Claros del bosque



Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca.

María Zambrano
Claros del bosque, página 3


Y de lo que llega falta lo que iba a llegar, y de eso que llegó, lo que sin poderlo evitar se pierde. Y lo que apenas entrevisto o presentido va a esconderse sin que se sepa dónde, ni si alguna vez volverá; ese surco apenas abierto en el aire, ese temblor de algunas hojas, la flecha inapercibida que deja, sin embargo, la huella de su verdad en la herida que abre, la sombra del animal que huye, ciervo quizá también él herido, la llaga que de todo ello queda en el claro del bosque. Y el silencio. Todo ello no conduce a la pregunta clásica que abre el filosofar, la pregunta por «el ser de las cosas» o por «el ser» a solas, sino que irremediablemente hace surgir desde el fondo de esa herida que se abre hacia dentro, hacia el ser mismo, no una pregunta, sino un clamor despertado por aquello invisible que pasa sólo rozando. «¿Adónde te escondiste?» A los claros del bosque no se va, como en verdad tampoco va a las aulas el buen estudiante, a preguntar.

María Zambrano
Claros del bosque, página 8


Cuando la realidad acomete al que despierta, la verdad con su simple presencia le asiste. Y si así no fuera, sin esta presencia originaria de la verdad, la realidad no podría ser soportada o no se presentaría al hombre con su carácter de realidad.

María Zambrano
Claros del bosque, página 15


Y la verdad, invulnerable como es, tal como se le presentó, primeramente, resiste, le resiste. Mas el hombre puede aún más ante ella, puede sin proponérselo y aun pasándole inadvertido, ir contra ella, armado de ciencia. Y así la pura, invulnerable, inviolable presencia de la verdad que se dio, que se presentó ante él, no será ya nunca vista de ese modo inicial. Y habrá perdido aquel que, tocado por el amor que la verdad invulnerable inspira, se defiende ante ella, ahincándose en el temor primero de ser un iniciado por la verdad, un conducido por ella.

María Zambrano
Claros del bosque, página 15


¿Cuándo se ha visto un alma ensimismada? Claro está que aquello que se ensimisma o por lo cual nos ensimismamos tampoco se ha visto, y menos aún en esa dirección de las ciencias en que no se busca ver. El alma se mueve por sí misma, va a solas, y va y vuelve sin ser notada, y también siéndolo. Y ha de ser por este singular movimiento del alma y por el modo en que lo hace sentir por lo que la ciencia prefiere no tomarla en cuenta, al alma, ya que la psique también se mueve y mueve, más parece estar siempre en el mismo lugar, disponible, estática, sobre todo eso: estática. No hace sentir ímpetu alguno de ir más allá de sí. Y aun agazapada en la subconsciencia no se extasía.

María Zambrano
Claros del bosque, página 19


MÉTODO Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad intraterrestre, intracorporal de los diversos cuerpos que el hombre terrestre habita: el de la tierra, el del universo, el suyo propio. Allá en «los profundos», en los ínferos el corazón vela, se desvela, se reenciende en sí mismo. Arriba, en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge. Se aduerme al fin ya sin pena. En la luz que acoge donde no se padece violencia alguna, pues que se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aun sin abrirla, sin haber atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección.

María Zambrano
Claros del bosque, página 22


Sólo el hombre dotado de un corazón inocente podría habitar el universo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 46


Perdida la palabra única, secreto del amor divino-humano. ¿Y no estará ella señalada por aquellas privilegiadas palabras apenas audibles como murmullo de paloma: Diréis que me he perdido, -Que, andando enamorada-, Me hice perdidiza y fui ganada?

María Zambrano
Claros del bosque, página 52


Suele ser esta palabra que no se pierde un nombre. Un nombre que pudo ser dicho un día, mas que al guardarse ya irrepetible ha ido recogiendo las notas del nombre único. O puede ser un sí o un no, dado y olvidado ya, mas que subsiste, guiando al ser que lo guarda aún sin saber; una palabra que a todo suceso transciende.

María Zambrano
Claros del bosque, página 53


Es lo escrito lo que hace la historia, según se nos dijo. Y así, por ejemplo, las piedras, aun en círculo prodigiosamente erguidas y acordadas, no son historia. No hay historia sin palabra, sin palabra escrita, sin palabra entonada o cantada-¿cómo iba a decirse palabra alguna sin entonación o canto? Habrá entonces otra cosa que habríamos de conocer, o simplemente señalar, sin referencia alguna a la historia, para indicar así con ello nuestra ignorancia invencible, nuestra exclusión. Y la perplejidad en que nos sume cualquier vestigio de su existencia, y su simple existencia misma, que puede equivaler, en ocasiones, a su presencia. ¿Y aquella piedra tan igual a las otras, no podría ser ella, ser la que canta? Pues que en las piedras ha de estar el canto perdido. ¿Y no podrían ser aquéllas, estas piedras, cada una o todas, algo así como letras? Fantasmas, seres en suma que permanecen quizá condenados, quizá solamente mudos en espera de que les llegue la hora de tomar figura y voz. Porque estas piedras no escritas al parecer, que nadie sabe, en definitiva, si lo están por el aire, por el alba, por las estrellas, están emparentadas con las palabras que en medio de la historia escrita aparecen y se borran, se van y vuelven por muy bien escritas que estén; las palabras sin condena de la revelación, a las que por el aliento del hombre despiertan con vida y sentido. Las palabras de verdad y en verdad no se quedan sin más, se encienden y se apagan, se hacen polvo y luego aparecen intactas: revelación, poesía, metafísica, o ellas simplemente, ellas. «Letras de luz, misterios encendidos», canta de las estrellas Francisco de Quevedo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 54


Es la palabra interior, rara vez pronunciada, la que no nace con el destino de ser dicha y se queda así, lejos, remota, como si nunca fuese a volver.

María Zambrano
Claros del bosque, página 55


… y palabra propiamente es sólo aquella que es concebida, albergada, la que inflige privación, la que puede irse y esconderse, la que no da nunca certeza de quedarse, la que va de vuelo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 3


Porque la música es, desde un principio, lo que se oye, lo que se ha de oír, y sin ella, la palabra sola, decae adensándose, camino de hacerse piedra, o asciende volatilizándose, defraudando. Gracias a la música la palabra no defrauda; privada de ella, aun siendo palabra de verdad, y más si lo es, se desdice. La música es prenda de la no traición, no existen en ella «las buenas intenciones», y un solo fallo en la voz que dice revela la falacia, o denuncia el incumplimiento de la verdad. La música cumple, se cumple, y escuchándola nos cumplimos. Aquel que la trae, ¿qué es, quién es? Un ser remoto, una pura actualidad del siempre. Y resulta impensable que alguna vez se vaya, que alguna vez no haya estado. Volverá. Volverá siempre el que hace la música de este instante. Volverá esa música que se aproxima más al origen, al principio, cuando revela al par el instante de ahora. Dura un instante toda ella. Dura un instante toda la música. Un instante de eternidad, como el morir, como el nacer, como el amar.

María Zambrano
Claros del bosque, página 57


¿Sucedió alguna vez el que los seres humanos no habitaran en ciudad alguna? Pues que ciudad puede ser ya la cueva, el rudimentario palafito. Ciudad es todo lo que tiene techo. Y al tener techo, puerta. Un dintel y un techo, una habitación donde solamente su dueño y los suyos, y los que él diga, pueden entrar, por escaso abrigo que proporcione. Ya ese hombre ha trazado un límite entre su vida y la del universo, una frontera.

María Zambrano
Claros del bosque, página 64


No se detiene la influencia de la luna en el reino de las aguas, se enseñorea de los bosques y tiene un cielo suyo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 64


Crea la luna un mar propio con su sola aparición y más todavía, si no se ensalza sobre la urbe. Sobre su reino -el bosque- se derrama en libertad, es Ella, ella la sola, la perdida, escapada de la casa del Padre o sometida por él mismo a andar así errante y dominadora a la par. Delegada y rebelde, revolucionaria, cumple sus fases exactamente, es todo lo que obtuvo del sol, al querer una órbita propia y diversa, la obediencia rendida se muestra a las claras en ser su espejo. Generosa, excesiva, se deshace, se diría, reflejando la luz y dándola, ávida de dar y de ser acogida, ávida de amar y todavía más, parece, de ser amada. Y la avidez de ser amado en cualquier ser tan sólo se calma con la idolatría, con la enajenación, con la locura misma nacida de la adoración imposible. Y ella, la Luna diosa, Artemisa hermana divergente de Apolo, espeja también este suceso de la avidez de ser amado hasta la enajenación, hasta el embebimiento, hasta el éxtasis, tal como sucede con el amor a lo absoluto adorable.

María Zambrano
Claros del bosque, página 64


¿Y quién en la luna se mira? ¿Quién la ama hasta dejarse en ella su ser? Tal vez la planta sacra: la cicuta. Como de rodillas la cicuta en un campo entero se vuelve hacia la luna inclinada su flor pálida como una frente pensativa, como una frente exhausta por el pensamiento.

María Zambrano
Claros del bosque, página 65


Viene el terror como todo lo primario del sueño y del soñar.

María Zambrano
Claros del bosque, página 68


Acaso no hubo siempre en la vida, y en el ser humano con mayor resalte, esa ceguera que aparece ser congénita con el poder de moverse por sí mismo. Todo lo vivo parece estar a ciegas; ha de haber visto antes y después, nunca en el instante mismo en que se mueve, si no ha llegado a conseguirlo por una especial destreza. El ver se da en un disponerse a ver: hay que mirar y ello determina una detención que el lenguaje usual recoge: «mira a ver si…» lo que quiere decir: detente y reflexiona, vuelve a mirar y mírate a la par, si es que es posible.

María Zambrano
Claros del bosque, página 69


El que mira es por lo pronto un ciego que no puede verse a sí mismo. Y así busca siempre verse cuando mira, y al par se siente visto…

María Zambrano
Claros del bosque, página 70


En principio, los sucesos no sostienen a la persona, aunque se le presenten como favorables. Y el exceso de facilidad favorece el declinar insensible de la persona misma. Y la dicha puede llevarla, como la desgracia, a las márgenes del tiempo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 71


El punto fijo por sí mismo se desplaza. Se desprende de todo plano sin que ese su desplazarse engendre línea ninguna, ni marque la aparición de otro plano. Se libra en su soledad, se libera y se da al par con ella. Está fuera del espacio sin estar por ello en el vacío, sin ser un hueco ni nada que le pertenezca. No pertenece al espacio ni al tiempo. Mas con su soledad unifica a los dos y los distingue, haciendo del espacio una infInitud y del tiempo una concreción.

María Zambrano
Claros del bosque, página 73


Y el ser se siente extendido en una cruz formada por el tiempo y la eternidad. Y no es un simple tiempo sucesivo éste que se cruza con la eternidad; se abre o está a punto de abrirse en múltiples dimensiones. El corazón del tiempo recoge el palpitar de la eternidad, el abrirse de la eternidad. Y el tiempo fluye como río de la eternidad.

María Zambrano
Claros del bosque, página 75


Y se diría que la belleza toda sea el velo de la verdad y que la vida misma que se nos da sea el velo del ser. y que su ser se le esconda al viviente mientras vive para desplegarse solamente en la total entrega. Y que un ser divino esté muriendo siempre. Y naciendo. Un ser divino; fuego que se reenciende en su sola luz.

María Zambrano
Claros del bosque, página 76


Los cielos son múltiples.

María Zambrano
Claros del bosque, página 79


No hay infierno que no sea la entraña de algún cielo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 80


Y libre de historia el ser que se ha quedado con sólo el aliento se despierta levemente hacia lo que se le sustrajo y que se quedó remoto e inaccesible. Y alentado por la inmediatez de la presencia de la noche que es al par la suya, su noche inicial, se va despertando hacia el encuentro de aquello negado o perdido que le fue sustraído inmemorialmente por la muerte. No es la muerte a donde se dirige el que sólo alienta en la noche de su ser, sino a lo que no se sabe, hacia lo inexperimentado y quizás inexperimentable, porque de ello no se puede dar noticia, que por oscura que sea la noticia lo recortaría, lo especificaría, lo conformaría. Es la nada, se ha dicho. Mas no es tampoco la nada ni su contrario -¿el ser o la vida?-, sino todo lo que expira sin morir.

María Zambrano
Claros del bosque, página 81



El peligro para la vida es de asfixiarse bajo el peso de la existencia o de anegarse en el mar originario también.

María Zambrano
Claros del bosque, página 83


Una figura vista en el espejo carece de ese fondo último que la mirada va a buscar más allá de la apariencia. Pues que la vista se une al oído. Cuando se mira directamente, se espera y se da lugar al escuchar. Nadie escucha a la figura reflejada por un espejo. Mientras que a las aguas se va dispuesto a escuchar. Y nada hay como el elemento acuoso para desatar esta atención, esa ansia de escuchar y esta esperanza informulada de que las aguas -y más todavía las insondables y recónditas, las que no se vierten en el arroyo o en la fuente que tiene siempre su canción- lleguen a sugerir algo y, en caso extremo, en lo impensable ya, den su palabra. Su palabra, si es que la tienen. Y que allá en el fondo del alma se espera que todo lo creado o que todo lo que es natural tenga una palabra que dar, su logos recóndito celosamente guardado.

María Zambrano
Claros del bosque, página 85


La contemplación es la ley que la belleza lleva consigo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 86


Porque la carne devora y es devorada; es su castigo. Y en el hombre establece, ahora ya tan sólo al parecer justificado por la necesidad, su imperio. El hombre, devorador universal de todo, de todo lo que puede, animales y plantas, la tierra misma, a la que devora arrasándola, de otro hombre, de sí mismo hasta su total combustión, hasta el suicidio.

María Zambrano
Claros del bosque, página 90


La vida envuelve al ser abrazándolo.

María Zambrano
Claros del bosque, página 92










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