Foe




—Náufraga —dije con mi lengua seca y pastosa—. Soy náufraga. Estoy completamente sola. —Y le enseñé mis manos llagadas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 2
 
 
El corazón del hombre es una selva oscura, como reza uno de los dichos que tienen en el Brasil.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 7
 
 
» Pero en otras ocasiones, como cuando era presa de la fiebre, por ejemplo, (¿no habrá que creer que la verdad se expresa en la fiebre y en la embriaguez aun en contra de la voluntad?), contaba historias de caníbales, y que Viernes era un caníbal al que él salvó de ser asado y devorado por sus propios congéneres.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 9
 
 
»—Señor, ¿puedo hacerle una pregunta? —inquirí al cabo de un rato—. ¿Por qué en todos estos años no ha construido un bote y escapado de la isla? »—¿Y adónde habría de escapar? —me contestó sonriendo para sus adentros, como si mi pregunta no tuviese respuesta posible.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 9
 
 
Si hubo una circunstancia más que cualquier otra que me decidiera a escapar de allí, costase lo que costase, no fue ni la soledad, ni la rudeza de la vida que llevábamos, ni la monotonía de la dieta, sino el viento, aquel viento que, día tras día, silbaba sin descanso en mis oídos, enmarañaba mis cabellos y cegaba mis ojos de arena, hasta el extremo de que, a veces, me dejaba caer de rodillas en un rincón de la choza, me tapaba la cabeza con las manos y me ponía a gimotear a solas, con el único propósito de oír algún otro sonido que no fuese el ulular del viento; o, más adelante, cuando me aficioné a bañarme en el mar, cogía aire y hundía la cabeza bajo el agua con el único fin de sentir lo que era estar en silencio. Se dirá usted seguramente: “En la Patagonia el viento sopla sin descanso todo el año, y no por eso los patagones se tapan la cabeza, ¿por qué lo hace ella?”. Pero los patagones, que no conocen más país que la Patagonia, no tienen ninguna razón para dudar de que el viento sople sin cesar las cuatro estaciones del año en todos los rincones del globo; yo, por el contrario, sé que no es así.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 11
 
 
Nada de lo que he olvidado merece recordarse.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 14
 
 
¿Qué beneficio se saca de una vida en silencio?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 18
 
 
¿Qué beneficio se saca de una vida en silencio?» En vez de contestar a mi pregunta Cruso hizo una seña a Viernes para que se acercara. »—Canta, Viernes —le ordenó—. Canta para la señora Barton» Y Viernes levantó la cabeza a las estrellas, cerró los ojos y, obediente a su amo, empezó a canturrear en voz baja. Yo escuchaba atenta, pero no lograba distinguir ninguna melodía. Cruso me dio una palmadita en la rodilla. »—La voz del hombre —sentenció.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 14
 
 
Para que prosperen los negocios del mundo, la Providencia ha de velar unas veces y dormir otras, como hacen las criaturas inferiores.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 20
 
 
Lo que había pasado entre Cruso y yo, ¿era algo que debía lamentar? ¿Habría sido mejor si hubiéramos seguido viviendo como hermano y hermana, o huésped y anfitrión, o como amo y criado, o lo que hasta entonces hubiésemos sido? El azar me había hecho arribar a su isla, el azar me había arrojado en sus brazos. En un mundo de azares, ¿es que eran venturosos unos y funestos otros? Nos rendimos al abrazo de un desconocido o nos arrojamos a las olas; en un abrir y cerrar de ojos nuestra vigilancia se relaja; nos quedamos dormidos; y al despertar nos encontramos con que hemos perdido el rumbo de nuestras vidas. ¿Qué son esos parpadeos contra los que la única defensa posible sería una vigilia tan constante como inhumana? ¿No serán tal vez las grietas e intersticios por los cuales otra voz, otras voces hablan a nuestras vidas? ¿Con qué derecho les cerramos nuestros oídos? Todas estas preguntas resonaban en mi mente sin encontrar respuesta alguna.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 26
 
 
Quiero que tenga bien presente una cosa: no todo aquel que lleva la marca del naufragio se siente náufrago en el fondo de su corazón.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 30
 
 
»—Las leyes se dictan con un único propósito —me dijo—: para mantenernos a raya a nosotros mismos cuando nuestros deseos se vuelven inmoderados. Mientras nuestros deseos sean moderados no nos hace falta ninguna ley.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 32
 
 
Si yo había sabido entonces lo que era sufrir, ¿qué sufrimientos no habría padecido Cruso en sus primeros tiempos en la isla? ¿No debía considerársele con toda justicia como a un héroe que, tras desafiar al aislamiento y dar muerte al monstruo de la soledad, había salido fortalecido con su victoria?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 34
 
 
»—No permitiré que cuenten mentiras —contesté. El capitán sonrió. »—En cuanto a eso no pondría por ellos la mano en el fuego —replicó—. Su comercio son los libros, no la verdad.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 36
 
 
No importan las palabras sino el fervor con que son dichas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 40
 
 
Señor Foe, yo soy la viva imagen de la fortuna. De esa fortuna venturosa que siempre estamos esperando.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 43
 
 
Cuando me encontraba en la isla mi único anhelo era hallarme en otro lugar cualquiera, o dicho sea con mis palabras de entonces, que me salvaran. Pero ahora me invade una añoranza que nunca pensé que llegara a sentir. Cierro los ojos y mi alma me dice adiós, y remontándose por encima de casas y calles, bosques y prados, retorna en su vuelo a nuestro hogar de antaño, a aquel hogar de Cruso y mío.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 45
 
 
Señor Foe, hágame recobrar el ser que he perdido: esta es mi súplica. Pues, aunque mi historia cuente la verdad, no da testimonio de la verdad esencial; esto es algo que veo con tal claridad que no es preciso que finjamos lo contrario. Para contar la verdad en su más pura expresión se requiere tranquilidad, y una silla confortable lejos de toda distracción, y una ventana por la que mirar al exterior; y luego esa facultad para ver olas cuando lo que se tiene delante son campos, y de sentir el sol de los trópicos cuando lo que hace es frío; y en la yema de los dedos las palabras precisas para aprehender la visión antes de que se desvanezca. Yo no tengo ninguna de estas cosas, usted, en cambio, las posee todas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 46
 
 
Su boca se abre abotargada, ronca ligeramente, huele usted —me habrá de perdonar por segunda vez— a hombre ya anciano.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 47
 
 
¿Verdad, Viernes, que escribir es hermoso? ¿No te llena de alegría saber que, en cierto modo, vas a vivir eternamente?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 52
 
 
 
 
¿No cree usted que sea ese el significado oculto de la palabra historia: un lugar donde se almacenan los recuerdos?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 53
 
 
“El mundo está lleno de islas”, dijo Cruso en cierta ocasión.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 64
 
 
“El mundo está lleno de islas”, dijo Cruso en cierta ocasión. Cada día que pasa sus palabras resuenan con mayor acento de verdad.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 64
 
 
Muchas son las cualidades que como escritor le adornan, pero, desde luego, la inventiva no es una de ellas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 64
 
 
¡Oh, Viernes, cómo podría yo hacerte entender el ansia que sentimos los que habitamos un mundo de palabras porque nuestras preguntas obtengan respuesta!
 
J. M. Coetzee
Foe, página 71
 
  
 
 
¡Qué destino tan cruel el de quien pasa por la vida sin ser besado!
 
J. M. Coetzee
Foe, página 73
 
 
Algunas personas son narradoras natas; por lo que se ve, no es ese mi caso.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 73
 
 
Por desgracia, Viernes, por el mero hecho de ser lo que somos o lo que fuimos nunca vamos a hacer fortuna. Piensa en el espectáculo que ofrecemos: tu amo y tú ocupados en las terrazas, y yo en lo alto de los acantilados esperando que se divise una vela. ¿Quién va a querer leer que hubo una vez dos individuos anodinos en una roca en medio del océano que para matar el tiempo se dedicaban a cavar buscando piedras?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 75
 
 
Ningún esclavo, por servil que sea, ofrece inerme sus miembros al filo del cuchillo.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 76
 
 
Cuando tu amo me instó a hacerlo yo me negué. Me lo impidió esa aversión que sentimos hacia los mutilados de toda índole. ¿Y por qué?, me preguntarás. Porque su visión nos recuerda algo que preferimos olvidar: la facilidad con que un golpe de espada o de cuchillo destruye de una vez por todas la hermosura y la integridad.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 77
Cuando tu amo me instó a hacerlo yo me negué. Me lo impidió esa aversión que sentimos hacia los mutilados de toda índole. ¿Y por qué?, me preguntarás. Porque su visión nos recuerda algo que preferimos olvidar: la facilidad con que un golpe de espada o de cuchillo destruye de una vez por todas la hermosura y la integridad.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 77
 
 
A cardar y a trenzar se puede aprender como se aprende cualquier otro oficio. Pero en cuanto a determinar qué episodios prometen y cuáles no —¿cómo se sabe si una ostra contiene una perla? — no sin justicia se ha calificado a este arte de adivinatorio. En esta tesitura bien poco puede hacer el escritor por sí mismo: ha de confiar en la gracia de la iluminación.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 81
 
 
Viernes se sienta a la mesa con su peluca y sus togas y come puré de guisantes. Yo me pregunto: ¿Habrá franqueado alguna vez esos labios carne humana? Verdaderamente los caníbales deben de ser terribles; pero lo más terrible de todo es cuando uno piensa en esos niñitos caníbales que entornan los ojos de placer mientras mastican la carne suculenta del vecino. La sola idea me da escalofríos. Comer carne humana debe de ser, sin duda, como caer en pecado: cuando se ha caído una vez y se descubren sus alicientes, todas las ocasiones de volver a pecar nos parecen pocas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 86
 
 
¿Qué es la conversación sino una forma musical en la que los dos interlocutores atacan alternativamente el mismo estribillo?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 88
 
 
¿No se parecen, acaso, la conversación y la música al amor? ¿Quién puede asegurar que lo que ocurre entre dos amantes —no me refiero a cuando conversan, sino a cuando hacen el amor— sea algo tangible y real? Y, sin embargo, ¿acaso no es cierto que algo ocurre entre ellos, y que de cada nuevo encuentro salen frescos y curados por algún tiempo de su soledad?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 88
 
 
Yo soy aquella mujer que las olas arrojaron a la playa.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 90
 
 
… hay un designio que rige nuestras vidas y que, si sabemos tener paciencia, estamos abocados a ver cómo ese designio va revelándose ante nuestros ojos…
 
J. M. Coetzee
Foe, página 94
 
 
Y de no haberme calado hasta los huesos y refugiado en la oscuridad en un granero desierto, jamás habría hecho semejante descubrimiento. De lo cual puede deducirse que, después de todo, hay un designio que rige nuestras vidas y que, si sabemos tener paciencia, estamos abocados a ver cómo ese designio va revelándose ante nuestros ojos; del mismo modo que cuando observamos a un artesano haciendo una alfombra al principio, tal vez, no vemos más que una maraña de hilos, pero si somos pacientes ante nuestros ojos asombrados empezarán a cobrar vida flores, unicornios rampantes y airosas torrecillas.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 94
 
 
Absorta en estas reflexiones, sin dejar de dar vueltas, con los ojos cerrados y la sonrisa en los labios, caí, creo, en una especie de trance; cuando volví en mí me hallé de pie, inmóvil, respirando trabajosamente, y algo en algún rincón de mi cerebro me decía que había estado muy lejos y que había tenido visiones maravillosas. ¿Dónde estoy?, me pregunté, y agachándome empecé a golpear el suelo con los puños; y cuando recordé que me hallaba en Berkshire una terrible congoja oprimió mi corazón; pues, fuera lo que fuese, lo que había visto en mi trance —no podía recordar nada con claridad, pero percibía (si es usted capaz de entender lo que quiero decirle) algo así como el resplandor de una memoria retrospectiva— había sido un mensaje (pero ¿de quién?) que me decía que ante mí se abrían otras vidas distintas a aquella en que vagaba penosamente con Viernes por la campiña inglesa, vida de la que ya me sentía mortalmente cansada. Y en ese preciso instante comprendí por qué Viernes en su casa se pasaba el día bailando sin parar: lo hacía para escapar, en cuerpo o en espíritu, de Newington y de Inglaterra, y también de mí. ¿Qué había de extraño en que a Viernes la vida a mi lado le pareciera una carga tan pesada como a mí me lo parecía con él? Mientras ambos estemos condenados a la compañía del otro, lo mejor, tal vez, es que bailemos, demos vueltas y nos transportemos a otro mundo.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 95
 
 
Admito sin reservas que en reflexiones de esta índole anida la semilla de la locura. No podemos echarnos hacia atrás con gesto de asco ante la mano que nos tiende el vecino por el hecho de que esa mano, ahora limpia, haya podido estar sucia alguna vez. Todos debemos cultivar una cierta ignorancia, una cierta ceguera, o la vida en sociedad se haría intolerable.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 97
 
 
 
 
Los portugueses son una raza sumamente celosa. Tienen un dicho que reza así: «En toda su vida una mujer no ha de salir de casa más que en tres ocasiones: a su bautizo, a su boda y a su entierro».
 
J. M. Coetzee
Foe, página 104
 
 
Hemos vivido demasiado cerca el uno del otro para poder amarnos, señor Foe.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 105
 
 
Hemos vivido demasiado cerca el uno del otro para poder amarnos, señor Foe. Viernes se ha convertido en mi sombra. ¿Acaso nos ama nuestra sombra por el mero hecho de no separarse nunca de nosotros?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 105
 
 
Su propia leyenda es el arma más eficaz del seductor.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 109
 
 
No hay una sola, sino muchas maneras distintas de vivir eternamente.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 114
 
 
—Hace mucho tiempo, señor Foe —le dije—, usted escribió la historia de una mujer (la encontré en su biblioteca y se la leí a Viernes para pasar el rato) que pasaba una tarde conversando con una amiga suya muy querida, y al irse le daba un abrazo y se despedía de ella hasta la fecha en que habían acordado verse de nuevo. Pero la amiga (ella aún lo ignoraba) había fallecido el día anterior a muchas millas de distancia, y, por tanto, había pasado la tarde conversando con un fantasma. La recuerda, ¿verdad?, es la historia de la señora Barfield. Por lo cual deduzco que usted es consciente de que los fantasmas pueden sostener una conversación con nosotros, e incluso abrazamos y besamos también.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 123
 
 
—A veces me pregunto qué sería de las criaturas de Dios si nunca tuviesen sueño. Si nos pasáramos toda la vida despiertos, ¿seríamos mejores o peores?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 127
 
 
—A veces me pregunto qué sería de las criaturas de Dios si nunca tuviesen sueño. Si nos pasáramos toda la vida despiertos, ¿seríamos mejores o peores? Para este extraño preámbulo no encontré ninguna respuesta. —Quiero decir —prosiguió—, si no tuviéramos que descender todas las noches al fondo de nosotros mismos y encontrarnos allí con lo que nos encontramos, ¿seríamos mejores o seríamos peores? —¿Y qué es lo que nos encontramos? —inquirí. —El lado oscuro de nuestro ser, y también otros fantasmas. —Y luego, abruptamente, me preguntó—: Usted duerme, ¿no, Susan? —Sí, y duermo muy bien, a pesar de todo —repliqué. —¿Y en su sueño no se topa usted con fantasmas? —Sueño, pero a las visiones que se me aparecen en sueños no las llamaría fantasmas. —Y entonces, ¿qué son? —Son recuerdos, recuerdos rotos, entremezclados y distorsionados de mis horas de vigilia. —¿Y son reales? —Tan reales o tan poco reales como los recuerdos mismos.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 127
 
 
 
Estamos acostumbrados a creer que Dios creó nuestro mundo mediante el Verbo; pero, en vez de la palabra hablada, pregunto yo, ¿por qué no pudo valerse de la escrita?, ¿no escribiría, acaso, una Palabra tan larga, tan larga, que aún no hemos llegado a su término? ¿No podría ser que Dios escribiera incesantemente el mundo, el mundo y todo lo que este contiene?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 132
 
 
Pero ¿cómo va Viernes, que ha sido esclavo toda su vida, a recobrar la libertad?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 138
 
 
Todos, absolutamente todos, sentimos en nuestros corazones la necesidad de ser libres; pero ¿quién de nosotros podría decir qué es la libertad exactamente?
 
J. M. Coetzee
Foe, página 138
 
 
La oscura mole del barco hundido está salpicada de manchas blancuzcas. Es inmensa, más grande que el leviatán: viejo casco desarbolado, partido por la mitad, invadido por la arena por todas partes. Las planchas de madera están ya negras, el boquete que hace las veces de entrada, más negro aún. Si hay realmente un sitio en el que aceche el kraken, con sus ocultos y pétreos ojos abisales, siempre vigilantes, ese sitio está, sin duda, aquí.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 145
 
 
Pero este no es lugar para las palabras. Cada sílaba que se articula, tan pronto como sale de los labios es apresada, se llena de agua y se desvanece. Este es un lugar en el que los cuerpos cuentan con sus propios signos. Es el hogar de Viernes.
 
J. M. Coetzee
Foe, página 146
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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