Era mi Destino. Ahora lo sé. Mi «Tikkún»…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Me decidí a contemplar de nuevo aquella «cosa». Era gigantesca. Flotaba inmóvil sobre el lugar. Era una enorme esfera, de un blanco radiante. Torrente, arbustos, el bosque del «perfume», todo a mi alrededor aparecía iluminado como si fuera de día, con una luz mucho más intensa y que, para mi desconcierto, no daba sombras. Nada proyectaba sombra…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Yehohanan se volvió y, señalando hacia arriba con el dedo índice izquierdo, gritó: — ¡Ellos han vuelto!
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Yehohanan llamó a las luces «almas muertas» (nefeš metah).
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Fue en el referido wadi o cauce seco del Ze’elim, a cosa de tres kilómetros al norte de Masada, y a unos dieciocho de la comuna nazir, en lo más abrupto y calcinado del desierto, donde el futuro Anunciador fue testigo del primer raz: una serie de «fuegos inteligentes» que, según la cantilena, iban y venían durante las noches. Me recordó las historias que circularon entre los vecinos del «Manantial de la Viña», el pueblo natal de Yehohanan, poco antes de su nacimiento. En aquel tiempo, unas esferas luminosas (?), pequeñas y veloces, aterrorizaron a hombres y animales. Entraban y salían de las casas, atravesando, incluso, los muros. En opinión de muchos, fue una señal. Algo estaba a punto de ocurrir; algo «divino», quizá una catástrofe. Y los sabios y doctores de la Ley hicieron hitpa (profetizaron), proporcionando toda suerte de vaticinios; una de esas profecías fue el inminente nacimiento del Mesías… Yehohanan llamó a las luces «almas muertas» (nefeš metah).
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
« ¡Ellos han vuelto!».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
En otra oportunidad, Yu habló del «Ave Negra» y contó la historia de la fundación de la dinastía Shang, una de las más antiguas e inquietantes de la China milenaria (se conjetura que fue fundada hacia el siglo XVII antes de nuestra era). Habló de «dragones circulares» que bajaron del cielo, y de los dioses de ojos rasgados que los montaban, y que se cruzaron con los humanos. Pero tenían que fundar una dinastía real, un auténtico descendiente del cielo, y los dioses que gobernaban los «dragones como ruedas» fueron a elegir a una virgen llamada Jiandi. Entonces, el «Ave Negra» voló sobre ella y dejó caer un huevo. Jiandi lo tragó sin masticar y quedó embarazada. Así nació Xie, el primero de los emperadores de la casa de los Shang. Los «dragones circulares», según Yu, lucían una extraña letra en la panza. Y Yu la dibujó: una especie de «H», con un trazo en el centro. Esa letra, dijo, representaba la «ley del cielo». Era el símbolo de la divinidad y de la realeza.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Todo era válido para Yu a la hora de ejercitar la imaginación. Creía en los sueños, como el mejor antídoto contra la oscuridad y la desesperanza. «El hombre que sueña —decía— ya ha vencido».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
… un daoshi, un buscador de la verdad, en expresión taoísta.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
El hombre no contaba. El hombre no tenía futuro. El hombre era una simple propiedad, primero de los espíritus, después del reyezuelo de turno. Pero llegaron aquellos hombres… Eran blancos. Vestían largas túnicas, también blancas, con un singular distintivo en el pecho: tres círculos bordados en azul.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
El hombre, aunque no lo sabe, procede del amor —el círculo central— y, haga lo que haga, a él retorna. No hay caminos rectos: sólo circulares».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
¡Cientos de merkavah! ¡Cientos de «carros o ruedas» capaces de volar! Nada de esto se cuenta en los textos evangélicos. ¿Por qué?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Fue, por tanto, en la «sexta» (hacia las 12 horas) del lunes, 14 de enero del año 26 de nuestra era, cuando Jesús inauguró «oficialmente» su divinidad. Si tuviera que elegir el punto de arranque de su vida pública, probablemente seleccionaría éste. ¡Un Hombre-Dios!
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Esa mañana, en Omega, el Hombre-Dios tomó la firme decisión de revelar al mundo la existencia de otro «mundo»: el del Amor, con mayúscula, como a Él le gustaba… Si de mí dependiera, el 14 de enero sería designado Día del Planeta Tierra. Ese día, Él decidió permanecer con el hombre, un poco más…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
— ¡Soltemos las ataduras!… ¡Es la hora
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
—Él, Ab-bā, es la luz. Él llega y lo perfuma todo, pero, previamente, otros, su «gente», han colaborado en el prodigio. Son incontables las criaturas que participan en la belleza, en el amor, o en el simple avance de las leyes físicas y espirituales. Lo visible está lleno, pero lo invisible está repleto.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
Todo tiene un origen único, pero los humanos, limitados en la comprensión de Dios, no sabemos distinguir.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
— ¿Comprendes por qué, al descubrir la esperanza, descubres que lo tienes todo?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
—Presta atención, querido mensajero… Era todo oídos. Pocas veces lo vi tan solemne. ¿Qué trataba de comunicarme? ¿Qué pretendía la «chispa»? Dirigió el rostro hacia el firmamento. Pensé en las «luces». ¿Se moverían? No lo hicieron. —Así está establecido… —No comprendo, Señor… —Ahora es el momento. Ahora debes saber… Escucha mis palabras, para que lo que veas, y oigas, sea comprensible para ti y, sobre todo, para los que llegarán después… Obedecí. Algo especial, y destacado, intentaba transmitirme, aunque no era fácil. De nuevo lo vi pelear con las ideas. Todo se quedaba pequeño; especialmente, las palabras… — ¿Sabes qué es el tikkún? Asentí con la cabeza. Para los judíos, el tikkún era una especie de misión sagrada. La traían cada hombre y mujer al nacer. Según los muy religiosos, el tikkún tenía un objetivo básico: recuperar y reconstruir la Šeḵinah, o Divina Presencia, huida del Templo por culpa de los pecados de Israel, y en esos momentos en poder del invasor, Roma. Cumplir el tikkún era contribuir a la llegada del Mesías libertador, haciendo la voluntad del Santo. El tikkún, además, era el único camino para alcanzar la salvación. El hombre que cumplía su tikkún era bendecido por Dios. El que lo rechazaba, o descuidaba, quedaba maldito, y sujeto al estado diabólico. Lo llamaban «hombre qlifoth». Éstas, digamos, eran las líneas generales del tikkún. Por supuesto, cada escuela rabínica añadía nuevas interpretaciones y matizaciones. Ésta, como ya mencioné, era una de las ideas que motorizaba la vida de Yehohanan: derrotar a los impíos y recuperar la Šeḵinah. Más exactamente, arrebatar la «Luz Divina» a Roma, y depositarla en manos de los sacerdotes y doctores de la Ley. Ellos sabrían devolverle la primigenia unidad. —También he venido para cambiar eso… — ¿Tú crees en esa misión sagrada? —Es cierto que existe un tikkún para cada ser humano, pero no como lo interpretan los rabinos… Aquello, en efecto, era nuevo para este explorador. Y Jesús avanzó un poco más, cautelosamente… —El hombre no necesita ser salvado. La inmortalidad no depende de su tikkún. Recuerda que es un regalo del Padre. Eres inmortal desde que eres imaginado por el Amor. Eres inmortal sin condiciones. Y matizó: —El hombre y la mujer nacen con un tikkún: vivir, sencillamente… —¿Vivir? Algo había apuntado en el Hermón… —¿Qué quieres decir? —Asomarse a los mundos del tiempo significa experimentar la imperfección. Vivir lo opuesto a vuestra naturaleza original, la del espíritu. Es lógico que nazcas para vivir… Algo nos dijo, efectivamente, en las nieves del Hermón. Es importante vivir porque ésta es nuestra única oportunidad. Después, tras la muerte, será distinto. Será otra situación, otro cuerpo… —Sigo sin comprender… —Te lo he dicho. También he venido a cambiar eso. He venido a proclamar que cada vida, cada tikkún, tiene sentido. Cada tikkún es una cadena de experiencias, enriquecedora. Nada es fruto del azar. Todo, en el reino de mi Padre, está sujeto al orden, y al Áhab… —¿Tiene sentido el dolor, la enfermedad, la oscuridad…? —Me lo preguntaste en el kan de Assi, y te repito lo mismo. Hay lugares, como este mundo, en los que todo es posible, incluida la maldad. Es parte de un juego que no estás en condiciones de intuir. ¿Crees en mi palabra? —Por supuesto, Señor… —Bien, entonces, acéptala. Cada tikkún es minuciosamente planificado… antes de nacer. Y todo tikkún obedece a un porqué. Nadie es rico, o negro, o esclavo, o ciego, o paralítico, o ignorante, o pobre, o rey, por casualidad. Nadie vive las experiencias que le toca vivir, simplemente porque sí, o por un capricho de la naturaleza. — ¿Y quién decide que alguien viva en la sabiduría? ¿Quién establece que uno sea más y otro menos? Jesús sonrió, malicioso. Empecé a aprender que aquella sonrisa, en particular, significaba «terreno peligroso». Pero respondió: —Quizá tú mismo… —¿Yo selecciono la pobreza o el sufrimiento? No lo creo… La sonrisa permaneció, firme e inmutable. No hubo palabras. Fue la mejor respuesta. Después, tras el elocuente silencio, proclamó: —A eso he venido, querido mal’ak: a traer la esperanza, la presencia de Ab-bā, a los que la han perdido. A eso he venido: a proclamar que cada vida, cada tikkún, obedece a un orden, aunque no podáis comprender… —Y al nacer, todo queda olvidado… El Maestro refrendó el comentario con un leve y afirmativo movimiento de cabeza. Él no fue ajeno a esa circunstancia. Necesitó mucho tiempo —casi treinta y un años— para saber quién era en realidad… —Todo tiene sentido —proseguí, desvelando mis pensamientos—. Sólo es cuestión de vivir… —Vivir en la seguridad de que todos son iguales, e importantes, para el Padre. Todos cumplen una misión. Todos camináis en la misma dirección, aunque no lo parezca… —A eso has venido… —Sí, a refrescar una memoria dormida. Y sé, igualmente, que mis palabras serán olvidadas, y tergiversadas… —¿Y no te importa? —Lo primero que debes aprender esta noche es que ningún tikkún es reprobable. Cada persona, una misión. Cada ser humano, un destino. Ésa fue la revelación que recibí en aquella jornada, en Beit Ids, y que me apresuro a transmitir tal y como Él lo quiso. Yehohanan, su tikkún. Judas, el Iscariote, el suyo. Poncio, también. Cada hombre y mujer, el que hayan elegido —y lo remarcó—… «antes de nacer». Poco importa el porqué de cada tikkún. Estamos aquí, y ésa es la única realidad. Desde esa fría noche, frente a la cueva, no he vuelto a levantar el puño contra Dios, ni contra los hombres. No tiene sentido. Ahora creo entender muchas de las injusticias, o supuestas injusticias, que veo en la vida. Antes sentía piedad por los mendigos, y por los desheredados. Ahora también me conmueven, pero menos. Ahora sé que ellos lo han querido así, y debo respetarlo. Es un orden que escapa a mi corto entendimiento, pero que acepto, porque la información nació de Él.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 8, Jordán
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