Harold Acton

"El verdadero escritor se distingue del aficionado en que aquél está siempre dispuesto a aceptar cuanto mejore su obra, sacrificando el ego a su oficio, mientras que el aficionado se considera perfecto."

Harold Acton


"Los aficionados pekineses se interesan sobre todo en los aspectos vocales de la obra: se acercan a los escenarios para disfrutar de las prolongadas y difíciles fugas en falsete. La trama, que siempre resalta alguna recta enseñanza moral, es un aliciente secundario, y año tras año se escenifican las mismas producciones en unas salas repletas de una audiencia tan crítica como la que asiste a la ópera en Italia. En cuanto a mí, lo primero que me llamó la atención fueron los elementos que la emparentaban con la Commedia dell´arte y las tablas isabelinas.
[...]
Terminamos por conocer personalmente a los comediantes e invitamos a toda la compañía de Han Shih-chang a nuestra casa, fotografiándoles en muchos papeles distintos, aunque para cada uno de ellos tenían que cambiarse de indumentaria y afeites, proceso laborioso ya que los rostros de algunos personajes debían exhibir unas combinaciones simbólicas estandarizadas: el blanco indicaba perfidia, el negro una brusca honestidad, el rojo lealtad y coraje, el azul fiereza, el verde desgobierno, el amarillo fuerza y secreta astucia. Las pinturas faciales de estos ejecutantes constituían un arte en sí mismas y transformaban por completo a los artistas. Una vez en el escenario, Han Shih-chang, un hombrecillo rechoncho de unos cuarenta años, quedaba metamorfoseado en la más grácil de las ninfas: conseguía el más extraordinario triunfo del arte sobre la naturaleza.
[...]
Las masas italianas pueden ser las más bulliciosas del mundo y, sin embargo, cuando la elocuencia de D’Annunzio alzaba el vuelo en una plaza repleta de público habría podido oírse, literalmente, la caída de un alfiler, y aquello era antes de la introducción de los altavoces."

Harold Mario Mitchell Acton
Memorias de un esteta





"No todos los males de las sociedades capitalistas se deben a la búsqueda y obtención de beneficios. A veces se deben más a un fallo en la educación moral, a deficiencia en el espíritu público y en la moral individual que a la forma en que están organizadas las actividades económicas.
Carece totalmente de fundamento la afirmación según la cual todos los males de la sociedad organizada de acuerdo a la competencia y la motivación del beneficio se deben total o parcialmente a las actividades económicas. Más en lo cierto está Hayek cuando afirma que en un sistema competitivo los malos pueden hacer menos daño.
Quienes participan en el mercado competitivo no tienen por qué perseguir conscientemente el bien común ni ejercitar la caridad individual. La devoción, amistad, el espíritu de sacrificio, se basan en otras circunstancias de la vida humana, es decir, en la relación personal y en los vínculos familiares. En el intercambio de bienes y servicios esperamos que haya honestidad y diligencia, y tal vez sobriedad, pero lo mismo que quienes participan en una competición deportiva se proponen ganar a los demás participantes y atribuyen a éstos las mismas intenciones, así también quienes participan en un mercado competitivo, desde las grandes empresas a las personas individuales, tratan de actuar de tal forma que su acción resulte lo más beneficiosa para sus intereses.
Los colectivistas piensan que la competencia es una situación de contienda, discordia, antagonismo e indecorosa rivalidad, por lo que debe condenarse moralmente. Es preciso, sin embargo, distinguir entre diversos tipos de competencia. Por ejemplo, competir por un precio no significa necesariamente competir contra otro, sino sólo por el precio. Quienes compiten en la industria y el comercio se encuentran a menudo en esta situación de no-antagonismo recíproco.
Los planificadores del bienestar quieren forzar a todos a que se integren; pero en semejante comunidad de amigos forzosos seguiría habiendo competencia tanto para obtener mejores servicios como ciertas ventajas especiales. Es un terreno abonado para intrigantes, picapleitos y charlatanes.
Una economía centralmente planificada tiende a monopolizar las ideas o acabar con ellas, mientras que en una sociedad en la que prevalece el mercado competitivo no sólo es libre el comercio, sino que también lo son las ideas y los hombres."

Harold Acton
La moral del mercado









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