Lord Berners

"La agitación anímica que padecía devenía verbalmente en una incisiva conflagración verbal que amenazaba con lacerar el cerebro de sus interlocutores, de forma que tras un lapso éstos sentían el continuo y abrasador devaneo de una pianola o un rallador de nuez moscada. Su mera presencia impedía absolutamente concentrarse o recurrir a cualquier vestigio de pensamiento. A menudo vociferaba durante horas y horas desde un extremo a otro de la casa, estando plenamente convencido de que todo el mundo debía escucharle. Perturbaba la paz del lar del mismo modo que un dictador moderno arrasaría la faz de Europa.
A pesar de ser plenamente consciente, se las componía para, presa de pura maldad, dar la impresión contraria, especialmente en las casas de otras personas. Se encaminaba hasta una cortina o la pata de una mesa y olisqueaba, desaparecía tras un sofá o se sentaba en cuclillas de una manera muy equívoca.
Nadie podría acusarle de cobardía. Se mostraba, en su estrechez, tan furibundo como un tigre, tan valiente como un león y era capaz de morder a la gente o golpear a los perros a la menor provocación. Sus mordeduras, como Millicent subrayó con tanta frecuencia, eran relativamente indoloras. Sólo lo hacía por diversión, matizaba ella, sorprendiéndose de que esto no aumentara su afecto hacia él.
Carecía de restricciones tanto en el amor como en la inquina y la forma ostensible en que hacía patentes ambos resultaba un tanto embarazosa. Estas manifestaciones no se limitaban únicamente a la especie canina sino que también los visitantes un tanto tímidos a menudo quedaban desconcertados por sus atenciones.
A pesar incluso de todos estos inconvenientes, Mr. Pidger, en opinión de la señorita Millicent, representaba la encarnación de todas las virtudes humanas y caninas, don al que ella había decidido consagrar su vida, y en la medida que fuera posible, la vida de los demás."

Gerald Hugh Tyrwhitt-Wilson, Lord Berners
Percy Wallingford and Mr. Pidger



"Los Rosens formaban una pareja inusual. A pesar de haberse dedicado por entero el uno a la otra durante cuarenta años parecía, sin embargo, existir entre ellos un estado de perpetua tensión nerviosa, siendo más evidente cuando uno de los dos tomaba la palabra. Ambos eran extremadamente locuaces y, mientras Madame parloteaba, Monsieur solía tararear para sí, tocando la mesa con los nudillos. Llegado el turno de Monsieur, Madame solía cerrar sus ojos agresivamente. Ambos tenían el pésimo hábito de corregir las afirmaciones del otro.
Pertenecían a esa clase de gente que puede ser considerada "desafortunada" en el verdadero sentido de la palabra. La vida parecía cebarse sobre ellos a través de pequeños percances, generalmente de carácter cómico. Eran las víctimas propiciatorias de las prosaicas divinidades del ridículo y Arlequín. Si Gustave volcaba la salsa, seguro que arruinaba el vestido blanco de Madame de Rosen. Si había algún agujero en la alfombra, el pie de Monsieur de Rosen quedaría atrapado y en una ocasión, después de un partido de whist, Madmoiselle Baghdad inadvertidamente tiró sin querer su silla desde la distancia justo cuando estaba a punto de sentarse, de modo que, estrepitosamente, Monsieur dio con toda su osamenta en el suelo. En caso de ir de picnic en un agradable día semanal se sentarían sobre un nido de avispas o pisarían los excrementos de algún bóvido."

Lord Berners
The Chateau de Résenlieu


"Mi padre era mundano, cínico, intolerante con cualquier tipo de inferioridad, reservado y dueño de sí mismo. Mi madre era poco mundana, ingenua, impulsiva e indecisa, y en presencia de mi padre siempre estaba en su peor momento."

Lord Berners









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