Rodrigo Amador de los Ríos

"Cuando el Cardenal Cisneros, con el auxilio del famoso conde Pedro Navarro, conquistaba para España la plaza de Orán, debió por su parte ofrendar en homenaje y acción de gracias á Dios en la Primada, la bandera que ondeaba en la alcazaba de aquella ciudad; mas, confundidas con el transcurso del tiempo ambas enseñas, hubo de llegar á nuestros días la del Salado, símbolo de tan hazañosa proeza, como representante del triunfo conseguido en África por el fundador de la Universidad complutense. Oculta casi toda ella por tiras de tafetán verde, de matiz diverso, y apellidada Pendón de Orán, apareció en las salas de la Exposición histórico-europea; pero despojada de tales aditamentos, desdoblada la parte del paño que fue remetida para adaptarla al forro, dejó al descubierto la leyenda por la cual se reivindica la significación y la importancia históricas de esta insignia, que de hoy en adelante será llamada Bandera del Salado, y que tremoló orgullosamente en el alfaneque de Abu-l-Hasan Âly, para caer humillada á los pies del monarca de Castilla y figurar como trofeo bajo las bóvedas de la incomparable catedral toledana, donde se ha conservado."

Rodrigo Amador de los Ríos
La bandera del salado



"El hierro de la lanza que traidoramente blandía el prín­cipe Bermejo, había penetrado en el cuerpo de Ibn-ul-Jatib por un costado, produciéndole el desmayo que aún le po­seía y por el cual todos le habían juzgado cadáver.
-¡Ay de aquellos que han atentado contra tu vida! -con­tinuó el Sultán inclinado sobre el cuerpo de su querido visir y secretario-. ¡Alá colma de beneficios a aquel que se le une, y llena de angustias a aquellos de quienes se separa! ¡La clemencia de Alá es infinita, pero su justicia es implacable!
El físico del Sultán, llamado a toda prisa, llegó en aquel momento; y después de reconocer la herida, cuya gravedad no era dudosa, restañó la sangre diestramente, colocó luego un apósito, y dispuso la traslación inmediata a su domicilio del elegante y leal poeta, que aún no había recobrado el sentido, con lo cual, aquel hermoso día, que el pueblo de Granada había considerado de público regocijo, se convirtió en día de tristeza para todos, pues sobre que Ibn-ul-Jatib era universalmente estimado por su genio y por sus cua­lidades entre los granadinos, la justicia del Sultán no tar­daría de imponer el castigo merecido a los que de manera tan infame como alevosa atentaron contra él, persiguiendo su muerte."

Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández-Villalta
La leyenda del Rey Bermejo












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