Las cosas requieren orden. Sin eso, ¿qué sería del mundo?
Max Aub
Los muertos, página 10
MATILDE: Me quedé…
PRECLARO: ¿Por mí?
MATILDE: No sé.
PRECLARO: ¿Por miedo?
MATILDE: ¿Para qué volver la vista atrás? Hay gentes que nacen para quedarse siempre donde los pusieron. Quien nace de viento, quien nace de piedra. Nosotros nacimos en maceta.
PRECLARO: ¡Qué hermoso y qué profundo es esto que acaba usted de decir! ¿Me permite que lo emplee si la ocasión hace el caso?
Max Aub
Los muertos, página 19
MATILDE: Perdóneme. Me quedé traspuesta.
PRECLARO: No tiene por qué disculparse, es la calina.
MATILDE: Soñé.
PRECLARO: ¿Qué?
MATILDE: Que estaba muerta.
PRECLARO: Yo tengo la culpa.
MATILDE: Tal vez… ¿Qué hora es?
PRECLARO: Las ocho y media. Con tanto hablar se nos fue el tiempo. Charlando, charlando, se nos va la vida.
Max Aub
Los muertos, página 27
PRECLARO: ¡Qué tranquilidad! ¡Qué silencio! De verdad, a
estas horas, cuando no se oye nada, da la impresión de que estamos muertos. De
que no servimos para nada. De que no hemos servido para nada. De que podríamos
volver atrás con sólo querer.
Max Aub
Los muertos, página 27
Las mujeres en general, nunca habíamos contado gran cosa, en
ningún sentido; ahora parece que sí. No es que me haga ilusiones;
sencillamente, ahora es otra cosa; más adelante aun medraremos. Y para que vea,
eso sí cambia el mundo, más que todos los adelantos de los hombres.
Max Aub
Los muertos, página 31
MATILDE: Hay ocasiones en que las palabras no sirven para
gran cosa.
Max Aub
Los muertos, página 47
MATILDE: Siempre deciden por una.
PRECLARO: ¿Quién?
MATILDE: Los demás. Todos. Nadie hace nada si no está obligado a ello. Tenía que escoger entre el capitán y tú.
PRECLARO: Lo hiciste.
MATILDE: Sí.
PRECLARO: Te arrepentiste al día siguiente.
MATILDE: No. Pero ¿quién es capaz de no pensar en cómo hubieran rodado las cosas si hubieses hecho lo contrario de lo que hiciste?
Max Aub
Los muertos, página 47
MATILDE: A veces pienso que es al nacer cuando morimos.
PRECLARO: Otros lo dijeron.
MATILDE: No pretendo ser original.
PRECLARO: Lo eres. Siempre lo fuiste.
Max Aub
Los muertos, página 49
Tal vez al morir renazcamos en otro mundo más justo.
Max Aub
Los muertos, página 50
PRECLARO: ¿Qué mosca te picó? ¿A estas alturas quieres que
te ande haciendo cucamonas?
MATILDE: ¿Por qué no?
PRECLARO: ¿A nuestra edad?
MATILDE: ¿Tanto hemos de vivir para andar echando por la borda lo que nos pueda quedar?
PRECLARO: ¿No te das cuenta del ridículo?
MATILDE: ¿A ojos de quién?
PRECLARO: Acacia.
MATILDE: Y dale…
PRECLARO: Cuando éramos jóvenes…
MATILDE, interrumpiéndole: ¿Quién se acuerda de eso?
PRECLARO: Entonces nunca pensé que las personas mayores… que mis padres… que mis tíos… pudieran seguir haciendo el amor.
MATILDE: Es una idea que se te quedó grabada… Y los jóvenes, no mucho.
PRECLARO: ¿Me estás echando en cara…?
MATILDE: No. Siempre cumpliste, como un caballero.
PRECLARO: ¿Entonces?
MATILDE: ¿Por qué no sigues, no todos los días, pero sí de cuando en cuando acariciándome el pelo, al pasar; o tomándome la barbilla entre tus dedos, o besándome?
PRECLARO: Me parece fuera de lugar… y de tiempo…
MATILDE: Para lo demás, no.
PRECLARO: Es de noche.
MATILDE: ¿Te avergüenzas de mí?
PRECLARO: Bien sabes que eres mi mayor orgullo.
MATILDE: ¿Te avergüenzas de ti?
PRECLARO: Qué cosas se te ocurren.
MATILDE: ¿Entonces?
PRECLARO: No lo sé. Se va uno apagando. Pero te quiero…
MATILDE: Lo supongo. Pero sé lo que me cuesta arrancarte el que me lo digas: como una muela.
PRECLARO: ¡Qué exagerada eres!
MATILDE: ¿Crees? Tal vez tengas razón: toda la vida aquí, frente a esta ventana. La misma gente…
PRECLARO: Cada año cambian mis alumnos.
MATILDE: Pero sigue siendo lo mismo. Por eso no me besas: te basta con el pasado.
PRECLARO: Te dio fuerte hoy.
MATILDE: ¿Qué?
PRECLARO: El ramalazo.
MATILDE: ¿No tengo derecho a quejarme?
PRECLARO: ¿De qué? ¿Qué te ha faltado?
MATILDE: Nada. ¿Es que no tengo derecho a que me quieras, a que me lo digas, a que me acaricies, a que me duermas?
PRECLARO: ¿Hablas en serio?
MATILDE: Completamente. Ya lo sé: tengo sesenta años, vas a cumplir sesenta y tres. ¿Y qué? ¿No te sientes tan joven como cuando tenías veinte o treinta? Yo sí.
PRECLARO, un poco forzado: Yo también… Digamos un día a la semana.
MATILDE: ¿Entonces?
PRECLARO: No lo sé.
MATILDE: Se te va a hacer tarde.
PRECLARO, mirando el reloj: Tienes razón. Salvador y los demás deben de estar echando pestes.
Max Aub
Los muertos, página 52
MATILDE: Pestes… no está mal. Las mujeres, cuando hablan de
los hombres nunca pasamos de alabar su prestancia o su valor. En cambio, los
hombres os referís sin más a nuestros físicos.
PRECLARO: ¿Cómo lo sabes?
MATILDE: Todavía no somos ciegas ni sordas. Para nosotras cuentan más las condiciones morales.
PRECLARO: «El hombre cuando más feo más hermoso».
MATILDE: Decimos: Fulano es bueno. En cambio, de una mujer, que «está buena».
PRECLARO: Mira por dónde me das un ejemplo magnífico para explicar la diferencia fundamental entre ser y estar: es buena, está buena.
MATILDE: No seas grosero.
PRECLARO: No hago sino repetir o, a lo sumo, interpretar tus palabras.
MATILDE: Pues como intérprete no sirves.
PRECLARO: ¿Para qué sirvo?
MATILDE: Es lo que me pregunto muchas veces. No te ofendas. ¿Para qué sirvo? ¿Para qué sirves tú?
PRECLARO: Uno solo no sirve para nada, sino la relación entre uno y otro.
MATILDE: ¿Y si no hay relación?
PRECLARO: Siempre la hay, es la vida.
MATILDE: ¿Y si no la hubiera?
PRECLARO: No estaríamos aquí, ni tú ni yo.
MATILDE: ¿Estamos?
PRECLARO: Por lo menos somos.
MATILDE: Otra vez la diferencia entre ser y estar…
PRECLARO: Me dejas estupefacto, te desconozco.
MATILDE: Te parecerá estar en el Casino. Y en cuanto a eso de desconocerme, perdona que te diga que, para hacerlo, primero hay que conocer. Y no creo que me conozcas.
PRECLARO, suavemente: Hace cerca de medio siglo, Matilde.
MATILDE: Que me ves.
PRECLARO: Y te toco.
MATILDE: Como los ciegos. En serio, marido, ¿qué sabes de mí?
PRECLARO: Si no fuera una falta de respeto para tu santa madre —que en paz descanse diría que como si te hubiese parido.
MATILDE: No te diré que Santa Lucía te conserve la vista, ya que no se trata de eso, sino que el santo que sea te conserve el entendimiento, que, por otra parte, no debe de ser tan importante porque —que se sepa— no hay patrón de los inteligentes por serlo, ni de los maestros, como no sean carpinteros o albañiles. Los pobres de espíritu, en cambio, los tenemos a montones. Y anda a tus problemas con solución.
PRECLARO: Tienes razón.
MATILDE: Como siempre.
Max Aub
Los muertos, página 53 y siguientes
El mundo es como un teatro: hay que mirarlo desde fuera,
pensar que todos son actores.
Max Aub
Los muertos, página 58
MATILDE: Si todos fueran capitanes, ¿qué sería de ti?
CAPITÁN: Lo que soy: un capitán cualquiera al timón que le tocó en suerte.
MATILDE: ¿Y los marinos?
CAPITÁN: En la barca de la que te hablo no hacen falta: navega sola.
MATILDE: ¿Con qué rumbo?
CAPITÁN: Nada es más fácil que decir: «Veo el fin del mundo trazado en este mapa.» Es cómodo. Lo sería. Pero no hay tal: no hay fin del mundo. Y si éste se acabara, quedarían otros.
Max Aub
Los muertos, página 60
Hay quien vive y ni siquiera lo huele.
Max Aub
Los muertos, página 61
MATILDE: ¿Y qué es la vida?
RAMOYISTA: No tener miedo al mañana. Ser mañana.
Max Aub
Los muertos, página 63
MATILDE: Me parece que morir es lo único que le da sentido a
la vida… PRECLARO: No importa morir habiendo vivido. Lo duro es no haber hecho
nada que valga la pena.
Max Aub
Los muertos, página 79
MARCELINA: No comprendo tu tranquilidad. ¡Ni de luto te has
puesto todavía!
MATILDE: No será tiempo el que me falte. Y si me falta, mejor.
MARCELINA: Me parece que lo sientes menos que yo.
MATILDE: Los sentimientos no se miden por metros.
Max Aub
Los muertos, página 81
Hay quien viaja y es como si se quedara en casa.
Max Aub
Los muertos, página 63
La muerte no tiene la menor importancia, es una parte —tal
vez más necesaria— de la vida, su savia misma.
Max Aub
Los muertos, página 87
¿Por qué? ¿Por qué me sacaste de la matriz de mi madre? ¿Por
qué me hiciste vivir? ¿No hubiera sido mejor llevarme del vientre materno a la
sepultura? ¿Qué fueron mis días? ¿A quién, para qué aprovecharon? ¿En qué te
solazas? ¿De quién la culpa de que mis días fueran tan poca cosa? Déjame.
Déjame sola —¡sola! — antes de que me vaya para no volver a la tierra de
tinieblas, a la oscuridad misma. Pero antes de marchar permite que te pregunte
otra vez: ¿Por qué?
Max Aub
Los muertos, página 91
Los muertos, página 10
PRECLARO: ¿Por mí?
MATILDE: No sé.
PRECLARO: ¿Por miedo?
MATILDE: ¿Para qué volver la vista atrás? Hay gentes que nacen para quedarse siempre donde los pusieron. Quien nace de viento, quien nace de piedra. Nosotros nacimos en maceta.
PRECLARO: ¡Qué hermoso y qué profundo es esto que acaba usted de decir! ¿Me permite que lo emplee si la ocasión hace el caso?
Los muertos, página 19
PRECLARO: No tiene por qué disculparse, es la calina.
MATILDE: Soñé.
PRECLARO: ¿Qué?
MATILDE: Que estaba muerta.
PRECLARO: Yo tengo la culpa.
MATILDE: Tal vez… ¿Qué hora es?
PRECLARO: Las ocho y media. Con tanto hablar se nos fue el tiempo. Charlando, charlando, se nos va la vida.
Los muertos, página 27
Los muertos, página 27
Los muertos, página 31
Los muertos, página 47
PRECLARO: ¿Quién?
MATILDE: Los demás. Todos. Nadie hace nada si no está obligado a ello. Tenía que escoger entre el capitán y tú.
PRECLARO: Lo hiciste.
MATILDE: Sí.
PRECLARO: Te arrepentiste al día siguiente.
MATILDE: No. Pero ¿quién es capaz de no pensar en cómo hubieran rodado las cosas si hubieses hecho lo contrario de lo que hiciste?
Los muertos, página 47
PRECLARO: Otros lo dijeron.
MATILDE: No pretendo ser original.
PRECLARO: Lo eres. Siempre lo fuiste.
Los muertos, página 49
Los muertos, página 50
MATILDE: ¿Por qué no?
PRECLARO: ¿A nuestra edad?
MATILDE: ¿Tanto hemos de vivir para andar echando por la borda lo que nos pueda quedar?
PRECLARO: ¿No te das cuenta del ridículo?
MATILDE: ¿A ojos de quién?
PRECLARO: Acacia.
MATILDE: Y dale…
PRECLARO: Cuando éramos jóvenes…
MATILDE, interrumpiéndole: ¿Quién se acuerda de eso?
PRECLARO: Entonces nunca pensé que las personas mayores… que mis padres… que mis tíos… pudieran seguir haciendo el amor.
MATILDE: Es una idea que se te quedó grabada… Y los jóvenes, no mucho.
PRECLARO: ¿Me estás echando en cara…?
MATILDE: No. Siempre cumpliste, como un caballero.
PRECLARO: ¿Entonces?
MATILDE: ¿Por qué no sigues, no todos los días, pero sí de cuando en cuando acariciándome el pelo, al pasar; o tomándome la barbilla entre tus dedos, o besándome?
PRECLARO: Me parece fuera de lugar… y de tiempo…
MATILDE: Para lo demás, no.
PRECLARO: Es de noche.
MATILDE: ¿Te avergüenzas de mí?
PRECLARO: Bien sabes que eres mi mayor orgullo.
MATILDE: ¿Te avergüenzas de ti?
PRECLARO: Qué cosas se te ocurren.
MATILDE: ¿Entonces?
PRECLARO: No lo sé. Se va uno apagando. Pero te quiero…
MATILDE: Lo supongo. Pero sé lo que me cuesta arrancarte el que me lo digas: como una muela.
PRECLARO: ¡Qué exagerada eres!
MATILDE: ¿Crees? Tal vez tengas razón: toda la vida aquí, frente a esta ventana. La misma gente…
PRECLARO: Cada año cambian mis alumnos.
MATILDE: Pero sigue siendo lo mismo. Por eso no me besas: te basta con el pasado.
PRECLARO: Te dio fuerte hoy.
MATILDE: ¿Qué?
PRECLARO: El ramalazo.
MATILDE: ¿No tengo derecho a quejarme?
PRECLARO: ¿De qué? ¿Qué te ha faltado?
MATILDE: Nada. ¿Es que no tengo derecho a que me quieras, a que me lo digas, a que me acaricies, a que me duermas?
PRECLARO: ¿Hablas en serio?
MATILDE: Completamente. Ya lo sé: tengo sesenta años, vas a cumplir sesenta y tres. ¿Y qué? ¿No te sientes tan joven como cuando tenías veinte o treinta? Yo sí.
PRECLARO, un poco forzado: Yo también… Digamos un día a la semana.
MATILDE: ¿Entonces?
PRECLARO: No lo sé.
MATILDE: Se te va a hacer tarde.
PRECLARO, mirando el reloj: Tienes razón. Salvador y los demás deben de estar echando pestes.
Los muertos, página 52
PRECLARO: ¿Cómo lo sabes?
MATILDE: Todavía no somos ciegas ni sordas. Para nosotras cuentan más las condiciones morales.
PRECLARO: «El hombre cuando más feo más hermoso».
MATILDE: Decimos: Fulano es bueno. En cambio, de una mujer, que «está buena».
PRECLARO: Mira por dónde me das un ejemplo magnífico para explicar la diferencia fundamental entre ser y estar: es buena, está buena.
MATILDE: No seas grosero.
PRECLARO: No hago sino repetir o, a lo sumo, interpretar tus palabras.
MATILDE: Pues como intérprete no sirves.
PRECLARO: ¿Para qué sirvo?
MATILDE: Es lo que me pregunto muchas veces. No te ofendas. ¿Para qué sirvo? ¿Para qué sirves tú?
PRECLARO: Uno solo no sirve para nada, sino la relación entre uno y otro.
MATILDE: ¿Y si no hay relación?
PRECLARO: Siempre la hay, es la vida.
MATILDE: ¿Y si no la hubiera?
PRECLARO: No estaríamos aquí, ni tú ni yo.
MATILDE: ¿Estamos?
PRECLARO: Por lo menos somos.
MATILDE: Otra vez la diferencia entre ser y estar…
PRECLARO: Me dejas estupefacto, te desconozco.
MATILDE: Te parecerá estar en el Casino. Y en cuanto a eso de desconocerme, perdona que te diga que, para hacerlo, primero hay que conocer. Y no creo que me conozcas.
PRECLARO, suavemente: Hace cerca de medio siglo, Matilde.
MATILDE: Que me ves.
PRECLARO: Y te toco.
MATILDE: Como los ciegos. En serio, marido, ¿qué sabes de mí?
PRECLARO: Si no fuera una falta de respeto para tu santa madre —que en paz descanse diría que como si te hubiese parido.
MATILDE: No te diré que Santa Lucía te conserve la vista, ya que no se trata de eso, sino que el santo que sea te conserve el entendimiento, que, por otra parte, no debe de ser tan importante porque —que se sepa— no hay patrón de los inteligentes por serlo, ni de los maestros, como no sean carpinteros o albañiles. Los pobres de espíritu, en cambio, los tenemos a montones. Y anda a tus problemas con solución.
PRECLARO: Tienes razón.
MATILDE: Como siempre.
Los muertos, página 53 y siguientes
Los muertos, página 58
CAPITÁN: Lo que soy: un capitán cualquiera al timón que le tocó en suerte.
MATILDE: ¿Y los marinos?
CAPITÁN: En la barca de la que te hablo no hacen falta: navega sola.
MATILDE: ¿Con qué rumbo?
CAPITÁN: Nada es más fácil que decir: «Veo el fin del mundo trazado en este mapa.» Es cómodo. Lo sería. Pero no hay tal: no hay fin del mundo. Y si éste se acabara, quedarían otros.
Los muertos, página 60
Los muertos, página 61
RAMOYISTA: No tener miedo al mañana. Ser mañana.
Los muertos, página 63
Los muertos, página 79
MATILDE: No será tiempo el que me falte. Y si me falta, mejor.
MARCELINA: Me parece que lo sientes menos que yo.
MATILDE: Los sentimientos no se miden por metros.
Los muertos, página 81
Los muertos, página 63
Los muertos, página 87
Los muertos, página 91
No hay comentarios:
Publicar un comentario