Juan Bautista Arriaza

El propósito inútil

Ardí de amor por la voluble Elfrida,
y ella en mi incendio se sintió abrasar;
burló mi fe pero sanó mi herida.
Amor, Amor, no quiero más amar.

Amar al uso es conservar su calma
y en falso labio la pasión mostrar,
y pues amar y abandonar el alma
no se usa ya, no quiero más amar.

Díceme Amor: «¿qué miedo te importuna?
tus dichas yo me ocuparé en colmar,
pues las tres Gracias voy a unirte en una»,
No importa Amor no quiero más amar.

Luego a mis ojos se ofreció Delina
cual sólo Amor se la acertó a idear;
yo digo al verla: «es en verdad divina»;
pero yo en fin no quiero más amar.

Es a su lado pálida la rosa,
triste el lucero que preside al mar;
de incautas almas perdición forzosa;
mas yo ¡ay Amor! no quiero más amar.

Se ven las flores por besar su planta,
cuando ella baila, la cabeza alzar;
se escucha a Erato si mis versos canta;
mas yo ¡ay de mí! no quiero más amar.

De mil amantes la veré seguida;
que ni aun sus dichas me darán pesar;
y en celebrarla he de pasar mi vida;
mas basta así no quiero más amar.

«Síguela pues» —me dice el niño ciego—
«sin riesgo puedes de su luz gozar;
que si te acercas, por descuido, al fuego,
yo gritaré: «no quiero más amar».

Necio de mí, que con acción sumisa
a los pies de ella me dejé arrastrar,
sin ver de Amor la maliciosa risa
al yo decir: «no quiero más amar».

Ya por instantes en mi incauto pecho
la llama antigua crece sin cesar;
mas ¡ay Delina! el mal era ya hecho;
que haberte visto es empezarte a amar.

Juan Bautista Arriaza


La flor temprana

Suele, tal vez venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores;

mas ¡ay! que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.

Si tú lo vieras, Silvia... «¡Oh, pobre arbusto»
—dijeras con piedad— «la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»

Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el triste almendro la esperanza mía.

Juan Bautista Arriaza y Superviela



Perdí mi corazón

Perdí mi corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?-
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.

Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: «Detente, ¡oh fugitivo!»
y ya no lo vi más por ningún lado.

Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.

Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.



Recuerdos de amor

Suave sería el labio de mi musa
modular solitario sus congojas,
al son del agua y silbo de las hojas
de selva y río en variedad confusa;
tal vez allí la ilusa
copia de mis pesares,
en tan nuevos cantares
sanara que envidioso a mis recreos
el ruiseñor, en circulares giros
bajara y repitiera entre gorjeos
lo que yo le cantara entre suspiros.

La vi deidad, y me postré a adorarla,
y por volver el ídolo benigno,
la prosa olvido, y me dedico a hablarla
en el lenguaje de los dioses digno.
De entonces fue mi signo
pintar en mis canciones
sus dulces perfecciones;
¡y cuánto, oh cielos, su beldad me humilla!
que es a su lado mi elocuencia parca.
Un hilo de agua que en el campo brilla,
y el ancho mar que casi el mundo abarca.

Hijos mis versos, Silvia, de tus ojos,
cuando mi amor mirabas indecisa,
tras de mil que engendraron tus enojos
volaron mil nacidos de tu risa;
Oh, cómo se divisa
en unos aquel frío
de tu ingrato desvío,
y en otros un calor que al mismo exceda
con que el torno del eje diamantino
la gran masa del sol rápido rueda,
ardiendo en fervoroso remolino!

Tú los cantabas, Silvia, ¡en qué lugares!
¿Te acuerdas de la selva en que habitamos,
que remedaba el ruido de los mares
con el sordo susurro de sus ramos?
Muramos, ¡ay! muramos
de vergüenza y disgusto;
que aún en algún arbusto
se ve escrito que en todo el universo
fuerza no habrá que a separarnos baste;
y aún está allí tu letra, allí mi verso;
¿y dónde está la fe que me juraste?

Los sauces pintarán con elegancia,
bajo el imperio de los euros roncos,
en sus fugaces hojas tu inconstancia,
y mi tristeza en sus desnudos troncos;
destemplados y broncos
murmurarán los vientos
de aquellos juramentos
cuando desafiaste a aquella roca
a firmeza… ¡oh dolor! ¡y ahora es aquella
en la que sólo estampo yo mi boca,
porque sólo tu nombre encuentro en ella.

Tal lo dispuso irremisible el hado;
encubra el velo lúgubre y espeso
que oculta el porvenir, lo ya pasado.
Silvia, murió el amor; mas no por eso
te ofendas de que impreso
subsista en mi memoria;
que si hay alguna gloria
en conmover los bellos corazones
con dulces metros llenos de ternura,
y esto se diere a mí, serán lecciones
de tus gracias, tu fuego y tu hermosura.

Y como corren a la mar undosa
las claras aguas por el campo ameno,
a ti mis versos; bríndales, hermosa,
tu blanda mano y tu mirar sereno;
guárdalos en tu seno;
y al abrigo de aquellas
cimas del Pindo bellas,
verá, de aliento y no de furia escaso,
el monstruo vil que por morderlos lidia,
que no se oye en la cumbre del Parnaso
el ladrar de la cueva de la envidia.

Juan Bautista Arriaza y Superviela


Silencio y soledad, fuentes ocultas
de la meditación; ¡con qué recuerdos
volvéis a contristar en estos días
de un fiel patriota el noble pensamiento!

Juan Bautista Arriaza y Superviela



“Sólo la especie humana miserable.”

Juan Bautista Arriaza y Superviela





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