Manuel Barrios Gutiérrez

"Anduvo varias horas por la orilla. Tenía que cansar sus músculos. Deseaba con todas sus ansias estar junto al hombre porque sólo en su presencia se sentía decidido y firme. Al alejarse de él, al quedar solo, su alma era un cielo que iba cargándose poco a poco de nubes negras y temibles.
Él no tenía la culpa. De niño, al oír la sirena de los barcos, mientras los otros muchachos saltaban alborozados saludando con los pañuelos sucios, él escondía la cara en el regazo de la madre, cerrando los ojos. También cuando le llevaban al desfile o a la procesión se sentía morir al acercarse los caballos que, a veces, daban con la larga cola a los que estaban en la primera fila de curiosos. Una noche, bajo el emparrado de la vieja casa, como él no durmiera, le había dicho su madre:
—Van a venir las grullas y te van a llevar.
Se imaginó a las grullas enormes, fantasmales, de pico ganchudo y garras de acero, acercándose sigilosamente para llevárselo cuando ya estuviera dormido. Ahora estarían viéndolo, acurrucadas en el campanario, entre los vencejos y las lechuzas que iban a beberse el aceite de las lamparillas. Cuando él, rendido, cerrara los ojos, entrarían por la ventana que su madre no cerraba nunca y lo arrastrarían con las garras fortísimas, para llevarlo por los aires hasta sus nidos donde cada día le beberían la sangre, como hacen los húngaros y los gitanos, dejándolo blanco igual que una magnolia, igual que la leche y la luna.
Simón recuerda todo esto. Quiere sonreír, pero no puede, y busca, como el niño que fue siempre, entre los espíritus malos de la soledad. 
En el dormitorio, mientras colgaba el traje en el armario de luna, Ambrosio el de la Matrona pensaba que también él debía hacer algo. Era valiente, ya no había que confiar en las oportunidades de ayer y tomar partido podía ser peligroso, pero quizás éste fuera el único camino para volver a ser el de otros tiempos, después de tanta lucha y tanto sobresalto.
El mundo había cambiado. Aun así, de no haber tenido el valor que entonces hacía falta, seguiría en su tiendecilla de mala muerte, atisbando al cliente que se decidiera a comprarle un par de alpargatas o un sombrero de palma para la siega. Esto, los días buenos; los otros había de conformarse con el desfile de los niños pidiendo los diez céntimos de pastillas de goma y regaliz.
Aquello no podía durarle mucho a un hombre de temple."

Manuel Barrios Gutiérrez
El crimen


"-Yo tenía un camarada. ¡Entre todos el mejor! Siempre juntos caminábamos, siempre juntos avanzábamos, al redoble del tambor.-
¿Qué es lo que se castiga en el Sr. Primo de Rivera? ¿La tenencia de seis o siete armas en su casa? Yo no quiero hacer revelaciones excesivas porque no voy para mártir, pero, probablemente, si hicieran un registro en mi casa, no las encontrarían en un número menor (risas). Tal se están poniendo las cosas, señores Diputados, que hay que extremar los casos de defensa personal y de prevención porque, en último término, el estado en que se coloca el Sr. Primo de Rivera con la tenencia de armas es un estado de prevención (risas). Los señores Diputados saben que hay personalidades políticas que por su relieve singular están asistidas de una protección policíaca; en realidad, en el caso del Sr. Primo de Rivera, por los odios y las hostilidades que en él se concentran, estaría justificada una protección policíaca. No le invitaré a que la solicite y además le aconsejaré que la rechace si se la ofrecen, porque yo la padecí le aseguro que no sirve absolutamente para nada (risas), aparte, naturalmente, de ir desfilando por las calles de Madrid en comitiva grotesca y tan numerosa como la del "Circo Krone" (más risas). Fíe Su Señoría preferentemente en sus arrestos personales y en los que suscita la devoción de sus amigos, y no en esta protección policíaca un tanto vistosa, de mucho aparato y cuya efectividad es dudosísima...
Todas las guerras son, en principio, una barbarie, y una guerra civil, además de una barbarie, es una ordinariez porque el pueblo que tiene que lanzarse a ella pone de manifiesto que ha malogrado una de las gracias más grandes recibidas por la humanidad del Todopoderoso: la inteligencia y un lenguaje común para entenderse."

Manuel Barrios Gutiérrez
Consigna: Matar a José Antonio
















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