Jesús Avila Granados

"Al viajar a un país, o una región o comarca, siempre he contemplado la riqueza humana del lugar, y he sabido clasificar cada tema para el medio más adecuado, valorando la dimensión de la persona, a través de su creatividad y de lo que mucho aporta a la sociedad de su entorno."

Jesús Avila Granados


"Como periodista, comencé escribiendo sobre el arte románico, lo que me llevó a visitar la mayoría de iglesias, santuarios, monasterios y ermitas de ese estilo de gran parte de la geografía española. Fue estando en Lleida, en 1973, haciendo el servicio militar, cuando recibí el primer premio de periodismo, por un trabajo sobre el románico catalán; un reloj despertador que guardo con el mayor entusiasmo. Siempre he considerado que hay que recorrer los lugares, sin prisas, como viajero y no como turista. En cada salida se aprende mucho, y lo más importante de todo, que todas las personas tienen mucho que decir y de todas tenemos que aprender. El factor antropológico y una dimensión positiva de todo cuanto nos rodea han sido elementos claves de mi trabajo. Nunca he escrito de algo que no constituya un paso adelante para la humanidad."

Jesús Avila Granados


"De periodista pasé a ser escritor, sin darme cuenta."

Jesús Avila Granados


"El camino es un itinerario más global, incluso podríamos calificarlo de universal; sin embargo, el sendero es un trayecto más íntimo, cuyo destino es alcanzar lo más sensible de la persona, que no es otra cosa que sus valores y sentimientos; cuando se trata de un laberinto, en esta prueba iniciática está la clave, que se cumple cuando el ‘peregrino’ llega al centro, que es alcanzar su interior, en este caso, descalzo, y debe orar a los cuatro puntos cardinales, al tiempo que le da gracias al Altísimo."

Jesús Avila Granados


"El camino es un trayecto físico, realizado como consecuencia del paso habitual de las gentes por el mismo. Mientras que el sendero es más espiritual, concebido desde dentro, es decir, desde la dimensión cósmica del caminante, como un acceso, que no tiene por qué ser largo, hacia una meta, un destino."

Jesús Avila Granados



"En aquella ciudad, uno de los feudos de la Iglesia católica más poderosos de todo el mundo occidental, volví a ser consciente de la precariedad de mi vida y de mi condición de perfecto cátaro. Las cárceles de Pamiers dependían directamente de la Inquisición y, en espera del juicio, recibí toda clase de humillaciones. Fui encerrado en un oscuro calabozo, más bien una auténtica prisión subterránea, en la que la oscuridad era permanente y total. La humedad penetraba en mis huesos y me calaba hasta sentir un frío insoportable. Las heridas de mi cuerpo me atormentaban, apenas podía moverme de dolor. Mi mano izquierda estaba completamente tumefacta; me habían descoyuntado todos los dedos, y el daño era insufrible. Los latigazos hacían que mi espalda ardiese, y tenía un ojo completamente hinchado.
Perdí la noción del tiempo. No sabía cuánto había transcurrido desde mi llegada a la prisión, y tampoco tenía modo alguno de averiguarlo. Donde yo me encontraba, en las entrañas de la fortaleza, no llegaba el sonido del campanario, ni ningún otro ruido; sólo el chasquido esporádico de alguna gota de agua que se filtraba por el techo y se precipitaba, estrellándose contra el suelo, encharcándolo. Era la forma más segura de vencer mi voluntad y plegarme a sus pretensiones.
(…)
Un ruido terrible, ensordecedor, retumbó en las galerías y los pasillos exteriores. Presentí que había llegado el momento. Habían sonado las campanas anunciando la hora quinta, cuando oí el sonido metálico de las bisagras y la puerta de la mazmorra se abrió. Aparecieron frente a mí el carcelero, el jefe de la guardia del castillo y un monje dominico que los acompañaba.
-¡Tu hora ha llegado, hereje! -exclamó con voz imperiosa y burlona el sargento de la guardia.
El monje se dirigió a mí:
-Hijo, he venido a salvar tu alma. A confesarte y tus terribles pecados os serán perdonados.
-Nada he hecho a largo de mi vida de que deba avergonzarme, y sólo confesaré mis pecados ante un hermano mío perfecto, si hubiese, y si no es así, directamente al Eterno, que todo ve y todo sabe, y a quien encomiendo mi alma.
-¡Pues que tu alma se consuma por el fuego del averno! -clamó el dominico, dominado por la cólera.
Me ataron las manos a la espalda, con tal fuerza que las cuerdas provocaron heridas en los brazos. Fui conducido a empujones al exterior. En ese breve trayecto acudían a mi mente los recuerdos más felices de mi existencia. Una voz se revelaba en mi interior:
-Guilhelm...
-¿Sois vos, Philippe?
-Sí, mi querido hermano. Habéis sabido llegar hasta aquí. Estoy orgulloso de vos.
-Philippe, acompañadme, tengo miedo.
(…)
Después de ser atado al poste, alcé la mirada y contemplé al arzobispo, entregado por entero al espectáculo, mientras bebía y comía con apetito, Recé por su alma. Y antes de que el humo me asfixiase y fuese consumido por las llamas, sentí que mi hermano Philippe me otorgaba desde la gloria el consolamentum para la paz de mi alma. Grité luego con todas mis fuerzas: Después de setecientos años, reverdecerá el laurel. Cuando las llamas alcanzaron su mayor virulencia, una paloma blanca surgió de la hoguera, para elevarse y volar hacia los confines del universo."

Jesús Avila Granados
La profecía del laurel




"Habían transcurrido setenta y siete años desde la caída de Montségur, sesenta y seis desde la de Quéribus, el último baluarte de los bons hommes del Languedoc, y apenas siete desde la muerte en la hoguera del último gran maestre templario, Jacques Bernard de Molay, frente a la mismísima catedral de Notre-Dame de París. Las antiguas sedes de los obispados cátaros eran tan sólo un recuerdo. En su lugar, la Iglesia romana ejercía el poder con mano férrea, mientras sus ministros, sólidamente establecidos y con el apoyo logístico del Santo Oficio, seguían nadando en la abundancia, y sus miembros no predicaban precisamente con el ejemplo. Las masacres de la cruzada primero (de 1209 a 1255) y el terror oficialmente impuesto por la Inquisición después llenaron de cadáveres esa tierra a lo largo de todo el siglo XIII, con un recuento final que superó el millón de muertos. En aquella sangrienta guerra, pocas ciudades, pueblos, aldeas o ciudadelas occitanas fueron respetados por los ejércitos invasores del norte, y cuando fracasó el lenguaje de las armas, empezaron a funcionar los macabros mecanismos de la terrorífica Inquisición, que no sólo destruía la resistencia física de las gentes, sino que también aniquilaba su capacidad de pensamiento. A comienzos del siglo XIV, poco quedaba ya de aquel fascinante país que, en muchos sentidos, fue el más avanzado del Viejo Continente."

Jesús Avila Granados
El último hereje


"Mi consejo siempre ha sido que no debe nunca de escribirse de un lugar sin haberlo visitado el escritor, y los jóvenes amantes de la literatura deben leer constantemente, especialmente a los clásicos."

Jesús Avila Granados


“Un sendero es la puerta abierto hacia lo desconocido. Cuando iniciamos el recorrido por un sendero, el viajero, que no el turista, debe ir con los sentidos bien despiertos; mientras que al recorrer un camino, es lo espacial lo que predomina en el Cosmos, sobre lo espiritual.”

Jesús Avila Granados





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