"A partir de ahí me dio la corazonada de que si yo iba al bosque Shinoda podría encontrarme con mi madre. Creo que fue hacia mi segundo o tercer año de escuela elemental cuando sin decir ni una palabra en casa salí de tapadillo, invitando a un amigo de mi mismo curso, y viajé hasta allí. Es un sitio bastante incómodo; aun ahora, tras bajarse del tren de Nankai hay que caminar casi dos kilómetros; y ni siquiera sé si en aquel entonces había tren que acortara el camino. Creo recordar que hicimos un buen trecho en una tartana desvencijada, y que después nos hartamos de andar. Llegados al lugar, vimos que en medio de un bosque de alcanforeros gigantes se alzaba el santuario de la diosa Inari, la de hojas de arruruz, y allí estaba el pozo llamado “espejo de la princesa de arruruz”. Me puse a contemplar las pinturas expuestas en la sala de exvotos; entre ellas vi la escena de la madre separándose de su hijo, y también un retrato enmarcado de Jakuemon o de alguien por el estilo; lo cual me proporcionó algún consuelo. Salí del bosque, y en el camino de vuelta, desde las oscuras viviendas campesinas se filtraba hasta mis oídos ese ruido de siempre que hacen los telares: tris-tras, tris-tras…, provocándome una inmensa añoranza. Tal vez esta ruta atravesaba la zona textil del algodón de Kawachi, y allí abundarían los telares. De todos modos no podría decir hasta qué punto ese ruido venía a colmar el vacío de mi nostalgia.
Sin embargo, lo que me resulta extraño es que el blanco continuo de mis anhelos era especialmente mi madre, y que mi padre no lo era tanto. Con todo, es de considerar que como mi padre la había precedido en morir, podía quedar alguna remota probabilidad de que la imagen de mi madre permaneciera en mi memoria, mientras que en el caso de mi padre, eso era imposible. Enfocándolo desde ese punto de vista, el cariño que sentía por mi madre era como la atracción vagamente experimentada por el misterio de la mujer, o bien —por decirlo de una vez— ¿no tendría que ver con el brote del amor en plena adolescencia?
Y esto, porque para mí, la que fue mi madre en el pasado, y la que en el futuro haya de ser mi mujer, son las dos igualmente ese “misterio de la mujer”, que en ambos casos está ligado a mi destino por un hilo invisible. Después de todo, este estado de ánimo será también compartido en su grado por cualquiera, aun cuando no se encuentre en mis circunstancias."

Junichiro Tanizaki
Enredadera de Yoshino


“Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no es la belleza auténtica. No obstante, como decía anteriormente, nosotros los orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes.”

Junichiro Tanizaki




“Como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.”

Junichiro Tanizaki




“Creo que el odio, al igual que el amor, brota de una fuente mucho más profunda que el interés práctico o la conciencia moral. Yo no sabía odiar de verdad hasta que descubrí el instinto sexual.”

Junichiro Tanizaki





“Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias.”

Junichiro Tanizaki


“Deja a un lado la humildad. Sabes muy bien cuánto vale tu belleza. Encuentro misterio en cada una de las partes de tu cuerpo. Veo brotar desde el fondo de tus pupilas una fuente inagotable de ternura y sensualidad. En la comisura de tus labios florece la mala hierba que seduce a los hombres como si se tratara de una flor carnívora. Lo que toques con tus manos o con tus pies se ilumina de júbilo, así como se va purificando el suelo al paso de los dioses.”

Junichiro Tanizaki



"Durante mucho tiempo Seikichi había acariciado el deseo de llevar a cabo una obra maestra sobre la piel de una mujer hermosa. Tal mujer debía sobresalir por su carácter además de por su belleza. Una cara bonita y un bello cuerpo no eran atractivos suficientes para satisfacerle. Aunque pasó revista a todas las beldades que reinaban en el barrio alegre de Edo, no halló ninguna que se adaptase exactamente a sus deseos. Tras varios años sin éxito, el rostro y la figura de la mujer perfecta continuaban obsesionándole, pues se negaba a renunciar a sus esperanzas.
Una noche de verano, durante el cuarto año de su búsqueda, Seikichi pasaba ante el restaurante Hirasei, en el distrito Fukagawa de Edo, no lejos de su propia casa, cuando vio un pie femenino, blanco como la leche, bajo la cortina de un palanquín que se alejaba. Para sus ojos perspicaces, un pie humano era tan expresivo como una cara. Aquél era una pura delicia, dedos exquisitamente cincelados, uñas como conchas iridiscentes de la costa de Enoshima, un talón con redondez de perla, una piel tan lustrosa que parecía bañada en las límpidas aguas de un manantial montañoso. Aquél era un pie para ser alimentado con la sangre de los hombres, un pie para hollar sus cuerpos. Pertenecía con toda seguridad a aquella mujer única que le había rehuido durante tanto tiempo. Con el ansia de ver su rostro, Seikichi empezó a seguir el palanquín, pero tras ir a su zaga por varias calles y avenidas, súbitamente lo perdió de vista.
El deseo tanto tiempo contenido de Seikichi se convirtió en amor apasionado. Una mañana, al término de la siguiente primavera, se hallaba en la terraza de bambú de su casa en Kukagawa, contemplando un tiesto de lilas omoto, cuando oyó a alguien en la puerta del jardín. Por la esquina del muro inferior apareció una joven. Había venido para una diligencia de una amiga de Seikichi, una geisha del cercano barrio de Tatsumi.
[...]
Ella se había levantado para marcharse, pero Seikichi la tomó de la mano y la condujo escaleras arriba hacia el estudio, que daba sobre el ancho río. Después trajo dos pinturas enrolladas y extendió una ante ella.
Representaba a una princesa china, la favorita del cruel emperador Chou, de la dinastía Shang. Recostada con una pose lánguida contra un baldaquín, con la larga falda de su rico ropaje de brocado que se arrastraba sobre un tramo de escalera, su cuerpo esbelto era casi incapaz de soportar el peso de la corona de oro adornada con coral y lapislázuli. En la mano derecha sostenía una gran copa de vino, que llevaba a sus labios mientras su vista descendía hacia un hombre al que iban a torturar en el jardín. Llevaba las manos y pies encadenados a una columna hueca de cobre, en la que se encendería una hoguera. Ambos, la princesa y su víctima —la cabeza inclinada ante ella, los ojos cerrados, dispuesto a enfrentarse con su destino—, estaban retratados con terrorífica veracidad.
Cuando la muchacha vio aquella extraña pintura, sus labios temblaron y sus ojos empezaron a brillar. Gradualmente su rostro fue adquiriendo un curioso parecido con el de la princesa. Descubría en los rasgos del dibujo su propia personalidad."

Junichiro Tanizaki
Tatuaje




“El mundo imaginario que brota de mi alma perniciosa es sólo comparable al altar de un recinto sagrado.”

Junichiro Tanizaki


“En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. Al occidental que lo ve le sorprende esa desnudez y cree estar tan sólo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra.”

Junichiro Tanizaki
  


"Encuentra la belleza no solo en la cosa en sí, sino en el patrón de las sombras, la luz y la oscuridad que esa cosa proporciona."

Jun'ichirō Tanizaki o Junichiro Tanizaki


"Esta mañana, cuando faltaba poco para el amanecer —sería alrededor de las cinco—, he oído a un grillo que cantaba no sé dónde. Era solo un chirrido débil y yo estaba medio dormido, pero le he oído seguir y seguir. Estamos ya en la estación de los grillos; aun así, se hacía raro oírlo desde mi habitación. Aunque de vez en cuando los tenemos en el jardín, sería difícil que yo pudiera oírlos desde la cama. He pensado si no se me habría metido en el dormitorio.
Me ha recordado la infancia. Vivíamos en Honjo, yo tenía cinco o seis años, y cuando estaba acostado, en brazos de la niñera, sonaba un grillo justo en el exterior. Podía ser que estuviera escondido detrás de una losa del jardín, o bajo la baranda, y desde allí chirriaba su nota aguda y clara. Nunca había más de uno, nunca eran las multitudes que se reúnen cuando hay grillos campana o grillos de pinar. Pero aquel único insecto tenía un sonido verdaderamente agudo y penetrante. Mi niñera, en cuanto lo oía, decía: «¡Escucha, Tokusuke! Ya ha llegado el otoño. ¡Canta un grillo!». E imitaba su canto con algunas sílabas sin sentido. «¿No es así como hace? ¡Cuando oyes eso, ya es otoño!».
Tal vez fuera solo mi imaginación, pero al oírla yo sentía que por las mangas de algodón blanco de mi kimono de dormir se colaba un escalofrío. No me gustaban los kimonos tiesos, pero el que vestía por las noches tenía siempre el característico olor agridulce del almidón. Ese olor, y el chirrido del grillo y el escalofrío de una mañana de otoño, han quedado unidos en mi mente como un recuerdo distante y borroso. Todavía ahora, cuando tengo setenta y siete años, unos pocos chirridos al amanecer hacen revivir aquel viejo recuerdo del olor a almidón, la manera de hablar de mi niñera, el tacto en la piel de un kimono de noche almidonado. A medias soñando, siento como si estuviera todavía en nuestra casa de Honjo, todavía acostado en brazos de mi niñera.
Pero esta mañana, según se me ha ido despejando la cabeza, me he dado cuenta de que lo estaba oyendo dentro de este cuarto que me es tan conocido, donde mi cama tiene al lado la de la enfermera Sasaki. De todos modos resultaba extraño. No iba a haber un grillo en mi habitación, ni era probable que me llegara el sonido de uno del exterior, con todas las puertas y ventanas cerradas. Sin embargo, chirriaba, de eso no había duda. Agucé el oído todo lo que pude. ¡Ah, era eso! Traté de escuchar mejor. Claro que sí, era eso lo que oía.
Estaba oyendo el sonido de mi propia respiración. Esta mañana el aire estaba seco, mi vieja garganta se había resecado y tenía la impresión de estar quedándome frío; el resultado era que cada vez que aspiraba o espiraba emitía un chirrido. No estaba claro si me salía de la garganta o de la parte de atrás de la nariz, pero aparentemente se producía al pasar mi respiración por determinado punto de esa zona. Sonaba como si viniera de fuera de mi cuerpo; no podía creer que yo mismo fuera el origen de aquella nota diminuta de grillo. Pero si aspiraba y espiraba deliberadamente, era inequívoco. Fascinado, empecé a hacerlo una y otra vez. Cuando respiraba más fuerte, el sonido subía de volumen, como si tocara un silbato."

Junichiro Tanizaki
Diario de un viejo loco



"Hoy Kimura vino hacia las cuatro y media y nos trajo unas huevas de mújol que le habían enviado sus padres desde su ciudad natal. Después de charlar con Toshiko e Ikuko durante una hora más o menos, Kimura se levantó para marcharse. En ese momento yo bajé de mi estudio y le pedí que se quedara a cenar. Él aceptó enseguida, diciendo que estaría encantado, y se puso cómodo. Volví arriba, mientras Toshiko preparaba la cena. Mi mujer permaneció en la sala de estar con él.
No teníamos nada especial que ofrecerle, excepto las huevas que él mismo había traído y un poco de sushi de carpa que Ikuko compró ayer en el mercado de Nishiki, por lo que empezamos a tomar coñac y a picar esas cosas. A Ikuko no le gustan los dulces, sino lo que suele agradar a los bebedores, y en especial el sushi de carpa, mientras que a mí me gusta tanto lo dulce como lo salado, aunque el sushi de carpa no me hace mucha gracia. En casa sólo lo come mi mujer. También a Kimura, que es de Nagasaki, le gustan las huevas de mújol, pero no el sushi de carpa.
Hasta hoy Kimura nunca nos había hecho un regalo, y con ese gesto parece haber buscado que le invitáramos a cenar. Me pregunto qué se propone. ¿Cuál de ellas le atrae, Ikuko o Toshiko? Si yo estuviera en su lugar y hubiera de decir cuál de las dos me parece más atractiva, no tengo la menor duda de que, a pesar de su edad, elegiría a la madre. Pero no sé qué pensará Kimura. Tal vez su verdadero propósito sea ganarse la voluntad de Toshiko. Puesto que ella no parece nada entusiasmada, puede que esté tratando de mejorar sus posibilidades congraciándose con Ikuko...
Pero ¿qué es lo que yo pretendo, ya que estoy en ello? ¿Por qué he invitado de nuevo a Kimura a cenar esta noche? Debo admitir que mi propia actitud ha sido bastante extraña. Hace cosa de una semana, el día 7 por la noche, ya estaba un poco celoso... tal vez más que un poco... de Kimura. (Creo que este sentimiento se inició hacia finales de año.) Sin embargo, ¿no es cierto que he gozado de ello en secreto? Tales sentimientos siempre me han proporcionado un estímulo erótico y, en cierto sentido, son tan necesarios como agradables para mí. Esa noche, estimulado por los celos, logré satisfacer a Ikuko. Me doy cuenta de que Kimura está resultando indispensable en nuestra vida sexual. No obstante, quisiera advertirla, aunque no tenga ninguna necesidad de hacerlo, de que no vaya demasiado lejos con él. No es que no deba existir un factor de riesgo; y, en realidad, cuanto mayor sea el peligro, tanto mejor. Quiero que ella me vuelva loco de celos. Deseo que me haga sospechar que ha ido demasiado lejos. Quiero que haga eso.
De todos modos, ella debe darse cuenta de que lo que le pido, por difícil y escandaloso que pueda parecer, redundará en beneficio de su propia felicidad."

Junichiro Tanizaki
La llave



"La galería presentaba más o menos el mismo aspecto un año y otro, con la señora y su reunión de músicos y doncellas en un banquete consagrado a la contemplación de la luna. Lo que yo vi el primer año se me ha juntado con lo que vi en los años siguientes, pero cada año era más o menos como le acabo de contar. Ya veo, dije, arrastrado a aquel mundo de recuerdos. ¿Y qué mansión era aquélla? Su padre tendría alguna razón para ir allí todos los años. ¿Razón?, dijo el hombre tras cierto titubeo. No tengo inconveniente en decirle la razón, pero apenas nos conocemos y temo que sería un abuso seguir reteniéndole. Sentiría no conocer el resto después de lo que he oído; hable sin reparo. Muchas gracias. Ya que es usted tan amable, se lo contaré. Volvió a sacar la calabaza. Hablando de restos, nos queda un poco de sake. Vamos a acabarlo antes de continuar. Me pasó el vasito, y una vez más el sake hizo su agradable gorgoteo al salir de la calabaza."

Junichiro Tanizaki
El cortador de cañas


“La textura de tu piel es tan tersa y sensual que embriaga a los hombres como una dulce melodía...”

Junichiro Tanizaki



“Lo que más me mortificó de aquel escándalo fue el deterioro que sufrió mi sentimiento de superioridad. No me importa tanto que la gente del común me trate de estafador, malvado o sinvergüenza. Ya que me es innata —lo reconozco abiertamente— esta inclinación hacia lo inmoral, me sientan muy bien tales calificativos. Pero por más malvado o sinvergüenza que lograra ser, pude seguir considerándome como miembro de una clase privilegiada de la sociedad, gracias a mi vocación artística y al nivel intelectual, a mi juicio muy superior al de las personas normales.”

Junichiro Tanizaki




“Los chinos también aprecian esa piedra llamada jade: ¿Acaso no es preciso ser extremo-oriental, como nosotros, para encontrar atractivos esos bloques de piedra extrañamente turbios que atesoran en lo más recóndito de su masa unos fulgores fugaces y perezosos, como si se hubiese coagulado en ellos un aire varias veces centenario? ¿Qué es lo que nos atrae en esa piedra que no tiene ni el colorido del rubí o de la esmeralda ni el brillo del diamante? Lo ignoro, pero ante esa turbia superficie, siento que esta piedra es específicamente china, como si su cenagoso espesor estuviese formado de aluviones depositados lentamente desde el pasado lejano de la civilización china, y tengo que reconocer que no me sorprende la predilección de los chinos por esos colores y sustancias.”

Junichiro Tanizaki



“Los únicos que conocen la verdadera soledad son los criminales. Su soledad es una lúgubre tiniebla, toda oscura, sin ningún toque de luz ni rastro de iluminación, en la cual la moral y la religión están vedadas desde el comienzo.”

Junichiro Tanizaki


“Nuestros contemporáneos, que viven en casas claras, desconocen la belleza del oro. Pero nuestros antepasados, que vivían en mansiones oscuras, experimentaban la fascinación de ese espléndido color, pero también conocían sus virtudes prácticas. Porque en aquellas residencias pobremente iluminadas, el oro desempeñaba el papel de un reflector. En otras palabras, el uso que se hacía del oro laminado o molido no era un lujo vano, sino que, merced a la razonable utilización de sus propiedades reflectantes, contribuía a dar todavía más luz. Si se admite esto se comprenderá el extraordinario favor de que gozaba el oro: mientras que el brillo de la plata y de los demás metales se apaga muy deprisa, el oro en cambio ilumina indefinidamente la penumbra interior sin perder nada de su brillo.”

Junichiro Tanizaki



"Para aclarar lo que quería decir con ello, señaló con el dedo un poste de la luz con una bombilla encendida en pleno día."¡Einstein es judío, por eso se fija en esos detalles!", añadió Yamamoto como comentario; pero, a pesar de todo, en comparación, si no con América, al menos con Europa, Japón utiliza el alumbrado eléctrico sin reparar en gastos. A propósito de Ishiyama, he aquí otra historia curiosa: dudaba yo sobre el lugar que elegiría ese año para ir a ver la luna de otoño y me decidí finalmente por el monasterio de Ishiyama, pero la víspera de la luna llena leí en el periódico una noticia en la que se informaba que para aumentar el disfrute de los visitantes que fueran al monasterio al día siguiente por la noche para contemplar la luna, habían colocado por los bosques una grabación de la Sonata al Claro de Luna. Esta lectura me hizo renunciar al instante a mi excursión a Ishiyama. Un altavoz es un azote en sí mismo, pero yo estaba convencido de que si se había llegado a eso, sin duda alguna también habrían iluminado la montaña con bombillas distribuidas artísticamente para crear ambiente. Ya en otra ocasión me habían estropeado el espectáculo de la luna llena: un año quise ir a contemplarla en barca al estanque del monasterio de Suma, en la quinceava noche, así que invité a algunos amigos y llegamos cargados con nuestras provisiones para descubrir que en torno al estanque habían colocado alegres guirnaldas de bombillas eléctricas multicolores: la luna había acudido a la cita, pero era como si ya no existiera. Hechos como éste demuestran el grado de intoxicación al que hemos llegado, hasta el punto de que parece que nos hayamos hecho extrañamente inconscientes de los inconvenientes del alumbrado abusivo. Se alegará que peor para los amantes del claro de luna, pero en las casas de citas, los restaurantes, los albergues, los hoteles, ¡qué derroche de luz eléctrica! Admito sin problema que, en cierta medida, es necesaria para atraer a la clientela, pero de todos modos, ¿para qué sirve encender las lámparas en verano, cuando todavía es de día, si no es para que haga más calor? Dondequiera que vaya en verano, esta manía me llena de consternación."

Junichiro Tanizaki
Elogio de la sombra



“Por lo tanto no parece descabellado pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento. Nuestros antepasados, que lo poetizaban todo, consiguieron paradójicamente transmutar en un lugar del más exquisito buen gusto aquel cuyo destino en la casa era el más sórdido y, merced a una estrecha asociación con la naturaleza, consiguieron difuminarlo mediante una red de delicadas asociaciones de imágenes. Comparada con la actitud de los occidentales que, deliberadamente, han decidido que el lugar era sucio y ni siquiera debía mencionarse en público, la nuestra es infinitamente más sabia porque hemos penetrado ahí, en verdad, hasta la médula del refinamiento.”

Junichiro Tanizaki



“(...) Precisamente esa luz indirecta y difusa es el elemento esencial de la belleza de nuestras residencias. Y para que esta luz gastada, atenuada, precaria, impregne totalmente las paredes de la vivienda, pintamos a propósito con colores neutros esas paredes enlucidas. Aunque se utilizan pinturas brillantes para las cámaras de seguridad, las cocinas o los pasillos, las paredes de las habitaciones casi siempre se enlucen y muy pocas veces son brillantes. Porque si brillaran se desvanecerían todo el encanto sutil y discreto de esa escasa luz.”

Junichiro Tanizaki



“¿Será verdad hasta cierto punto que no hay frontera definitiva entre lo bueno y lo malo? Obviamente, se trata de una cuestión de grado, pero tampoco estoy convencido de que la diferencia entre los buenos y los malos sea tan ambigua, como creería mucha gente ordinaria. Hay criterios que nos posibilitan delimitar claramente las dos categorías.”

Junichiro Tanizaki


"Shunkin era una mujer de costumbres exigentes e impecable en su apariencia. Se cambiaba a diario y hacía limpiar a fondo sus habitaciones por la mañana y por la tarde; antes de tomar asiento pasaba atentamente las yemas de los dedos sobre los almohadones y las esteras del suelo, porque no soportaba la más leve mota de polvo. Se cuenta que un alumno suyo que tenía problemas de digestión fue un día a clase con mal aliento. Shunkin dio un toque ominoso a la tercera cuerda de su samisen, depositó el instrumento a sus pies y se quedó, con el ceño fruncido, sin decir palabra. El alumno, azorado, preguntó tímidamente si pasaba algo. Cuando lo preguntó por segunda vez, ella repuso: «Yo seré ciega, pero el olfato me funciona perfectamente. ¡Ve a enjuagarte la boca!».
Quizá Shunkin tuviera la manía de la limpieza por su falta de visión, pero que una mujer descontentadiza sea además ciega multiplica infinitamente las dificultades de quienes la atienden. La tarea de servirle de lazarillo no se reducía a llevarla de la mano aquí y allá. Había que ocuparse de todos los pormenores de su vida cotidiana: darle de comer y de beber, levantarla y acostarla, bañarla, llevarla al aseo y así sucesivamente. Y como Sasuke venía teniendo encomendados todos esos menesteres desde que Shunkin era niña, y entendía todas sus rarezas, nadie más podía desempeñarlos a su gusto. En ese sentido más que en el fisiológico, Sasuke era indispensable.
Además, en la casa de Dosho-machi Shunkin había vivido sometida a la influencia restrictiva de sus padres, hermanos y hermanas; pero cuando se vio ama y señora sus melindres y caprichos fueron de mal en peor, y las obligaciones de Sasuke se hicieron aún más gravosas.
Debo a Shigizawa Teru algunos detalles que lógicamente se omitieron de la Vida. «Incluso en el cuarto de baño, mi señora nunca se lavaba ella misma las manos», me contó. «Shunkin no estaba acostumbrada a hacer esa clase de cosas sola; todo se lo hacía Sasuke. Incluso la bañaba. Se dice que hay grandes damas que ven como lo más natural que la servidumbre las lave de la cabeza a los pies, y no les da ningún pudor; así era la actitud de mi maestra hacia Sasuke. Quizá fuera por ser ciega, pero yo pienso que estaba tan habituada a que cuidaran de ella, al cabo de tantos años, que no se paraba a pensar. Era también muy coqueta. Aunque no se hubiera visto en un espejo desde que era niña, no tenía la menor duda de su belleza. Gastaba tanto tiempo como la que más en elegir la ropa, o en peinarse y maquillarse.»
Yo me imagino que la poderosa memoria de Shunkin retendría durante mucho tiempo la imagen de su hermosura cuando era una niña de ocho años. Además, rodeada siempre de cumplidos y alabanzas, sabía muy bien que era hermosa. De ahí que dedicara horas sin cuento al cuidado de su aspecto."

Junichiro Tanizaki
Retrato de Shunkin



“Todavía no conozco el amor. No creo que llegue a tener novio. —En el momento en que conozcas a la persona de la que te estoy hablando, conocerás el amor. Ése es tu destino.”

Junichiro Tanizaki




“Un amante de la arquitectura que quiera construirse en la actualidad una casa en el más puro estilo japonés tendrá que preparase a sufrir numerosos sinsabores con la instalación de la electricidad, el gas y el agua y, aunque no haya pasado personalmente por la experiencia de construir, bastará con que entre en la sala de una casa de citas, de un restaurante o de un albergue para apreciar el esfuerzo empleado en integrar armoniosamente tales dispositivos en una estancia de estilo japonés.”

Junichiro Tanizaki



“Un pabellón de té es un lugar encantador, lo admito, pero lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés. Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega un olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shòji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir.”

Junichiro Tanizaki



"Uno es capaz de llorar a cántaros hasta en una miserable obra de teatro. Las lágrimas no prueban de ninguna manera la honestidad o el afecto."

Junichiro Tanizaki


"Volvimos hasta Umezono, nos dimos un fuerte apretón de manos y nos separamos, tras quedar en reunirnos allí siempre que ocurriera algo importante.
No sé por qué, una vez que me encontré camino de casa, el corazón empezó a latirme como loco de puro gozo. ¿Tanto me amaba Mitsuko? ¿Mucho más que a Watanuki? ¡Ay! ¿Estaría soñando?... El día anterior, sin ir más lejos, había estado convencida de que me estaban utilizando como un juguete y ahora, de repente, todo había cambiado. Me sentí casi hechizada. Pensando en lo que me había dicho Watanuki, había de reconocer que no era posible que Mitsuko hubiese hecho aquella escena, si no me amaba. ¿Por qué había de querer verme, si ya tenía a un hombre?... Y otra cosa: volviendo a la época en que todo empezó, cuando circularon aquellos maliciosos rumores sobre el modelo para mi retrato de mi Kannon, la propia Mitsuko debía de haber comprendido por mi comportamiento lo mucho que sentía por ella. Tal vez cuando se cruzaba conmigo en la calle pensara: «¡A esa chica le gusto!». Debía de esperar una ocasión para darme esperanzas. Naturalmente, yo estaba deseosa de trabar conversación con ella, pero, aunque ella mantenía la distancia, su radiante sonrisa fue un señuelo para que yo me acercara a ella y la primera vez que la vi desnuda fui yo la que tomó la iniciativa, pero sólo tras haberme sentido tentada por su seductora actitud... En resumidas cuentas, por mucho que yo la adorara, cuando me preguntaba cómo había entrado en aquella relación, no podía por menos de pensar que me había visto afectada por aquellos rumores en la escuela, justo cuando me sentía insatisfecha con mi marido. Mitsuko podía haber advertido esa debilidad en mí y haberme sugestionado antes de que me diera cuenta. En realidad, incluso las conversaciones sobre el casamiento con la familia de M. parecían haber sido un pretexto...
El caso es que tuve la sensación de haber quedado presa en mi propia trampa, colocada en la tesitura de ser siempre quien tomara la iniciativa. Naturalmente, no podía creer todo lo que me había dicho Watanuki, pero tal vez no fuera él quien aconsejaba a Mitsuko lo que debía hacer la noche en que les robaron la ropa; tal vez encargara ella a alguna otra persona que fingiese llamar desde el Hospital SK por ella, si la voz del hombre no era la de Watanuki... una vez que empecé a abrigar esas dudas, ya no podía frenarlas, y, sin embargo y por encima de todo, ¿por qué había de ocultarme su embarazo? Mostrarse tan insensible, después de haberme preocupado tanto... seguro que eso significaba que lo único que sentía por mí era desprecio. ¿O podía ser que él hubiese revelado su secreto con la intención de separarnos? ¿Se propondría ser sólo un aliado temporal mío, a fin de que yo no constituyera un obstáculo para sus planes, y después dejarme tirada en cuanto se hubiesen casado?
Cuanto más lo pensaba, más desconfiaba de él, pero, cuatro o cinco días después, me encontré a Watanuki esperándome otra vez fuera de la posada."

Junichiro Tanizaki
Arenas movedizas