El escepticismo no es una postura, sino una actitud, de
igual modo que la ciencia no es un tema, sino un método.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 7
He vuelto a nacer y he nacido escéptico.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 21
Los seres humanos evolucionamos hasta convertirnos en
criaturas hábiles en busca de pautas, modelos y relaciones causales. Los más
capaces a la hora de encontrar relaciones causales (aproximarse a la pieza del
lado por donde sopla el viento es malo para la caza, el estiércol de vaca es
bueno para los cultivos) dejaron más descendencia. Nosotros somos esa
descendencia. El problema de buscar y encontrar pautas y modelos es saber
cuáles son de mayor utilidad y cuáles no sirven. Por desgracia, nuestros
cerebros no siempre establecen bien la diferencia. Esto es así porque,
normalmente, descubrir un modelo que no sirve (pintar animales en una cueva
antes de salir a cazarlos) resulta inocuo y, a veces, incluso puede tener la
utilidad de reducir la ansiedad en determinadas situaciones. De modo que nos
quedan dos tipos de errores cognitivos: error de tipo 1: creer algo falso;
error de tipo 2: rechazar algo verdadero. Puesto que, en general, no se saldan
con la muerte, esos errores persisten. El motor de creencias ha evolucionado
hasta convertirse en un mecanismo que nos ayuda a sobrevivir porque, además de
incurrir en errores del tipo 1 y del tipo 2, también obtenemos lo que podríamos
llamar aciertos de tipo 1: no creer en algo falso y en aciertos de tipo 2:
creer en algo verdadero.
Parece razonable sostener que el cerebro está compuesto por
módulos generales y específicos y que el motor de creencias es un procesador de
alcance general. Es, en realidad, uno de los módulos de alcance más general,
porque en él se encuentra la base de todo aprendizaje. Al fin y al cabo, algo
hemos de creer acerca de nuestro entorno y eso que creemos lo aprendemos por
medio de la experiencia. Pero el proceso de formar creencias lo llevamos
integrado genéticamente. Para explicar el hecho de que el motor de creencias es
capaz de incurrir en errores de tipo 1 y de tipo 2 y de conseguir aciertos de
tipo 1 y de tipo 2, hemos de considerar primero las dos condiciones bajo las
cuales se desarrolló:
1. Selección natural: El motor de creencias es un mecanismo
útil para la supervivencia, no sólo para aprender qué entornos son peligrosos y
potencialmente mortales (en los que los aciertos de tipo 1 y de tipo 2 nos
ayudan a sobrevivir), sino a la hora de reducir la ansiedad que crea el entorno
por medio del pensamiento mágico: existen pruebas psicológicas de que éste
reduce la ansiedad en entornos inseguros, pruebas médicas de que la oración, la
meditación y la adoración pueden mejorar la salud mental y corporal, y pruebas
antropológicas de que los magos y los chamanes, y los reyes que recurren a
ellos, son más poderosos y copulan más, repartiendo así sus genes, que apoyan
el pensamiento mágico.
2. Spandrel. El pensamiento mágico, que forma parte del
motor de creencias, también es un spandrel: vocablo con el que Stephen Jay
Gould y Richard Lewontin aluden al subproducto derivado de un mecanismo
evolucionado. En su influyente artículo «The Spandrels of San Marco and the
Panglossian Paradigm: A Critique of the Adaptationist Programme» [Los spandrels
de San Marcos y el paradigma de Pangloss: crítica del programa adaptativo]
(Proceedings of the Royal Society, V, b205, pp. 581-598), Gould y Lewontin
explican que la estructura de un spandrel consiste en «los espacios
triangulares y ahusados que forma la intersección de dos arcos redondos
situados en ángulo recto». En las iglesias medievales, ese espacio sobrante
está lleno de tan elaborados y bellos motivos «que sentimos la tentación de
considerarlos el punto de partida de cualquier análisis, la causa de la
arquitectura que los rodea. Pero esto invertiría el sentido correcto de nuestro
análisis». Preguntarse «qué propósito tiene el spandrel» es hacerse una
pregunta errónea. Sería como preguntarse «¿Por qué los varones tienen
pezones?». La pregunta correcta es «¿Por qué las hembras tienen pezones?». La
respuesta es que los necesitan para dar de comer a sus crías y que hembras y
varones comparten la misma estructura. A la naturaleza le resultó más fácil
construir varones con pezones inútiles que reconfigurar la estructura genética
subyacente.
En este sentido, el componente de pensamiento mágico del
motor de creencias es un spandrel. Recurrimos al pensamiento mágico porque
tenemos que pensar con modelos causales. Incurrimos en errores de tipo 1 y de
tipo 2 porque necesitamos obtener aciertos de tipo 1 y de tipo 2. El
pensamiento mágico y las supersticiones existen porque necesitamos el
pensamiento crítico y encontrar modelos causales. Son aspectos inseparables. El
pensamiento mágico es un derivado necesario del evolucionado mecanismo del
pensamiento causal. En mi próximo libro, Why People Believe in God [Por qué la
gente cree en Dios], el lector podrá leer una versión ampliada de esta teoría,
de la cual ofrezco abundantes testimonios históricos y antropológicos, pero, de
momento, dejaré que las cosas raras de las que hablo en el presente libro
sirvan como ejemplo de ese pensamiento mágico ancestral y el ser humano
plenamente moderno. Quienes creen en los ovnis, las abducciones
extraterrestres, la percepción extrasensorial y los fenómenos parapsicológicos
incurren en un error cognitivo de tipo 1: creen en algo que es falso. Los
creacionistas y los negacionistas incurren en un error cognitivo de tipo 2:
rechazan algo que es verdadero. No es que esas personas sean ignorantes o estén
desinformadas, son inteligentes, pero manejan informaciones erróneas. Su
pensamiento falla. Los errores de tipo 1 y de tipo 2 están escamoteando los
aciertos de tipo 1 y de tipo 2. Por fortuna, hay pruebas de sobra de que el motor
de creencias es maleable. El pensamiento crítico se puede enseñar. A tener una
actitud escéptica se puede aprender. Los errores de tipo 1 y de tipo 2 son
tratables. Es algo que sé bien, porque me convertí en escéptico tras tragarme
muchas de esas creencias (de lo que doy cuenta con detalle en este libro). He
vuelto a nacer y he nacido escéptico, por así decirlo.
Y, tras ofrecer esta respuesta más elaborada a la pregunta
«¿por qué?», permítame el lector concluir este prólogo con otra respuesta, la
que cerraba la entrevista que Georgea Kovanis me hizo para el Detroit Free
Press el 2 de mayo de 1997. Georgea comprendió el alcance de la actitud
escéptica cuando a su pregunta «¿Por qué tenemos que creer todo lo que usted
dice?», respondí: «No tienen que hacerlo».
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 18-21
La gente lista cree en cosas raras porque está entrenada
para defender creencias a las que ha llegado por razones poco inteligentes.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 22
El escepticismo moderno se identifica con el método
científico, que requiere la recogida de datos para comprobar la validez de
algunas explicaciones naturales de fenómenos naturales. Una teoría se confirma
cuando existe un consenso generalizado, razonable y relativamente duradero
sobre su validez. Pero para la ciencia todos los hechos son provisionales y se
pueden poner en tela de juicio. Así pues, el escepticismo es un método que
conduce a conclusiones provisionales. Algunas cosas, como los zahoríes, la
percepción extrasensorial y el creacionismo, han tenido que pasar un examen y
han suspendido con la suficiente frecuencia para que, provisionalmente, podamos
llegar a la conclusión de que son falsas. Otras cosas como la hipnosis, los
detectores de mentiras y la vitamina C también se han sometido a examen,
pero sin resultados concluyentes, así que debemos seguir formulando hipótesis
hasta llegar a una conclusión profesional. La clave del escepticismo consiste
en navegar por los traicioneros estrechos que discurren entre ese escepticismo
que dice «no sé nada» y la credulidad del «todo vale» aplicando el método
científico continuada y vigorosamente. El problema del escepticismo puro es
que, cuando lo llevamos al extremo, no se sostiene. Si somos escépticos con
todo, tenemos que ser escépticos también con nuestro propio escepticismo. Igual
que una partícula subatómica, el escepticismo puro se desintegra poco después
de empezar a existir. Está también muy difundida la idea de que los escépticos
somos personas cerriles. Algunos incluso nos llaman cínicos. En principio, los
escépticos no somos cerriles ni cínicos. Cuando yo digo «escéptico» hablo de
una persona que cuestiona la validez de una afirmación particular apelando a
las pruebas que pueden demostrarla o desmentirla. En otras palabras, los
escépticos somos de Missouri —el estado del «pues demuéstramelo»—. Cuando oímos
una aseveración fantástica, decimos: «Me parece muy bien, pero
¡demuéstramelo!».
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 40
El escepticismo es una parte vital de la ciencia, que yo
defino como un conjunto de métodos ideados para describir e interpretar
fenómenos observados o inferidos del pasado o del presente, cuyo objetivo es la
creación de un corpus de conocimientos que se puede probar y que está abierto a
la confirmación o el rechazo. En otras palabras, la ciencia es una forma
específica de analizar información a fin de comprobar ciertas afirmaciones.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 43
La esencial tensión cuando uno se ocupa de cosas raras está
entre ser tan escéptico que las ideas revolucionarias se te escapen y ser tan
ingenuo que te cautive la música celestial.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 48
Uno de los problemas más complicados para los historiadores
y filósofos de la ciencia de las últimas tres décadas ha sido el de resolver la
tensión entre la visión de la ciencia como una búsqueda de la Verdad objetiva,
culturalmente independiente y progresiva, y la visión de la ciencia como una
creación de conocimientos subjetiva, construida socialmente y no progresiva.
Los filósofos de la ciencia llaman a estos dos enfoques «internalista» y
«externalista». El internalista se centra en el funcionamiento interno de la
ciencia con independencia de su contexto cultural más amplio; esto es, en el
desarrollo de ideas, hipótesis, teorías y leyes, y en la lógica interna que las
explica y relaciona.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 56
En cambio, la visión externalista se centra en situar la
ciencia dentro del contexto cultural más amplio de la religión, la política, la
economía y las ideologías, y considera los efectos que estos campos han
ejercido en el desarrollo de las ideas, hipótesis, teorías y leyes científicas.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 57
El externalismo extremo (a veces llamado «relativismo
fuerte») no se corresponde con la realidad. Pero quienes hemos sido formados
por la generación de historiadores a la que (Richard Olson) pertenece (el
propio Olson fue uno de los tutores de mi tesis doctoral) sabemos muy bien que
los fenómenos sociales y las tradiciones culturales influyen en la teoría, la
cual, a su vez, determina la interpretación de los hechos; luego, los hechos refuerzan
la teoría, y así se continúa, dando vueltas y más vueltas hasta que, por algún
motivo, el paradigma cambia. Pero, si la cultura ejerce una influencia
determinante en la ciencia —si los fantasmas y las leyes de la naturaleza no
existen más que en la cabeza de la gente—, ¿será posible que la ciencia no
tenga mayor validez que la pseudociencia? ¿Acaso no hay diferencia entre los
fantasmas y las leyes de la ciencia? Es posible salir de este círculo vicioso
reconociendo lo siguiente: pese a la influencia de la cultura, se puede
considerar que la ciencia es acumulativa y progresiva cuando estos términos se
aplican de forma precisa y acrítica. El progreso científico es el crecimiento
acumulativo y a lo largo del tiempo de un sistema de saberes en el que los
rasgos útiles se conservan y los inútiles se desechan basándose en la
invalidación o falta de confirmación de conocimientos comprobables. Según esta
definición, la ciencia (y, por extensión, la tecnología) son las únicas
tradiciones culturales que progresan no de un modo jerárquico o moralista, sino
de una forma factual y definible. Desde este punto de vista acumulativo, y
tanto si es deificada como si es desafiada, la ciencia es progresiva. Eso es lo
que la distingue de todas las demás tradiciones y, en especial, de la
pseudociencia.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 58
En realidad, pocas cosas hay más misteriosas y metafísicas
que la «acción a distancia» que ejerce la gravedad. ¿Qué es la gravedad? Es la
tendencia de los objetos a atraerse. ¿Por qué se atraen los objetos? Por la
gravedad. Amén de ser tautológica, esta explicación suena fantasmagórica, lo
cual nos conduce a la solución de la paradoja de Pirsig.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 62
¿Existen los fantasmas? ¿Existen las leyes científicas? ¿No
hay diferencia entre los fantasmas y las leyes científicas? Por supuesto que la
hay y la mayoría de los científicos creen en las leyes científicas, pero no en
los fantasmas. ¿Por qué? Porque una ley científica es una descripción de una
acción que se repite regularmente y está abierta a su invalidación o a su
confirmación. Una ley científica describe cierta acción de la naturaleza y
puede comprobarse. La descripción está en la cabeza; la repetición de la acción
está en la naturaleza. Las pruebas confirman o invalidan las leyes científicas.
La ley de la gravedad, por ejemplo, describe la repetida atracción de los
objetos y se confirma una y otra vez en la realidad externa. La existencia de
los fantasmas nunca se ha comprobado con éxito en la realidad externa (no me
parecen pruebas las fotografías borrosas y con manchas que se pueden explicar y
reproducir por la distorsión de las lentes o problemas de luz). La ley de la
gravedad se puede considerar un hecho. Lo cual significa que se ha confirmado
hasta el punto que es razonable coincidir provisionalmente en su validez. Se
puede considerar que los fantasmas no existen, no son un hecho, porque su
existencia no se ha comprobado nunca en modo alguno. Finalmente, aunque la ley
de la gravedad no existía antes de Newton, la gravedad sí que existía. Más allá
de lo que afirman quienes creen en ellos, los fantasmas no existen. La
diferencia entre fantasmas y leyes científicas es significativa y real. La
paradoja de Pirsig queda resuelta: toda descripción está en la cabeza, pero las
leyes científicas describen fenómenos naturales que se repiten, mientras que
las afirmaciones pseudocientíficas son idiosincrásicas.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 62
Defino paradigma como un modelo compartido por la mayoría,
pero no por todos los miembros de la comunidad científica, un modelo diseñado
para describir e interpretar fenómenos observados o inferidos, pasados o
presentes y que tiene por objetivo la construcción de un órgano comprobable de
conocimientos expuesto a su revocación o confirmación. Dicho de otra manera, un
paradigma capta el pensamiento científico de la mayoría, pero, generalmente,
coexiste con otros paradigmas con los que ha de competir, lo cual no es sino
una necesidad, si es que nuevos paradigmas han de desplazar a los viejos.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 71
La consecuencia evidente es (y se trata de una máxima
general digna de nuestra atención) «que ningún testimonio basta para confirmar
un milagro a menos que el testimonio sea de tales características que su
falsedad sería más milagrosa que el hecho que pretende confirmar». Si una
persona me dijera que ha visto resucitar a un muerto, consideraría de inmediato
qué sería más probable, que esa persona engañara o fuera engañada, o que el
hecho al que alude pudiera haber sucedido en realidad. Sopeso un milagro con el
otro y, según la superioridad de uno u otro, que he de descubrir, pronuncio mi
veredicto y rechazo siempre el mayor milagro. Si la falsedad de su testimonio
fuera más milagrosa que el acontecimiento que refiere, entonces, y sólo
entonces, podrá esa persona contar con mi creencia u opinión.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 80
Las 25 falacias que
nos impulsan a creer en cosas raras
1. La teoría influye en la observación
2. El observador modifica lo observado
3. Los instrumentos de medición condicionan los resultados
4. Las anécdotas no constituyen una ciencia
5. El lenguaje científico no constituye una ciencia
6. Que una afirmación sea rotunda no quiere decir que sea
cierta
7. Herejía no es sinónimo de verdad
8. La carga de la prueba
9. Rumor no equivale a realidad
10. Sin explicación no es lo mismo que inexplicable
11. Racionalizar los fracasos
12. Argumentar a posteriori
13. Coincidencia
14. Representatividad
15. Términos emotivos y falsas analogías
16. Ad ignorantiam
17. Ad hominem y tu quoque
18. Generalizaciones precipitadas
19. Confianza excesiva en la autoridad
20. O esto o lo otro
21. Razonamiento circular
22. Reductio ad absurdum y la pendiente resbaladiza
23. La insuficiencia del esfuerzo y la necesidad de
seguridad, control y simplicidad
24. Insuficiencias en la resolución de problemas
25. Inmunidad ideológica, o el problema de Planck
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 90
En mi opinión, la mayoría de las personas que creen en
milagros, monstruos y misterios no son lunáticos, embaucadores o artistas de lo
ilusorio. La mayoría son personas normales cuyo pensamiento, por alguna razón,
sigue sendas equivocadas.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 79
La ciencia intenta minimizar y conocer los efectos de la
observación sobre lo observado; las pseudociencias no.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 80
Quien desee hacer ciencia, debe aprender a jugar al juego de
la ciencia. Esto supone, primero, conocer a los científicos de tu propio campo
de estudio, a continuación, y desde un punto de vista informal, intercambiar
datos e ideas con compañeros y, desde un punto de vista más formal, presentar
los resultados en conferencias, publicaciones especializadas, libros, etcétera.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 87
En ciencia, nunca se valorará suficientemente el valor de
los hallazgos negativos —los fracasos—. Normalmente no se los desea y, con
frecuencia, no se publican. Pero la mayor parte de las veces son la mejor forma
de acercarse a la verdad.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 90
El psicólogo David Perkins dirigió un interesante estudio
que descubrió una fuerte correlación positiva entre inteligencia (la que miden
los test de inteligencia estándar) y la capacidad de ofrecer razones para adoptar
una postura y defenderla; el estudio descubrió también una correlación negativa
entre la inteligencia y la capacidad de considerar otras alternativas. Esto es,
a mayor cociente de inteligencia, mayor el potencial de inmunidad ideológica.
También la empresa científica adolece de inmunidad ideológica, que allí
funciona como filtro frente a novedades potencialmente abrumadoras.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 100
La trascendencia
histórica… ¿seguro que carece de importancia?
En vista de todo esto, ¿dónde pueden las personas que no son
religiosas encontrar sentido en un universo que en apariencia carece de
sentido? ¿Podemos trascender la banalidad de la vida sin abandonar el cuerpo?
La historia es una esfera del pensamiento que se ocupa de estudiar la acción
del hombre a lo largo del tiempo más allá de la historia personal de cada
individuo. La historia trasciende el aquí y el ahora con su largo pasado y un
futuro prácticamente ilimitado. Surge de las secuencias de acontecimientos que
se unen de manera singular. En su mayor parte, estos acontecimientos son
acciones humanas, y la historia se ocupa de estudiar la forma en que se
vinculan y suceden las acciones humanas para producir el futuro, futuro que,
sin embargo, está sujeto a ciertas condiciones como las leyes de la naturaleza,
las fuerzas y las tendencias económicas, y las costumbres. Somos libres, pero
no para hacer cualquier cosa. Además, el significado de una acción humana
también lo limita el cuándo tienen lugar los acontecimientos dentro de la
secuencia histórica. Cuanto antes se produce una acción en el devenir de una
secuencia, más sensible es la secuencia a los cambios mínimos: es el llamado
«efecto mariposa».
La clave de la trascendencia histórica está en que, puesto
que no se puede saber en qué momento de la secuencia nos encontramos (puesto
que la historia es contigua) y qué consecuencias pueden tener las acciones del
presente, para que los cambios sean positivos, es necesario elegir nuestras
acciones, todas nuestras acciones, sabiamente. Lo que hagamos mañana podría
cambiar el curso de la historia, aunque lo haga mucho tiempo después de que
hayamos muerto. Pensemos en todos aquellos que han muerto en el anonimato. Hoy
han trascendido su tiempo porque percibimos que algunas de sus acciones han
modificado la historia, por mucho que pensaran que no estaban haciendo nada
importante. Se puede adquirir trascendencia ejerciendo un efecto sobre la
historia, mediante acciones cuya influencia se extiende más allá de la propia
existencia biológica. Las alternativas a esta idea —apatía ante el efecto que
uno ejerce en los demás y en el mundo, o fe en la existencia de otra vida de la
cual la ciencia no aporta prueba alguna— pueden llevarnos a no tener en cuenta
algo que es de profunda importancia en esta vida. Deberíamos escuchar los
hermosos versos de Matthew Arnold en Empedocles on Etna (1852):
¿Tan insignificante es haber gozado del sol,
haber vivido la luz de la primavera,
haber amado, haber pensado, haber hecho;
haber hecho verdaderos amigos, haber abatido a
incomprensibles enemigos;
que debemos imaginar una dicha de dudosa fecha futura,
y mientras con ella soñamos, perder nuestro presente,
y relegar a mundos […] distantes nuestro reposo?
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 129
Lo que resulta especialmente curioso de la brujería medieval
es que se produjo en el preciso momento en que la ciencia experimental ganaba
terreno y popularidad. Esto es muy curioso, porque a menudo pensamos que la
ciencia desplaza a la superstición, por lo que uno se siente impulsado a creer
que la fe en brujas, demonios y espíritus tiene que disminuir a media que la
ciencia va creciendo. Pero no es así. Como demuestran los ejemplos modernos,
quienes creen en lo paranormal y en otros fenómenos pseudocientíficos procuran
arroparse bajo el manto de la ciencia porque la ciencia es una fuerza dominante
de nuestra sociedad, pero siguen creyendo en lo que creen. Históricamente, a
medida que la ciencia fue cobrando importancia, la viabilidad de todos los
sistemas de creencias empezó a vincularse directamente con las observaciones
experimentales en favor de credos específicos. Por lo tanto, los científicos de
la época se vieron investigando casas encantadas y poniendo a prueba a las
personas acusadas de brujería con métodos que todos tenían por rigurosos y
científicos. Datos empíricos de la existencia de las brujas respaldarían la fe
en Satán, la cual apuntalaría a su vez la fe en Dios. Pero la alianza entre
ciencia y religión siempre ha sido incómoda. El ateísmo como postura filosófica
viable crecía en popularidad, y las autoridades eclesiásticas se situaron ante
un dilema sin solución al buscar respuesta en científicos e intelectuales. Como
en el siglo XVII señaló un observador de un juicio por brujería contra un inglés
llamado Darrell: «Los ateos abundan en estos días y la brujería está en tela de
juicio. Si ni las posesiones ni la brujería existen, ¿por qué ha de haber
diablos? Y si no hay diablos, tampoco hay Dios».
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 151
La polémica en torno a la recuperación de recuerdos de
abusos sexuales sigue candente entre psicólogos, psiquiatras, abogados, medios
de comunicación y la ciudadanía en general. Porque es cierto que hay abusos
sexuales a menores y es muy probable que haya más de lo que nos gusta pensar,
hay mucho en juego cuando se desestiman las acusaciones de las presuntas
víctimas. Pero el movimiento de recuperación de recuerdos de abusos sexuales en
la infancia no es una epidemia de abusos sexuales en la infancia, sino una
epidemia de acusaciones (véase Figura 13). Es una caza de brujas, no una
pandemia sexual. Bastan las cifras para suscitar nuestro escepticismo.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 157
El objetivo de los escépticos no sólo consiste en
desacreditar afirmaciones falsas, sino también en estudiar sistemas de
creencias y comprender cómo afectan a las personas.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 164
Sabemos que la geografía condiciona los mitos de una
cultura. Por ejemplo, si las crecidas de los grandes ríos de una civilización
determinada destruían aldeas y ciudades, como sucedía con el Tigris y el
Éufrates en Sumeria y en Babilonia, se elaboraban relatos que hablaban de ello.
Y también, en culturas de regiones muy áridas, si sufren el azote de las
caprichosas riadas, se pueden encontrar relatos de inundaciones. En cambio, las
culturas donde no hay grandes masas de agua no cuentan con historias de
diluvios o inundaciones. ¿Significa todo esto que los relatos de creación y
recreación de la Biblia son falsos? Hacerse esta pregunta es no entender la
razón de ser de los mitos, como Joseph Campbell (1949, 1988) se pasó la vida
explicando. Los mitos de inundaciones o diluvios tienen un significado más
profundo, un significado vinculado a la recreación y la renovación. Los mitos
no tienen nada que ver con la verdad. Los mitos tratan de la lucha del hombre
frente a los grandes cambios de la vida: el nacimiento, la muerte, el
matrimonio, el paso de la infancia a la juventud y de la vida adulta a la
vejez. Cubren una necesidad de carácter psicológico y espiritual que no tiene
nada que ver con la ciencia. Querer transformar un mito en ciencia o una
ciencia en mito es un insulto para los mitos, un insulto para la religión y un
insulto para la ciencia. Al intentarlo, los creacionistas pervierten el
significado, la importancia y la sublime naturaleza de los mitos. Han cogido un
hermoso relato de creación y recreación y lo han echado a perder. Para
demostrar cuán absurdo es querer convertir un mito en ciencia, basta con
considerar la imposibilidad de acomodar dos ejemplares de varios millones de
especies, además de su alimento, en un barco de 150 por 25 por 15 metros; basta
con pensar en las dificultades logísticas de dar de comer y de beber, y de
limpiar a tantos animales. ¿Cómo evitar que unos devoren a otros? ¿Reservando
una cubierta sólo para predadores? También cabe preguntarse por qué los peces y
los dinosaurios que vivían en el agua iban a ahogarse en un diluvio. Pero los
creacionistas no se inmutan. El arca «sólo» llevaba treinta mil especies, el
resto «se desarrollaron» a partir del grupo inicial. Y sí, el arca tenía
cubiertas separadas para los predadores y sus presas. Tenía incluso una
cubierta especial para dinosaurios ¿Los peces? Murieron porque los sedimentos
que revolvieron las violentas tormentas del diluvio se acumularon en sus
branquias. Si se tiene fe, uno puede creer cualquier cosa, porque Dios es capaz
de conseguir cualquier cosa.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 167
Los creacionistas están convencidos de que, de algún modo,
creer en la evolución conduce a una pérdida de fe y a todo tipo de males para
la sociedad. ¿Cómo lidiar contra esos temores?
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 172
Los creacionistas están convencidos de que, de algún modo,
creer en la evolución conduce a una pérdida de fe y a todo tipo de males para
la sociedad. ¿Cómo lidiar contra esos temores? Expongo a continuación cuatro
breves respuestas. El uso o abuso de una teoría no niega la validez de la
propia teoría. En cierta ocasión, Marx afirmó que no era marxista. Sin duda,
Darwin se revolvería en su tumba si supiera cómo en el siglo XX se ha
recurrido a su teoría para justificar todo tipo de ideologías, desde el
marxismo hasta el capitalismo y el fascismo. El hecho de que Hitler pusiera en
marcha un programa de eugenesia no invalida la teoría genética. De igual modo,
cualquier correlación entre la pérdida de fe y la creencia en la evolución no
puede afectar a la teoría de la evolución. Las teorías científicas son neutras;
el uso que se haga de ellas no lo es. Una cosa no tiene nada que ver con la
otra. Los problemas sociales que enumeran los creacionistas —promiscuidad,
pornografía, aborto, infanticidio, racismo, etcétera— existían, obviamente,
mucho antes de Darwin y la teoría de la evolución. En los muchos siglos que
precedieron a Darwin, el judaismo, el cristianismo y otras religiones
organizadas no resolvieron esos problemas sociales. No hay pruebas de que la
desaparición de la ciencia de la evolución mitigue o erradique los males de la
sociedad. Culpar a Darwin, a la teoría de la evolución y a la ciencia de
nuestros problemas sociales y morales es distraer la atención de un análisis
más profundo y de una mejor comprensión de esos asuntos sociales tan complejos.
La teoría de la evolución no puede sustituir a la fe y a la religión y la
ciencia no tiene ningún interés en que lo haga. La teoría de la evolución es
una teoría científica, no una doctrina religiosa. Se sostiene o no dependiendo
únicamente de las pruebas. La fe religiosa depende por definición de las
creencias cuando no hay pruebas o éstas son poco importantes. Llenan dos nichos
muy distintos de la psique humana. El temor a la teoría de la evolución es un
indicio de falta de fe, como lo es buscar pruebas científicas para justificar
nuestras creencias religiosas. Si los creacionistas tuvieran verdadera fe en su
religión, no les preocuparía lo que los científicos piensen o digan y las
pruebas científicas de la existencia de Dios o de la veracidad de los relatos
bíblicos carecerían de interés.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 172
En Skeptic (revista) tenemos el siguiente principio: cuando
un grupo marginal o una afirmación o creencia extraordinarias han conseguido un
amplio eco, para rebatirlos adecuadamente es necesario conseguir un eco parejo.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 174
Al clasificar la relación entre ciencia y religión, quiero
sugerir una taxonomía de tres capas: El modelo mundos idénticos: la ciencia y
la religión se ocupan de los mismos temas y no sólo hay superposición y
conciliación, sino que algún día la ciencia puede subsumir por completo la
religión. La cosmología de Frank Tipler (1994), basada en el principio
antrópico y en la resurrección de todos los humanos en un futuro lejano dentro
de una realidad virtual creada por un superordenador, es un ejemplo. Muchos psicólogos
evolutivos y humanistas prevén un futuro en el que la ciencia no sólo pueda
explicar el propósito de la religión, sino que la sustituya con una ética y
moralidad seculares. El modelo mundos separados: ciencia y religión se ocupan
de temas distintos, no chocan ni se solapan, y las dos deben coexistir en paz.
Charles Darwin, Stephen Jay Gould y muchos otros científicos apoyan este
modelo. El modelo mundos en conflicto: una tiene razón y la otra se equivoca, y
no puede haber conciliación entre los dos puntos de vista. Es el modelo que
predominantemente sostienen ateos y creacionistas, que con frecuencia están
enfrentados.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 175
Dejemos claro que refutar los argumentos del creacionismo no
es atacar la religión, y dejemos claro también que el creacionismo es un ataque
a la ciencia —a toda la ciencia y no sólo a la biología evolutiva—, de modo que
la contrargumentación que ofrezco en este capítulo es una respuesta a la
anticiencia del creacionismo, pero en modo alguno pretende apoyar antirreligión
alguna. Si los creacionistas están en lo cierto, la física, la astronomía, la
cosmología, la geología, la paleontología, la botánica, la zoología y las
ciencias de la vida están realmente en un grave aprieto. ¿Pueden tantas
ciencias haberse adentrado por la misma senda equivocada? Por supuesto que no,
pero los creacionistas así lo creen y, lo que es peor, pretenden que su
anticiencia se enseñe en los colegios públicos.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 176
La teoría de Darwin, que él mismo perfiló en El origen de
las especies por medio de la selección natural (1859), se puede resumir del
siguiente modo (Gould, 1987a; Mayr, 1982; 1988):
La evolución: los
organismos cambian con el tiempo. Es algo que hoy resulta obvio gracias a
la historia de los fósiles y de la naturaleza.
Descendencia con
modificación: la evolución procede por ramificación a través de la
descendencia común. La progenie es una réplica similar pero no exacta de los
padres. De ello resulta la necesaria variación para adaptarse a un entorno que
cambia constantemente.
Gradualisimo: los
cambios son lentos, constantes, definitivos.
Natura non facit
saltum: la naturaleza no da saltos. Con tiempo suficiente, la evolución
causa el cambio de las especies.
Multiplicación de las
especies: la evolución no sólo produce nuevas especies; produce un número
cada vez mayor de especies nuevas.
Selección natural:
el mecanismo del cambio evolutivo, que codescubrieron Darwin y Alfred Russel
Wallace, opera del siguiente modo:
A. Las poblaciones tienden a incrementarse indefinidamente
siguiendo una progresión geométrica: 2, 4, 8,16, 32, 64, 128, 256, 512…
B. Sin embargo, en un entorno natural, las cifras de
población se estabilizan a cierto nivel.
C. Por tanto, ha de haber una «lucha por la existencia»,
porque no todos los organismos pueden sobrevivir.
D. Todas las especies experimentan variaciones.
E. En la lucha por la existencia, los individuos con
variaciones que se adaptan mejor al entorno dejan más descendencia que los que
están menos adaptados. En jerga a eso se le llama «éxito reproductivo
diferencial».
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 179
Es triste que, mientras la ciencia avanza por nuevos y
apasionantes campos de investigación, afinando nuestros conocimientos sobre el
origen y la evolución de la vida, los creacionistas sigan anclados en
discusiones bizantinas sobre ángeles en la cabeza de un alfiler y animales en
el vientre de un arca.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 181
Argumentos de base filosófica y sus
respuestas
1. La ciencia de la
creación es científica y, por tanto, habría que enseñarla en los colegios públicos
y dentro de la asignatura de Ciencias.
La ciencia de la creación es científica sólo de nombre. Se
trata de una posición religiosa levemente disfrazada más que de una teoría que
se pueda comprobar recurriendo a métodos científicos y, por tanto, no hay por
qué enseñarla dentro de la asignatura de Ciencias. Que llamemos a algo ciencia
musulmana, ciencia budista o ciencia cristiana no significa que sea ciencia. La
siguiente declaración del Institute for Creation Research, que los
creacionistas piden que suscriban todos los miembros e investigadores de las
facultades, revela bien a las claras la opinión de los creacionistas: «Las
Escrituras, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, son infalibles y hay que
aceptarlas en su sentido natural y en su espíritu […]. Dios creó todas las
cosas del universo en los seis días especiales de la creación que describe el
Génesis. Aceptamos el relato de la creación porque se corresponde con los
hechos y es histórico y perspicuo, y, por tanto, fundamental en la comprensión
de todos los hechos y fenómenos de la creación del universo» (en Rohr, 1986,
p. 176).
La ciencia se somete a todo tipo de pruebas y cambia
constantemente, a medida que teorías y hechos nuevos reconfiguran nuestras
nociones. El creacionismo opta por la fe en la autoridad de la Biblia, sin
reparar en los datos empíricos que la contradicen: «El motivo principal de
insistir en el Diluvio universal como hecho histórico y como vehículo
primordial para la interpretación geológica es que ¡la Palabra de Dios es rotunda
al respecto! Ninguna dificultad geológica real o imaginaria puede tener
prioridad sobre las inequívocas afirmaciones y las necesarias inferencias de
las Escrituras» (en Rohr 1986, p. 190). Aquí tenemos una analogía. Los
profesores del Caltech se toman como un dogma El origen de las especies de
Darwin, piensan que la autoridad de este libro y de su autor es absoluta, y que
todo dato empírico a favor o en contra de la religión resulta irrelevante.
2. La ciencia sólo se
ocupa del aquí y del ahora y, por tanto, no puede responder a cuestiones
históricas sobre la creación del universo y los orígenes de la vida y de la
especie humana.
La ciencia se ocupa de fenómenos del pasado, sobre todo
cuando se trata de ciencias históricas como la cosmología, la geología, la
paleontología, la paleoantropología y la arqueología. Hay ciencias
experimentales y ciencias históricas. Su metodología es distinta, pero son
igualmente capaces de seguir pistas causales. La biología evolutiva es una
ciencia histórica válida y legítima.
3. La educación es el
proceso de aprender todos los aspectos de una cuestión, así que es razonable
que la evolución y el creacionismo se enseñen conjuntamente dentro de la
asignatura de Ciencias. No hacerlo constituye una violación de los principios
educativos y de las libertades civiles de los creacionistas. Tenemos derecho a
que se nos oiga. Además, ¿qué daño puede hacer que se escuchen ambos puntos de
vista?
La exposición de las múltiples facetas de un asunto es, de
hecho, una parte del proceso educativo y podría resultar muy apropiado comentar
el creacionismo en las clases de Religión, Historia e incluso en las de
Filosofía, pero, desde luego, no en las de Ciencias; en la asignatura de
Biología no hay ni puede haber ningún tema dedicado a los mitos de los indios
americanos. Enseñar dentro de la asignatura de Ciencias la ciencia de la
creación causa un perjuicio considerable porque difumina la frontera entre
ciencia y religión, lo cual conlleva que los estudiantes no comprendan el significado
del paradigma científico ni sepan aplicarlo. Además, las asunciones del
creacionismo no sólo suponen un doble ataque a la biología evolutiva, sino al
conjunto de las ciencias. En primer lugar, si el universo y la Tierra sólo
tienen unos diez mil años de antigüedad, las modernas ciencias de la
cosmología, la astronomía, la física, la química, la geología, la
paleontología, la paleoantropología y la prehistoria carecen de validez. En
segundo lugar, si atribuimos la creación de una sola especie a la intervención
sobrenatural, las leyes naturales y su inferencia sobre la obra de la
naturaleza también carecen de validez. En ambos casos, la ciencia pierde su
sentido.
4. Existe una
asombrosa correlación entre los hechos naturales y los hechos que narra la Biblia.
Por tanto, resulta muy apropiado utilizar los libros de la ciencia de la
creación y la Biblia como obras de referencia en la asignatura de Ciencias de
los colegios y estudiar la Biblia como obra científica junto con el libro de
Ciencias Naturales.
Existe también un asombroso paralelismo entre los hechos de
la Biblia para los cuales no hay hechos en la naturaleza y entre los hechos de
la naturaleza para los cuales no hay hechos en la Biblia. Si un grupo de
especialistas en Shakespeare opinara que las obras de este autor explican el
universo, ¿habría que incluir su lectura en la asignatura de Ciencias? La obra
de Shakespeare es literatura, la Biblia contiene textos sagrados para varias
religiones y ni la Biblia ni las obras de Shakespeare pretenden ser un manual
de ciencia ni una autoridad científica.
5. La teoría de la
selección natural es tautológica. Quienes sobreviven son los que mejor se
adaptan. ¿Quiénes son los que mejor se adaptan? Quienes sobreviven. Asimismo,
se emplean piedras para datar fósiles y fósiles para datar piedras. Las
tautologías no son científicas.
A veces constituyen el punto de partida, pero las
tautologías nunca son la meta de una ciencia. La ley de la gravedad es
tautológica, pero lo que infiere se justifica por la forma en que esta teoría
permite a los científicos predecir con precisión efectos y fenómenos físicos.
Asimismo, la validez de la selección natural y de la teoría de la evolución se
puede comprobar a la luz de su poder predictivo. Por ejemplo, la genética de la
población demuestra y predice con toda claridad, y con precisión matemática, el
momento en que, en el seno de una población, se produce una selección natural.
Los científicos pueden efectuar predicciones basadas en la teoría de la
selección natural y luego comprobar su validez como hace el genetista en el
ejemplo que acabo de poner o el paleontólogo al interpretar los fósiles. Hallar
fósiles de homínidos y trilobites en el mismo estrato geológico, por ejemplo,
sería una prueba en contra de la teoría. La datación de fósiles con rocas, y
viceversa, sólo puede hacerse después de que se haya establecido la columna
geológica. La columna geológica no existe en ninguna parte en su integridad,
porque los estratos son discontinuos, a veces su posición se halla tectónicamente
alterada, y, por diversas razones, siempre están incompletos. El orden de los
estratos no depende, y de ello no hay la menor duda, del azar, y su orden
cronológico se puede establecer con precisión por medio de diversas técnicas.
Los fósiles sólo son un recurso más.
6. No hay más que dos
explicaciones a los orígenes de la vida y a la existencia de las plantas, los
animales y los seres humanos: o bien son obra de un creador o bien no lo son.
Puesto que la teoría de la evolución no se apoya en pruebas (y por tanto es
falsa), el creacionismo debe de estar en lo cierto. Toda prueba que no apoye la
teoría de la evolución es, necesariamente, una prueba científica a favor del
creacionismo.
Cuidado con la falacia «o esto o lo otro», también llamada
«falacia de las falsas alternativas». Si A es falsa, B tiene que ser cierta. ¿Y
eso por qué? ¿Por qué no iba B a ser cierta con independencia de
que A lo sea o no? Porque de que el evolucionismo estuviera completamente
errado no se inferiría en ningún caso que el creacionismo está en lo cierto.
Puede haber alternativas: C, D e incluso E. Existe, sin embargo, una verdadera
dicotomía entre las explicaciones naturales y las sobrenaturales. O bien la
vida fue creada y cambia por medios naturales, o bien fue creada y cambia por
intervención sobrenatural y de acuerdo a un designio sobrenatural. Los
científicos suponen una causa natural, y los evolucionistas discuten sobre los
diversos agentes causales naturales que intervinieron. No discuten si ocurrió
por medios naturales o sobrenaturales. Y, una vez más, cuando damos por
supuesto la intervención sobrenatural, la ciencia se va al traste… por lo que
no puede haber pruebas científicas que apoyen el creacionismo, porque las leyes
naturales no se sostienen y, en el mundo de los creacionistas, la metodología
científica carece de sentido.
7. La teoría
evolutiva es la base del marxismo, del comunismo, del ateísmo, de la
inmoralidad y del declive general de la moral y de la cultura de Estados Unidos
y, por tanto, es perjudicial para nuestros hijos.
Una declaración que se deriva de la falacia de la reductio
ad adsurdum. La teoría de la evolución en particular o la ciencia en general no
son más responsables de los citados ismos o del declive de la moral y de la
cultura estadounidenses que la imprenta lo es del Mein Kampf de Hitler o que el
Mein Kampf lo es de lo que la gente hizo después con la ideología de Hitler. La
invención de la bomba atómica, de la bomba de hidrógeno y de armas incluso más
destructivas no significa que debamos abandonar el estudio del átomo. Además,
puede haber marxistas, comunistas, ateos e incluso personas inmorales que
también son evolucionistas, pero probablemente haya igual número de
capitalistas, teístas, agnósticos y personas de estricta moralidad que, amén de
ser todo eso, defienden la teoría de la evolución. En cuanto a la propia
teoría, a ella se puede recurrir para respaldar el marxismo, el comunismo y el
ateísmo, y así ha sucedido; pero también se ha empleado (sobre todo en Estados
Unidos) para legitimar un capitalismo laissez-faire. La cuestión es que
vincular teorías científicas con ideologías políticas es un asunto muy delicado
y hay que tener la precaución de no establecer relaciones de causa-efecto que
no son necesariamente ciertas o que, en realidad, sólo están al servicio de
determinada mentalidad (por ejemplo, lo que para una persona puede ser declive
moral y cultural, para otra puede significar progreso).
8. En realidad, la
teoría de la evolución es, junto con su compañero de cama, el humanismo
secular, una religión; por tanto, no es apropiado enseñarla en los colegios.
Calificar de «religión» la ciencia de la biología evolutiva
es ampliar la definición de religión hasta tal extremo que el término llega a
carecer de sentido. En otras palabras, es como decir que religión es cualquier
lente a través de la cual miramos el mundo. La religión tiene que ver con la
adoración y la dedicación a Dios o a lo sobrenatural; la ciencia, con los
fenómenos físicos. La religión está relacionada con la fe y lo que no se ve; la
ciencia se centra en los datos empíricos y en el conocimiento comprobable. La
ciencia es un conjunto de métodos diseñados para describir e interpretar
fenómenos observados o inferidos del pasado o del presente y tiene como meta la
organización de un cuerpo comprobable de conocimientos que se pueden desechar o
confirmar. La religión puede ser muchas cosas, pero desde luego no es
comprobable ni se pueden encontrar testimonios que la confirmen o la descarten.
Por su metodología, la ciencia y la religión son totalmente opuestas.
9. Muchos
evolucionistas consideran la teoría con escepticismo y les parece problemática.
Por ejemplo, la teoría del equilibrio puntuado, de Eldredge y Gould, demuestra
que Darwin se equivocaba. Si los evolucionistas más importantes del mundo no se
ponen de acuerdo sobre la teoría, la teoría en su conjunto debe de carecer de
valor.
Resulta particularmente irónico que los creacionistas citen
a uno de los portavoces más cualificados contra creacionismo —Gould— en su
intento por reclutar para su bando a las huestes de la ciencia. Los
creacionistas no han entendido o no han querido entender cuán saludable es el
debate entre los propios evolucionistas a propósito de los agentes causales del
cambio orgánico. Al parecer, se toman el intercambio de ideas, que es algo
totalmente normal en la ciencia, y la naturaleza autocorrectora de ésta, como
prueba de que los científicos pisan suelo resbaladizo y están a punto de
estrellarse. Hay muchos aspectos de la teoría que los evolucionistas se
cuestionan, pero hay algo de lo que están seguros: ha habido y hay evolución.
Lo que se debate, y es algo que se hace continuamente, es cómo ocurre
exactamente y qué potencia relativa tienen los diversos mecanismos causales que
intervienen. La teoría del equilibrio puntuado de Eldredge y Gould es un
refinamiento y una mejora de la teoría de la evolución de Darwin. No prueba que
Darwin estuviera equivocado más de lo que la relatividad de Einstein prueba que
Newton errara.
10. «La Biblia es la
Palabra escrita de Dios […] todas sus afirmaciones son histórica y
científicamente ciertas. El Diluvio Universal del Génesis fue un acontecimiento
histórico mundial en su alcance y consecuencias. Somos una organización de
hombres de ciencia cristianos que aceptamos que Jesucristo es nuestro Señor y
Salvador. El relato de la creación especial de Adán y Eva como hombre y mujer y
su posterior Caída en el pecado es la base de nuestra fe en la necesidad de que
exista un Salvador de toda la humanidad» (en Eve y Harrold, 1991, p. 55).
Una declaración de fe de estas características es
evidentemente religiosa. Eso no la invalida, pero significa que la ciencia de
la creación es, en realidad, una religión de la creación y que actualmente
pretende traspasar la barrera que separa a la Iglesia del Estado. En los
colegios privados financiados o controlados por ellos, los creacionistas tienen
libertad para enseñar a sus alumnos lo que les plazca.
Pero no se pueden dar histórica y científicamente por
ciertos los hechos que aparecen en un texto hasta que no existan pruebas que
los constaten, y pedir al Estado que exija por decreto que los profesores
enseñen una doctrina religiosa particular como si se tratara de una ciencia es
poco razonable y oneroso.
11. Todas las causas
tienen sus efectos. La causa de «X» debe ser «semejante a X»; la causa de la
inteligencia ha de ser inteligente: Dios; remontemos todas las causas a lo
largo del tiempo y llegaremos a la primera causa: Dios; como todas las cosas
están en movimiento, ha de haber un primer impulsor, un impulsor que no
necesita que ningún impulsor lo mueva: Dios; todas las cosas del universo
tienen un propósito, por tanto, tiene que haberlas creado un diseñador con un
propósito: Dios.
Si esto fuera cierto, ¿no debería la naturaleza tener una
causa natural y no sobrenatural? Pero las causas de «X» no tienen por qué ser
«semejantes a X». La causa de la pintura verde es la mezcla de pintura
azul y pintura amarilla, y ni la pintura azul ni la pintura amarilla son
verdes. Gracias al estiércol de los animales, los árboles frutales crecen
mejor. La fruta es deliciosa, pero ¡no se parece en nada al estiércol! El
argumento de la primera causa y del primer impulsor, que tan brillantemente
expresó santo Tomás de Aquino en el siglo XIV (y que más brillantemente
aún refutó David Hume en el siglo XVIII), se rebate con facilidad
haciéndose una sola pregunta más: ¿quién o qué fue la causa y el impulsor de
Dios? Finalmente, como Hume demostró, la idea de que la naturaleza se ha
diseñado de forma inteligente es muchas veces ilusoria y subjetiva. El dicho
«El pez grande se come al chico» refleja un diseño extraordinariamente
inteligente para el pez grande, pero no tanto para el pez chico. Dos parece el
número de ojos ideal, pero, como el psicólogo Richard Hardison señala
jocosamente: «¿No sería deseable tener un ojo adicional en la nuca? Y, desde
luego, tener un ojo en el dedo índice resultaría muy útil para arreglar el
motor o cambiar el aceite del coche» (1988, p. 123). Propósito, sentido, es, en
parte, lo que estamos acostumbrados a percibir. Finalmente, no todo está tan
hermosamente diseñado ni tiene tanto sentido. Aparte de problemas como el mal,
las enfermedades, las deformidades y la estupidez humana, que los creacionistas
pasan por alto convenientemente, la naturaleza está repleta de detalles raros
y, al menos en apariencia, carentes de sentido. Los pezones de los hombres y el
dedo pulgar del panda son dos de los ejemplos que señala Gould de miembros mal
diseñados y sin propósito alguno. Si Dios diseñó la vida para que encajara tan
bien como un rompecabezas, ¿qué pasa con ese tipo de peculiaridades y
problemas?
12. Algo no se puede
crear a partir de nada, dicen los científicos. Por tanto, ¿de dónde provenía la
materia que existía antes del Big Bang? ¿Dónde se originan las primeras formas
de vida que proporcionan la materia prima de la evolución? La creación de
aminoácidos a partir de un «caldo» inorgánico y de otras moléculas biogénicas
que ha llevado a cabo Stanley Miller no se puede equiparar con la creación de
la vida.
Es posible que la ciencia no esté preparada para responder a
cierto tipo de preguntas teleológicas como la de si existía algo antes del
principio del universo o cuánto tiempo transcurrió antes de que el tiempo
comenzara o de dónde proviene la materia del Big Bang. Hasta el momento, éstas
han sido cuestiones religiosas o filosóficas, no científicas, y, por tanto, no
forman parte de la ciencia. (Recientemente, Stephen Hawking y otros cosmólogos
han formulado algunas especulaciones científicas a propósito de estos asuntos).
La teoría evolutiva se esfuerza por comprender las causas del cambio después de
que el tiempo y la materia fueran «creados» (sea lo que sea lo que esto
signifique). En cuanto al origen de la vida, los bioquímicos dan una
explicación muy científica y racional de la evolución a partir de compuestos
inorgánicos, la creación de aminoácidos y la construcción de las cadenas
proteínicas, las primeras células, la creación de la fotosíntesis, la invención
de la reproducción sexual, etcétera. Stanley Miller nunca ha afirmado que haya
creado vida, sino tan sólo que ha reproducido los primeros pasos que dieron pie
a la vida. Si bien estas teorías no son firmes y siguen sometidas a un intenso
debate científico, existe una explicación razonable de los pasos que se
sucedieron para pasar del Big Bang al cerebro humano en el universo conocido
por medio de leyes naturales que ya conocemos.
Argumentos de base científica y sus
respuestas
13. Las estadísticas
de población demuestran que si, según los índices de crecimiento actuales, nos
remontamos aproximadamente 6300 años (4300 a. C.), en el mundo no existían más
que dos personas. Esto prueba que los humanos y la civilización son muy
jóvenes. Si la Tierra fuera vieja —tuviera, digamos, un millón de años—, en el
curso de 25 000 generaciones y a un ritmo de crecimiento del 0,5 por ciento y
con una media de 2,5 niños por familia, actualmente el mundo tendría 102100
personas, lo cual es imposible, porque en todo el universo conocido no hay más que
10130 electrones.
Si se trata de jugar a los números, ¿qué tal el siguiente
juego? Al aplicar ese modelo, nos damos cuenta de que, en el año 2600 a. C., la
Tierra habría tenido alrededor de 600 habitantes. Sabemos, con un alto grado de
certeza, que en el año 2600 a. C., había civilizaciones florecientes en Egipto,
Mesopotamia, China y el valle del Indo. Si, generosamente, concediéramos a
Egipto una sexta parte de la población mundial, eso querría decir que sólo unas
cien personas habrían construido las pirámides, por no hablar de todos los
demás monumentos arquitectónicos de aquel entonces. Ciertamente, a esas cien
personas les habrían hecho falta uno o dos milagros, o, quizás, la ayuda de
antiguos astronautas.
Lo cierto es que la población no crece a un ritmo constante.
Hay altibajos, y la historia de la población humana antes de la Revolución
industrial es una crónica de prosperidad y crecimiento seguida de hambrunas y
declive, amén de muchos desastres puntuales. En Europa, por ejemplo, casi la
mitad de la población murió a consecuencia de una peste en el siglo VI y, en el
siglo XIV, la peste bubónica se llevó a alrededor de un tercio de la población
en tres años. Los humanos lucharon durante milenios por eludir la extinción y,
en aquel entonces, la curva poblacional, que crecía con paso incierto, aunque
siempre avanzando, estuvo llena de cumbres y valles. Únicamente desde el siglo
XIX ha mantenido el índice de crecimiento una aceleración constante.
14. La selección
natural no puede dar cuenta más que de los cambios de menor importancia en el
seno de la propia especie, es decir, de la microevolución. Las mutaciones a las
que recurren los evolucionistas para explicar la macroevolución, siempre son
perjudiciales, raras y azarosas, y no pueden ser el motor del cambio evolutivo.
Nunca olvidaré las cinco palabras que Bayard Brattstrom
esculpió en la cabeza de los alumnos de Biología Evolutiva de la California
State University: «Los mutantes no son monstruos». Cuando los científicos
hablan de mutantes, no se refieren a lo que a todos primero se nos viene a la
imaginación: vacas con dos cabezas y otros monstruos de feria campestre. La
mayoría de las mutaciones consisten en pequeñas aberraciones genéticas o
cromosomáticas de consecuencias menores: un oído levemente más agudo, un color
de piel más oscuro. Algunas de esas aberraciones pueden resultar muy
beneficiosas para los organismos que se encuentren en entornos que cambian
constantemente.
Además, la teoría de la «especiación alopátrica» de Ernst
Mayr (1970) parece demostrar precisamente de qué modo, en conjunción con otras
fuerzas y contingencias de la naturaleza, crea la selección natural nuevas
especies. Tanto si están de acuerdo con las teorías de la especiación
alopátrica y del equilibrio puntuado como si no, todos los científicos
coinciden en que la selección natural puede impulsar cambios muy
significativos. Se discute la importancia de los cambios, su rapidez y qué
otras fuerzas de la naturaleza actúan en conjunción con la selección natural o
se oponen a ella. Nadie, y digo nadie, que trabaje en este terreno discute si
la selección natural es la fuerza que impulsa la evolución y mucho menos si
hubo evolución o no.
15. No hay formas de
transición en la historia fósil; en ninguna parte, siquiera, y menos que en
ninguna otra especie, en los humanos. La historia fósil es, en su conjunto, un
problema muy embarazoso para los evolucionistas. Los neandertales, por ejemplo,
son esqueletos de especímenes enfermos, distorsionados por la artritis, el
raquitismo y otras enfermedades que tuercen las piernas, abomban la frente o
alargan los huesos. El homo erectus y el australopiteco son simios.
Los creacionistas siempre citan el famoso pasaje de El
origen de las especies en el que Darwin pregunta: «¿Por qué, entonces, no están
todas las formaciones y estratos geológicos llenos de esos eslabones
intermedios? No existe la menor duda de que la geología no da muestras de esa
cadena orgánica tan delicadamente graduada; y quizá sea ésta la mayor objeción
que quepa esgrimir en contra de mi teoría» (1859, p. 310). Los
creacionistas terminan aquí la cita e ignoran el resto del capítulo, en el que
Darwin se extiende sobre el problema.
Se puede responder, por ejemplo, que desde la época de
Darwin se han descubierto muchos ejemplos de formas de transición. Basta con
echar un vistazo a cualquier manual de paleontología. El fósil archeopteryx
—parte reptil y parte pájaro— es un ejemplo clásico de forma de transición. En
mi debate con Duane T. Gish, mostré una diapositiva del ambulocetus natans,
hermoso ejemplo de forma de transición del mamífero terrestre a la ballena
(véase Science, 14, enero de 1994, p. 180). Y la afirmación sobre el homo erectus
y el austrolopiteco es, sencillamente, absurda. Hoy contamos con todo un
yacimiento de formas de transición entre los humanos.
También se puede responder de manera retórica. Los
creacionistas exigen un solo fósil de transición, el eslabón perdido. Cuando se
les muestra, afirman que existe una laguna entre ese fósil y el siguiente y
reclaman una nueva forma de transición entre ambos. Si esa nueva forma se les
enseñase, existirían dos lagunas entre los tres fósiles, y así ad infinitum.
Basta con señalar esto para refutar el argumento. Resulta muy gráfico cuando se
ejemplifica poniendo tazas sobre un mesa. Cada vez que se pone una taza,
aparecen dos espacios vacíos; si cubrimos los dos espacios, aparecen otros
cuatro, etcétera. Lo absurdo del argumento resulta así visualmente
espectacular.
Y, por último, también se puede responder lo que en 1972
contestaron Niles Eldredge y Stephen Jay Gould: las lagunas de la historia
fósil no indican falta de datos de un cambio lento y regular; los fósiles
«perdidos» son la prueba, en cambio, de un cambio rápido y episódico (del
equilibrio puntuado). Recurriendo a la especiación alopátrica, según la cual
las poblaciones «fundadoras» pequeñas e inestables se encuentran aisladas en
los extremos de la cadena de población, Eldredge y Gould mostraron que el
cambio relativamente rápido de esa reserva de genes más pequeña crea nuevas
especies, pero deja pocos fósiles, si es que deja alguno. El proceso de
fosilización siempre es singular e infrecuente, pero es casi inexistente en
esas ocasiones de especiación rápida porque el número de individuos es pequeño
y el cambio es rápido. La falta de fósiles puede ser la prueba de un cambio
rápido, no la prueba perdida de una evolución gradual.
16. La segunda ley de
la termodinámica demuestra que no puede haber evolución porque los
evolucionistas declaran que el universo y la vida pasan del caos al orden y de
lo sencillo a lo complejo, que es exactamente lo contrario de la entropía que
predice esa ley.
En primer lugar, en cualquier otra escala que no sea la
mayor —los seiscientos millones de años de historia de la vida en la Tierra—,
las especies no evolucionan de lo simple a lo complejo y la naturaleza no sólo
se mueve del caos al orden. La historia de la vida está jalonada de falsos comienzos,
de experimentos fallidos, de extinciones locales y masivas y de nuevos y
caóticos comienzos. La realidad se parece a cualquier cosa menos a un pulcro
diario del tiempo y de la vida que relata lo sucedido entre la primera célula y
el ser humano. Incluso a grandes rasgos permite la segunda ley de la
termodinámica ese cambio, porque la Tierra es un sistema que recibe una
inyección constante de energía del Sol. Puesto que el Sol arde, la vida puede
florecer y evolucionar, se puede evitar que los automóviles se oxiden, se
pueden calentar la comida en el horno y pueden producirse todo tipo de cosas
que, en apariencia, violan la segunda ley de la termodinámica. Pero tan pronto
como el Sol se apague, la entropía se adueñará de la vida, ésta cesará y regresará
el caos. La segunda ley de la termodinámica rige en sistemas cerrados y
aislados. Puesto que la Tierra recibe un aporte constante de energía del Sol,
la entropía puede decrecer y el orden crecer (aunque el propio Sol sigue un
proceso entrópico). Por lo tanto, puesto que la Tierra no es un sistema
estrictamente cerrado, la vida puede evolucionar sin violar las leyes
naturales. Además, las investigaciones recientes sobre la teoría del caos
sugieren que el orden puede generarse y se genera espontáneamente a partir del
caos, y todo ello sin violar la segunda ley de la termodinámica (véase
Kauffman, 1993). La evolución no viola la segunda ley de la termodinámica más
de lo que al dar un salto violamos la ley de la gravedad.
17. Incluso las
formas más simples de vida son demasiado complejas para haberse formado por
azar. Pongamos por caso un organismo sencillo que conste sólo de cien partes.
Matemáticamente, existen 10158 formas posibles de unir esas partes. No hay
moléculas suficientes en el universo ni ha pasado tiempo suficiente desde el
comienzo para que una forma tan sencilla concretase tantas posibilidades de
combinación y, mucho menos, por supuesto, para formar seres humanos. El ojo
humano desafía por sí mismo cualquier explicación azarosa de la evolución.
Equivaldría a que un mono escribiera Hamlet, o tan siquiera «Ser o no ser». Por
azar, simplemente, eso no ocurre.
La selección natural no es azarosa, ni opera por casualidad.
La selección natural preserva los aciertos y erradica los errores. El ojo evolucionó
de una sola célula sensible a la luz al ojo complejo actual no a través de
cientos sino de miles de pasos intermedios, muchos de los cuales todavía se dan
en la naturaleza (véase Dawkins, 1986). Para que un mono teclease las trece
letras que, en inglés, abren el soliloquio de Hamlet haría falta, según las
leyes de la probabilidad, que lo intentase 2613 veces. Es un número dieciséis
veces superior al número total de segundos que tiene de existencia nuestro
sistema solar. Pero, si cada letra correcta se conserva y cada letra errónea se
erradica, el proceso discurre mucho más deprisa. ¿Cuánto más deprisa? Richard
Hardison (1988) creó un programa de ordenador que «seleccionaba» las letras
correctas o incorrectas, y sólo hacían falta una media de 335,2 intentos para
obtener la secuencia «SERONOSER». El ordenador tarda menos de noventa segundos.
Hamlet al completo se puede obtener en cuatro días y medio.
18. La selección
hidrodinámica que se produjo durante el Diluvio Universal explica la aparente
progresión de los fósiles encontrados en los estratos geológicos. Los
organismos sencillos y los ignorados murieron en el mar y están en las capas
más profundas; los organismos más complejos, más listos y más rápidos murieron
más arriba.
¿Ni un solo trilobite flotó hasta un estrato superior? ¿Ni
un solo caballo idiota estaba en la playa y se ahogó, quedando en un estrato
inferior? ¿Ni un solo pterodáctilo consiguió superar la capa del Cretácico? ¿Ni
un solo humano estúpido pereció bajo la lluvia? ¿Y qué hay de los datos que
proporcionan otras técnicas de datación como la radiometría?
19. Las técnicas de
datación de los evolucionistas son contradictorias, poco fiables y erróneas.
Dan la falsa impresión de que la Tierra es vieja, cuando, en realidad, no tiene
más de diez mil años, como ha demostrado el doctor Thomas Barnes, de la
Universidad de El Paso, al probar que el campo magnético de la Tierra sólo
tiene mil cuatrocientos años.
Para empezar, el argumento de Thomas Barnes a propósito del
campo magnético de la Tierra da por supuesto que la caída del campo magnético
es lineal cuando la geofísica ha demostrado que fluctúa a lo largo del tiempo.
Barnes se basa en una premisa falsa. En segundo lugar, las diversas técnicas de
datación existentes no sólo son bastante fiables cuando se aplican de forma
independiente, sino que se utilizan de forma combinada para corroborar los
datos. Por ejemplo, las fechas radiométricas de los distintos componentes de
una roca convergen en la misma fecha. Por último, ¿cómo pueden los creacionistas
desechar alegremente todas las técnicas de datación excepto las que
supuestamente apoyan su postura?
20. La clasificación
de los organismos por encima del nivel de especie es arbitraria y restrictiva.
La taxonomía no demuestra nada, especialmente porque faltan muchos eslabones
entre las especies.
La ciencia de la clasificación es, como todas las ciencias,
un producto humano y, por supuesto, no puede demostrar ningún absoluto sobre la
evolución de los organismos. Pero la agrupación que hace de los organismos no
es arbitraria pese a que exista en ella un factor de subjetividad. Una
interesante prueba de taxonomía transcultural consiste en el hecho de que los
biólogos occidentales y los nativos de Nueva Guinea identifican los mismos
tipos de aves como especies separadas (véase Mayr, 1988). Estas agrupaciones
existen en la naturaleza. Además, el objetivo de la moderna cladística —la
ciencia de la clasificación por medio de jerarquías establecidas por
similitudes— es restar subjetividad a la taxonomía. La cladística se basa
productivamente en relaciones evolutivas inferidas para ordenar taxones en una
jerarquía ramificada de modo que todos los miembros de un mismo taxón tengan
los mismos ancestros.
21. Si la evolución
es paulatina, no debería haber lagunas entre las especies.
La evolución no siempre es paulatina. Con frecuencia, es
esporádica. Y los evolucionistas nunca han dicho que no pueda haber lagunas.
Además, esas lagunas no constituyen una prueba en favor de la teoría
creacionista de igual modo que las lagunas de la Historia no demuestran que
todas las civilizaciones aparecieran por generación espontánea.
22. Los «fósiles
vivos» como el celacanto y el cangrejo de herradura demuestran que todos los
seres vivos fueron creados al mismo tiempo.
La existencia de fósiles vivos (organismos que no han
cambiado en millones de años) significa, sencillamente, que tienen una
estructura adecuada para su entorno, relativamente estático y estable, y que su
evolución se interrumpió cuando fueron capaces de mantener su nicho ecológico.
Los tiburones y muchos otros animales marinos han cambiado muy poco en millones
de años, mientras que los mamíferos marinos lo han hecho rápida y
espectacularmente. El cambio evolutivo de una especie o, dado el caso, la
ausencia de cambio dependen del cambio de su entorno inmediato.
23. El problema de
las estructuras incipientes refuta la selección natural. Una nueva estructura
que evolucione muy lentamente no representaría ninguna ventaja para el
organismo en sus comienzos o etapas intermedias, sino sólo cuando está
plenamente desarrollada, lo que sólo puede ocurrir por medio de la creación
especial. ¿De qué sirve el 5 o el 55 por ciento de un ala? Hace falta toda el
ala o nada.
Un ala mal desarrollada pudo ser otra cosa bien desarrollada,
como, por ejemplo, un regulador térmico para los ectotérmicos reptiles
(dependen de fuentes externas de calor). Y no es cierto que los estados
incipientes sean completamente inútiles. Como Richard Dawkins argumenta en El
relojero ciego (1988) y en Escalando el monte improbable (1998), un 5 por
ciento de visión es significativamente mejor que no tener visión y ser capaz de
elevarse, aunque sólo sea por un momento, puede suponer una enorme ventaja
adaptativa.
24. Estructuras
homologas (el ala de un murciélago, la aleta de una ballena, el brazo de un ser
humano) son una prueba de que hubo un diseñador inteligente.
Invocando los milagros y la especial providencia, los
creacionistas escogen cualquier elemento de la naturaleza como prueba de la
obra de Dios y hacen caso omiso de todo lo demás. Las estructuras homologas no
dan pie, en realidad, a un paradigma de la «creación especial». ¿Qué motivo hay
para que la aleta de una ballena tenga los mismos huesos que el brazo de una
persona o que el ala de un murciélago? ¿Acaso Dios carece de imaginación?
¿Estaba probando Dios las posibilidades de sus diseños? ¿Acaso quería hacer las
cosas precisamente así? Sin duda, un diseñador inteligente podría haberlo hecho
mejor. Las estructuras homologas son un indicativo de las modificaciones de la
descendencia, no de la creación divina.
25. La historia de la
teoría evolutiva en particular y de la ciencia en general está llena de teorías
fallidas y de ideas desechadas. El hombre de Nebraska, el hombre de Piltdown,
el hombre de Calaveras y el hesperopiteco no son más que algunos de los fallos
que los científicos han cometido. Resulta evidente que no se puede confiar en
la ciencia y que las teorías modernas no son mejores que las antiguas.
Una vez más, resulta paradójico que los creacionistas
recurran simultáneamente a la autoridad de la ciencia y ataquen sus
presupuestos básicos. Además, este argumento revela una profunda incomprensión
de la naturaleza de la ciencia. La ciencia no sólo cambia constantemente, sino
que se construye, constantemente, a partir de las ideas del pasado y es
acumulativa hacia el futuro. Los científicos cometen muchos errores. En
realidad, es así como progresa la ciencia. La posibilidad de autocorrección es
una de las características más hermosas del método científico. Los engaños como
el hombre de Piltdown y los errores honrados como el del hesperopiteco salen a
la luz con el tiempo. Tras caer en ellos, la ciencia se levanta, se sacude el
polvo y sigue adelante.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 181 y siguientes
La ciencia no sólo cambia constantemente, sino que se
construye, constantemente, a partir de las ideas del pasado y es acumulativa
hacia el futuro. Los científicos cometen muchos errores. En realidad, es así
como progresa la ciencia. La posibilidad de autocorrección es una de las
características más hermosas del método científico.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 198
De la naturaleza del método científico se deduce que ningún
principio explicativo de la ciencia es definitivo. «Incluso la teoría más
sólida y fiable […] es tentativa. Toda teoría científica está sometida a
revisión y, como en el caso de la astronomía ptolemaica, puede finalmente ser
rechazada tras siglos de viabilidad».
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 219
Los negacionistas hacen caso omiso de la convergencia de
pruebas. Se apoyan en las que convienen a su teoría y desprecian o evitan las
demás. Es algo que también hacen los historiadores y los científicos, pero con
una diferencia. La historia y la ciencia poseen mecanismos autocorrectores
mediante los cuales los errores en que incurre uno los revisan sus colegas en
sentido literal del término. Revisión es la modificación de una teoría basada
en nuevas pruebas o en una nueva interpretación de viejas pruebas. La revisión
no debería basarse en la ideología política, las convicciones religiosas u
otras emociones humanas. Los historiadores son seres humanos y, por tanto,
tienen emociones, pero son los auténticos revisionistas, porque, en el fondo,
la ciencia colectiva de la historia separa la paja de las emociones del trigo
de los hechos.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 280
En Estados Unidos tendemos a confundir raza y cultura. Por
ejemplo, «blanco o caucásico» no es el equivalente de «coreano-americano», sino
de «sueco-americano». El primer calificativo indica, toscamente, una presunta
composición genética o racial; los segundos, la herencia cultural. En 1995, el
periódico del Occidental College anunció que casi la mitad (el 48,6 por ciento)
de los alumnos de primer curso eran «personas de color». Por mí parte, toda mi
vida he tenido dificultades para identificar a la mayoría de los estudiantes
por los tradicionales signos externos de las razas porque, con el paso de los
años —y de los siglos—, la mezcla es cada vez mayor. Sospecho que la mayoría de
las razas se escriben con guión, un concepto todavía más absurdo que el de las
razas «puras». Marcar la casilla «raza» de un formulario —«caucásico»,
«hispánico», «afroamericano», «nativo americano»— carece de fundamento y es
ridículo. Para empezar, la «americana» no es una raza, así que etiquetas como
«asiático-americano» y «afroamericano» siguen manifestando que confundimos raza
con cultura. Por otro lado, ¿cuánto debemos remontamos en la historia? En
realidad, los nativos americanos son asiáticos si retrocedemos más de veinte o
treinta mil años, hasta antes de que cruzasen el istmo de Bering, que unía Asia
y América. Y es probable que, hace varios cientos de miles de años, los
asiáticos provinieran de África, así que, en realidad, deberíamos sustituir
«nativos americanos» por «afro-asiático-nativo americanos». Por último, esa teoría
que dice que todos los seres humanos procedemos de África (la teoría de un
único origen racial) puede ser cierta. (Cavalli-Sforza opina que la salida de
África pudo ocurrir hace sólo setenta mil años). Pero incluso si esta teoría
cede ante la Teoría del Candelabro (la del origen multirracial), en última
instancia todos los homínidos proceden de África, así que, en Estados Unidos,
todos deberían marcar la casilla «afroamericano». Mi abuela materna era alemana
y mi abuelo materno, griego. La próxima vez que rellene uno de esos formularios
voy a marcar «otras» y escribir la verdad sobre mi verdadera procedencia racial
y cultural: «afro-greco-germano-americano». Y a mucha honra.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 332
¿Qué importancia tiene el orden de nacimiento entre los
hermanos? Frank Sulloway (1996) ha dirigido un estudio sobre la tendencia a
aceptar o rechazar teorías heréticas basado en múltiples variables como «fecha
de conversión a la nueva teoría, edad, sexo, nacionalidad, clase
socioeconómica, número de miembros de la familia, grado de contacto previo con
los líderes de la nueva teoría, actitudes políticas y religiosas, campos de
especialización científica, premios y galardones concedidos, tres magnitudes
independientes de eminencia, denominación religiosa, conflictos con los padres,
viajes, nivel de formación, impedimentos físicos y edad de los padres cuando se
produjo el nacimiento». Empleando múltiples modelos de regresión, Sulloway
analizó más de un millón de datos y descubrió que el orden de nacimiento entre
los hermanos era el factor más decisivo en la receptividad intelectual a la
innovación y a la ciencia. Tras consultar a más de cien historiadores de la
ciencia, Frank Sulloway les pidió que evaluaran las actitudes de 3892
participantes en veintiocho polémicas científicas en un período comprendido
entre los años 1543 y 1967. Sulloway, que es el benjamín entre sus hermanos,
averiguó que la probabilidad de que un hermano menor acepte una idea
revolucionaria es 3,1 veces mayor que la de que lo haga un primogénito, y que,
cuando se trata de revoluciones radicales, la probabilidad es 4,7 veces mayor.
Además, señaló que «la probabilidad de que estos resultados sean azarosos es
prácticamente nula». Históricamente, esto indica que, «en general, los hermanos
menores han introducido o respaldado grandes transformaciones conceptuales pese
a las protestas de sus colegas, que eran primogénitos. Incluso cuando,
ocasionalmente, los principales exponentes de una nueva teoría son primogénitos
—como fue el caso de Newton, Einstein y Lavoisier—, quienes se les oponen
suelen ser, en su mayoría, primogénitos, y los conversos son, también en su
mayoría, benjamines» (p. 6). A modo de «grupo de control», Sulloway
examinó los datos de los hijos únicos y averiguó que éstos servían de cuña
entre los primogénitos y los benjamines en su apoyo de las teorías radicales.
¿Por qué los primogénitos son más conservadores y les influye más la autoridad?
¿Por qué los benjamines son más liberales y receptivos a los cambios
ideológicos? ¿Cuál es la relación entre el orden entre los hermanos y la
personalidad? Al ser los primeros, los primogénitos reciben considerablemente
más atención de sus padres que los benjamines, que tienden a gozar de mayor
libertad y de menos adoctrinamiento en el terreno ideológico y en la obediencia
a la autoridad. Normalmente los primogénitos tienen mayores responsabilidades,
entre ellas la de cuidar de sus hermanos menores y, por tanto, se convierten en
padres sustitutivos. A menudo, los benjamines están algo más distanciados de la
autoridad paterna y, por tanto, tienen menos tendencia a obedecer y a adoptar
las creencias de la autoridad más elevada. Frank Sulloway ha ido un paso más
allá aplicando un modelo de competencia entre hermanos de estilo darwiniano en
el que los niños deben competir por el reconocimiento y los recursos limitados
de los padres. Los primogénitos son mayores, más rápidos y más grandes, así que
reciben la parte del león de los premios. Con el fin de maximizar los
beneficios obtenidos de los padres, los benjamines se diversifican en nuevos
campos de interés. Esto explica por qué los primogénitos eligen profesiones más
tradicionales mientras que los benjamines optan por las que lo son menos.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 338
La ciencia tiene sus limitaciones y la historia de la
ciencia está repleta de fracasos, giros equivocados y callejones sin salida.
Que en el pasado haya obtenido grandes hallazgos, no quiere decir que pueda o
vaya a resolver todos los problemas que surjan en el futuro. Y ¿de verdad
podemos predecir lo que los seres del futuro harán basándonos en lo que creemos
(y anhelamos) que harán?
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 353
Lo que para uno es una cosa rara, para otro puede ser su más
valiosa creencia. ¿Quién es nadie para juzgar?
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 360
Básicamente, considero que una «cosa rara» es: (1) una
afirmación o creencia que, dentro de su campo de estudio en particular, la
mayoría no acepta; (2) una afirmación o creencia que o bien es imposible desde
el punto de vista de la lógica, o bien es altamente improbable; y/o (3) una
afirmación o creencia para la cual sólo hay testimonios mayormente anecdóticos
y no comprobados.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 372
Para quienes estamos en el negocio de desacreditar bobadas y
explicar lo inexplicable, ésta es la que yo llamo la Pregunta Difícil: ¿Por qué
cree la gente lista en cosas raras? En un principio, mi Respuesta Fácil
resultara paradójica: La gente lista cree en cosas raras porque está entrenada
para defender creencias y afirmaciones a las que ha llegado por razones poco
inteligentes. Es decir, muy a menudo la mayoría llegamos a creer en lo que
creemos por motivos que poco tienen que ver con los datos empíricos y el
razonamiento lógico (que, presuntamente, la gente lista utiliza mejor). Más
bien, variables como la predisposición genética, las preferencias de los
padres, la influencia de los hermanos, las presiones de los compañeros, las
experiencias en el período educativo y las impresiones que nos deja la vida
conforman las preferencias de carácter y las inclinaciones emocionales que,
junto con múltiples influencias sociales y culturales, nos llevan a decidirnos
por unas creencias u otras. Rara vez alguno de nosotros se sienta ante una
relación de hechos, sopesa los pros y los contras y opta por lo que parece más
lógico y racional sin tener en cuenta lo que creíamos con anterioridad. Al
contrario: los hechos del mundo nos llegan a través de los filtros coloreados
de las teorías, las hipótesis, las corazonadas, las inclinaciones y los
prejuicios que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida. Entonces
revisamos el corpus de datos y escogemos los que confirman lo que ya creíamos,
prescindiendo o desechando mediante racionalizaciones los que no nos cuadran.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 374
La ciencia es un proceso social en el que uno se forma en
cierto paradigma y trabaja junto a otras personas sobre el terreno. La misma
comunidad de científicos lee las mismas publicaciones, asiste a las mismas
conferencias, reseña los mismos libros y artículos (de los demás integrantes de
la comunidad) y, normalmente, intercambia ideas sobre hechos, hipótesis y
teorías de su mismo campo de conocimientos. Gracias a una gran cantidad de
experiencias, los científicos saben, con bastante celeridad, qué nuevas ideas
tienen oportunidad de imponerse y cuáles son evidentemente equivocadas. Los
recién llegados de otros ámbitos, que invariablemente se zambullen hasta el
fondo sin la experiencia ni la formación necesarias, generan nuevas ideas que a
ellos —en vista del éxito cosechado en sus propios campos de especialización—
les parecen revolucionarias. Sin embargo, los profesionales de ese ámbito las
saludan con desdén (cuando no, sencillamente, las ignoran). El desdén no se
debe (como los neófitos suelen pensar) a que a quienes ya están dentro no les
gusten los que vienen de fuera (o a que todos los grandes revolucionarios son
perseguidos o ignorados), sino a que, en la mayoría de los casos, esas ideas se
tomaron en consideración años o décadas antes y se rechazaron por motivos
perfectamente legítimos.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 381
No es tanto la gente lista, sino la gente mejor educada la
que tiene menos prejuicios y es menos autoritaria.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 384
Como son más inteligentes y han recibido más formación que
los demás, los listos son más capaces de justificar sus creencias con razones
intelectuales, aunque las hayan adquirido por razones no intelectuales. Pero
los listos, como el común de los mortales, se dan cuenta de que las necesidades
emocionales y el hecho de haber sido educado para creer en algo es la forma en
que la mayoría llegamos a creer en lo que creemos. Y entonces interviene el
prejuicio de la atribución intelectual, especialmente en la gente lista, para
justificar esas creencias por raras que sean.
Michael Shermer
Por qué creemos en cosas raras, página 397
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