Juan José Botero Ruiz

"A eso de las cinco de la tarde se avistaron con la casa, y como en el corredor de ella estuviera doña Ignacia, Luciano saltó ágilmente del caballo y cayó en brazos de su madre...
A poco fueron llegando los del encuentro, y Andrea, la más retrasada fijándose en lo que pasaba, vio: un llanito con arbolado, frente a una casa de campo; a la madre que en el corredor de esa casa abrazaba cariñosamente al hijo, y vio carreras de niños por aquel llanito... y Andrea, la niña perdida, tomó a sus confusos recuerdos, representándosele, así en sueños, lo de siempre: la hermosa mujer que abría los brazos y llamaba con cariñosa voz, y los niños, como lindos ángeles, que le sonreían y le invitaban a retozar bajo los árboles.
Pobre huérfana.
El confuso recuerdo de su perdido hogar, volvía a bullir en su aletargada memoria, y enseguida, involuntariamente soltó a llorar; más cuando ya sus ojos, abiertos a la razón, miraban aquella escena de familia tan cordial, tan afectuosa donde ella estaba además, sin derecho, a tomar parte en esas alegrías."

Juan José Botero Ruiz
Lejos del nido


A un Tamal

¡Esponjado tamal¡ Yo te saludo
¡Salve, mil veces, oloroso envuelto,
bien venido si traes entre tu vientre
dos grandes presas y un carnudo hueso.

Corta fue tu existencia: ayer tan solo
en frescas verdes hojas te envolvieron,
el espacio de un sol duró tu vida,
nacidos ayer y hoy mueres ya de viejo.

Voy a romper las ligaduras que atan
las mustias hojas a tu blanco cuerpo,
que arrojados con otros a una olla
se marchitaron tu vestidura al fuego

cortada está la guasca, hoja por hoja,
suavemente separo con los dedos,
y ante mi vista, blanco y sudoroso,
te haz quedado, tamal, en puros cueros.

Te contemplo en pelota y la cuchilla
me atrevo a llevar sobre tu cuello,
porque temo encontrar al degollarte,
en vez de carne algún pelado hueso.

Aguarda, pues, yo aspiro tus olores
entre tanto que un trago me atropello
para tener valor de acuchillarte,
para tener valor de abrir tu seno.
A rezar lo que sepas, ya mi mano
con cachi blanco de afilado acero,
aguarda la señal con impaciencia,
de dar el golpe sobre tu albo pecho.

Que si cuna tuviste en una olla
sancochado al hervor de un fuego lento,
sepulcro te va a dar esta barriga
do has de dormir tu postrimero sueño.

Prepárate a morir; recibe el golpe,
eso, es tamal... así... quieto, muy quieto,
¡Tris¡ ya se abrió tu abdomen abultado,
mas, ¡ Qué es esto? ¡Gran Dios! ¡Qué es lo que veo!

Bien dije yo, tan solo masa había
donde soñé encontrar un buen relleno;
¡Desilusiones de la vida humana
soñar con carne y encontrar un hueso!

y tanto olor y tanta vestidura,
y tanta cinta para atar tu cuerpo,
y al fin, venido a ver, ¿qué había en el fondo?
Masa, vinagre, pestilente cuero....

Tamal: si acaso vanidosa gente
con sarcasmo te mira, con desprecio
dile que todo en este infame mundo
es un blanco pastel sucio por dentro.

Juan José Botero Ruiz


¡El último beso!

Sombra la tarde,
oscura la estancia.
Muy blanca mi madre, muy fría,
muy triste, muy sola mi alma.

La caja mortuoria
con lazos de luto ataviada
y en la caja, ella,
en medio la sala.​

De amarillos blandones de cera
la pálida llama,
una luz mortecina
sobre el rígido cuerpo de mi madre daba. 

Y se oía a lo lejos el doble
de aquella campana.
Y seguía ese doble, y seguía,
como triste clamor de alguna ánima....
..................................................................​

De pronto hubo un murmullo de rezos
y un caer de lágrimas,
y un coro de quejas se oyó, porque el cura
con su traje de muerte llegaba.​

Caí de rodillas
cerca al féretro de mi madre, y rezaba
aquellas sencillas oraciones que ella
de niño me enseñara.​

Y alguno me dijo:
con ella nos vamos, acaba.
La hora ha llegado,
ánimo, y arranca.​

A tapar ya iban
la mortuoria caja,
y entonces ¡un beso 1 ¡El último beso!
Dí a mi madre muerta en su frente pálida...​

Y pasan los días,
y los años pasan,
y el calor de ese beso tan frío
aún en mis labios quema como un ascua.

Juan José Botero Ruiz



Inocencias

-María, dijo la madre,
entre sañuda y risueña:
de ti tan formal que has sido
ya me han dado muchas quejas.​

-¿Qué será, madre, por Dios?
-Cositas que no son buenas:
besas y abrazas a Luis,
cuando van para la escuela. ​

-Si, mamita.
-Y ¿de la gente
que pasa, no te avergüenzas?​

-Y cómo la palomita
que tengo en mi palomar
aunque la estén viendo todos
al palomita lo besa?​

-Sí... pero... pues... los palomos...
Porque las aves... son ellas...
Son... animalitos que
no tienen alma ni piensan.​

-No se confunda, mamita,
no vuelvo a hacer cosas feas:
si es malo besar a Luis
en la calle o en la escuela,
entonces nos besaremos
a escondidas en la huerta.

Juan José Botero Ruiz





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