Rubén Bareiro Saguier

"Agosto comenzó soleado y tibio, como para disimular. Pero pronto las flores amarillas le fueron dando su olor de inminencia y el espartillo seco su tinte exangüe. Pronto el norte templó sus cuerdas secas y en la guitarra tensa del viento, en la inquietud de los animales se olió todo el presentimiento. Luego la lluvia puso la calma provisoria. La languidez de la lluvia afloja la tensión extrema. Así fue hacia fines de aquel agosto, en que mi gente comenzó a reponerse de la sorpresa. Digo mi gente, la más mía; no la que vino conmigo, sino la que me vio nacer, jugar, crecer; la que me conoció como «el hijo de don Rivero» y luego se apresuró a llamarme «el Doctor», y que ahora contemplaba con asombro mi inusitado regreso.
Siempre había sido así, siempre es así; el viento norte incendia y la lluvia apaga el furor. Ahorita mismo las ramas de los árboles se estiraban, los pastos se distendían y las raíces se meneaban como gusanos, como culebras. Y de golpe, en medio de esa tirantez, se instauró el silencio total -se lo hubiera podido tocar, medir por la cinta de los relámpagos-, y luego la lluvia, el largo concierto de la lluvia. Especial para dormir; ¡si uno pudiera cerrar los ojos! Pero no; sigue la lluvia, interminable como el tiempo vacío que nos ata, como esta lluvia interminable, como este tiempo."

Rubén Bareiro Saguier
Ojo por diente


"Como bien dice Pierre Clastres: “Los pueblos sin escritura no son menos adultos que las sociedades letradas. Su historia es tan profunda como la nuestra y, a menos de ser racistas, no existe ninguna razón de juzgarlas incapaces de reflexionar sobre su propia experiencia y de inventar soluciones apropiadas a sus problemas”
Pero la falta de escritura no significa carencia de literatura. Los Guaraní tenían una, de tal fuerza que al cabo de 400 años nos llega en el esplendor de su diversidad y de sus sutiles matices, habiendo sido capaz de resistir a los embates de todas las “reducciones”. Y nos llega transmitido en un libro viviente, con páginas de labio-lengua-memoria, indestructibles como el aliento del pueblo que la fue creando y recreando desde el amanecer del tiempo.
Cabe preguntarse, ¿por qué ni una sola expresión de esa literatura ha sido recogida en tanto tiempo? ¿Por qué tanta saña en la marginación de los textos guaraní? La dinámica del proceso colonial es la primera respuesta; ella establece que las normas, las pautas, las creencias, las leyes, los usos serán los del dominador. Pero, con las reticencias propias al proceso en cuestión, en el resto de América las manifestaciones literarias han sido parcialmente recogidas. ¿Por qué no la de los Guaraní? La respuesta revela el doble nivel de la discriminación represiva, debido en este caso al carácter esencialmente religioso de esa producción. Cantos cosmogónicos y teogónicos, mitos fundacionales y actualizadores, oraciones que ponen en comunicación al hombre con sus dioses, la palabra poética, con el canto, constituye entre los Guaraní el núcleo más vital, medular de la cultura, su expresión privilegiada y el esqueleto de su ser social. Quebrar ese soporte, taponar el aliento de la colectividad constituía el medio más eficaz para obtener la desestructuración de la sociedad, la mejor manera de conseguir la dominación explotadora. Era tanto más necesario acallar la voz de ese pueblo profundamente creyente —su palabra, mítica, ritual—, que las dos expresiones de la reducción colonial se hacían en nombre, o con el pretexto, de la evangelización, la enseñanza de los principios de la “fe verdadera”. En nombre de ello se practicaba la “extirpación de la idolatría”, la muerte necesaria de las “supersticiones falaces” o las “creencias diabólicas” de los indígenas."

Rubén Bareiro Saguier
Literatura guaraní del Paraguay


El frío del camino
se me sube a los huesos
por los hoyos del cuero
que calca en cada suela
la forma exacta
de mi patria.

Rubén Bareiro Saguier



"Escribir es para mí una necesidad. Cada frase, cada poema, cada cuento, cada libro es el resultado de una profunda carga que se va acumulando, hasta que la tormenta desencadena el agua de la palabra." 

Rubén Bareiro Saguier


“Eso (el deseo de escribir) es de toda mi vida.  Desde niño inclusive los pequeños cuadernos en las siestas, el calor intenso con el sonido de las cigarras, yo estaba allí, ya tenía mis apuntes.  En el colegio naturalmente, y después fundamos (en 1955) con un compañero de generación, una revista que duró muchos años, Alcor, la expresión generacional de mi grupo, que tuvo 52 números, no muy regulares porque eso era una aventura, hermosa aventura, y quedó en la historia como la revista que duró más tiempo.  Inclusive después de venir acá siguió la revista, yo la dirigía desde aquí con un equipo que había estado allá, así fue una cosa muy linda, una expresión de fuerza, de rigor, de resistencia cultural frente a la indignidad de una dictadura atroz.”

Rubén Bareiro Saguier



Flor de aire

Dulce reguero de cristalinas aguas,
manantial de aromas
que del fondo de la tierra nace,
como jazmín del patio de mi infancia
a la puesta del sol,
embalsamas la tarde. 

Cuando te he visto, nací
a la luz de nuevo.
Para hablarte limpié mi
voz de herrumbres
y allí escuché tu voz poblada de susurros.
Suave niña en flor de amanecida,
eres como el manto
interminable de la lluvia
otoñal. 

¿Cómo acercarme a tanta transparencia
sin desgarrar la piel del ensueño
que te envuelve,
sin empañar la luz de tu sonrisa?

Rubén Bareiro Saguier



La soledad

I
La soledad no me asusta,
no me espantan sus sombras,
no la temo.

Ha sido compañera
en mis penumbras, una y tantas veces.

Allí donde el hombre es tiempo sin espacio
mantuvimos mil diálogos
entre mis voces náufragas
y el eco de las palabras calladas,
esas que se modulan hacia adentro
frente a un vaso de vino,
cuando el viento retiene
en un rumbo tenaz
la rosa de los vientos.

Conversamos largamente
en los ratos poblados de quimeras,
de capullos dormidos,
de ramas espinadas,
de flores con fragancias ambiguas,

II
Y me ratifico:
la soledad,
la sola soledad,
la soledad sin tu voz,
sin tu aliento,
sin tu aroma,
sin tu lumbre,
sin tu piel,
sin tu sonrisa,
sin tus manos,
esa sola soledad herrumbrada
es sólo soledad

Tanto tiempo
abandonó la primavera
esta tierra tan tensa,
tan sedienta de luces,
hasta que, de pronto, el lapacho
encendió su ramazón de sueños.

En esa primavera
de tu sonrisa plena,
allí brotó la lumbre,
creció junto a tu nombre
y se arboló mi tiempo.

Y entonces me pregunto
si la voz es la existencia misma
o más simplemente
el labio fontanar de las ensoñaciones...

Déjame escuchar tu silencio aromado
abismal rosa azul.

Rubén Bareiro Saguier



Reminiscencia

I
El jardín del convento
en que amparo
mi tanto por cuanto aniversario
está hoy recoleto y soleado.
Paseando la sombra leve de mi soledumbre
alcanzo la fogata
en que se queman las hojas secas del invierno,
testimonios crepitantes
de las horas, de los días, y los hechos.
Me acerco lentamente,
en medio de los vientos helados
y escucho las voces que signaron mi existencia.
Descifro los momentos intensos,
el sordo respirar de los vacíos,
la euforia jubilosa de los lauros,
la torva decepción de los fracasos,
el vuelo y el derrumbe de esperanzas,
la dicha y la tristeza confundidas.

Asumo, en fin, mi vida plena,
envuelto en el olor de la humareda
que combina aromas tan diversos:
el resplandor intenso de la infancia,
la adolescencia azul,
aquella piel, corola de una rosa
y aquella embalsamada de jazmines,
aquel aliento espliego
que sigue respirando en mis entrañas,
el inefable fuego del amor,
su dulce combustión interminable.

II
Pero también me habita
la oscura soledad de las prisiones,
la nostalgia sin ojos de exilio,
ese llanto sin lágrimas.

Fui testigo y fui víctima de
tantas abyecciones....
Me volví iconoclasta
derribando los dioses de chatarra,
los templos de ignominia.

A los treinta años de mi vida
perdí la inmortalidad,
cuando murió mi padre,
dejándome en herencia
la dignidad,
que acrecenté al lado de mi pueblo
para intentar ser hombre de
fe, de fuego, de azahar...

Conocí el paraíso del bien
sin mirar a quién,
el del amor compartido
hasta los tuétanos,
el del amigo fiel y compañero,
el averno de la injusticia sin fondo
y sigo buscando la tierra sin
males de mis antepasados...

Así ha sido y así ha de ser,
hasta que el sueño apague
la luz en mis pupilas.

Rubén Bareiro Saguier



Soledad

Las palomas del atardecer
desgajan los árboles del cielo,
caen sobre mis pupilas
como goterones de ausencia

Rubén Bareiro Saguier



Trayectoria

¿Recuerdas?
Un día como entonces
atravesaste la luna del espejo
para encontrarte a ti mismo.

Tantos seres topaste
que hasta, por fin,
creíste conocerte.

Jugador impenitente,
apostaste hasta el
último suspiro,
desafiando al esquivo destino.

Cuántas veces perdiste
hasta el sueño del
postrer centavo.

Y hoy tienes todavía en las manos
el mazo de los naipes
en el que predomina
la dama de rojo corazón,
a veces bienamada
o esquiva
o rencorosa.

Pero, viejo tahur,
sigues haciendo pases,
intentando extraer
de la manga
el caballo de copas
o la aureolada cabeza
del rey de oros.

O eludiendo las siete
espadas del dolor,
o el garrote de basto,
que te acercan recuerdos
del tiempo de combates
para que la luz se haga
en la tierra teñida
de penumbra.

¿Y hoy, qué?
Te quedan fragmentos luminosos
o pedazos de escoria
al borde del camino
que sigues recorriendo
para templar mejor
las cuerdas de tu sino...


Y de golpe comprendo
que mi patria,
la antigua tierra abierta
de los dueños del viento,
se ha vuelto este pedazo de sombra
entre cuatro paredes
y una reja.

Rubén Bareiro Saguier













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