Didier Decoin

"El director de la Oficina de Estanques y Jardines salió del Palacio Imperial por la Kenshunmon, la puerta destinada a los ministros y los funcionarios de elevado rango.
Que estuviera reservada a los dignatarios no impedía que una muchedumbre de artesanos, de vendedores ambulantes, de vendedoras de puestos de feria harapientas y de titiriteros la utilizasen sin que se les ocurriese siquiera que su posición social no los autorizaba a codearse con las autoridades que tenían el privilegio de pasar bajo ese tejadillo de frontón triangular. Por lo demás, no había de qué preocuparse, pues el castigo al que se arriesgaban se limitaba a dos o tres palos en los hombros que, más que zurrar al dueño de estos, lo que pretendían era que doblegase simbólicamente la espalda.
Los empujones, la ruidosa promiscuidad y, sobre todo, la falta de disciplina del vulgo le parecían a Nagusa Watanabe una de las manifestaciones más aborrecibles de la decadencia que corroía el imperio; la administración central había consentido en que poco a poco la fueran desposeyendo de la parte esencial de sus prerrogativas en provecho de los grandes terratenientes, a cuyo frente se hallaba el clan de los Fujiwara, quienes, al arreglárselas para casar a sus hijas, nietas o sobrinas con los príncipes imperiales, habían conseguido manejar en su propio beneficio todos los hilos del poder. Aquellas punciones con que vaciaba el imperio una dinastía que tomaba de él lo necesario para garantizar su crecimiento lo iba privando de su sustancia de la misma forma que un cangrejo que muda de caparazón pero, tras prescindir del que ya le estaba estrecho, se da cuenta de que no ha preparado otro exoesqueleto para sustituirlo, con lo que queda condenado a ser tan blando que a partir de ese momento tiene los días contados.
Había sido milagrosa la cantidad de muchachas, más bien bonitas por lo demás, que los Fujiwara habían podido brindar durante siglos como esposas a los jóvenes emperadores que iban sucediéndose en el trono, otras tantas uniones que les habían permitido a la perfección dirigir un imperio sin tener que tomar el poder personalmente.
Pero hete aquí que el manantial parecía haberse agotado. Tras la floración más asidua e inmutable, el cerezo se había quedado desnudo: el clan Fujiwara no contaba ya con doncella alguna que ofrecer al siguiente soberano."

Didier Decoin
La oficina de estanques y jardines



"Es inexplicable. Durante un instante me sentí más poderoso que Nietzsche y que todos esos filósofos que anunciaron que Dios había muerto. Pero, de repente, todo eso cambió. No vi nada, no oí nada, no toqué nada, pero percibí una sensación de amor increíble y una certeza de alegría y eternidad. Como si un sol extraordinario se hubiera puesto a brillar en plena noche...
Me sumergí en esa sensación gozosa sin intentar analizarla. La noche transcurrió sin que yo fuera plenamente consciente, hasta que llegó la mañana y con ella esta frase que sirvió, a continuación, de título al libro en el que narré esa experiencia : Il fait Dieu (publicado en 1975 por Julliard)."

Didier Decoin



"Es leyendo como se comprende la importancia del desafío que supone la escritura, y sobre todo cuáles son las herramientas que se pueden utilizar. Creo sinceramente que soy una de las personas en Francia que lee más libros. Mi casa es una biblioteca. Hay que ir saltando los libros porque además están por todas partes. Leyendo, leyendo. Es como el cocinero, Paul Bocuse, que acaba de fallecer, sabemos que hasta el final de sus días degustaba platos de otros cocineros porque quería conocer sabores nuevos, como mezclar camembert con cerezas. Lo mismo para escribir, hay que leer sobre camembert y sobre cerezas."

Didier Decoin


"La fe te puede caer encima en cualquier momento."

Didier Decoin



"La literatura japonesa es admirable, transparente y cristalina. Vemos a través de ella pero al mismo tiempo tiene una gran consistencia."

Didier Decoin


"La respuesta a todo está en la literatura."

Didier Decoin


"La única filosofía importante es la de la supervivencia del alma."

Didier Decoin


"Más lejos, Horty se encontró con un hombre anuncio. El tablero que colgaba de sus hombros anunciaba en varios idiomas que, con ocasión del viaje inaugural del Titanic, la cervecería Roi sans Femme ofrecía a elección un premio de media libra esterlina o una porción de welsh rarebit a todo aquel que adivinara cuántos ojos de buey y ventanas tenía el transatlántico.—¿Dos mil? —insinuó Horty al azar. Era la respuesta exacta. Optó por ir a comer un welsh rarebit en el Roi sans Femme. Bebió gran cantidad de cerveza y de ginebra y luego subió a bordo del pequeño vapor que debía llevarlo de regreso a Francia. Durante toda la travesía de La Mancha, y a pesar de que comenzó a hacer bastante frío, la mayor parte del pasaje permaneció en el puente, tratando de escudriñar en el horizonte la humareda del Titanic, que había partido dos horas antes. No se veían sino algunas botellas de champaña flotando a la deriva. Medio llenas de agua de mar, flotaban hundidas hasta la mitad de la etiqueta. El paquebote de Southampton rectificó su rumbo varios grados. Aquellas botellas resultaban un verdadero peligro para las aspas de las ruedas.—En este momento, deben de estar a punto de comer —dijo alguien—. Según mis informaciones, el menú de esta noche consistirá en consomé Olga, salmón con pepinos, filet mignon a la Lili, arroz a la criolla, y otros platos que ya no recuerdo. Lo único que sé es que ninguna persona normal podría comerse el menú completo. Entonces discutieron acerca de si el menú que se ofrecía a bordo de los transatlánticos era «a la carta» o si, como en un banquete chino, se servía de todo, pero en pequeñas cantidades. No había viento. El mar estaba lechoso y plano. A las ocho y media de la noche, el vapor pasó por el vigía del Homet. La rada de Cherburgo estaba desierta. Pero aún flotaba un penetrante olor a carbón; hacía apenas algo más de un cuarto de hora que el Titanic había zarpado para Irlanda. Desde el fuerte del Roule aún se podría distinguir en la lejanía, máxime cuando debía de estar ya iluminado, aunque todavía no hubiese anochecido por completo.
El tren avanzó toda la noche a través de un paisaje aún agitado por el comienzo de una primavera que más parecía batirse en retirada. Al amanecer, atravesaron campos blancos de escarcha. El vagón era un témpano. Horty se dijo que Marie aún debía de estar durmiendo, con una temperatura agradable. Ella le había dicho que el Titanic estaba tan bien climatizado que durante todo el año había plantas vivas en sus miradores que daban al océano. Quiso recrear el rostro de la joven, pero no logró evocarlo con precisión. Su memoria sólo suscitaba un bosquejo de contornos pálidos y esfumados cuya única realidad era el gris de los ojos, aunque apareciese tal vez demasiado reluciente. Era, sin duda, porque no había tenido tiempo de abrazarla para contemplarla lo suficiente antes de separarse de ella. Dentro de unos días, le bastaría con ir al Tête d'Écaillé a buscar la foto que había tomado el chino para reencontrar el rostro de Marie. Decidió que dejaría pasar una o dos semanas antes de llevar esa foto a casa y decirle a Zoe que se trataba de un retrato abandonado que había encontrado en el puerto."

Didier Decoin
La camarera del Titanic


"Me dicen a menudo que siempre tengo aspecto de estar contento. Pues sí, ¡estoy siempre contento! Incluso si veo que el mundo está maltrecho, tengo la certeza de que al final del camino nos espera la felicidad eterna a todos. Por lo tanto, es una cuestión de paciencia. Cristo traerá esta felicidad eterna."

Didier Decoin


"Me puse a buscar una religión y puse a todas en el banco de pruebas, incluidas las filosofías orientales. Unos amigos judíos me acogieron en varias ocasiones. El islam no me atrajo. Lo primero que me sedujo en el cristianismo fue la persona de Cristo, porque aunque mi experiencia no estaba caracterizada por algo concreto, sí que implicaba una relación de mi yo con "alguien". Cristo encarnaba ese "alguien". Y en la religión católica está la misa y, sobre todo, la eucaristía, que es el vínculo carnal, sensual, con el Dios encarnado en la hostia. Y me dije: "¡Dios mío, seguro que es esto! ¡Es esto!"."

Didier Decoin


"Tengo muchas historias dentro de mí y tienen que salir, si no me asfixio."

Didier Decoin
















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