Tomás Borrás y Bermejo

"A la madre la habían confiado los dioses el secreto: “Mientras alimentes la llama de esa hoguera, tu hijo vivirá”. Y la madre, infatigable, sostenía el fuego, vigilándolo, sin permitir que disminuyese en intensidad ni altura.
Así pasaron los años. La madre, arrodillada ante el lar, veía cómo las ascuas alargaban sus alegres brazos escarlata, garantía de la vitalidad de su hijo. Sin dormirse, hora tras hora, agregaba al montón caliente nuevos troncos, en vela de su hermosa calentura.
Un día, por la puerta abierta que daba a los campos, entró una joven blanca, sonriente y hermosa, de paso seguro y ojos que miraban con gozo y fe al porvenir. Sin hablarle, ayudó a levantarse a la madre, sorprendida, le hizo un ademán de adiós, y se arrodilló ante el lar, a nutrir ella, la crepitante llamarada.
La madre no preguntó. Súbitamente comprendía que era su revelo, que estaba obligada a ceder el turno a la desconocida, a la que se encargaba desde entonces de sostener el alimento de la incesante llama para que viviera su hijo.
Y, también en silencio, se salió de la casa y no se fue lejos; sólo donde podía prudentemente contemplar el humo delicado disolviéndose en el delicado azul."

Tomás Borrás y Bermejo
Mitología de un hecho constante


Definición

   "El profesor de derecho político interpuso los lentes entre el programa y su rostro.
   —“Democracia. Sistema democrático” —leyó.
   Los alumnos afilaban sus lápices y el profesor afilaba el brillo de sus lentes sobando los cristales con el pañuelo.
   —Comprenderán ustedes el sistema democrático, mejor que con una explicación difusa, con un ejemplo concreto.
   Tocó el timbre y, a la llamada, abrió la puerta el bedel.
   —Traiga el paquetito.
   El bedel volvió al instante con un plato y un envoltorio. Levantóse el profesor a dejar el plato en el suelo; del envoltorio sacó unas berzas y un trozo de solomillo; refregó los vegetales con la carne, untándolos en grasa, y, después de guardar el trozo sangrante, echó las berzas en el plato. Los alumnos tomaban notas.
   —Ahora, traiga el perro —ordenó el profesor al bedel.
   Un chucho hambriento entró husmeando. El olor de la carne atrajo su nariz. Apreció el sabor de las berzas y se las comió glotonamente.
   —Señor Espejo —invitaba el profesor al más listo de la clase—, díganos en qué consiste el sistema democrático.
   El más listo de la clase se puso en pie:
   —Democracia es el arte que usan los políticos para que el pueblo trague berzas creyendo que come solomillo.
   El Profesor interceptó con los lentes el camino de su mirada al programa.
   —Muy bien. Pasemos a otra lección —dijo, sin más comentario."

Tomás Borrás y Bermejo


La buena educación

   "Llegó la señora de visita y sus amigos la recibieron con sus acostumbrados distinguidos modales; el padre, la madre y los tres hijos mayores, semicírculo de actitudes atentas hacia la señora, puesta en el centro del sofá frente a la curva de sillones.
   —¡Oh, sí, los sueños son muy raros! Anoche, precisamente, soñé que me había convertido en vaca. Pues, nada, que me despertaba y, sin saber cómo, yo era una vaca. Y arreglaba el cuarto y salía a la calle, iba de compras y, lo inaudito, yo era una vaca…
   —Sí, los sueños son tremendos —aseveró la dueña de la casa.
   —Tremendos —reforzó el cabeza de familia.
   —Los sueños… Algunos sueños… Hay sueños… —conjugaban entre dientes los tres hijos mayores.
   Al despedirse la señora, le hicieron desde la puerta las habituales ceremonias de urbanidad. Y cada cual se dirigió a su cuarto, sin comentar —hubiera sido de mala educación— que, en efecto, la señora aquélla se había convertido en vaca."

Tomás Borrás y Bermejo


"Queda prohibida la proyección cinematográfica en otro idioma que no sea el español. El doblaje deberá realizarse en estudios españoles que radiquen en territorio nacional y por personal español."

Tomás Borrás y Bermejo


Tal como están las cosas

  " Las grandes dolencias y las especialidades costaban un ojo de la cara, y las del ojo de la cara el otro ojo de la cara. Estar enfermo de cuidado no lo soportaban más que los ricachos. Lizásaro visitaba, uno tras otro, doctores y más doctores. Presentábanle cuadros clínicos, le explicaban las mejores complicaciones, las intervenciones quirúrgicas de postín con cuya relación podría enorgullecerse ante los amigos y achicarlos… Nada soportable por su escuálida cartera. Una enfermedad baratita no la había. ¡Ha subido tanto el precio de cualquier menudencia! Cuanto más, mercancía tan importante como ponerse enfermo. Así cavilaba Lizásaro.
   Por fin, encontró un médico que le dejaba una dispepsia, medio año de enfermedad, en setecientas cincuenta y tres pesetas, fármacos incluidos. Decidióse el empleadillo con gesto de satisfacción. Ya su dinero podía hacer frente a una dolencia. Doce años de salud; era seguro que quebrase. A esperar la dispepsia, que es oculta y elegante. Tal como están las cosas —seguía cavilando— ni podía elegir ni aspirar a más. Los pobres se deben conformar. Y menos mal que no tuvo que humillarse a escoger unos sabañones, tan ordinariazos: sesenta y cuatro pesetas en la tarifa…"

Tomás Borrás y Bermejo






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