Germán Arciniegas

"La culebra tiene los ojos de vidrio; la culebra viene y se enreda en un palo; con sus ojos de vidrio, en un palo; con sus ojos de vidrio. La culebra camina sin patas; la culebra se esconde en la yerba; ¡caminando, se esconde en la yerba! ¡Caminando sin patas! ¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Mayombe-bombe-mayombé! Tú le das con el hacha y no se mueve: ¡dale ya! ¡No le des con el pie, que te muerde; no le des con el pie, que se va! Nicolás Guillén.
En todas las Antillas, ninguna colonia ha llegado a tener la importancia que tiene hoy Haití, o Saint Domingue como suelen decir. No hay en las otras islas colonos más ricos, negocios más activos, haciendas más hermosas. En Jamaica, los ingleses han hecho fortuna, pero no tanta que la isla pese en los destinos británicos. A España, Cuba se le va un día de entre las manos, y apenas si lo advierte. Haití, en cambio, da vida a Marsella, Burdeos, Nantes. A sus puertos llegan, en el año, mil quinientos buques: Marsella no alcanza a cifra parecida. En las 750 naves que están destinadas exclusivamente al comercio con Haití, trabajan 24.000 marinos. En Burdeos hay dieciséis fábricas destinadas a refinar azúcar de la isla: allí se importa azúcar, se exporta brandy y hay un centenar de pequeñas industrias que surgen al lado de las destilerías.
Los comerciantes de Nantes tienen invertidos cincuenta millones en la isla. Todo el chocolate que se toma en Francia, se hace con cacao de Haití. Y, con el cacao, exporta la isla setenta y tres millones de libras de algodón. Todo esto lo trabajan los negros. Ellos han limpiado los montes; ellos, plantado el café. Ellos descargan los barcos, barren la casa del patrón, llevan al trapiche la caña. El negro es otra riqueza, otro animal. Los barcos traen negros y brandy."

Germán Arciniegas Angueyra
La revolución francesa y los negros de Haití




"La inmensa extensión del virreinato, separada por los abismos de tres cordilleras que no logran trasmontar los caminos, es como un archipiélago. El gobierno no puede penetrar con su autoridad en el fondo de comarcas totalmente aisladas. Apenas los indios se mueven como animales de monte por tronchas seculares, y son una corriente subterránea en donde el gobierno no puede afirmarse. El feudalismo se acentúa en el aislamiento. Cada encomendero y corregidos, cada cura doctrinero, los frailes en las misiones, hacen su real gana, sin que haya cómo controlarlos. El virrey entra resuelto a fijar normas de orden y a establecer unidad en el gobierno, pero carece de imperio para dominar a las gentes que le cercan. Tiene la fe de su ideal. Es un militar ingenuo y sano. Confía en la bondad de los nuevos sistemas instaurados en España. Lo único que le falta es la malicia que le sobra a sus cortesanos. Cuando Flórez partió de España, en España todo era entusiasmo. Bajo la majestad de Carlos III se creía en el resurgimiento de las industrias y fundación de nuevas fábricas. Las sociedades económicas divulgaban los conocimientos más necesarios de la técnica europea, los ministros acordaban gracias especiales en favor de los empresarios, se proyectaban vastos planes de colonización, se iniciaron las compañías mercantiles que deberían ampliar el comercio colonial, se concedió a varios puertos de América libertad para abrirse al tráfico internacional. Trasladadas estas ideas a una colonia silvestre, rural, sin viso de ciudades, sin otra actividad que la de una agricultura embrionaria, ni otras fuentes de ingresos que la muy incierta que dejan las minas trabajadas por sistemas primitivos y la muy segura de los impuestos, los virreyes tienen que optar por un sistema intermedio entre feudal y burgués."

Germán Arciniegas
Los comuneros


"No he podido explicarme con toda exactitud la sorpresa de los españoles por las borracheras de los indios. Los borrachos incurren en necedades semejantes en todos los pueblos de la tierra, desde Inglaterra hasta Alemania y desde Noé hasta nuestros contemporáneos. Naturalmente, cada pueblo se emborracha con lo que puede. El que tiene uvas a la mano, exprime las uvas y hace que el vino fermente en los odres. El que sólo dispone de cebada, penetra las entrañas de este grano de cándido aspecto eucarístico y le arranca algún zumo de donde brote la rubia cerveza. Hasta de la cáscara de los árboles han podido los hombres sacar algo que les lleve ardores alcohólicos. Ignoro si ha nacido el pueblo que no se haya emborrachado. O el que no haya aprovechado la oportunidad de una fiesta religiosa para hundir su espíritu en los filtros báquicos. Tengo entendido que la misma torpeza y cierto estupor de idiotas que veía de cuando en cuando Homero en los borrachos de la Ilíada, son los que se reproducen en Los Borrachos de Velásquez. Cómo es obvio, en la carta alcohólica del mundo, América tenía que presentarse con un licor propio. Si algo caracteriza, más que la lengua, más que la religión, más que la indumentaria, a un pueblo, es su cerveza, o su vino, o su whisky, o su vodka, o su chicha; es decir: su licor. Al decir: Vodka, cerveza, vino, whisky, ya hemos trazado un mapa, una carta geográfica inconfundible. Si vosotros tomáis este criterio y pensáis en la cerveza, tendréis ya a la Europa Central vista de cuerpo entero. ¿ Quién puede decir, dentro de un pequeño reino híbrido como Bélgica, hasta dónde llega la influencia de Alemania y en dónde principia la de Francia? Si no es viendo hasta dónde llega la cerveza y desde dónde principia el vino, es poco menos que improbable precisar el límite. Es el vodka lo que ha modelado el alma de los rusos; suprimid el vodka y la mitad de la literatura de ese país resulta incomprensible. Las jornadas francesas de todas las revoluciones, la formación de los ejércitos napoleónicos al regreso de Elba, la marcha del pueblo de París hasta el Palacio de Versalles, la traída del rey Luis XVI en medio de una manifestación hostil desde el remoto pueblo de Varennes hasta París, todo, hasta la última caída del gabinete, es una manifestación del vino, que produce tal suerte de reacciones. América fue así. América se emborrachaba con moras, con pulque, con chicha de maíz. Los españoles estaban creyendo que todas las borracheras debían producirse bajo los emparrados del Mediodía. Imposible una interpretación más limitada del alma de un pueblo. (…) Yo no sé si emborracharse sea una virtud o un vicio. Pero esos pueblos errabundos que se detenían durante un mes en el país de las moras para embriagarse con su jugo, se me ocurre que, si mucho, pueden ser juzgados como más libres, más amigos de la luz y del sol, que los otros, los pueblos de la taberna, que se acomodan para apurar licores a la sombra, en la sombra sórdida que hace bailar sin tino la llama rojiza del petróleo."

Germán Arciniegas
América, Tierra Firme


“Si ha de haber paz, la paz tendrá que ser activa, los motivos de la lucha han de mantenerse vivos para darle empleo a la ambición del hombre, a su ingenio, a su espíritu inestable.”

Germán Arciniegas









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