Milena Agus

"Cuando los constructores de urbanizaciones turísticas visitan a madame, dejan sus cochazos cerca de la carretera estatal y madame los recoge donde empieza el camino de tierra con su Ferrarina destartalada, total, más de lo que está no se puede abollar. A los constructores madame les insiste siempre que no puede vender, porque vive de este lugar, de los cultivos y del hotel rural. Entonces, los constructores tratan de hacerle entender que si vendiera, para vivir ya no necesitaría ni la fruta ni la verdura, ni hacerle de sirvienta a un máximo de ocho huéspedes agilipollados, con perdón de la expresión, que caminan kilómetros y kilómetros bajo el sol y entre las espinas antes de llegar a la playa.
Al poco tiempo de mudarnos, le propusieron a abuelo que vendiera, y después también a los vecinos. Todos pensamos que la rueda de la Suerte giraba de nuevo a nuestro favor, que a lo mejor, en el fondo, mi padre tenía razón, pero nuestros terrenos, situados en los márgenes y sin acceso al mar, no les servían de nada a los constructores si no vendía madame, que tenía sus tierras justo en el medio y, sobre todo, daban a la playa.
Después, con el tiempo y la amistad de madame, abuelo cambió de idea y, según mamá, quien mató a la abuela Elena no fue únicamente mi padre, sino que madame contribuyó lo suyo al impedir que volviéramos a ser ricos y detener con sus manos la rueda de la Suerte. Eso sí, la esperanza sigue ahí. Los constructores vuelven. Madame es amable y les llena los cochazos con todo tipo de cosas ricas. Pero vender, no vende ni a tiros. Los vecinos, por la parte que les toca, piensan que Dios tiene algún plan inescrutable relacionado con estas tierras y que, para ponerlo en práctica, se sirve de una pobre mujer como madame, sin marido, sin título de estudio y, todo hay que decirlo, sin cerebro. Abuelo odia a los constructores; cuando vienen, se va hasta la verja y los mira en silencio con aire amenazante, como si fueran unos ladrones y no benefactores que quieren que nos hagamos ricos."

Milena Agus
Las alas de mi padre



"En el fondo, en la parte más íntima, todo escritor es un pobre desgraciado... los escritores son personas con grandes problemas y que sólo con la escritura pueden vivir."

Milena Agus


"Entonces entraron los tres. Estaba oscuro y había olor a encierro, a baño y a coliflor. La escalera debía de haber sido hermosísima, porque tenía un hueco inmenso al medio, pero seguramente los bombardeos de la última guerra la habrían dañado, dado que muchos escalones parecían inestables. El abuelo quiso subir el primero, bien pegado a la pared, y luego hizo subir a papá teniéndole fuerte la mano y diciéndole a la abuela que pusiera los pies exactamente donde él había puesto los suyos. Subieron hasta el techo. Pero departamentos no había. Había una puerta abierta que daba a un corredor larguísimo y oscuro, todo alrededor de la escalera, y allí otras tantas puertas de desvanes. En estas puertas de desvanes estaban pegadas las tarjetas con los apellidos y en el fondo también el de su cuñado. Llamaron pero no vino nadie a abrir, y en cambio asomaron al pasillo otras personas. Cuando les dijeron qué buscaban y quiénes eran les hicieron mucha fiesta y los invitaron a entrar en su desván y esperar ahí. El cuñado estaba fuera con el carrito de trapos, la hermana trabajando de criada, los niños se quedaban en lo de las monjas todo el día. Los hicieron sentar sobre la cama matrimonial, bajo la única ventana desde la que se veía un pedazo de cielo gris. Papá quería ir al baño, pero el abuelo le hizo señas porque era obvio que no había baño.
Quizá deberían haberse ido enseguida. A aquellos pobres desgraciados sólo podían llevarles una infinita vergüenza. Pero era tarde. Esos vecinos afectuosos y gentiles, también ellos terrone, los habían ya llenado de solicitud, y escaparse habría sido agregar desprecio a la ofensa."

Milena Agus
La mujer en la luna


"Escribí «Mal de Piedras» para sanar mi locura y tener un refugio."

Milena Agus












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