Lázaro Covadlo

"Aníbal Iturralde hubiera preferido que Olsen fuera más expresivo. Era un hombre cuya presencia lo perturbaba. ¡Pero quién coño se creía! De no ser por él lo habrían liquidado en la cárcel, y, en caso de haber sobrevivido, en esos momentos estaría en alguna chabola y andaría robando radios de coches para poder comer. Dos días antes, todavía estaba en chirona. El le había dado trabajo, sus hombres le habían conseguido un apartamento; tenía ropas nuevas y dinero abundante en el bolsillo, y con todo continuaba siendo un desagradecido. Siempre fue un chulo, él ya lo supo años atrás, cuando lo conoció en Argentina. Era un chavalito entonces... un pendejo, pero parecía muy seguro de sí mismo: un pendejo compadrito, como dicen en aquel país. Quizá se sentía tan seguro porque era fortachón, o tal vez porque leía muchos libros. Y si tenía tanta lectura en la cabeza, ¿qué hacía entre malandrines iletrados? ¿Por qué no se ganaba la vida de otro modo, con tanta cultura como parecía tener? ¿Eh? Lo peor era que no quería reconocer que él podría ser su padre, y aunque no tuviese muchos estudios ni tanta fuerza de carácter, le podría enseñar muchas cosas de la vida.
Muchas otras veces, igual que en esos momentos, Víctor Iturralde había sorprendido a su padre como ensimismado a su pesar. Se detenía en medio de una frase y perdía el hilo. Era imposible adivinar qué retorcidos pensamientos le enredaban la razón.
Es la vejez, se dijo Olsen. El viejo Iturralde está muy viejo... ya no carbura bien.
Se había producido una situación incómoda. Los hombres esperaban que el jefe continuara hablando o diera por terminada la reunión, pero no había motivos para el silencio. Godoy, su chofer y guardaespaldas personal, se removía, nervioso en su silla. Claudio Iglesias, el más joven, que se desempeñaba en el equipo de cobranzas, agitaba las rodillas como quien acompaña un ritmo musical: José Antonio Aguirre, el jefe de vigilancia del edificio, paseaba la mirada por los ángulos del cielo raso. Sólo Olsen permanecía estático. Como una figura del museo de cera, pensó Víctor.
-Bueno, ya hemos charlado demasiado, muchachos -dijo, de pronto, don Aníbal, al tiempo que meneó la cabeza como quien procura sacudirse una idea o un sueño persistente. Después descolgó el teléfono para comunicarse con la secretaria-: Ana, pasa a mi despacho; vamos a revisar unos papeles —ordenó—. Ustedes, a esperar fuera, señores. Tú, Olsen, lleva al chico a casa —volvió a ordenar.
Los hombres se levantaron de sus asientos y empezaron a retirarse, y en ese momento entró la chica: tenía una edad indefinida en torno a los treinta. Menuda, trigueña; un cuerpo afinado y la carita redonda. Un vestido ceñido y escotado que dejaba los brazos al desnudo. Nada del otro mundo, pero Olsen recién salía de la cárcel; .sólo a su olfato llegó el perfume ambiguo que exhalaba esa piel. Sólo él se inquietó.
En la madrugada en que otra vez sueña que lo persiguen y le disparan, Olsen vuelve a evocarla. De nuevo hace la cuenta de los años transcurridos: unos diez. Recuerda a Ana como una chica de modales laxos, en apariencia incapacitada para experimentar sentimientos poderosos, ajena quizá a los fuertes impulsos de la atracción y el rechazo intensos, y por lo mismo dispuesta a rendirse a los requerimientos moderados. A él le gustaba de ese modo, sin lucha. Ella se dejaba abrazar y poseer —nunca mejor dicho—, dispuesta a entregarse como dormida; apenas gemía débilmente al ser penetrada, dando así indicios de que la rozaba el placer. Tales recuerdos excitan la memoria de Olsen, y no le resulta forzado trasladar a Matilde la carga de deseo.
La villa miseria empieza a despertar con los primeros ruidos de la mañana: sonido de cacharros, voces imprecisas que expresan propósitos inmediatos. Olsen vuelve a entrar a la barraca, donde el aire tibio está impregnado de olores íntimos. Ella aún está acostada, pero ya comienza a desperezarse. El se tiende a su lado y se quita la ropa; de inmediato se abrazan. La piel de Matilde conserva el calor que atesoró entre las sábanas. Después de una lucha corta e intensa se sienten saciados.
A miles de kilómetros, y con cinco horas de diferencia por delante, Víctor Iturralde piensa en Olsen al tiempo que construye unos fuertes pectorales. Con la espalda recostada en la tabla de press de banca sube hasta diez veces la barra con los treinta kilos de discos de hierro en cada extremo. Al acabar la tercera serie se incorpora sudoroso e inspecciona los detalles de su cuerpo en el gran espejo del gimnasio. Tensa los brazos con los puños cerrados en la zona del bajo abdomen, para hacer sobresalir los tríceps, sube inmediatamente los brazos y contempla unos bíceps poderosos que aún no acaba de unir a su conciencia corporal, y se dice que si Olsen pudiera verlo en ese momento quizá no lo reconocería.
Pero ¿dónde estará Olsen? Probablemente en Sudamérica, se responde... Pero ¿dónde? Le sería más fácil adivinarlo de haber sabido de qué sitio provenía. No obstante, pese a todos los años que anduvieron juntos y todo lo que conversaron, el origen verdadero de Olsen siempre fue una incógnita para él. Puede que Gaspar Bodoni lo conozca, aunque el viejo insiste en negarlo, así como niega saber dónde está su amigo."

Lázaro Covadlo
Bolero


“Creo que ningún literato que se precie ha de andar por el mundo sin pistola.”

Lázaro Covadlo
Un escritor debe ir armado



"El amor, Pamela mía, no admite límites. El amor es una emoción turbulenta que, cuando es verdadera, carece de freno. Tú amas a tu hijita. Si tuvieses otro vástago, ¿querrías menos a Dionisia? ¿Y si tuvieses tres? ¿Y si tuvieses cuatro? ¿No es verdad que tendrías dentro de ti suficiente amor para repartir entre todos? Es que el amor, Pamela, es una sustancia que, contrariamente a cualquier otra, se intensifica al propagarse. El amor es torrencial, pero no como esas aguas cuyo caudal se debilita al ramificarse en riachuelos que acaban en los páramos. El amor es como un torrente de fuego que se expande entre la maleza. El amor verdadero puede repartirse sin agotarse jamás. Pero, sobre todo, debes tener en cuenta que aunque pueda entregarme a otros amores, en verdad en verdad son otras las personas que lo hacen. Sí, son otras, porque todos somos alguien diferente en relación con cada quien. Cuando tú te relacionas con un empleado público no eres la misma que cuando lo haces con un familiar. Y, en ese caso, tampoco eres la misma persona que habla con una nueva amistad. No, no eres la misma persona, porque persona es máscara, y tú cambias la máscara según el interlocutor. Así pues, aunque pueda darme a otras mujeres, no es el mismo Dionisio Kauffmann que hace el amor contigo quien lo hace con otras. Es otro, Pamela, es otro, y tú no puedes tener celos de ese otro. Los que aman, si se sienten seguros de la persona amada, no temen que ésta las abandone por otros amores. Una mujer, si de verdad ama, se alegra de que su hombre goce con otros cuerpos, pues cuando vuelva a ella traerá consigo el aroma de múltiples pieles, y ello es enriquecedor y es renovador. Una mujer que ama a un hombre debería también amar a los otros amores de ese hombre, porque el mandato del amante y del marido es igual para rodas: amaos las unas a las otras como yo os amo, y en verdad, en verdad os digo que aquella amante que ofenda a otra de mis amantes, es a mí a quien ofende.
Lo que os hagáis unas a otras es a mí a quien lo hacéis. ¿Acaso los que adoran a Dios son celosos de la adoración que otros fieles ofrendan al Señor? ¿Acaso el amor de Dios no se reparte equitativamente? Así pues considerarás que el amor crece y se intensifica cuanto más y más se ama, pues el verdadero amante nunca se encontrará escaso de amor y más bien este sentimiento se multiplicará en la medida que más ame a unas y a otras tal como en su día se multiplicaron los panes y los peces y harás a las otras lo mismo que conmigo haces y si me besas también a ellas besarás y si aceptas mis besos y caricias también aceptarás los besos y las caricias que ellas te prodiguen y si mi cuerpo eleva tu espíritu a las alturas del éxtasis también aceptarás que los cuerpos de ellas enciendan tus pasiones. Así, por los años de los años, y que así sea."

Lázaro Covadlo
Criaturas de la noche


"La secta se llamaba “Devotos del culto de Magoya y Mongo Aurelio”. La peor secuela fue que engordé un par de kilos."

Lázaro Covadlo



"Las cosas que se aman son más amadas cuando las echamos de menos."

Lázaro Covadlo



“Me disfrazo de fantasma y le doy un susto al lector cuando menos se lo espera.”

Lázaro Covadlo


"Sólo conozco una ciudad cuyos ambientes canallas y encanto bohemio, sumado al refinamiento cultural de los salones y de ciertos cafés, me permita evocar a Buenos Aires: París. Por eso algunas veces he supuesto que la capital de Francia viene a ser la Buenos Aires de Europa."

Lázaro Covadlo













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