Friedrich Christian Delius

Cumpleaños

En febrero
Cumple años mi miedo.
Para festejarlo, me emborracho
Durante toda la noche
Con todos mis enemigos
Y uno tras otro
Interpretamos los pálidos oráculos
De los vasos vacíos.


También los guardianes del orden
Son enemigos míos.
Me imponen un prolijo
Estado de alerta,
mientras todos nosotros
alzamos por el aire el miedo mío
alabándolo tres veces,
tres veces lo alabamos.


Cuando llega la mañana
Mis enemigos aligeran mi apesadumbrada cabeza
(Para eso y no para otra cosa han sido invitados)
me entregan sus buenos augurios:
que me quede contento
y que encierre en mi corazón
el miedo tan ricamente agazajado.

Friedrich Christian Delius


"Se encuentran en el jardín del club náutico, el redactor se presenta con chófer, fotógrafa y grabadora, y tiene muchas, muchísimas preguntas. Paul cuenta con detalle sus motivaciones, no dice nada sobre la ruta de la fuga y poco de los preparativos. El redactor propone llamar a Helga en Rostock. —Paul, ahora no puedo hablar contigo, el piso está lleno de gente —son las únicas palabras de Helga antes de colgar. —¡Espera! —dice Paul, pero es demasiado tarde para pedir que se ponga al teléfono un agente de la Stasi a fin de explicarle sus sinceros propósitos. El sábado, en Lübeck y alrededores puede leerse una historia más larga del camarero de Rostock que quiere viajar a toda costa a Italia. La foto lo muestra al teléfono.
No hay nada erróneo en el articulo, aunque Paul considera terrible el lenguaje de los alemanes occidentales, sobre todo le irrita que hayan tergiversado su «viaje de formación y peregrinaje» con un «viaje de ensueño». Pero lo más importante está impreso: que quiere ganar dinero, ir a Italia, hasta Siracusa, y regresar a Rostock. Compra cinco periódicos para comunicar sus intenciones a los cargos competentes, envía un recorte a la Representación Permanente de la RDA en Bonn, uno a la dirección en Berlín de Egon Krenz, el miembro del Consejo de Estado, uno al abogado de Rostock. En la calle, algunas personas lo reconocen y lo saludan, incluso dos policías que van con un remolque. Gompitz los para sin más y les pide que trasladen su embarcación desde el muelle de Escandinavia hasta el club náutico. Para los policías es un honor ayudarlo. Los más amables son la gente del hotel, sólo le cobran 32 marcos por día después de que la República Federal Alemana pagara la primera noche a través de la policía de fronteras, una habitación en la buhardilla con baño compartido en la planta. A Paul, el bufé del desayuno le parece un despropósito: se puede coger lo que se quiera, todo incluido en el precio. Pero poco a poco se da cuenta de que sale más caro servir uno a uno y controlar constantemente la mercancía, hacer la cuenta y acomodar a los clientes. Comienza a pensar en las ventajas de un negocio familiar frente a la hostelería en una economía planificada. Una camarera que por la noche entre en la cocina y le prepare un bocadillo al cliente es impensable a unos kilómetros más allá de la frontera. Las cinco personas de aquí trabajan más eficazmente que doce personas en un hotel similar de la RDA. Paul paga, les estrecha la mano a todos y el sábado al mediodía prosigue el viaje hacia Hamburgo."

Friedrich Christian Delius
El paseo de Rostock a Siracusa


"Ya esas meras palabras, ¡pensionistas, rentistas! Me evocan a los renos en Laponia ocupados en digerir en silencio sus pastos; y ellos con sus tortas, su vino tinto. No hay nada que realmente les interese. En todo caso, nada relacionado con las ciencias, las proezas del espíritu; no tienen otros intereses salvo seguir viviendo según el programa de sus grupos de agilidad física y mental; seguir viviendo como sigue digiriendo su pasto un reno en Laponia. La mayoría de ellos ni siquiera conoce los inventos más importantes de su tiempo; el ordenador les resulta un monstruo… Sí, puede ser que esto cambie, que los ancianos se animen a tocar el teclado. Pero no deja de sorprenderme con cuánta ignorancia la gente puede envejecer, y además con bastante dinero a disposición, y encima orgullosos de su ignorancia… Y ahora que estamos reunificados, en el quinto año de la reunificación, claro que hay que viajar y salir de caminata con más efusión todavía, Mecklemburgo, Brandeburgo, Turingia esperan y aún hay habitaciones disponibles, y el escalope a la cazadora cuesta dos, tres marcos menos. Hoy hay que haber estado en Dresde, en Potsdam, pero de la máquina más importante de nuestro tiempo no es necesario saber nada, hoy todavía no… En resumen, ninguno de los virtuosos caminantes podría imaginarse al inventor del ordenador en las montañas de la parte anterior del Rhön, y por eso me siento bien aquí, ya que puedo parlotear un poco sobre lo divino y lo humano y… No, tampoco la gente de los pueblitos, Steinbach, Buchenau, Eiterfeld o Ditlofrod, que vienen a veces a tomarse su cerveza o se dan de vez en cuando el lujo de una comida, tampoco me conocen, pese a que vivo en la zona desde hace décadas y que les he dado trabajo, o para ser exactos, a sus padres, hace treinta, cuarenta años. La gente no me conoce pese a que soy mundialmente famoso. Un desconocido mundialmente famoso, qué estado maravilloso, créame. Aquí arriba usted es el único, salvo la gente de la hostería… Rudi me conoce desde que aprendió a caminar, pero le he pedido encarecidamente que me trate como a cualquier señor de edad… Pero claro, ya a comienzos de los cincuenta yo me ponía las botas y subía aquí, desde que nos vinimos a vivir a Neukirchen, cada vez que yo necesitaba tranquilidad y quería pensar… Lo que quiero decir es que precisamente eso es lo que me gusta de este lugar, que nadie se fija en mí, mientras que en Braunschweig resuenan los cantos de alabanza y en Berlín o en Munich se pelean los catedráticos sobre si el mayor inventor alemán del siglo soy yo, o si es Braun con su tubo de rayos catódicos, o von Braun con sus cohetes, o si este hombre, Fischer, con su taco, u Otto Hahn, aunque éste en realidad no fue un inventor… Sí, el estofado para mí. Gracias. Sabe, me gusta una cosa así, mientras los expertos se rompen, por lo que me importa, la cabeza, haciendo dictámenes sobre cómo me evalúan y clasifican en sus tontos escalafones, y mientras el alcalde de Braunschweig se enreda en su discurso y no sabe cómo salir de él, estar con usted aquí con toda tranquilidad, mirando hacia el Rhön, meditando por encima del Hessische Kegelspiel y levantando mi jarro de cerveza."

Friedrich Christian Delius
La mujer para quien inventé el ordenador











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