María Teresa Andruetto

Amigas

Cuando eras chica tenías una amiga muy amiga,
¿te acordás de la Nelly Rosso?  Ah... pero no lo escuché
nunca. Una vez me dijiste que quería escribir una
novela entre las dos. Era la pasión de ella, ¿O de las
dos? Yo miraba. Ella quería hacer todo eso. Me
acuerdo de una foto de ustedes, en Arroyo Cabral,
muy lindas, con unos sombreros grandes de paja.
No me acuerdo. ¿Tuviste muchos novios? Ninguno.
No quería. No querías, pero te deben haber buscado
muchos hombres porque eras muy linda. Linda
nunca fui, no me gustaba. Yo tenía cosas mías. Te
gustaba leer, escribir, coleccionar estampillas. Era
feliz con eso. Y me gustaba yo también. Después te
casaste. Él hablaba de cosas importantes no hablaba
pavadas. ¿Esto te gustaba?
Sí, me gustaba, había algo que me gustaba.

María Teresa Andruetto


Con mi hija, en auto

                                                 A Josefina

Íbamos, con tu hija durmiendo
en el asiento de atrás, hablando las dos
de un modo nuevo sobre cómo lo real
atraviesa la experiencia del cuerpo
y de la psiquis. ¿Estás cansada?,
pregunté y enseguida pensé que había
hablado por demás. En otros tiempos
reprochabas no hables fuerte, no hables
tanto, no hagas gestos, pero anoche,
en la oscuridad del camino que va a casa,
preguntaste por mis partos, mis puerperios,
y yo te conté de aquella noche
llegando más muerta que viva al hospital.
Largué lo que tenía atascado en la garganta
y vos dijiste a mí si me hacen eso, los mato,
te juro que los mato. Hablábamos las dos
de un modo nuevo, en medio del camino,
con tu hija durmiendo en el asiento
de atrás. Entonces me contaste
lo que habías leído, que todo el dolor
que guarda el útero se sana en los hijos
de los hijos, y la resaca que guardaba
se fue limpiando entre los saltos
del auto sobre el ripio.

María Teresa Andruetto


El paraíso es un árbol

De chica imaginaba el paraíso
como un árbol más grande que los reales,
con sus flores lilas, allá arriba. Melia
azedarach, cinamomo, agriaz,
había muchos en mi pueblo, enhebrábamos
collares con los estigmas de sus flores
y hacíamos tortitas con bumbulas amarillas.
Lila de Persia, orgullo de la India
con frutos purgantes, abortivos. Frente a la escuela,
había un patio repleto de esos árboles,
una mañana corrió entre los niños la noticia
y cruzamos hacia el cerco de ligustros
intentando ver la cuerda, el sitio oscuro,
hasta que la maestra nos devolvió a los gritos
al mástil, el himno, la bandera. Cuando voy
a la casa de mi madre, veo esos árboles
de frutos venenosos, vuelvo al vecino
que perdió una noche su sentido de vivir
y se colgó en el patio de la casa
esquina, la que tenía un bar
y un almacén.

María Teresa Andruetto


Extravío

Aún no sabe decir
su nombre y la han mandado
(a lo de Rabachino,
a comprar harina, azúcar
negra, polvo de hornear).

Si lo hace bien,
le darán
(caramelos, estampitas,
besos).

En el bar hay olor
a hombres, y a vino viejo.
        También un piso
flojo de madera,
        y ya está el miedo
de pisar en falso.

Lleva un papel escrito
(en el hueco de la mano
lleva la letra de su madre).

Le han ordenado:
No te pierdas, y va mirándose
los pies, cuenta
los pasos.

Cree
(…pero es una intuición
oscura) que quien se mira
los pies no se extravía.

Cuenta los pasos
(y después las sílabas,
los cuentos, las monedas),
con los ojos fijos en los zapatos,
pero lo mismo se pierde
en el recuento.

María Teresa Andruetto


"Había una vez una ciudad.
Una ciudad antigua y luminosa, poblada de torres y campanarios.
En aquella ciudad antigua y luminosa poblada de torres y campanarios, había una plaza.
Una plaza verde salpicada de heliotropos y jazmines.
En la plaza verde salpicada de heliotropos y jazmines de aquella ciudad antigua poblada de torres y campanarios, había un banco traspasado de sol.
Al banco traspasado de sol de la plaza verde de la ciudad antigua llegaban de tarde los pájaros.
Los pájaros que llegaban de tarde al banco traspasado de sol de la plaza verde de la ciudad antigua, devoraban miguitas de luz.
La hora en que los pájaros devoraban miguitas de luz era la hora en que entraban a la plaza de la ciudad antigua los enamorados.
Entre los enamorados que entraban a la plaza de la ciudad antigua a la hora en que los pájaros devoraban miguitas, estaba un hombre solo al que herían por partes iguales la luz y la sombra."

María Teresa Andruetto
El anillo encantado



“Leer es también un acto de arrojo, es como abrirse al mundo y sentirse en libertad de desechar materiales. Es un ir buscando las palabras de otro para encontrarse a uno mismo. Porque lo que uno hace cuando lee no es entender al que escribió, sino entenderse un poquito más a uno mismo y al mundo en que uno vive. Respondiendo  aquella pregunta que nos hacíamos cuando yo estudiaba, en los setenta, de “¿Para qué sirve la literatura?”: bueno, para conocernos a nosotros mismos. Para conocer nuestra condición humana un poquito más.”

María Teresa Andruetto



 "Lo más importante es saber mirar y escuchar."

María Teresa Andruetto


"Mas que en mis pensamientos, confío en mi capacidad de conmoverme."

María Teresa Andruetto



Natilla perfumada

Mejor que la leche pase tibia, por obra de tus manos, desde la vaca al
cuenco asentado en tu vientre. Si es así, sólo bastará espesarla a fuerza de
harina o de fécula, mareando la blancura con una vara de madera. No
olvides perfumarla con naranja seca, con limón, con ramas de canela. Y
volverás a ser niño cuando la comas bajo la luna llena.

María Teresa Andruetto



“No hace falta tener ningún título para disfrutar de la literatura.”

María Teresa Andruetto


“No hay una sola verdad, la vida es insegura, inestable, también la escritura.”

María Teresa Andruetto



"No hay verso libre si por libre entendemos la despreocupación o el olvido de la forma. Cualquiera de los buenos poemas escritos en lo que llamamos verso libre está tan lleno de reglas internas, de sofisticados mecanismos de equilibrio, ruptura, forzamiento y digresión, como el verso medido, aunque es verdad que en este último caso esas leyes son generales, pre establecidas, construidas a lo largo de los siglos, y en el primero se trata de leyes auto impuestas o mejor aún descubiertas en el propio camino de escritura."

María Teresa Andruetto



“Si tuviera que mencionar un solo asunto para resumir lo escrito, diría que el tema es la identidad. Lo que Clarice Lispector llama el largo camino hacia la propia cosa, solo que a ese lugar una se aproxima muchas veces hurgando en la identidad de otros (personajes, narradores, puntos de vista) y que, en esa exploración, en esa búsqueda de lo singular siempre aparece, o al menos me aparece a mí, lo colectivo, porque en lo más propio, en lo íntimo, se refleja la sociedad en la que un personaje o quien cuenta una historia está sumergido.”

María Teresa Andruetto


Sueño americano

Sobre el camino, personajes solitarios
instalados del otro lado del muerto ventanal,
vieron Vietnam, vieron Corea, Afganistán.
Presente perpetuo sacudido por el vértigo
de las autopistas y el desarraigo. Cierta
improvisación también, como una zapada
entre amigos, emerge y arrastra los lugares
comunes. No hay futuro ni tradición, salvo
aquellas hojas de hierba. Todo se funda
a cada instante y coloca en el centro
del mundo su deseo animal
de destrucción.

María Teresa Andruetto




“Un maestro constructor de lectores, para empezar, tiene que ser un apasionado lector, de manera que pueda elegir libros que sean interesantes, diversos, y que pueda ir llevando distintos materiales que quiera compartir con el grupo. También tiene que ser alguien muy convencido de lo que está haciendo, para sostener ese espacio de lectura frecuente en la escuela, en el grupo o en la biblioteca.”

María Teresa Andruetto



“Uno se puede formar como lector en la casa y llegar a la escuela con un capital lector. Pero la escuela es un lugar igualador, un lugar de acceso al libro y a la cultura escrita, un lugar de intercambio con otras personas. La escuela es una gran oportunidad, es la gran oportunidad social. Sobre todo, la escuela pública.”

María Teresa Andruetto


Volvías del colegio

                                            A Juana

Volvías del colegio
y me hablabas de los griegos,
mientras yo preparaba la comida.
Yocasta, Alcestes, Medea, Ariadna,
Afrodita. Electra, Athenas, Artemisa,
tremendas de pie sobre sí mismas
arrojaban al aire su moneda. Ismene
temerosa quería disuadirte, no le digas 
a nadie, mi hermanita. Antígona
gritaba buscándose a sí misma.
Y vos, con los ojos azorados, la voz
todavía en su capullo, ¿se puede?, 
                                      me decías.

María Teresa Andruetto



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