Francisco Acebal

"Cuando sonó de nuevo la campanilla de la puerta, entró doña Teresita. Venía la señora con abundante cargamento de paquetes recogidos en diversas tiendas. Como ella no podía, por la copiosa carga, valerse de sus manos, Guillermina acudió en su auxilio. Águeda aún jadeaba y ni intentó levantarse siquiera. Conforme la hija recogía paquetes, doña Teresita iba indicando el contenido de cada uno; y con el contenido indicaba el precio: tres libras de chocolate de casa Gallo, catorce reales; cuatro varas de tartán, dos piezas de trencilla y tres carretes de hilo, dos pesetas y setenta céntimos; los Ejercicios de velocidad, cuatro cincuenta. Un escándalo. Media docenita de cuellos para Trifilo á setenta y cinco; otro escándalo... Y así sucesivamente hasta quedar limpia de toda impedimenta. Es indudable que doña Teresita, con ser el espíritu más casero de la familia, estaba también tocada por el impulso de las correrías callejeras, y para saciarlo cuando el mal la acometía, se lanzaba a las tiendas. Sin duda por esto compraba al más ínfimo menudeo; aborreció siempre las grandes existencias, el embarazoso almacenamiento de mercancías- Lo que vendiesen por onzas no lo adquiriera ella jamás por libras; lo susceptible de compra por unidades, nunca entraba en su casa por docenas, y en cuanto á las medidas longitudinales, apreciaba en todo su valor comercial centímetros y milímetros. Ponderaba la señora este sistema como el más ajustado a una ley de prudente economía, pero nosotros sabemos que todo el sistema mercantil de la Torrecilla derivaba de la morbosa inquietud impulsora. Si abasteciese el hogar pródigamente, ¿con qué pretexto se lanzaría ella á la calle cuando la comezón de correr calles la picara? Por el buen nombre de doña Teresita debe decirse que este impulso la acometía de tarde en tarde; no afectó en ella formas de gravedad suma el extraño mal torrecillesco, y aun los períodos agudos tenían pronta remitencia. Con una hora de tiendas, con unas cuantas menudas y bien medidas compras se quedaba la señora en la mayor placidez del mundo, especialmente si lograba arrancar por invisibles fracciones mercancía que sólo se vendiese en gran escala. Para doña Teresita no hubo nunca goce más puro.
Así que vio sus manos libres de paquetes y envoltorios fue súbitamente la que siempre era. Con un gesto de despótico dominio sentó á Guillermina en la banqueta del piano; con un empujón lanzó fuera de allí al ciego, y ella misma salió después llevándose por delante á Águeda. La cual dio á su madre esta grave, esta inesperada noticia: la marquesa del Sagrario le había hablado de Guillermina para dar lección de piano á sus tres niñas. Se lo dijo al salir de la junta del Niño Perdido. Ella le había contestado que su hermana no se dedicaba á las lecciones: su hermana se dedicaría á concertista. Este era el plan de la familia y esta era también la noble aspiración de la artista; pero tratándose de una señora como la del Sagrario, francamente, ella, Águeda, no vacilaría un momento. Era colarse de rondón en la aristocracia, hacer carrera."

Francisco Acebal
El calvario


"EL tiempo, que nos figuramos como algo que corre, sujeto a una medida acompasada, se desliza ante nosotros fugaz ó lento según abrimos más o menos el regulador de la marcha, manipulando a derecha ó izquierda con la llave de la felicidad.
Así se comprende que la noche del velatorio, que en el orden sideral fue como cualquier noche, en casa de las Bustamantes, las de la calle del Requejo, para unos fue corta, para otros fue larga. A Sergio le pareció que con cuatro paseítos desde la antesala a la sala y viceversa, se había ido la noche de entre las manos, ó mejor de entre los pies. Los descansos más largos los hacía en la sala, que estaba muy fresca, con los balcones abiertos. Miraba a la puerta del testero, de acceso al gabinete; aguzaba el oído, y vuelta otra vez a la antesala, corriéndose en ocasiones hasta el comedor, en donde Francisco cabeceaba soñoliento. Los gatitos también andaban, como él, de aquí para allá, con su marcha sigilosa y pausada; tan pronto los veía en una habitación como en otra, restregándose contra Sergio cuando por el pasillo cruzaban con él. Estaban desorientados los animalitos; parecían invadidos del desasosiego de todos al ver perturbada su vida regular; no acertaban a dormirse, sin duda por nostalgia de caricias en los lomos; de cuando en cuando desahogaban su aburrimiento en un miau largo y tristón. Pero no insistían; su instinto de domesticidad les dictaba en aquella ocasión calma y sosiego.
Este, en la casa era profundo; desde la sala se oía el reloj de péndulo del comedor. Detrás de la puerta del gabinete, las señoras debían dormitar porque no se oía el rumor más leve."

Francisco López Acebal
Huella de almas






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