Jorge Barón Biza

"“Amor, libérame de las razones por las que tú prefieres llorar y yo prefiero volar.”
¿Literatura del verdadero límite? ¿Literatura del otro lado del límite? Aquí nadie jugó al surrealismo ni al dadaísmo. El contrasentido, el absurdo, lo incomprensible tuvieron aquí un valor existencial que hace que nos riamos de todos los experimentos de la ciencia literaria. Estos textos ponen también a los que los leen en el límite, sobre todo si se los lee aquí, en las celdas abandonadas para siempre, evacuadas sector por sector. Estos pocos textos ambiguos y herméticos resumen los otros, los de odio, amor o salvación. Estos son los textos del misterio. No se trata de misterios policiales, sino de un misterio que anidó en lo más profundo de unas vidas destruidas y que sin embargo conservaron y recibieron la fuerza para tratar de rehacerse y también la fuerza del amor. No son textos que tengan una finalidad segura: no lloran, no bendicen, desconciertan. Y ése es quizá el último derecho de las experiencias de este lugar: el derecho al misterio, el derecho a no mostrarse enteramente a pesar del hacinamiento, del panóptico vigilador, de las requisas. El derecho de proclamar que, después de todo, las víctimas conservan ese rincón al que no ha llegado nadie y que, quizá, explicaría todo, que en el misterio del hombre reside el amor y su redención."

Jorge Barón Biza
El canto de la lejana libertad



"La cara ingenuamente sensual de Eligia empezó a despedirse de sus formas y colores. Por debajo de los rasgos originarios se generaba una nueva sustancia: no una cara sin sexo, como hubiera querido Arón, sino una nueva realidad, apartada del mandato de parecerse a una cara."

Jorge Barón Biza
El desierto y su semilla


"Los dos éramos lacónicos. Durante mi niñez, la institutriz polaca se interponía en nuestra vida cotidiana. Eligia actuaba aparte, con sus estudios y su política. Pero en mi adolescencia, comprendí que no todos los vacíos podían atribuirse a la gobernanta. Ya sin ésta de por medio, cuando nos exiliamos en Montevideo y permanecí interno en un colegio alemán al que me venía a visitar algunos fines de semana, las preguntas que le dirigía quedaban suspendidas. Ella me escuchaba, por cierto, y me sonreía apenas o me miraba torciendo la cabeza, pero no contestaba o contestaba lo estrictamente necesario, o contestaba con otra pregunta: “¿Por qué no te gustan las Humanidades? ¿Te enseñan latín en este colegio?”, o “No sé”. Yo recibía esas respuestas como figuras incompletas, como si algo inacabado quedase entre los dos.
Volví de Montevideo a mi país a los catorce. A los dieciocho, cuando Eligia y Arón se separaron una vez más, opté por quedarme con Arón en la capital. Por su parte, ella aceptó una cátedra de Historia de la Educación en su provincia natal, en las sierras, y a partir de entonces nos veíamos muy espaciadamente.
Estaba en el asiento delantero de un auto, gemía sin gritar, y no era por mi culpa: le había advertido que Arón se había convertido, durante los años finales, en que vivió conmigo, separada de ella más tiempo que durante los divorcios anteriores, en un ser peligroso.
Me incliné por encima del hombro suyo que daba al interior del coche para enjugarle con mi pañuelo algunas gotas de sudor o ácido, y la tela amarilleó como si el algodón se transformase en seda. Las sombras de la noche ocultaban esa mitad de su cara con un velo violeta donde relucía el blanco de su ojo, que miraba fijo a través del parabrisas buscando una meta para el viaje penoso. Cuando me recliné en mi asiento trasero, sólo pude ver de su cara, a través del espejito, el blanco de ese ojo, rodeado de sombras y fijo en un punto lejano, con una borla de color púrpura intenso en el párpado inferior, como en aquellos dibujos animados en los que se quiere representar grotescamente a un animalito que no ha dormido. El resto del sector en sombras de la cara de Eligia era un misterio que hervía bajo la oscuridad."

Jorge Barón Biza
El desierto y su semilla


“Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro a una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad.”

Jorge Barón Biza










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