacidad de malabarismo, más todavía. Sin embargo la imaginación siempre parte de la realidad, y supone un trabajo de la inteligencia. Creo que la imaginación es un producto de la inteligencia basado en el acervo que le proporcionan los sentidos."

Manuel Vicent


"La informática es ya una patria común; el resto, o sea, la moral, se reduce a tener limpia la acera de la casa."

Manuel Vicent


"La literatura es como el mar; el arte es también una sucesión de formas que se golpean a sí mismas; es como el fuego, como el aire, como los cuatro elementos, que son siempre, por una parte, inmutables, y por otra siempre cambiantes."

Manuel Vicent


"La vocación del arma es el blanco."

Manuel Vicent


“La perfección es muerte; la imperfección es el arte.” 

Manuel Vicent



“La vida ha cogido una aceleración muy fuerte... La impresión es que llegamos tarde a todo, que no sabemos adónde va todo esto.” 

Manuel Vicent



“La vocación del arma es el blanco.” 

Manuel Vicent



"Martín venía del fondo de la muerte o del tiempo cuando la ambulancia llegó a un cruce de calles que era decisivo: una llevaba al depósito de cadáveres y otra regresaba de nuevo a la pared blanca. Ana le hablaba al oído y le llamaba con el nombre de Martín para que decidiera vivir por sí mismo. En la pared blanca el ángel estaba ahora dibujando un triciclo distinto al que había aparecido en el espejo negro del prostíbulo donde David fue herido por un beso de sangre que cuajó en el silencio. El ángel dibujaba otra vida a través de otros juguetes de niño, de otros libros leídos, de otros amores sentidos, de otros viajes realizados, de otras heridas recibidas, de otros sueños, de otras caídas, y Martín se reconocía en todos ellos e incluso veía a otra paloma volar desde un cuarto trastero donde quedó otra niña Clara llorando, y se sentó bajo los tilos de la explanada del Casino de Baden-Baden en otro sillón de mimbre junto a otra Eva vestida con una falda de flores, pero en la pared blanca apareció la única Ana desnuda caminando hacia unas higueras y granados que coronaban unas ruinas donde Martín la esperaba con su cuerpo nuevo, que ya no formaba parte de ellas. «Todavía está vivo. Dese prisa», gritó Ana al conductor de la ambulancia. Durante el trayecto hacia el hospital la amante contemplaba absorta las dos heridas mortales y en cada una palpitaba un alma distinta. Una era la de David todavía. Otra ya era la de Martín.
Afuera llovía y la noche ya estaba cerrada cuando la ambulancia llegó a la rampa de urgencias y, aunque el herido de arma blanca parecía uno solo, uno más, eran dos los acuchillados en un mismo bautizo de sangre. Ana se volcó sobre ellos para abrazarlos hasta más allá de sus heridas antes de que la camilla se adentrara en un pasillo por una puerta con batientes de goma. «Espere aquí noticias. La tendremos al corriente. ¿El herido trae documentación?», preguntó uno de los celadores. «No sé», dijo Ana. Y se sentó en un banco corrido de la sala de espera junto a otra gente desesperada.
Las pantallas del quirófano tenían el deslumbramiento del sol de mediodía e iluminaban el cuerpo desnudo de quienquiera que fuera el hombre tumbado en la camilla, pero la luz blanca incidía en su mente hasta llegarle al fondo del alma y allí estaba Ana caminando de forma neumática, con el violonchelo al hombro, por un jardín lleno de jaras y otras plantas silvestres junto a las cuatro adelfas que había plantado un poeta. Ana lo había llamado muchas veces con un grito de placer desde lo alto de un acantilado y, obedeciendo a sus gemidos, él se había puesto a andar hacia ella desde el fondo del tiempo. En cada orgasmo el azar de aquella mujer rubia le obligaba a variar de rumbo. Martín se movía por distintas ciudades del mundo, con diversos oficios, con otros amores, con otros sueños, pero siempre que sentía en la nuca el grito de Ana tenía enfrente un cruce de caminos y era ella la que escogía y lo iba atrayendo a su vida. Sus gritos de placer tiraban de los hilos con el mismo juego que entretiene a los dioses. Suéñame, respondía Martín a cada uno de aquellos impulsos desde el fondo de su sangre.
Mientras tanto, el cirujano de guardia examinaba también los caminos que había tomado la navaja y echaba los dados sobre las heridas. La trasfusión de sangre que le estaban haciendo era un misterio porque en el cuerpo de Martín entraba el río de todos los cuerpos sucesivos que Ana había amado a lo largo de su vida.
En la sala de espera había otra gente desesperada que aguardaba en silencio otros veredictos. Esa noche habían entrado en ese hospital al menos veinte navajazos de reyerta pero sólo uno tenía la urgencia del amor. Ana recordaba ahora cuánto había querido a David. Los más bellos momentos de su vida los había compartido en aquellos viajes que él le preparaba con la imaginación. No hacía ni dos horas que había soñado que navegaba con él rumbo a Alejandría pero ella llevaba dentro una tempestad y habían naufragado. Se prometió que no volvería a suceder. Se juró que si David sobrevivía ella le seguiría a todas partes donde la llevara, hasta el final de sus días en este mundo, y sería su cuerpo el navío más fiel, el más firme, el más seguro. En ese momento entró en la sala de espera un celador y preguntó en medio del silencio de todos: «¿Los familiares de Martín?». Ana se levantó. El celador dijo que lo acompañara. En el silencio del ascensor Ana le preguntó: «¿Cómo sabe usted que se llama Martín?». El celador le contestó: «Es el nombre que nos ha dado el herido al salir del coma. ¿Es algo raro?». Ana murmuró: «No, no, en absoluto»."

Manuel Vicent
Cuerpos sucesivos


"Me considero un escritor, y a la hora de escribir un artículo o una novela mi actitud ante el texto es la misma. Muchas veces puedes estar más cómodo ante un tema que ante otro, pero eso no depende del tema en sí, sino de tu propia situación. Después es el lector quien opina."

Manuel Vicent




“Mi lucha por la existencia consiste en que a la hora del desayuno sea mucho más importante el aroma del café que las catástrofes que leo en el periódico abierto junto a las tostadas.”

Manuel Vicent


"Nueva York exhibía el color de otoño, el hedor de siempre: delicados amarillos y púrpuras en Central Park, rojos sangre de perro en los carteles de salchichas, rosas desvaídas en el rostro de los héroes de las pancartas y el dulce olor de gas penetrado por la putrefacción de un millón de tartas de fresa. Me eché a la calle sonriendo a todos los mendigos y por delante de mis ojos desfilaban negros en cadillacs blancos con sombreros de copa fosforescentes, ancianas vestidas con trajes de ballet, viejos de ochenta años que hacían footing, heroinómanos transparentes, limusinas blindadas como sarcófagos con un prodigioso carnicero en su interior, y yo los amaba a todos. ¿Era exactamente mi alma la que estaba pegada en las paredes de la 42? Había un estercolero de carne en aquella esquina con la Octava Avenida y por la acera fluctuaban camellos que predicaban la mandanga en voz baja y algunos seres mutantes dormían en posición fetal en los cubos de basura y a las once de la mañana las bombillas que orlaban los paneles encendían y apagaban grandes tetas e inmensos culos que parecían puertos de mar donde iban a caer deseos de cuarenta dólares. Al pasar por esa esquina, algunos extraterrestres me saludaron como a un emperador. Salve, Caín. Diestro con la quijada de asno, invicto derramador de sangre de perro, amor de los apestados, ¿quieres un pico de heroína? Verás las palmeras de Biblos con el humo de tu adolescencia dormido sobre sus murallas. Yo caminaba por las calles de Manhattan entre hirientes imágenes de panasonic, calientes vallas con chicas abiertas de piernas que anunciaban bragas o salchichones y reatas de adolescentes con cresta de gallo pintada de carmesí, y recordaba un pasado en el desierto lleno de salmos y escorpiones, de preceptos y reptiles."

Manuel Vicent
Balada de Caín


"Periodista es ese tipo que escribe a toda velocidad de cosas que generalmente ignora y lo hace de noche y la mayoría de las veces cansado o borracho y que no teniendo talento para ser escritor ni coraje para ser policía se queda sólo en un chismoso o en un simple confidente."

Manuel Vicent


"Recordaba el griterío de aquellas grullas que pasaban por encima de la sierra de Espadán mientras yo hacía la maleta para partir también, recordaba las últimas palabras de mis amigos al despedirme, los aromas, los sonidos que había dejado en Valencia, los tranvías, las cafeterías, las novias, el sabor de los confesonarios, prostíbulos y teatros, el olor a brea en el puerto, la putrefacción de las algas de la Malvarrosa después de un temporal junto con el vapor de mejillones en los merenderos donde sonaba el acordeón bajo los toldos y cañizos, el hedor escalfado de las alcantarillas, que era traspasado por un airecillo de café torrefacto. Estas sensaciones formaban un tejido que me había arrancado la carne y había empezado a ser sustituido por otras visiones, por nuevas vivencias."

Manuel Vicent
Otros días, otros juegos



“Sólo los genios descubren el alma noble o aviesa del que les da la mano con sólo chocarla por primera vez.” 

Manuel Vicent



"Todo está contado; la forma cambia. La forma es el mar, es insondable."

Manuel Vicent



"Un mito no es un mito hasta que puede anunciar un perfume o una marca de zapatillas."

Manuel Vicent