Jean Amila

"Fue ella quien me besó. Temblaba como un animalillo aterrorizado. Había sido educada para vivir en un mundo de belleza, de orden y de armonía. Como toda hija de familia acaudalada, la habían aupado a la quintaesencia de una civilización, y he aquí que todo se venía abajo, que había que volver a ponerlo todo en tela de juicio. De repente, se veía retrotraída a varios milenios atrás, volvía a no ser más que una pequeña hembra atemorizada en busca de protección.
Subimos la escalera. Yo la tenía abrazada por la cintura y parecíamos una pareja de enamorados azorados en su primera noche de amor.
En el dormitorio, antes de encender la luz, distinguí sobre la colcha las manchas luminosas de dos de aquellos singulares insectos fosforescentes. Los cogí y los tiré por la ventana que volví a cerrar a pesar de la suavidad de la noche.
"Cuando me di la vuelta, Jacqueline se había echado, sin desnudarse, a lo ancho de la cama. Me tendí a su lado e hicimos el amor con un regusto a sudor, a vómito y a sangre, como si fuéramos los dos únicos supervivientes de una terrible catástrofe.
A la mañana siguiente, fueron los niños quienes nos despertaron al llamar alegremente a la puerta. Jacqueline se levantó y les dijo que procurasen no hacer ruido: ¡papá había vuelto de viaje y necesitaba descanso!
Reapareció media hora más tarde, con el desayuno. Parecía muy cansada, pero había recobrado aquella expresión suya de mujer equilibrada, dulce y dueña de sí misma.
[...]
Mientras me ponía los pantalones, miré por la ventana. Hacia el fondo del jardín, todo parecía tranquilo. La luz del sol cabrilleaba entre las ramas de los ciruelos y de los membrillos, y el lugar ofrecía el aspecto sosegado y apacible de una tarde cualquiera.
Pensaba en Jacqueline. Había venido a comunicarme esta visita sin preocupación aparente, sin aprensión visible; tal vez su sorprendente dominio de sí misma había vuelto a hacer acto de presencia tras la tempestad de la víspera.
Hice una entrada muy estudiada en el salón y reconocí en el acto a los dos matasietes que se habían presentado en la tasca de Meunier. Se habían quitado el sombrero y la gabardina, pero su aspecto seguía siendo impresionante. Muy en su papel de joven señora de buena familia, Jacqueline les había servido café y unos pastelillos que saboreaban en silencio.
Fumet fue el único en levantarse en cuanto entré. Al lado de aquellos dos montones de músculos parecía más adiposo, más gordo y más fofo aún que de costumbre. Tenía toda la pinta de querer hacer méritos ante aquellos dos e intentaba dárselas de finolis."

Jean Meckert también conocido bajo el seudónimo de Jean Amila
Punto en boca


“El domingo fuimos a un mitin comunista en Vincennes (…). Allí Paulette y yo nos hartaríamos de falsas promesas (…) y nos rodeaban engatusándonos con insignias rojas. Acababas lanzándoles 20 francos para que te dejaran en paz.”

Jean Amila



"Es el pueblo, ¡¡un horror!!"

Jean Amila



"Hiroshima anuncia la época en la que una casta puede disponer de la vida de miles de millones de seres humanos. Es contra eso que intento luchar, incluso cuando escribo novelas negras."

Jean Amila


"La felicidad es siempre un poco obscena, si te paras a pensar."

Jean Amila


"La vida no es más que eso, naderías de las que hacemos un mundo."

Jean Amila
Los golpes



"La vida, para llenarte, empieza siempre por abajo. Activé los genitales antes que mi cerebro. Los que quieran repescar a tipos que van a la deriva con sermones vehementes, deberían meterse esto entre ceja y ceja."

Jean Amila



"Los golpes son jaque mate, se plantan y punto."

Jean Amila


"Me incliné sobre el agua, visualizando cómodamente la imagen de mi suicidio, para expulsar así la porquería que me asediaba. No tenía más que mi sudor para acercarme al mundo. No puedo expresarlo. Habría querido aplastar todas esas asquerosas palabras, esos inmundos artefactos. Necesitaba una guerra contra las sucias palabras, ¡un gran exterminio!"

Jean Amila


"No obstante, tengo que explicar un poco todo esto, recortarlo en diferentes partes para uso externo. Es más duro de lo que se cree, si quiere explicarse sin faltar a la verdad, pues a menudo lo verdadero no es nada, puro viento, psss, pasa, ya ha pasado, se fue lejos, como la iluminación de la estación nocturna a cien por hora. Hay que desconfiar del pasado, es una regla general. Desde el momento en que ponemos en juego la memoria o la imaginación, tendemos a simplificarlo todo, a falsearlo."

Jean Amila


"Pensándolo bien, en aquella época viví la auténtica felicidad, sin quebraderos de cabeza; me dedicaba sólo a vivir con una mujercita de los más apetecible. Ahora, cada vez que quiero encontrar momentos frescos y felices en mis recuerdos, ahí me detengo, en aquella época egoísta, cuando los dos mandábamos a la mierda al resto del mundo."

Jean Amila


"Soy un obrero que salió mal... comencé a contar historias populistas primero, y luego, en ese lenguaje que era mío, conté historias negras."

Jean Amila







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