Descanso Primero
PROVECTO
   La Astrología o ciencia de los astros,		
Es curiosa, muy útil y loable		
Para la agricultura y medicina,		
Como para otras cosas importantes		
Y necesarias a la vida humana,		
Porque graves autores la celebran		
Diciendo la aprendieron los hebreos		
De Abraham, patriarca justo y santo,		
El cual a los egipcios sacerdotes		
La enseñó, y a aquel rey Faretates		
Cuando de hambre forzado bajó a Egipto;		
Habiendo su principio derivado		
De Set, nieto de Adam, que es tan antigua.		
Los griegos afirmaron que es de Atlante,		
Por lo cual fabricaron los poetas		
Que sustentaba el cielo con los hombros.		
Plinio dice que fue su inventor Belo		
Y también la atribuye a los fenicios;		
Luciano dice fue de los etiopes		
Al principio del mundo celebrada.		
El inventor al fin aquel que fuere,		
Ella es célebre ciencia, insigne y alta.		
GUSTOQUIO
   Así lo juro yo, y por serlo tanto		
Pienso es bachillería de los hombres		
Querer hacer sus reglas infalibles,		
Y el querer della bien señorearse,		
Por lo cual dijo el Sabio: si juzgamos		
Con gran dificultad de aquellas cosas		
Que están sobre la tierra tan patentes,		
¿Cómo inquirir podremos con acierto		
Las que están en los cielos y su alteza?		
PROVECTO
   Por eso mismo es ciencia de hombres tales		
Como se ve en la alteza del objeto,		
Como por los famosos que la usaron.		
Milecio fue el primero que la esfera		
Fabricó, y fue notando por sus puntos		
Con la vuelta del sol, los equinocios;		
Eudoxio, nobilísimo y famoso,		
Escribió della en verso un libro entero;		
Y el gitano Conón, escribió siete.		
Trató Hiparco Niceo de las fijas,		
Y el casto Endimión96 notó el primero		
Los muchos movimientos de la luna,		
Causa de que fingiesen los poetas		
El haberse ella dél enamorado.		
Nicepso, rey de Egipto, a quien llamaron		
Emperador justísimo, fue grande		
Astrólogo y maestro desta ciencia.		
Tales Milesio y Tolomeo egipcio		
Ilustraron después los instrumentos		
Que en su principio había hallado Hiparco;		
Y el gran Albumasar, y fuera destos		
Nuestro rey don Alonso, a quien por ella		
De sabio le fue dado el gran renombre,		
La honró, perficionó, y aclaró mucho.		
Después Pedro de Aliaco y Sacro Vosco,		
Juan Estodio también y Monte Regio,		
Jerardo cremonés, con otros muchos		
Que excuso referir por no cansaros		
Y fuera destos tantos que por suya		
Se preciaron tenerla, también hubo		
Otros muchos que la recomandaron.		
Y según dijo Juan Baptista Abioso,		
Matemático ilustre, más moderno,		
Aristóteles muestra que los astros		
Tienen entera acción sobre las cosas		
Inferiores, sintiendo en otra parte		
Ser de todas las virtudes deste suelo		
Gobernadas, movidas y regidas		
Por configuraciones superiores,		
Por acceso y receso de planeta		
Mayor, y de su círculo solemne		
Que oblicuo comúnmente fue llamado;		
Cosa de que algún rastro alcanzar suelen		
Los que del mundo son más incipientes,		
Si bien con malos términos lo digan.		
Porque ¿quién hay que ignore que el invierno		
Frío y penoso, y el estío ardiente,		
De su acceso y receso son causados?		
Y Aristóteles mesmo en los problemas		
Atribuye a los cursos de la luna		
La convulsión de los infantes tiernos		
En el materno vientre contenidos;		
Y es conocida cosa que por ella		
De la mar son causadas las crecientes.		
Así que la encumbrada Astrología		
De natural filosofía es cima.		
Averroes la sublima con extremo		
Y es uno de los muchos que han tenido		
Que las cuatro encontradas calidades		
De los cuatro elementos, aún proceden		
De virtud de los cuerpos superiores,		
Y aún afirma Platón no hacerse cosa		
En este inferior mundo que no tenga		
Destas causas segundas el origen.		
Galeno dice ser toda substancia		
Corpórea y animada en lo terrestre,		
Conjunta a los planetas y a los signos		
Y estrellas del Zodíaco que forman		
Della sus virtuosas influencias.		
Damacero, y con él otros no pocos,		
De la salud y las enfermedades		
La causa principal les atribuyen.		
Que Dios rige por sí, dice Boecio,		
Las cosas todas, más que las menores		
Por estas superiores las dispone.		
Pero Santo Tomás muy claramente		
Dice esto mismo, que las criaturas		
Menores rige Dios por las mayores;		
Y Jerónimo, docto como santo,		
Escribiendo a Paulina, se la loa;		
Y el sabio San Dionisio Areopajita		
Fue astrólogo muy grande y astronomio,		
Por lo cual conoció ser milagroso		
El eclipse del sol que el mundo tuvo		
En la muerte de Cristo, señor nuestro;		
Y viéndole en Atenas, exclamando		
Dijo: sin duda el mundo se disuelve		
O perece el señor de lo creado.		
   Y este juzgar sobre la astrología		
Juicio judiciario acá llamamos,		
Y el mismo Cristo, de verdad maestro,		
En el décimo sexto de Mateo,		
Abona aquesta ciencia claramente,		
Donde a los fariseos, saduceos,		
Dijo: «soléis vosotros por la tarde		
Decir viendo el sol claro y rubicundo,		
Serenidad de tiempo hay grande ahora;		
Y viendo a la mañana que está triste,		
Nublado el cielo, y que relampaguea,		
Que tempestad habrá decís por cierto».		
Con que quiero excusar otros abonos		
Pues al dicho llegar ninguno puede.		
Pero pudiera daros infinitos,		
Pues casi no hay autor antiguo grave		
Ni moderno que no la estime y precie,		
Y diga que la ciencia perficiona		
Y de tal suerte es esto que Bibaldo,		
Gravísimo escritor, en un tratado		
Doctísimo que hizo de la iglesia		
Santa de Cristo y de sus perfecciones,		
Certifica al teólogo y conviene		
Saber medianamente astrología,		
Por tener la Escritura a cada paso		
Lugares que mil cosas de los cielos		
Tratan, del claro sol, luna y estrellas;		
Por lo cual el tan docto como grave		
Famoso cardenal Camerasense,		
Hizo una muy curiosa concordancia		
De la astronomía con la teología.		
Así que aquesta ciencia es aprobada,		
Muy útil y importante a muchas cosas,		
Y hasta para el hacerse el hombre rico		
Es menos vana que la juzga el mundo.		
GUSTOQUIO
   Pues probadme vos eso, y veréis como		
Al momento la estudio con cuidado,		
Y habréis cumplido entera la palabra		
Que tiene dada al mundo vuestro nombre.		
PROVECTO
   Yo sin ser docto en ella, os asiguro		
Que con sola las reglas generales,		
Primeros rudimentos desta ciencia,		
Puede alcanzarse a conocer de cuales		
Frutos el año estéril ser promete,		
Y de cuales promete en abundancia;		
Y esto ya conocido, y previniendo		
El emplear en los que han de faltarle,		
Con mediano caudal y con prudencia,		
Puede uno hacerse rico fácilmente,		
Como de ve continuo en tierras grandes,		
Donde la carestía pone precios		
Excesivos e inciertos a las cosas;		
Y así cuentan historias que en un año		
Sólo que conoció Tales Milesio,		
Astrólogo muy grande, faltaría		
La cosecha de aceite, quedó rico;		
Y ¿quién quita que no pase lo mesmo		
Hoy a cuantos supieren desta ciencia		
Aprovecharse con cordura y maña?		
GUSTOQUIO
   Digo que me ha cuadrado con extremo		
Ese consejo, y que he de aprovecharle.		
Sólo quisiera que este primer año		
Hubiera de tener de vino falta		
Para emplear en él y desde agora		
Hacer a Fizga grandes amenazas.		
PROVECTO
   A muchos más fizgárades con eso,		
Mas no sois sólo vos el que donaire		
Hace de tales cosas en el mundo,		
Por lo cual de los menos son sabidas,		
Que nadie busca con trabajo mucho		
La ciencia que aprender estima en poco.
Descanso Segundo
GUSTOQUIO
   Basta; pasa adelante por mi vida,		
Que esa es pura verdad que yo os confieso.		
PROVECTO
   Pues digo que con ser aquesta ciencia		
Tal y tan estimada como he dicho,		
Tiene muchas falacias y defectos,		
Repugnancias, encuentros, y opiniones,		
Entre sus más peritos, como todas;		
Que como sólo Dios perfectamente		
La ciencia sabe, vemos que en las menos		
Dificultosas siempre el hombre halla		
Mil dudas por su corto entendimiento;		
Y muchas más en ésta que es notoria		
Cosa que no se toca con las manos,		
Ni se alcanza a medir con pies ni varas;		
Y así contiene cosas esenciales		
Que por verificarse están hoy día;		
Ni han podido entenderse enteramente,		
Que, como dijo el ángel a Agustino,		
Caber en hoyo chico un mar entero		
Con entereza, es imposible cosa.		
Y aunque la bondad suma mucho quiere		
Comunicarse al hombre miserable,		
Es su capacidad tan corta y chica		
Y su caudal tan pobre, que no puede		
Comprender en tan angostas sienes		
La inmensidad de los celestes orbes,		
Ni las menores perfecciones suyas.		
Antes es milagrosa maravilla		
Ver lo mucho que en poco comprende,		
Y admira a los muy sabios la evidencia		
Con que el humano entendimiento sabe		
De aquesta ciencia las demostraciones,		
Que no es con menos que la con que entiende		
Que ser dos y dos cuatro es infalible,		
Y con ser cosas que antes de sabidas		
Parece disparate el proponerlas,		
Que como me ha sucedido a mí diciendo		
A quien no sabe el modo como pasa,		
Que la luna que ve venir y sale		
Por el oriente caminar derecha		
A subir a lo alto de la esfera,		
No camina hacia allí, sino que lleva		
Su movimiento propio hacia el oriente,		
Parecerle muy clara bernardina98		
Y que burlaba dél sin duda alguna		
Siendo tan cierto lo que le decía,		
Como quien bien lo nota lo va viendo		
En las crecientes y menguantes suyas;		
Pues en los quince días de creciente		
Desde el poniente a oriente corre el cielo,		
Y en toda la menguante el otro medio,		
Aunque con el diurno cada día,		
Como los demás astros, es llevada		
Y da una vuelta al orbe por la fuerza		
Del primer móvil que, con curso rapto,		
Lleva todos los orbes tras el suyo.		
Hace su curso en horas veinticuatro		
Con ser el superior y mayor tanto,		
Lo cual es tan así que ya sabido		
Así cuadra al humano entendimiento		
Que otra cosa creer le es imposible,		
Aunque ya persuadírsela quisieran.		
GUSTOQUIO
   Es tan pura verdad lo que habéis dicho		
Que con no haber parado yo en mi vida		
En como eso pasaba, ni notarlo,		
Y como un ignorante lo entendía,		
He ya echado de ver después que os oigo		
Que es eso desa suerte, de manera		
Que de otra ser no puede ni es posible.		
PROVECTO
   Pues dese mesmo modo fácilmente		
Os daré yo a entender en poco rato		
Toda la esfera, si guardes dello.		
Y es el saberla cosa muy curiosa		
De gusto, y que ya ha sido de provecho		
En muchas ocasiones, de las cuales		
Aunque algo me divierta del intento,		
Una os quiero contar sumariamente		
Que sucedió a Colón cuando las Indias		
En su primer principio descubría,		
Tan admirable como muy discreta.		
Y fue que estando ya casi perdido		
En tierra, con dos naos encallado		
En una isla muy grande de enemigos,		
De quien es Jamaica el propio nombre,		
Esperando un socorro bien dudoso,		
Hecho dellas un chico castillete,		
Falto de bastimentos y de agua,		
Siéndole fuerza para sustentarse		
Haber de rescatarlos de los indios		
A trueque de las cosas que llevaba,		
Como todos los días lo hacía		
Dándoles a entender que ya por horas		
Aguardaba socorro de los suyos;		
Y conociendo al fin los naturales		
Su gran necesidad, y que si ellos		
Excusaban el darle vituallas,		
Presto perecería, y sería suyo		
Cuanto en su fuertecillo había quedado,		
Se excusaron de dárselas, de suerte		
Que casi a perecer llegó su gente,		
Porque de ningún modo las hallaban.		
Puesto en este conflicto tan terrible,		
Y por su matemática alcanzando		
Que en la primera luna habría un eclipse		
Grande de luna, y lo que duraría,		
Procuró hablar con maña a aquella gente		
Que de noche muy cerca de su fuerte		
Llegaban con la luna y voceaban,		
Significando perecían de hambre		
Sin hallar que comer, y que por esto		
Buscando caza andaban en la selva.		
Y enojado les dijo que entendía		
Muy bien sus intenciones, más que presto		
Verían bien como el Dios del alto cielo,		
Cuyos esclavos él y aquella gente		
Eran, como les dijo a los principios,		
Enviaba sobre ellos un castigo grande,		
Con que su hambre fuese verdadera		
Y pereciesen todos brevemente.		
Y porque le creyesen, prometía,		
Si la noche siguiente se juntasen		
En aquel sitio, hacer que desde el cielo		
Una grande señal Dios les mostrase,		
Con que claro su enojo mostraría;		
Así que se juntasen para verla		
Y le avisasen en estando juntos,		
Y luego la señal se mostraría.		
Y admirándose mucho de oír esto,		
Otra noche siguiente se juntaron,		
Que era en la que él sabía habría el eclipse,		
Y tenía de empezar como a las once.		
Y juntos en gran número gritaban		
Pidiéndole mostrase las señales		
Que prometido había, y aguardando		
La hora con demandas y respuestas,		
Que por un indio preso que hablaba		
La lengua desta isla y la española,		
(De la cual otros muchos allí había,		
Por ser conjuntas con distancia poca		
Se entendían ya muy bien) al fin les dijo		
Que callando esperasen y notasen		
Lo que presto verían en el cielo.		
Y llegando la hora del eclipse,		
Viendo los naturales que la luna		
Se iba poniendo ascura casi toda,		
Y tomando también color de sangre,		
Creyeron, y temblando le rogaron		
Pidiese a Dios que se desenojase,		
Que al momento trairían bastimentos		
Al fuerte para un año, sin rescate,		
Y que le serían siempre muy leales.		
Otorgolo, y mostrando que rogaba		
A Dios, puestas las manos, de rodillas,		
Que su enojo quitase de sobre ellos,		
Llorando de verdad al Dios Supremo,		
Porque de tal trabajo le librase,		
Fue cesando el eclipse, al mesmo paso		
Que cargados los indios ya venían;		
Y dejando su fuerte proveído		
De cuanto carecía enteramente,		
Libró por esta ciencia a sí y los suyos		
De una precisa y miserable muerte.		
GUSTOQUIO
   ¡Cosa admirable y bien acomodada!		
Bien se dice por eso que las ciencias		
Son la mayor riqueza de la vida,		
Nunca loadas bien cumplidamente.		
Mas vamos adelante, que deseo		
Que a vuestra judiciaria descendamos		
Que de la Astrología solamente		
Hasta aquí habéis tratado sin tocarla.		
PROVECTO
   Forzoso ha sido hacer el fundamento		
En ella, pues que della se deriva.		
Pero volviendo al punto, ibaos diciendo		
Que no carece de falacias muchas;		
Pues cuanto a lo primero, casi todos		
Sus autores en mucho diferencian		
En sus más radicales fundamentos,		
Porque unos ponen orbes ocho solos,		
Y estos son comúnmente egipcios, griegos,		
Árabes, y judíos, y latinos:		
Platón, Proco, Aristóteles, Averroes,		
Y casi todos hasta don Alonso.		
Hermes tuvo opinión de que eran nueve,		
A quien los babilónicos siguieron.		
Tebit, y maestre Isaac, y Alberto Magno,		
Y don Alonso, rey y sabio llamado,		
Sintió que fuesen nueve, y después ocho		
Vino a afirmar haber tan solamente.		
Los modernos, que en hombros de gigantes		
Para más alcanzar, después subieron,		
Afirman que son diez y así lo obtienen.		
Y acerca de los cursos de la octava		
En que están las estrellas fijas todas,		
Tienen otra herrería de opiniones,		
Porque cuantos ha habido desde Hiparco		
Hasta estos tiempos, se resuelven		
Diversamente en dos maneras solas.		
Pero los más modernos le atribuyen		
Triplicadas de movimientos varios;		
El uno suyo propio, a quien llamaron		
De la trepidación, y aqueste cumple		
En años siete mil; y otro segundo		
Que de la giración procede dicen		
De la novena esfera, y nada menos		
De treinta y nueve mil durar afirman.		
Y el tercero, el diurno, que es causado		
De la décima esfera, a quien llamaron		
Primero móvil rapto, o ya diurno,		
Porque da vuelta entera cada día		
Siendo, como ya dije, mayor mucho		
Que todos los demás, pues ciñe a todos.		
Mas ¡oh, incomprensible Hacedor Sumo,		
Cuánto en todo tu gloria resplandece!		
Y estos mesmos modernos, ya afinados		
En su ciencia, tampoco se conforman		
Antes de cada cosa, diferentes		
Opiniones observan y las siguen.		
   Pero antes de pasar más adelante		
Por tocar algo ya en la Judiciaria,		
Sabed que destos doctos en el arte		
Que siempre juzgan las futuras cosas		
Por los aspectos, sitios y ocurrencias		
De los planetas, en diversos tiempos,		
Unos con más acierto, otros con menos,		
Y lo más cierto acaso algo acertando,		
Tratando desta vuelta tan prolija		
Que giración de la novena llaman,		
Y tanta multitud de años presumen		
Ha de durar, llegando a juzgar della		
Que la vida del mundo será piensan,		
Haciendo este discurso judiciario,		
Si hubiera de durar mucho más tiempo,		
El vivir de los hombres no estuviera		
En lo poco durado ya tan corto,		
Que de mil años ha bajado a ciento,		
O por mejor decir a ochenta y menos,		
En solos cinco mil que ha que fue hecho		
El hombre, o poco más; y en lo restante		
Menguando en proporción antes de veinte		
Mil, nacer y morir serán juntos.		
O por lo menos el vivir más largo		
Si en esta proporción se va acortando,		
A la edad de engendrar llegar no puede;		
Y si no hubiera de durar el mundo		
Tanto como aquel círculo en su vuelta,		
Dios, que superfluo nada criar supo,		
Ni que de algún misterio careciese,		
No le pusiera duración tan larga;		
Que, antes de la acabar, se le acabara		
La vida a este inferior terrestre mundo.		
Pero aunque estas razones cuadran mucho		
Al ingenio sutil y le recrean,		
Ni tienen certidumbre por apoyo,		
Ni traen necesidad de cierto efecto.		
Y deste modo son ya casi siempre		
O las más veces las que los señores		
Judiciarios al mundo comunican.		
Y aunque siendo esto así, juzgar se pueden,		
Más por de risa que por de importancia,		
No dejan de tener algún misterio,		
Como después diré, que es de advertirse.		
   Pero volviendo a aquellas diferencias		
Que tienen entre sí los deste arte,		
Todos discuerdan en el movimiento		
De aquella o esta esfera, en que las fijas		
Estrellas las figuras forman todas,		
Que Tolomeo en un grado solamente		
En cien años se mueven dejó escrito,		
Y en sesenta y seis años el Rey Sabio,		
Y que en sesenta y ocho Hiparco dijo,		
Y Juan de Monte Regio que en ochenta,		
Y muchos otros en diversos tiempos.		
Y en el de la novena esfera, menos		
Se ajustan, a quien llaman cristalina;		
Y en el curso de Marte diferencian.		
Y más que todo ha sídoles difícil		
Acertar juntamente de la entrada		
Del sol el tiempo en puntos equinocios,		
Como Leví lo prueba claramente,		
El cual y Hiparco siempre variaron,		
Y Albateguin y el Rey en la medida		
Cierta del curso anal tan importante		
De las mesmas imágines del cielo		
Formadas de las fijas, también tienen		
Diferente sentir; y finalmente		
Tienen los más peritos desta ciencia,		
Otros dos mil encuentros que no quiero		
Referir por no seros más molesto.		
Y vengo a resumir que si en aquesta		
Ciencia que da raíz y fundamento		
A la imaginativa judiciaria,		
Hay tanta diferencia de opiniones,		
¿Con qué estabilidad, con qué firmeza,		
O con qué certidumbre el más perito		
Podrá juzgar por ella con acierto?		
Con ninguna por cierto a lo que siento,		
Demás de que estas causas que sigundas		
Llamamos, aunque inclinan el afecto,		
No con necesidad al albedrío		
Obligan, ni le fuerzan a seguirlas.		
Y es sentir lo contrario erróneo y falso,		
Y un conocido absurdo o disparate.		
GUSTOQUIO
   Luego bien digo yo que ningún caso		
Debe hacerse de cosa tan incierta,		
Y así aborrecen mucho los más doctos		
Aún de la Judiciaria el nombre sólo.		
PROVECTO
   Tampoco tengo yo eso por cordura,		
Y si no fuera ya hora de negocios		
Ni estuviera de hablar cansado tanto,		
Como juzgo estaréis vos de escucharme,		
Porque la Judiciaria me lo dice,		
Me obligara a poneros de otra tinta.		
Mas para otra ocasión esto se quede,		
Que no faltará tiempo de tratarlo.		
GUSTOQUIO
   Nunca plática vuestra es fastidiosa,		
Mas de recreación, a quien no sea		
Tan vuestro aficionado, porque tienen		
Todas las vuestras de provecho mucho,		
Que cierto os cuadra el nombre de Provecto,		
Y no quiero decir en esto todo		
Lo que siento, por ser tan propia parte.		
PROVECTO
   Ea, señor, dejemos fingimientos		
Que son ociosidades conocidas;		
Habéis de gozar hoy del prado un rato,		
Que yo tengo que hacer en casa un poco.		
GUSTOQUIO
   Si tengo de ir, mas tan enajenado		
Estoy de mí cuando con vos me hallo,		
Que aún de lo más forzoso no me acuerdo,		
Según la voluntad se os aficiona;		
¿Dónde nos hallaremos a la tarde?		
PROVECTO
   Si os place, a la oración en aquel puesto		
De la fuente, do anoche razonamos.		
 Con esto se despidieron, y por muchas hojas del libro no vuelve a tratar más de la materia, hasta que casi en principio del capítulo sexto, como casualmente vino a decir Provecto a un criado llamado Velasco, que se enojó con poca causa con otro por algunos remoquetes que le decía:
PROVECTO
   En fin, os atufáis de cejijunto		
Mostrando en todo poco sufrimiento;		
A lo cual replicó Gustoquio y dijo:		
GUSTOQUIO
   Menos le tengo yo, pues no mirando		
Que hace calor y tan penoso día,		
Os quiero ejecutar por la palabra		
Que me distes ayer de tratar algo		
Más de la Astrología Judiciaria,		
Con que hacerme sentir que debe hacerse		
Della algún caso, y no menospreciarla		
Del todo, o a lo menos las señales		
Que son notables en fisiognomía.		
PROVECTO
   Direos, señor, en eso lo que siento		
De buena voluntad, sin que ley haga		
Mi parecer, que es un testigo sólo,		
Y no de tanto abono cual pedía		
Cosa que está tan desacreditada.		
   De tres maneras sienten en el mundo		
Los que he oído hablar de aquestas cosas.		
Los dos con dos extremos que viciosos		
Son de ordinario en muchas de su suerte,		
Que dijo San Crisóstomo por ellos		
Divinamente, que los más herejes		
Por inmoderación han siempre errado,		
Unos por exceder y otros quedando		
Defectuosos en lo que debían		
Sentir de los artículos divinos.		
Y así en esta creencia de esta ciencia		
Verán unos por alto, otros por bajo.		
Otros en medianía más prudentes		
Sienten, y tratan della con cordura,		
En que consiste la virtud más cierta.		
Los unos la reprueban con extremo,		
Y cual nefanda cosa la abominan,		
Negando a pie juntilla que los astros		
Tengan algún poder sobre nosotros,		
Y que con vehemencia, ni sin ella		
No pueden inclinarnos ni movernos,		
Ni otra alguna menor correspondencia		
Tengan con las acciones de los hombres.		
Y así mismo que no hay señal alguna		
En hombres, de la cual hacer debiese		
Caso poco ni mucho el sabio o necio.		
Ni aún para agricultura o medicina		
Quieren se trate della alguna cosa.		
Y he visto muchos en aqueste tiempo		
Que dan tal opinión por docta y santa,		
Y con tal pertinacia, que ninguna		
Palabra escuchar quieren en contrario,		
Como si en nuestra ley hubiese cosa		
Que tratarse no pueda con disputa,		
Como en la ceguedad mahometana,		
Que por faltarles tanta a sus errores,		
No llegan a razones nunca en ella,		
Y a ciegas a defienden con las armas.		
Y hacer esto el cristiano es necio extremo,		
Que es doctrina del príncipe sagrado		
De la Iglesia, San Pedro, que estaría		
La fe bamboleando si el cristiano		
A dar della razón no se hallanase,		
Aparejado y pronto; y con fe sola		
Esto hacerse no puede sin disputa		
Y discurso, en razón y fe fundado;		
Que son razón y fe, las dos hermanas,		
Lía y Raquel; y aunque ésta es más lucida,		
No aquella ha de dejar el docto y sabio,		
Pues que Jacob la tuvo por esposa,		
Que aunque tiene los ojos lagañosos		
Para alcanzar a ver de las divinas		
Cosas la luz que es tanto inaccesible;		
Y de la fe, Raquel, hermosa y bella,		
Es menester la vista para esto,		
No debe la razón menospreciarse.		
Y cuando un mal astrólogo obtuviese		
Opinión mal sonante y no conforme		
A las divinas leyes sacrosantas,		
Caridad sería oírle y corregirle,		
O no teniendo enmienda, castigarle.		
Pero si oído, se limita y ciñe		
En lo que es por la Iglesia permitido,		
Es gran curiosidad ver lo que sabe,		
Y conoce, o que ignora totalmente;		
Que el profesor de la sabiduría		
Cristiana, dos personas representa,		
Una de racional y discursivo,		
Y la otro de teólogo arguyente.		
Y so pena de ser estulto claro,		
Este de aquel nunca apartarse debe,		
Aun cuando se tratare que es más esto		
De fe y sabiduría revelada,		
Porque el que tal hiciese, la fe misma		
Ni defender sabrá, ni si él es hombre.		
   Mas no quiero decir por esto empero		
Que es necesario la razón apruebe		
—262→
Las cosas de la fe, ni Dios tal quiera,		
Que bien sé yo que en sí su valor tienen.		
   Y dejando esto así, volviendo al punto,		
Hay otro extremo deste muy distante		
Y peor mucho que él entre otros muchos,		
A quien Santo Tomás muncho condena,		
Que como estoicos o percilianistas		
Declarados herejes sentir quieren,		
Como San Agustín también afea,		
Que de necesidad obran los cielos		
En los hombres, y sin que huirse pueda		
Lo que está por la suerte destinado,		
Llamando hado esta virtud celeste,		
Opinión que Diógenes Laercio		
Tuvo, y los dos, Demócrito y Heráclito,		
Emperadores libres como graves,		
Que esta ser suya Cicerón refiere,		
Y otros muchos sin ellos mil dislates		
Erróneos y aún heréticos tuvieron.		
Pero ¡qué maravilla! Pues es dado		
Por premio de la fe el entendimiento		
De lo difícil, y ha de precederle,		
Según San Agustín nos aconseja.		
Así el Santo Profeta, rey sagrado,		
«Porque creí, hablé» vemos que dijo,		
Y deste mesmo espíritu movido		
El Apóstol: «creí y hable por esto»;		
Que todo es uno así, que por faltarles		
Fe a muchos de los más bien opinados		
Del mundo, y celebrados de su fama,		
Astrólogos, filósofos y poetas,		
Como en todo lo más, en esto erraron.		
   Séneca en su tragedia, y Pocidonio,		
Frenecio, y Juvenal, Lucano y otros,		
Y Ovidio en el De tristibus, diciendo		
Que ninguna razón divertir puede		
Lo que está por el hado destinado;		
Y más los babilónicos caldeos		
Ofreciendo costoso sacrificio		
A las inteligencias superiores,		
(Como Filón, hebreo, testifica)		
Por lo cual amenaza Dios a estos		
En el cuarenta y siete de Isaías,		
Porque sin a El venir consultan astros,		
Pensando es sólo un natural agente,		
Siendo su voluntad la causa prima.		
Pero, aunque como digo, es peor tanto		
Este herético extremo, no carece		
De culpa alguna, en que primero dije,		
Porque hay muchos de tal entendimiento		
Que, aunque bien opinados en escuelas,		
Es su censura en esto tan acerba		
Que, en oyendo tratar de cosas destas,		
Tienen al que las trate por hereje,		
Y le infaman por tal o poco menos.		
   Y viendo esta opinión de tanta sangre101,		
Piensan los temerosos de conciencia		
Que sólo imaginar en algo desto,		
Es una culpa que merece hoguera,		
Y tiene este sentir tan escabroso		
Inconvenientes tantos, que se han visto		
Por seguirle, mil casos lastimosos.		
   Y por acabar ya con los extremos,		
Antes que oigáis del medio el sentir mío,		
Os contaré un ejemplo vero y raro		
Que en Chile sucedió no ha muchos años,		
Y ha causado a aquel reino daños grandes,		
Y vidas muchas de cristianos muertos,		
Y a la hacienda real muchos ducados,		
Porque veáis si sale muy barato		
Este cerrarse tanto de campiña		
Sin dar lugar alguno a la prudencia		
Cristiana, en que escaparse salva pueda;		
Y pasó, y yo lo vi, de aquesta suerte...
Melchor Jufré del Águila
El Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile
"Ha habido alguna voz en este reino y fuera de él, de que soy de los que dan demasiada creencia a los pronósticos de la astrología, y por eso hice este tratado, en que se ve muy claro que no soy de esta secta envanecida, si bien tengo por cordura muy grande el no desestimar los avisos que a veces por impensados medios nos envía la divina providencia."
Melchor Jufré del Águila
El Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile
"Por haber ganado por la mano a todos los que quisieren tomar este camino, muchos procuraran que éste mi libro muera sin aplauso."
Melchor Jufré del Águila
En el prólogo a El Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile
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