Martín Casariego

"Cada novela para mí es un reto nuevo y no me canso, mientras sigan surgiendo historias que contar lo seguiré haciendo."

Martín Casariego


"Había pasado más de un año y seguía llamándome. A lo mejor estaba dos meses sin saber de ella, pero de pronto recibía cincuenta llamadas en una semana, como una descarga de un lanzacohetes Katyusha. ¿Era eso amor o locura? ¿Y si era las dos cosas a la vez? ¿Y si se trataba de una misma cosa? ¿Podía haber amor verdadero, ese que salva cualquier obstáculo, ese capaz de renunciar o de sobreponerse a todo y que inspira poemas, óperas, películas y novelas, sin locura? Pensé que el amor romántico, el amor verdadero, era una bella locura. Cuando era correspondido se denominaba así: romántico, verdadero, y era prestigioso. Pero cuando no era correspondido —aunque su esencia fuese idéntica—, se llamaba simplemente locura, y quien lo profesaba no era una persona valiente y libre, sino perturbada.
La enfermera tenía algo de loca, y a la vez, yo reconocía que había en ella algo grande y hermoso, casi heroico. Y durante aquellos días pensé en ella a menudo, pues me preguntaba si lo que yo sentía por la lituana era igual, e igual mi situación, vista desde fuera. Llamé a lo largo de una semana cuatro o cinco veces a Irina. ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos! No podía quedar o sencillamente no contestaba. ¿Estaba siendo tan insistente como la enfermera? ¿Era un héroe del amor romántico o un pobre loco?
En un periódico que le había comprado a Gafas en el hospital, en los días de aquel enamoramiento feroz, había leído una noticia sobre «la catedral de los cristales», unas formaciones de yesos gigantes, de hasta diez metros de longitud, aparecidas en Naica, en una cueva del desierto de Chihuahua. Había una fotografía de un hombre entre aquellos cristales blancos y relucientes como el hielo, algunos verticales como columnas, la mayoría inclinados o tumbados como árboles derribados por el rayo. La cueva se había descubierto al excavar una galería de una mina de plomo, a trescientos metros de profundidad. Los mineros se encontraron con «una sala de belleza estremecedora».
Me gustó leer una frase así en un periódico: «una sala de belleza estremecedora».
Normalmente los cristales de yeso tienen solo unos centímetros de longitud. Aquellos habían necesitado un millón de años para alcanzar los diez metros de largo y el metro de espesor. Crecían el grosor de un cabello cada cien años. La cueva era como un escenario de ciencia ficción. Desde la lectura de aquel artículo, soñaba con visitarla y fotografiar esos cristales inmaculados y brillantes que tenían un millón de años."

Martín Casariego
Como los pájaros aman el aire


"La montaña no miente ni engaña. La montaña no tiene sentimientos ni favoritismos, y no cambia las reglas sobre la marcha. Era el alpinista el que elegía el nivel en el que iba a jugar. Tres mil, los Pirineos; cuatro mil, los Alpes; cinco mil, el Cáucaso; seis mil, los Andes; ocho mil, el Himalaya. Invierno o verano. La cara norte o la sur, la ascensión más vertical o la más sencilla. Sin oxígeno o con oxígeno. Solo o en equipo. La montaña no hacía trampas, se limitaba a aguardar a los montañeros y dejar que fueran ellos quienes eligieran la dificultad del reto. Por ello siempre era peligrosa para quienes jugaban al límite. Ellos no jugaban al filo de lo imposible, o al menos no lo habían pretendido.
Lucas había conseguido taponar la herida, y José, su barba cuajada de carámbanos, tiritaba. Tiempo después, reviviendo aquel momento, Lucas buscaría en un libro aquellos versos que tanto habían gustado a su amigo: «Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena». Pero eso fue tiempo después, cuando separaba los libros que iba a llevarse a Madrid de los que no le acompañarían.
Estaban en algún lugar entre el Mont Maudit y el Mont Blanc, en el Col de la Brenva. Estaban perdidos, como siempre lo está todo ser humano, sólo que ahora eran plenamente conscientes de su vulnerabilidad.
En los Alpes a veces el tiempo cambia bruscamente. En los Alpes a veces fallan las previsiones.
Se alejaron de la grieta, como dos fantasmas borrosos, difuminados por la niebla y la nieve. José cojeaba, y cayó. Lucas se lo echó a la espalda, como un fardo. Su amigo era grande y pesado. Caminó así cincuenta, o cien, o ciento cincuenta metros, buscando un lugar en el que refugiarse y temiendo a cada segundo colarse por otra grieta. Ante él la bruma, el viento y la nieve silbaban y dibujaban formas flexibles y cambiantes, que serían voluptuosas si fueran de carne, que se movían con rapidez, escurridizas y ágiles, que se diluían para ser sustituidas por torbellinos diferentes pero parecidos, mudables y feroces. Teñido de blanco, traspasado por el frío y por miles de cristalitos de hielo, Lucas pensó que iban a convertirse en estatuas de nieve."

Martín Casariego
Un amigo así


"Siempre ha sido difícil publicar, ahora y antes. Se escribe mucho, y aunque también se publica mucho, es sólo una pequeña parte de lo que reciben las editoriales. En cualquier caso, si a alguien le gusta escribir de verdad y quiere publicar, debe ser perseverante, no dejarse vencer, confiar en sí mismo… lo que no siempre es fácil."

Martín Casariego


"Todo lo que uno vive, lo bueno y lo malo, sirve para escribir. De hecho, uno escribe a partir de sus lecturas y de sus experiencias. A veces esa relación es más inmediata, pero normalmente hay que dejar reposar las cosas un poco."

Martín Casariego


“Todos nuestros recuerdos son ficción. La realidad nos supera.”

Martín Casariego











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